"… ¿A qué soñar el mar
si aquel otroño era la oscuridad del águila,
la estancia fría de la razón deshabitada?…"

Manuel Rico



Antigua tierra

En la región perdida que llamamos infancia,
en ese territorio que viejas lluvias hunden
en vagos claroscuros, dicen que desde siempre
nos aguada, con ropa de domingo,
una diosa cruel a quien llamamos
dicha o felicidad, qué importa el nombre.

Mantienes la conciencia de haber sido inquilino
de tan huidiza estancia porque a veces,
cuando el presente aplica sus decretos,
la memoria te vence y te convocan
presencias de aquel tiempo,
rostros que te dejaron
inerme ante el empuje de los años.

Y siempre, cuando intentas
conjurar la orfandad y los reclamas
no tardan en huir al refugio que habita
entre los pliegues de la inexistencia.

Manuel Rico



El espejo vive...

El espejo vive de la traición, confiere
un brillo a la mirada
que no es el brillo fácil que los ojos reflejan.
Es la luz enquistada que nos habla de otros.
Del que fuimos ayer, del que no nos consuela
ni nos ama, del que tuvo el precario
poder de lo imposible entre los dedos. 

Vedlos ahí reflejados. En ese rostro
que los años señalan
con marcas en la piel poco visibles.
Ellos advierten
de tu lenta traición, muestran la noche
que desterraste, aquel atardecer con sol y mar al fondo,
la lluvia en la ciudad abandonada,
un texto de Camus leído contra el miedo,
la temblorosa piel de pronto descubierta
en el calor que a veces ocultaba
la oscuridad, el coche estacionado en las afueras,
era entonces
el tiempo de la niebla y tú eras otro,
y tal vez los espejos no existían.

Manuel Rico


"Él habló con un tono monocorde y sutilmente emocionado. Dijo: Mucho después de volver a la vida civil, o como quiera llamarla, allá por los años sesenta, comencé a sentirme atormentado por mis recuerdos de guardián de los presos en 1945… La verdad es que ya antes vivía marcado por ellos, pero fue en los sesenta, cuando me di cuenta de que las historias que nos llevaron al campo eran falsas, de que la España nueva que nos anunciaron era una España rancia, de sotana y cristazo de la que con veinte años no fuimos conscientes pero que descubrimos al madurar, al tener noticia de la España que se había exiliado, al saber que todavía se fusilaba, fue en la época en que ejecutaron a Grimau… Eran recuerdos muy crueles, terribles, más terribles aún al tomar conciencia de que las penalidades que vivieron los presos no sirvieron para nada, que se prolongaron luego, cuando estuvieron libres… los que pudieron salir, claro… Pensé que mientras yo, y otros muchos jóvenes soldados, vivíamos dolorosamente, casi sin entenderla pese a nuestro idealismo, la condición de guardianes de cientos de hombres desvalidos, casi muertos en vida, había quienes se enriquecían con aquella miseria, quienes desde los pasillos ministeriales, o desde los despachos de las grandes empresas, hacían negocios, dictaban sentencias de muerte, ensuciaban la Historia, condenaban a una vida oscura, llena de carencias, y de silencios, a millones de hombres, de mujeres, de niños… Con estos libros, con su lectura, intento entender las aberraciones del comportamiento humano, el fondo de tanta perversión de la Historia, de tanta crueldad, arañar en un pasado que no puede ni debe volver.
El viejo no me miraba. Recuerdo que sacó un pañuelo,  inmaculado, del bolsillo del pantalón, se frotó, con pulso tembloroso, los ojos, se lo guardó, bebió un trago de café hasta apurar el contenido de la taza y se refugió en el silencio. Amelia se incorporó y se dirigió a la ventana. Se quedó mirando, de espaldas a nosotros, el paisaje exterior. Tampoco dijo nada. Yo puse voz a una de mis cavilaciones más recurrentes desde que leí el cuaderno. Dije: Aunque parezca mentira, lo más terrible de todo es que nada se sepa hoy de ese campo de concentración de Fresneda. Estaba casi al lado de la capital, dentro de lo que era la provincia de Madrid, a dos pasos del Monasterio de El Paular... ¿Cómo es posible?.
Braulio Fuentes se encogió de hombros e inclinó por dos veces la cabeza mientras en su boca se dibujaba un rictus en el que parecían convivir la resignación, la rabia, la impotencia, el arrepentimiento. Aclaró: Las montañas eran una muralla casi insalvable. No olvide que las carreteras de entonces eran pura cochambre, que estos pueblos vivían en la miseria, de espaldas a lo que ocurría en Madrid… Había inviernos en los que el valle se quedaba aislado durante semanas, no había luz y electricidad en casi ninguna casa, esto era como un agujero negro… Aunque en el No-Do, de vez en cuando, se hablara de las virtudes arquitectónicas de ese Monasterio, o en los libros de viajes se recrearan las rutas que, por esta zona, recorrió el Arcipreste de Hita, la realidad era bastante más jodida... Y la del destacamento, infinitamente peor."

Manuel Rico
Trenes en la niebla






El poeta delgado

Cuentan las crónicas que aquel poeta
de extrema delgadez y cabellos de nieve
jugaba al dominó.
En el bar de las siestas y las tardes de tiza,
con sus dedos exiguos cansados de palabras
tanteaba la urdimbre de los números simples.

Aquel poeta
fumaba con exceso y en el humo
empastaba la historia que nos fue arrebatada
y vivía en la niebla de tabaco y penumbra
la soledad helada del granito, el sueño
delgado de los que nunca sueñan,
la posesión herida del lenguaje.

Hoy lo recobro en este fotograma
de la memoria entusiasta y del deseo intacto:
mayo crepita de claridades rojas: es la Casa
de Campo y el poeta ha acudido
a respirar el sueño, a contemplarse
en el espejo aturdido del nosotros, tú lo ves
en el centro del corro, y él no canta
quizá porque en sus ojos
hoy no navega la canción sino un pabilo
de tristeza: acaso
se piense enfermo, envejecido, y tú lo ves
dolorosamente cano, delgado hasta lo infame,
la piel buscando el hueso
donde tiembla el abismo.

Pero sonríe. El poeta delgado
nos mira ausente y nos sonríe
con la mirada hueca —quién sabe qué palabras
ha advertido en el aire, o tal vez sólo sea
la borrosa luz del Guadarrama, un sueño
de purísimos ríos, de cumbres solitarias y ciervos desbocados
para curar su pecho
severamente roto, o quizá viejas iras
en nuestra voz más joven, tanto como esa fruta
que una mano le ofrece
entre enseñas que el tiempo declarará vencidas—
mientras la luz derrama
oros debilitados en los viejos pinares.

Oyes
su silencio de tierra. Escuchas
su latido de viento en sus ojos de tierra.
¿Por qué
ves tierra en sus ojos y no la crepitación
oscura de su voz de llama?

Recuerdas hoy
aquellos ojos duros, recuerdas
haber adivinado
un resplandor de ausencia en esos ojos duros, una
rara quietud y hoy sabes
que el poeta delgado
no te miraba, sus pupilas
no miraban a nadie,
traspasaban la luz y las banderas,
iban en pos del hueco y la ceniza, acaso
habían entrevisto el territorio
del musgo y del silencio, de las flores exangües,
de la muerte sola.

Manuel Rico


"Fue un largo páramo de incomunicación, un desierto de seis años que se desarrolló con endiablada rapidez. De ese tiempo, lleno de avatares y conmociones políticas, recuerdas muy poco de lo que fue tu vida privada. Era como si el retorno de las vacaciones y la vuelta al trabajo se extendieran sobre los años desplegando un inmenso otoño del que sólo despertarías aquel fatídico lunes de la primavera del setenta y seis. Te das cuenta de que el recuerdo no es uniforme, que se extiende en tu cerebro de modo irregular, que recupera con nitidez determinados momentos, mientras otros —incluso largos períodos de tiempo— se pierden sin remedio bajo una impresión de conjunto.
[...]
La frase ha salido de tus labios con un poso de duda. Tomas conciencia de ciertos cambios en el comportamiento de Elia a los que entonces no diste importancia, cambios a los que ella te enfrenta hoy con la valiosa lupa de su confesión y de sus revelaciones: recuerdas que disminuyó su asistencia a las reuniones. Y aunque para explicar sus ausencias utilizaba la excusa de que tenía que corregir exámenes, o preparar las clases, lo cierto es que en aquel período intensificó su dedicación a la pintura. Recuerdas ahora, y de manera borrosa, cómo la imagen del caballete con el cuadro a medio pintar que había presidido durante meses la zona del apartamento junto a la ventana, comenzó a mostrar, en aquellos días, bocetos, óleos distintos —que mirabas de paso a tu regreso a altas horas de la noche después de interminables reuniones—. También recuerdas sus visitas, algunas tardes, a ciertas exposiciones. Piensas que tal vez fueran indicios de una transformación de la que no te percataste y que, sin embargo ahora, al calor de su confesión, se confirma.
[...]
Tiempo fugitivo en el que tu memoria resbala. Seis años planos, en los que sólo destacan fragmentos de una realidad dura, casi inexplicable en su fugacidad: aquel diciembre del setenta y tres, Carrero Blanco por los aires y el proceso 1001 en los periódicos, cierre por una semana del local de la asociación, dormir fuera de casa hasta que el horizonte aclarara, dos caras de una moneda, miedo y euforia, y una conciencia clara de que el país entraba de manera irreversible en el tiempo de la libertad. La revista, en los años que ahora evocas, mantuvo un nivel de ventas sostenido. El cine club, tras el bache posterior al abandono de Rosa, cobró nuevos bríos con la incorporación de Jesús y el barrio se avivaba al calor del desperezamiento general del país."

Manuel Rico
Los filos de la noche





La decisión

No callarás ante el fulgor de piedra
de quien camina a tientas por la Historia
y nunca volará porque carece
del sustento del ala de los bien nacidos.

Sabes que la palabra, como una luz que aturde
al propietario del silencio, puede
tejer la salvación, guarecerlo de ruinas,
otorgarle la vida que no tuvo
o que soñó una tarde propensa a las quimeras:
el remanso sin fiebre que vive en la memoria
como un refugio de agua contra el frío y la muerte.

Una mañana de cielo encenizado y algo oscuro,
cuando todo invitaba a hacer maletas
y a perderse en la noche de todas las huidas,
contemplaste, de paso, sobre el aparador donde temblaba
todavía su infancia,
el ajado retrato de tu padre: su mirada al vacío
era la rendición de muchos años antes, era
trasunto de esa tierra de flores polvorientas y dedales
estrechos
donde siempre vivieron los que a fondo conocen
la herida y su fermento de voces silenciadas.

Tú buscaste el aroma de las flores podridas
que tu padre guardaba en el abril desvencijado
que fue su biblioteca. Y saliste de casa
hacia la turbia flor donde las multitudes. Y gritaste
con otros en un lugar de Argüelles, y conociste
las zonas industriales que, allende el Manzanares,
buscaban en el sur el fondo sin azogue
del espejo, probaste la sed nunca colmada, fuiste
el joven tempranamente adulto, el confuso poeta
de los amaneceres de escarcha y humareda
que aureolaban las fábricas de los viejos polígonos
(sitios sitiados cada noche por la niebla y el plomo,
apagados reductos de una historia
que nadie escribirá, lugares sin poema, de luz atribulada
y algo torpe, tal vez sucia de muertes muy antiguas
y siempre subalternas), fuiste
el gran contemplador del reverso del puente,
el muchacho que descubrió
ríos de podredumbre en el reverso
del puente.

Manuel Rico



"La juventud, es la historia pequeña de los días extraños, de esos días en que fuimos felices sin saberlo del todo.”

Manuel Rico Rego



Recuerdo con luna

“Fue el verano en que el hombre pisó por primera vez la luna.
Yo era muy joven entonces, pero no creía que hubiera futuro”.

                                                        Paul Auster


Hoy recuerdo la noche de verano del sesenta y nueve: afuera
la calima aquietaba la brisa y daba densidad
al tiempo en claroscuro en que habíamos crecido.
El hombre pisaba al fin la luna
y mi padre rondaba los cincuenta. 

Era el verano del amor a tientas y de la paz ficticia.
Apenas conocíamos el color de la tinta que hablaba en el abismo,
la espesura sin fronda de un mundo subterráneo,
de casi aparecidos.

Sí. Yo sé que entonces el mundo limitaba
con las cuatro fronteras de mi calle. Que el corazón tenía
su agujero en la casa de niebla de mi barrio,
que el padre aún respiraba el olor algo acre de todos los barnices
y que olía a madera, a colas y a amargura
su ropa al fin rendida en el sofá gastado de la noche
mientras Armstrong tanteaba la luna a paso lento. 

Yo sé que esta memoria de aquella noche de bochorno y ceniza
que a cerveza me sabe y a silencio,
es una puerta extraña. 

La he abierto hoy, de madrugada,
para encontrar al otro lado no la luz indecisa
de quien fuera, sin saberlo, adolescente,
sino un dolor sin forma, un lastre ambiguo,
el turbio fotograma de un tiempo desflecado. 

Sé que me fui. Que abandoné el salón
en el preciso instante en que el hombre pisaba al fin la luna.
Y que mi padre me miró de paso, y que en sus ojos
tembló un destello, acaso la certeza
de que otra luz llegaba
y no era suya. 

Y recuerdo, ¿por qué?, la noche en el jardín,
la palidez exhausta de la luna de julio,
el pliegue lateral donde apuntaban las primeras señales
de la huida, esa indigna presencia
que me plantó en la vida sin elección posible.

Manuel Rico




Tardes

Tardes de luz marchita, tardes ocres como el otoño
 y como el fuego, tardes como la niebla y como los bosques,
umbrías tardes de juventud, soñadas
o vividas, qué más da, cuando la claridad hacía
de la vida un sendero que ocultaba los fríos
y los desistimientos, que nos llevaba en volandas
a cumbres no previstas y a mundos improbables.

Manuel Rico


Vivir el mapa
de las dispersas geografías
de un mundo insuficiente. Afueras
de Madrid, tierra industrial y descampado,
inciertos recorridos de la vida joven:
de Atocha hasta Orcasitas el polvo florecía,
locales parroquiales, vidas
rotas o vidas improbables, campos
de fútbol desconchados allá donde las casas
retaban a la noche.
                                      En la cartera,
Blas de Otero o Eluard, la carcelaria música
de Carlos Álvarez o la luz insumisa
de Sandburg o de Masters, y eran
altas torretas de balcones bajos,
caminos hacia arroyos
por escoria cegados que hacían inservibles
las nuevas autopistas hacia nuevos infiernos
y decretos helados.
Vivir el mapa
de la ciudad con grietas de mis veinte años. 

Manuel Rico








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