En el cementerio

–¿Para quién, sepulturero,
estás cavando la huesa
bajo del sauce sombrío?
–¿ Para quién ?... ¡Para el que venga!...
–¡Tú, camarero de muertos,
trasegador de osamentas,
no conoces a tu huésped
y le preparas vivienda,
corno esposo enamorado
que aguarda a su compañera!
Tu previsión espantosa
ni te engaña ni te aterra,
porque vives con la Muerte
y la Muerte te sustenta.
Los pliegues de tu semblante
a las miradas revelan
del sueño de los sepulcros
las pavorosas leyendas.
Ese polvo que en tus manos
deja la ruda faena,
ese polvo que sacudes
con glacial indiferencia,
formó tal vez de una hermosa
la codiciada belleza.
Tú conoces los gusanos
que en el corazón se ceban,
y los que brota el cerebro
o en los ojos se aposentan.
¡Qué oficio el tuyo, qué oficio
el que a despreciar enseña
las tristezas de la vida,
las terrenales grandezas!...
Prosigue, sepulturero,
tu inacabable tarea,
mientras la Muerte descoge
sus estandartes de guerra.
Si por ley inexorable
ha de llegar el que esperas,
prepárale cuidadoso
la morada postrimera.
Muy pronto, porque en el alma
llevo ya la herida abierta,
depositarás mi cuerpo
en el seno de la tierra,
como infecunda semilla
que inútilmente se siembra;
entonces, sepulturero,
¡que la piedad no consienta
ni una inscripción en la losa,
ni una planta que florezca,
para que sólo el Olvido
descanse sobre mi huesa!

Miguel Medina Delgado










No hay comentarios: