"Estaba poco acostumbrado (Demóstenes) al tumulto de las asambleas, y poco ejercitado en la oratoria, así que en su primer discurso público se turbó y fue aplastado por las risotadas que despertó. Además contaba con inconvenientes naturales: tenía un pecho débil que no le permitía pronunciar frases largas porque se ahogaba; no articulaba bien la primera letra de su arte: la «r» de Retórica; y poseía el hábito vicioso de ir levantando un hombro, de manera que se ponía en ridículo ante la multitud maliciosa que siempre se burla de los defectos. Pero Demóstenes se propuso vencer todos esos obstáculos. Empezó por fortificar su pecho con largas marchas; soltó las trabas de su lengua metiéndose piedrecillas en la boca y esforzándose por pronunciar claramente con ellas dentro; para dominar el tic de su hombro, practicaba delante de un espejo con una espada colgando junto a su cabeza de manera que cuando daba un respingo sentía una punzada dolorosa que le hacía dominarse. Para no distraerse de sus estudios y trabajos, se hizo construir una pieza subterránea y se encerró en ella. Se rasuró la mitad de la cabeza y de la barba para que la vergüenza le obligase a mantenerse allí enclaustrado y no salir a la calle. Y un célebre comediante —su amigo Satyrus— le dio lecciones de declamación, de oratoria y de pronunciación. Y así, con estos trabajos y continuados esfuerzos, no solo llegó a corregir sus defectos, sino que se convirtió en el orador más perfecto de Grecia."

Bellin de Ballu
Tomado del, libro de Ángela Valley, El arte de amar la vida, página 30

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