"Cuando me vi solo, eché á andar sin conciencia de mi acción, ni más ni menos que si hubiese dejado á Luz la voluntad en prenda dé que volvería; pero las piernas, que como tú sabes, tienen instinto, me guiaron á casa, me subieron á mi cuarto, y allí se relevaron de mi peso, dejándome sentado donde suelo hacerlo.
Tengo yo tan troquelada una butaca, que cuando la uso, encajo de molde como moneda en su cuño. Desde esta butaca he pensado mucho, y pensando, se me han caído de la mano muchos libros y muchos cigarros.
Yo pienso más que leo; y fumo y leo para pensar, y dejo de leer y de fumar pensando.
Indudablemente estoy enfermo: es mi cerebro una rueda dentada en incesante movimiento, que coge una idea para darle vueltas, y de la generación de la idea fundamental saca y engrana otra; y de esta deduce otra, y luego otras tras otras, y después más; y así va engranando las ideas de las ideas, de abstracción en abstracción, hacia lo vago, lo indefinible, lo impenetrable al hombre; hasta que el dolor me llama á la vida física, y hallo que el dolor es bálsamo que acude, socorre y alivia al espíritu. El espíritu postrado se reclina entonces entre las mónadas… allá en la niebla de las ideas en germen; la razón le dice que duerma; pero la imaginación le hace gestos á un mismo tiempo feos y hermosos, siempre horribles, y la memoria le dice disparates ridículos con voces exóticas."

Antonio Ros de Olano
El doctor Lañuela

El hombre ante Dios

Altiva voluntad y tedio inerte;
inextinguible sed junto al disgusto;
desprecio de la vida y fiero susto
sólo al pensar en la terrible muerte:
 
 La obstinación en oprimir al fuerte,
la terquedad en deprimir al justo,
la eterna ingratitud de ceño adusto,
con quien benigno procuró mi suerte...
 
¡Así soy! ¡así soy! Porque en mi alma
algo devorador hay que destroza
el bien que nace del afán que espira...
 
¡Quiero morir, o que me des la calma!
¡Que cuando lloro el corazón se goza,
y cuando río el corazón suspira!

Antonio José Teodoro Ros de Olano y Perpiñá



En la soledad

I
                  
          ¡Santa Naturaleza!... yo que un día,
prefiriendo mi daño a mi ventura,
dejé estos campos de feraz verdura
por la ciudad donde el placer hastía.
 
   Vuelvo a ti arrepentido, amada mía,
como quien de los brazos de la impura
vil publicana se desprende y jura
seguir el bien por la desierta vía.
 
   ¿Qué vale cuanto adorna y finge el arte,
si árboles, flores, pájaros y fuentes
en ti la eterna juventud reparte,
 
   Y son tus pechos los alzados montes,
tu perfumado aliento los ambientes,
y tus ojos los anchos horizontes?

II
             
           Más precio en este valle y pobre aldea,
términos de mi vida peregrina,
despertar cuando el aura matutina
las copas de los árboles menea;
 
   y, al volver de mi rústica tarea,
hora, en la tarde, cuando el sol declina,
mirar desde esta fuente cristalina
el humo de mi humilde chimenea,
 
   que en la rodante máquina lanzado
cruzar como centella por los montes;
pasar como relámpago el poblado;
 
   robar, en fin, al péndulo un segundo,
y, en pos de los finitos horizontes,
sentir la nada al abarcar el mundo.

III

           Hay junto a la ventana de mi estancia
un laurel de la sombra protegido,
en donde guarda un ruiseñor su nido
apenas de mi mano a la distancia:
 
   y entre el verde follaje y la fragancia,
celoso, ufano, amante, requerido,
dice su amor con lánguido quejido
y dulce y elevada consonancia.
 
   Las horas de la noche una tras una
en sigilosa hilera, huyendo el día,
siguen el curso a la encantada luna...
 
   Y en esta soledad el alma mía
goza, sin envidiar cosa ninguna,
de su quieta y feliz melancolía.

IV

           ¿Qué fueron al gran Carlos sus hazañas
en la celda de Yuste recogido?
Él quiso relegarlas al olvido,
y ellas emponzoñaban sus entrañas.
 
   Suele el que nace humilde en las cabañas
dejar su techo y olvidar su ejido,
por el lucro del mar embravecido,
por el sangriento lauro en las campañas.
 
   Mas al recto varón que honró su historia,
sin codiciar fortuna envilecida,
ni envidiar de los Césares la gloria,
 
   un apartado albergue le convida
a esperar sin tormento en la memoria
la breve muerte de su larga vida.

V

            Lamentos de hembra y lloros de nacido;
duelos de viuda y quejas de casados;
de la vejez y el hambre los cuidados,
que cesan cuando espira el afligido...
 
   ¡Nacer!... ¡Vivir!... ¡Morir!... Después ¡olvido!...
¡Los siglos son sepulcros numerados
de seres mil y mil tan olvidados
cual si no hubiesen en el mundo sido!
 
   Y el corazón es péndulo que advierte,
con vaivén de dolor, que a la existencia
sólo enjuga las lágrimas la muerte...
 
   ¿A dónde, pues, con bárbara violencia,
río de la vida, corres a perderte,
si no es tu mar la Santa Providencia?

Antonio Ros de Olano


En la tribulación

  Antes que fuese el Tiempo en la medida,
era la Eternidad en el vacío;
y Tú en la Eternidad eras, Dios mío,
ser increpado, Verbo de la vida.

   «¡Sea!» dijiste; y fue de Ti nacida
la Creación cual desatado río;
que, a tanta potestad de tu albedrío,
nació la muerte a la existencia unida.

   Ahora dime, Señor (para que sienta
fecundo mi pesar, y espere en calma
a que se rompa la fatal concordia),

   Si este algo del no ser que me atormenta
es mi esencia inmortal, ¡el yo del alma!
Que ha de encontrar en Ti misericordia.

Antonio Ros de Olano



Recordando el entierro de Espronceda

¡Cayó sin dar un ¡ay! en la primera
y última desventura de su vida!...
¡Ya no asusta el cometa sin medida
que se apagó en mitad de la carrera!
Y este llanto que moja mi severa,
rugosa faz en la vejez sumida,
es ya la última lágrima exprimida
de una fuente de amor que amor no espera.
Poeta del pesar!... De la clemente
tumba que de los vivos te separa,
rompe la losa con tu férrea mano...
Canta el himno a la muerte que inspirara
a tu virtud el infortunio humano,
y escupe al vulgo hipócrita en la cara.

Antonio Ros de Olano


 Yo, para sacudir la pesadumbre
que el corazón del bueno despedaza,
trepé a caballo a la escarpada cumbre,
o a pie en el monte fatigué la caza.
Vi nacer, vi morir del sol la lumbre,
solo en la soledad..., mas hoy rechaza
mi edad cansada fustigar caballos,
y para cazador me sobran callos.

Antonio Ros de Olano













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