“¡Demos vuelta, muchachos míos y acabémosla ya!”, grité, pues me di cuenta de que su espíritu estaba finalmente domado. Pero la lanza y la laya ya no eran necesarias. El trabajo estaba hecho. El animal agónico luchaba en medio de un torbellino de espuma sanguinolenta y el océano en torno nuestro comenzó a teñirse de carmesí . ¡Todos a popa!
grité, mientras el animal comenzó a correr impetuosamente en círculos golpeando el agua alteradamente con su cabeza y su cola y hundiendo los dientes ferozmente y con gran estrépito en sus alvéolos en medio de los fuertes espasmos de la disolución. “¡Todos a popa o estaremos fritos!”
Mientras daba esta orden comenzó a saltar un grueso chorro de sangre negra y coagulada de la bestia moribunda, cayendo como una ducha en su derredor y rociándonos o, más bien, empapándonos, con una llovizna de sangre.
“¡Ahí está la señal!”, exclamé; “vean, gruesa como el alquitrán! ¡A popa! ¡Todas las
almas a popa! ¡Ya se va aturdiendo!.
Y el monstruo lanzó su enorme cola al aire bajo la convulsiva influencia de su paroxismo final y, enseguida y por espacio de un minuto, fustigó las aguas a ambos costados con golpes rápidos y poderosos, cuyo sonido evocaba aquel de las descargas rápidas de la artillería. Luego se recostó lenta y pesadamente sobre un costado y quedó flotando como una masa muerta en el mar que por tanto tiempo había surcado como conquistador.
“¡Al fin se acabó!”, grité con lo más potente de mi voz. “¡Hurra, hurra, hurra!”. Y
arrancándome la gorra la lancé hacia arriba, donde quedó dando círculos, cuando al mismo tiempo saltaba de banco en banco como un hombre enloquecido.

Jeremiah N. Reynolds también conocido como JN Reynolds
Mocha Dick

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