"Cuando la religión se oficializa siempre se persigue al que, dentro de esa religión, se sale. Los dictadores, que tienen una suerte de admiración y temor por los poetas, son los primeros que los echan a la calle."

Miguel Arteche


Cuando se fue Magdalena

Cuando se fue Magdalena.
Cuando tan lejos se fue.

Nadie supo si llovía
la noche de su partida,
cuando se fue Magdalena,
cuando se fue.

Nadie vio si se alejaba
por el mar y la montaña.
Nunca se fue Magdalena,
nunca tan lejos se fue.

Nadie dijo si algún día
Magdalena volvería.
Nadie sabe. Yo lo sé
Nunca volvió Magdalena.
Yo, que estoy muerto, lo sé.

Miguel Arteche



El agua

A media noche desperté.
Toda la casa navegaba.
Era la lluvia con la lluvia
de la postrera madrugada.
Toda la casa era silencio,
y eran silencio las montañas
de aquella noche. No se oía
sino caer el agua.

Me vi despierto a medianoche
buscando a tientas la ventana;
pero en la casa y sobre el mundo
no había hermanos, madre, nada.

Y hacia el espacio oscuro y frío
y frío el barco caminaba
conmigo. ¿Quién movía
todas las velas solitarias?

Nadie me dijo que saliera.
Nadie me dijo que me entrara,
y adentro, adentro de mí mismo
me retiré: toda la casa.

Me vio en el tiempo que yo fui,
y en el seré la vi lejana,
y ya no pude reclinar
mi juventud sobre la almohada.

A medianoche busqué
mientras la casa navegaba.
Y sobre el mundo no se oyó
sino caer el agua.

Miguel Arteche



"¿Eras tú, fuiste tú esa pequeña llama
que por mi espalda sentía silenciosa?"

Miguel Arteche


Este es el fin del Cristo abandonado

Este es el fin del Cristo abandonado,
el fin de la lanzada, el clavo y el vinagre,
el nunca más de la Resurrección,
el siempre de la muerte en el Sepulcro,
el fin del pan que multiplica
la sangre, el fin del buen ladrón y Magdalena,
el fin del hombre Lázaro sin muerte.
Este es el fin del traidor en Judas,
del cobarde en tu Juan,
el fin de la ramera perdonada,
la huida en Mercader y a latigazos,
el balbucear del rico que entra al cielo
cada cien mil años, y el sisear del pobre
descoyuntado a huesos por el rico.

Esta es la fuga a noches en el asno,
el apagarse de la estrella,
el reventar de los belenes, el estallido
de la pregunta que no dice
José de Arimatea.
                                       Este es el fin
del centurión y de los lirios
del campo (mirad los lirios del campo, y Salomón
con toda su gloria
no pudo alimentarte).
                                             Este es el fin: buscadme ahora,
decidme ahora que no sea
el fin de la Palabra
(en el principio de la Palabra, en el principio
las Tinieblas que jamás
se van), y el Río que a los mares
se va, según el Cristo, y el Cristo no regresa:
se va, se fue: lo dejo escrito
a ver si no es el fin, a ver si en esta noche
Tú no me has abandonado.

Miguel Arteche
De "Para un tiempo tan breve" 



La dama sola

Qué tiempo aquel dorado de mi Dama la sola,
cuántas olas oscuras viniéronla a abrazar:
en qué secretas cámaras vi su cuerpo desnudo,
y en su cuerpo la noche que a veces tiene el mar.

Qué playas de este mundo, qué soles cuando siento
que muy sola mi Dama me convida a beber
su vino del pasado, y el vino en mi garganta
me hacen joven de nuevo con otro amanecer.

Qué lluvia hay en las sienes de mi Dama la sola.
Me levanto y le digo: cuánto frío hay aquí.
Y en el fondo del vino miro volar un pájaro
negro, y está nevando, y deseo partir.

Y la Dama me sigue: qué insistente es mi Dama:
cuánta niebla en sus manos, cómo sus ojos son
países desolados por el hambre y la luna
y las redes bermejas que le lanza el terror.

Cuánta nieve de antaño me ha traído mi Dama.
Cómo sus ojos brillan si la trato de tú.
Y siento que envejezco cuando me da una rosa,
la rosa que cortara allá en mi juventud.

Miguel Arteche



La encantada

La encantada, la ofendida,
la trocada y trastocada,
la que a mí me mudaron
como árbol sin hojas,
como sombra sin cuerpo.
Dios sabe si es fantástica o no es fantástica,
si en el Mundo se encuentra o no se encuentra.
La que veo y se esconde,
la que los niños siempre miran,
la que jamás verán los Mercaderes,
la que aparece
y desaparece.
La que conmigo muere
y me desmuere.
La visible,
la invisible
Dulcinea.

Miguel Arteche



Lágrimas que dejé tras la montaña...

Lágrimas que dejé tras la montaña.
Ojos que no veré sino en la muerte.
A través del adiós, ¿quién me acompaña
si mis ojos que ven no pueden verte?
Lágrimas y ojos que estarán mañana
tan atrás del ayer.
Aquí, donde no se abre la ventana:
aquí la tierra mana
lágrimas y ojos que no te han de ver.

Miguel Arteche


"Los poetas escriben en una lengua, no en una nacionalidad. Podría hablarse, por último, de "poesía en lengua española". Cuando a un poeta lo traducen, el poema mismo queda convertido en una radiografía."

Miguel Arteche



Los que resplandecen en la noche

Están aquí en la noche
más jóvenes que nunca, albores de sus venas,
fulgores de sus ojos inviolados:
llamas que arden sin arder, pies y manos
sellados por el óleo:
esplendores que giran sin moverse
con el sol nocturno que corona sus cabezas:
interminables cuerpos
de fuego que se extingue y no se extingue;
transparentes de ser cuerpos
que nos tocan:
bocas gloriosas que desprenden estrellas:
están en todas partes y no están en todas partes,
y están sin espacio,
sin espacio sin espacio sin espacio
de nunca estar estando: ágiles
como todo el relámpago: purísimos
de ser siempre nuestra compañía: tiernos
cuando nos tocan en el sueño,
cuando nos besan y decimos que es la brisa.

Están aquí para que los miremos sin mirarlos,
los únicos que nos borran la tristeza de estar vivos,
los únicos que nos dicen que a la Casa no hemos regresado.
Están aquí más jóvenes que nunca
en sus radiantes cuerpos,
en sus perfectos cuerpos esta noche,
vestidos por el agua y por el fuego,
más jóvenes que siempre en la sustancia de la luz,
los Resplandecientes.

 Miguel Arteche



No hay tiempo si en el agua de diamante...

No hay tiempo si en el agua de diamante
que roza nuestros cuerpos
tú y yo nos sumergimos : el agua tuya con el agua mía
de tu boca , y apenas el hundir
de los secretos labios en el mar.
Sólo tu piel abierta
como la abierta noche de la noche
donde tus muslos amanecen.
Y el silencio en los olivos.

Miguel Arteche



Soliloquio de la enamorada de la noche

Pero ayer no fue tu tiempo. Tu tiempo comenzaba
detrás de la oscuridad, en las doradas
tumbas de algún otoño. Porque tu tiempo
no es el de ayer, ni siquiera será el que me arranques
el día de la mirada. Pasé yo junto a ti,
y te miraba. Y era el tiempo sobre los sellos del amor.

Las calles en que no estás se han tornado vacías:
la alegría furiosa estalla en el pavimento:
brotan las extrañas flores de los rostros
recibiendo la luz gloriosa: y en la tarde
la juventud es inmortal bajo la cólera de la vieja primavera.
Y tiemblo al recordarte: escucho siempre tus palabras:
temblaba cuando abandonaste tu mano sobre mi vientre,
porque me sentía herida: y eran tus palabras
las que me penetraban. Y era el óleo primero del amor.

Ay: el tiempo y las tinieblas del amor están perdidos,
y no tengo raíz que me haga renacer,
y no puedo despedirme entre estas cuatro paredes muertas.
Ay: el tiempo del amor derrotado, el minuto del viento que pregunta
fluyen en mí, manan de mi cuerpo como los ríos claustrales de la  ausencia,
y estoy despierta en la noche mientras el cielo arde desde que amanece
y la gloria de abril se escucha afuera.

Todo era hermoso entonces. Estabas
siempre partiendo de ti mismo. Y yo partía
de ti para encontrarme. Si te inclinabas
el agua del amor me borraba los ojos. Si te inclinabas
era como si tu vientre se uniera con el mío dentro del vientre de tu madre,
y yo no hacía sino quemarme interminablemente,
y mirando todo el mundo pasar ante mis ojos, tú entrabas
                                                   en mi muerte, mudo, y la penetrabas,
cuando descendías sobre mi cuerpo, y cuando mi cuerpo era
 tu  agricultura sedienta.

¿Es él el que regresa preguntando cuánto ha durado el tiempo y cuántos siglos espero?
Yace en otro país y otro tiempo late para él, otro tiempo distinto del mío:
duerme mientras yo camino y converso con otras personas:
y yo no puedo estar en ninguna de esas cosas,
y no es él el que vuelve sino la lluvia que amenaza a la capital desde el norte
y los millones de miradas estremecidas por el repentino otoño que ha llegado.    
¿Quién llama, amor mío, desde las torres de los edificios altivos?
¿Eres tú el que pregunta en el silencio de la noche?
Los pasos se alejan por la calle y los muros envejecidos:
y no eres tú el que regresa,
porque sólo se tienden sobre mi rostro todas las insignias del amor derrotado
y nada queda en mi corazón sino los ecos que repiten largamente
las campanas de la oscuridad.

 Miguel Arteche



Tierra ausente, no has de volver jamás

Por eso, cuando el vientre sinuoso del alcohol te rodea;
cuando las luces de las calles resbalan por tus ojos
como extrañas bocas planetarias;
cuando -con los puños ardientes-
preguntas por el pasado que escupe tus entrañas,
tú escuchas, bajo el eterno
y solitario corazón de la noche,
el respirar, la angustia, las historias anónimas
de millares de cuerpos ya desvanecidos
bajo embelesos negros, y el incansable
sueño del tiempo que hunde sus cinturas heladas.

Miguel Arteche











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