Fantasmas

Por el camino desierto
y entre aquella noche escueta,
vi que traficaba un muerto,
que era el alma de algún poeta.

Dando panicosos gritos,
andaba a tontas y a locas
y se azotaba en las rocas
como lo hacen los malditos.

Y agarrando mucho vuelo
y haciendo mucha boruca,
se revolcaba en el suelo
y se rescaba la nuca.

Y echando brincos violentos
se alargataba en las peñas,
y hacía muchos espamentos
y hasta algo de malas señas.

Y luego mas enojado
y con voz medio platónica,
gritaba desesperado:
"¿Donde estás, mujer felónica?".

Y se hicaba de rodillas
y, en su cólera traidora,
se golpeaba las costillas,
sonando como tambora.

Y echando un largo suspiro,
gritaba con voz platónica:
"¿ Donde estás, que no te miro ?
¿ Donde estas mujer felónica?".

Era una visión horrible,
era una cosa tan fiera,
que se asustaba cualquiera
con ese espanto infalible.

Y yo tambien me asusté
y allí me puse a temblar,
tanto que luego me hinqué,
como queriendo rezar.

Pero, por mas que trataba
de acordarme de algún rezo,
solo ronquidos echaba
y hasta me dolía el pescuezo.

Luego con cierto recelo,
el espanto, poco a poco,
se revolcaba en el suelo,
como si estuviera loco.

Y echaba muchas bravatas
y hasta algo de maldiciones,
y se oían los revolcones
que se daba entre las matas.

No sé si sería un difunto
o si sería La Llorona,
pues andaba todo junto,
gritando como persona.

Y en esa furia tan loca,
se me arrimó un tanto cuanto,
y vi salir de su boca
un olor de camposanto.

Entonces, muy asustado
y viendo lo irremediable,
quise correr para un lado,
para no ser responsable.

Y, corriendo a troche y moche,
por no hacer un disparate,
me trepé en un cazahuate
y allí me pasé la noche.

Despues, en la madrugada,
abrí los ojos con ansia;
creyendo hallar la fragancia
de su boca resmillada.

Y aquí fué lo mero malo,
algo que no tiene nombre:
¡ Al apiarme de aquel palo,
ni señas hallé del hombre!

Entonces, con harto miedo,
temblando y de mala traza,
me fuí corriendo a mi casa
a contarles el enredo.

Y esto no es cuento, es lo cierto;
ésta es la historia completa
de haberme salido un muerto
que era el alma de algún poeta.

Lo creo porque, cuando andaba
haciendo aquellos esfuerzos,
entre los gritos que echaba
se oían unos como versos.

Y yo, que entiendo ese asunto,
pensé, sin hallar ni un pero:
"Margarito, ese difunto
es el alma de un compañero".

Y esta es la causa y razón
y tambien es el motivo
por lo que esta cosa escribo
con toda satisfacción.
¿Por qué te tapas?


Al pasar junto a mi lado,
te tapas con el rebozo.
¿Pues qué crees estoy sarnoso
o que estoy descomulgado?

Pues no tengo nada de eso,
pues mi defecto mayor
es el tenerte este amor
que sin miedo te confieso.

Si no tienes voluntad
siquiera de contestarme,
yo creo que no hay necesidad
ni menos de avergonzarme.

Mucho menos todavía
de enredarte en el rebozo,
pues ya desde el otro día
te dije no estoy sarnoso.

La gente se entiende hablando
y aunque digas no me quieres,
yo he de seguir batallando,
porque así son las mujeres.

Margarito Ledesma


Himno local

Ciudadanos: Al grito de alarmas,
que a ninguno le falte valor,
y que todos agarren sus armas
al sonar la campana mayor.

Ciña, ¡oh pueblo!, tu frente bendita
con coronas de mirtos y rosas,
y que todas las gentes valiosas
se recuerden del gran Comonfort.
Mas si alguno se atreve arbitrioso
a meterse en tus centros poblados,
que toditos se vengan armados
para echar para afuera al traidor.

Por si al caso llegara a ofrecerse,
nadien debe negar su presencia.
Que se junten en la Presidencia
y trayendo sus armas los más.
Pues la seña será la campana
o cualquier otra cosa sonora,
y que todos, a lora de lora,
no se vayan a hacer para atrás.

Ya lo saben: cuando oigan la seña,
nadien se ha de quedar escondido,
pues es bueno formar mucho ruido
y echar gritos, si al caso los ven.
Y que todos avienten pedradas
y les griten muy recio y violento,
y que avienten balazos al viento
y, si hay modo, a pegarles también.

¡Chamacuero! Tus hijos te ofrecen
defenderte con todo y su vida
cuando alguna gavilla o partida
venga al son de quererte ofender.
Pues si quieren echársete encima
al pretesto que train muchas gentes,
ya verá ese confín de valientes
cómo aquí los hacemos correr.

Ciudadanos: Al grito de alarmas,
que a ninguno le falte el valor,
y que todos agarren sus armas
al sonar la campana mayor.

NOTA. Compuse este Himno para que lo canten todos
los vecinos en unión cuando quieran cairnos los
revoltosos y amolarnos, y así de ese modo les
entre el valor. El Director de la Banda de Neutla
se compromiso muy formalmente a componerle su música;
pero como se está tardando mucho y parece que se anda
haciendo del rogar, y el tiempo se está pasando y
hasta es fácil que se acabe antes la revolución,
les advierto que no es necesario esperarlo, pues este
himno puede cantarse con la misma tonada del Himno
Nacional, pues intencionalmente le busqué el modo y
lo compuse apegado a que se pudiera cantar con esa
misma tonada. Y si no, ensáyenlo y verán.

Ya ven, pues, que hasta bien salió y que hasta
parece que adiviné lo que iba a suceder.

Margarito Ledesma. Pseudónimo de Leobino Zavala



Los limpiones

Le dije a don Epitacio:
Si la cara va a limpiarse,
hágalo sin apurarse,
con cuidado y muy despacio.


Saque el paño poco a poco,
o como quiera sacarlo,
pero, cuando vaya a usarlo,
no lo haga usted a lo loco.


Revíselo cuidadoso
antes de ir a proceder,
para que así pueda ver
si no hay algo sospechoso.


No vaya a hacerlo violento
y nomás al aventón
ni vaya a darse el limpión
como quien limpia un jumento.


Pues le puede suceder
lo que a Luis le sucedió,
que la sangre se sacó
y él ni lo echaba de ver.


O puede pasarle a usté
lo que a don Juan le pasó,
que todo se tasajió
y no supo ni por qué.


Y por más que le buscaba
el motivo y la razón,
se hacía pura confusión
y nadita que le hallaba.


Por eso les digo a todos:
‘Limpíense con mucho tiento,
despacio y con buenos modos,
no nomás al ai te aviento’.


NOTA. Acontece muy seguido que gentes poco cuidadosas
y de poca reflexión se suenan las narices y, sin más
ni más, sin tomar ninguna precaución, se guardan el
paño en la bolsa y no vuelven a acordarse del negocio.


Y acontece que, después de algún tiempo, se les ofrece
limpiarse la cara, ya porque estén sudando, o porque
les haya caído una gotera del techo en tiempo de aguas,
o porque se hayan sentado a descansar sin sombrero
debajo de un árbol con pajaritos o por cualquier otro
motivo semejante, y, sin acordarse de nada ni tener en
cuenta nada, sacan el paño a lo atarantado y se dan el
limpión.


Y entonces viene lo bueno, pues se dan unos rayones y
unas tasajiadas en la cara, en los cachetes y en la calva
que hasta se sacan la sangre y se ven muy adoloridos y
apenados.

Y todo porque, como es natural, las materias y las
sustancias escurridizas y los humores narizales se resecan
en el paño después de que uno se suena y se ponen tan duros
y resistentes como pedazos de vidrio, y de allí vienen los
rayones y las tasajiadas y las sacadas de sangre. Y, como
la misma fuerza y la rapidez del limpión hace que se
desprendan y se caigan las susodichas sustancias endurecidas,
pues las gentes no saben con que se rayaron y ofendieron y,
por más que buscan, no encuentran nada en el paño, y
andan adivinando y haciéndose cruces y suposiciones
de una cosa tan natural y sencilla.

Por eso les pongo esta adversativa poesía, para que no se
anden limpiando a la carrera y sin advertencia ni fijeza;
sino para que, antes de hacerlo, tienten y sopesen el paño y
vean si no hay peligro de garabatearse la cara con el filo
de las vidrificadas sustancias o de sufrir algún otro perjurio
serio, pues hasta puede darse el caso de que se saquen un
ojo o cuando menos se lo rasguñen.

Margarito Ledesma


Los monos enterrados

Me dijeron que venían
no me acuerdo de qué parte,
y que sabían cosas de arte
y que hartas cosas sabían.
y que venían a buscar
de esos monos enterrados,
mal hechos y mal forjados
que han dado mucho en sacar.
De esos que dicen las gentes
que los antiguos forjaban
y luego los enterraban
revueltos con sus parientes.
Son unos monos sin chiste,
con todas las patas chuecas,
que enterraban los aztecas
cuando fue la noche triste.
Y que ahora, según veo,
son cosas tan rebuscadas
que sacan buenas mantadas
y las llevan al museo.
Y duraron muchos días
buscando por dondequiera,
hasta en una nopalera
que era propia de mis tías.
Y después de harto buscar
y gastar bastantes cobres,
nada que hallaban los pobres
y hasta ya querían llorar.
Temprano se levantaban,
trabajaban todo el día,
y creo tanto les urgía
que hasta de noche escarbaban.
Y lo hacían con tanto anhelo
que casi no descansaban;
pero nada que sacaban
de abajo del entresuelo.
Y, al ver la navegación
y el mitote que traían
y que nada conseguían,
me dio algo de compasión.
Y, pensándolo tantito,
dije así: como entre dientes:
“¡ayúdales! ¡pobres gentes!
¡no seas malo, Margarito!”
Y, hablando ya en otros tonos,
les di tan fuerte ayudada,
que hallaron una mantada
de puritititos monos.
Lo malo está que no puedo
explicarles cómo fué.
tal vez algún día podré
aclararles el enredo.

Margarito Ledesma



Orillejos

¿Quién me llama la atención?
-El Estación.
¿Quién hay que mis pesares calme?
-El Empalme.
¿Y quién sofoca mis males?
-De González.

Por eso mi pobre corazón
tiene unas ganas fatales
de pasiarse por el Estación
del Empalme de González.

¿Qué como cuando hago rimas?
-Unas limas.
¿Qué pueblo es el que más quiero?
-Chamacuero.
¿Y quién murió alrededor?
-Comonfort.

Por eso con gran sabrosor
seguiré haciendo mis rimas
y gustando de las limas
de Chamacuero de Comonfort.

¿En dónde se ahogó mi tío?
-En el río.
¿Dónde tu amor te pedí?
-También allí.
¿Dónde juego a la baraja?
-En La Laja.

Por eso, si no hace frío
en días que no se trabaja,
luego lloro y luego me río
junto al río de La Laja.

Margarito Ledesma


Pasión

¡Háblame! que tu voz arrolladora
me siga donde yo ande, Manuelita.
Mi pecho silencioso necesita,
sentir cual los fulgores de la aurora.

¡Mírame! Son tus ojos tan sombríos
que parecen el lucero de la tarde.
Cuando me miras hasta la alma me arde
y empieza luego con sus desvarios.

¡Ámame! Nada valgo, pero si acaso
llegas a amarme con amor ardiente,
pasaré entre la bola de la gente,
y haber si pueden estorbarme el paso.

Voz, miradas y amor, todo de un tiro,
quiero tener en esta vida amarga,
y así la vida se me ha de hacer mas larga
y ya no habrá ni llanto ni suspiro.

Y envuelto en los fulgores inviolables
de tu voz, de tu amor y de tu mirada,
ya no podrán gritar ni decir nada
esos que andan por ahí de miserables.

Pues ya cierto y seguro de los confines
de ese amor tan inmenso que me abrasa,
podré toseles recio a los catrines
que se paren enfrente de tu casa.

Escucha mi clamor y mi triste grito.....
¡Que me hables, que me ames, que me mires
y que siempre que llores y que suspires
te acuerdes de este pobre Margarito!

Margarito Ledesma



¿Por qué te tapas?

Al pasar junto a mi lado,
te tapas con el rebozo.
¿Pues qué crees estoy sarnoso
o que estoy descomulgado?

Pues no tengo nada de eso,
pues mi defecto mayor
es el tenerte este amor
que sin miedo te confieso.

Si no tienes voluntad
siquiera de contestarme,
yo creo que no hay necesidad
ni menos de avergonzarme.

Mucho menos todavía
de enredarte en el rebozo,
pues ya desde el otro día
te dije no estoy sarnoso.

La gente se entiende hablando
y aunque digas no me quieres,
yo he de seguir batallando,
porque así son las mujeres.

Margarito Ledesma










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