A la niña limosnera

En sus manos vacías de muñecas,
tiesas y flacas, sin cariño alguno,
se mece la impúdica tristeza
de todo el desamor que grita al mundo.

Su rostro, que es pálido y marchito,
muestra el cansancio de una vida trunca,
y sus grandes ojos miran al espacio
sin conseguir respuesta a su pregunta.

Los transeúntes pasan y la miran,
tal vez tiran una moneda con desgano,
y al levantarse a recogerla presurosa
su triste boca una sonrisa esboza.

Las noches confidentes de sus cuitas,
saben del hambre, desamor y anhelos,
saben de la niña de ojos tristes
que le pregunta a Dios como es el cielo.

Martha Álvarez Pardiño


Cuando se fue el amor...

Salió el amor por la ventana abierta,
precursor de impredecible hastío,
y dos lágrimas asomaron a tus ojos
y se congelaron en tu rostro frío.

Tu alma de cristal tan fina y pura,
no pudo resistir tanta tristeza,
y se rompió en mil pedazos de blancura
que se clavaron cual corona en tu cabeza.

Pero el tiempo, que cura del amor las penas,
cubrió tu corazón con flores del olvido,
barrió tu llanto, desató cadenas,
y liberó tu alma de ese amor impío.

Y regresaron a tu jardín las mariposas
a beber de las hojas el rocío,
y en tu pecho rompió la primavera
y un nuevo amor entró por la ventana abierta.

Martha Álvarez Pardiño



Regalos para Isabella de su abuela cubana

Para que no me olvides, Isabella,
te traje un frasco con agua azul de Varadero,
los colores de una tarde en primavera,
un sombrero de guano y un pañuelo.

Un zunzún y dos tomeguines en jaula de oro,
un ramo de jazmines y blancas mariposas,
dos maracas, una rumba y un bolero,
una bella pulsera de nácar y coralina roja.

Te traje el alegre pregón del manicero,
la fresca brisa de la madrugada,
un verso de Martí, mis fotos viejas,
y un cofre con estrellas y luceros.

Para que no me olvides y sepas que te quiero,
te traje de mi isla la alegría,
el arco iris después del aguacero,
ajonjolí, melcocha y gaseñiga.

La luna me prestó hilos de plata,
un rayo de sol se desprendió del cielo,
la espuma del mar me regaló su velo,
y se tiñó para ti el cielo de escarlata.

Y todos sabían de la abuela y de Isabella,
en la preciosa isla de bellas caracolas.
Hubo un triste adiós y se izaron las velas,
se escondió el sol y salió volando una paloma.

Martha Álvarez Pardiño











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