Arraigo

Cuando la tierra abra
su honda herida a mi entrega,
no me volveré silencio
¡porque yo seré eterna!

Me verás resplandecer por la mañana
en el alba perezosa de mi tierra,
y murmurar canciones en el río,
y erguirme, presuntuosa, en las palmeras.

Me verás bajar en la neblina
para abrazar los picos de la sierra,
y rodaré por los peñascos viejos
para, ya en la quebrada, hacerme nueva.

Búscame en aquel flamboyán que sueña o hierve
y en el bravío olor a yerbabuena.
Búscame en el pulmón de los coquíes
donde espiga mi voz puertorriqueña.

Me hallarás en cada trozo de mi isla,
en cada rama, en cada enredadera,
en cada cuna de aleteo tibio
que florece en trinar de primavera.

Búscame en el gusano, donde habrá
parte de mí en sueños y materia,
búscame en la violencia de la ola
y en la estrella sin luz que hay en mi esencia.

Pero búscame siempre, que siempre latirá
una parte de mí, candente y recia.
¡Que estas férreas raíces de mi alma
no podrán despegarse de mi tierra!

María Isabel Arbona de Martínez


Soneto de la ausencia

Aprendí a sonreir nuevas sonrisas
y a bogar en océanos de piedra.
Aprendí a trajearme sin la hiedra
que inventó tu camino de caricias.

Aprendí a sazonar, con voz de brisas,
la noche del color que al hombre arredra,
y aprendí a ser volcán que ruge y medra
su polen desbocado de cenizas.

Aprendí a fermentar mis claridades
en las mudas raíces de tu sombra,
y aprendí a desandar las tempestades

que arrasaron tus pasos en mi alfombra;
¡mas no sé por qué tiemblo soledades
cada vez que el relámpago te nombra!

María Isabel Arbona de Martínez









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