“Con paciencia, Jorge fue desechando la tímida y superficial pincelada hasta el logro de empastes de color llenos de vitalidad.  Cada nuevo estudio cuidadosamente compuesto, lo hacia meditar profundamente en la armonía de color y en la textura del objeto.  En cierta ocasión pinto un cuadro que le valió nuestro cálido elogio.  Los alumnos mas destacados de los talleres vecinos venían a contemplar el trabajo que de manera tan feliz había realizado Jorge.  Tanta admiración motivó, que el cuadro fue robado por alguno de sus admiradores, puesto que una mañana, al iniciar el trabajo, el caballete estaba vacío y fueron inútiles las pesquisas encaminadas a recuperar el celebrado acierto pictórico.”

Francisco Díaz de León

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