A grandes voces

Por sobre los escombros llegados a las puertas del insomnio:
veinte, treinta años doblado
en las esquinas del viento,
susurrante de palabras dormidas:
pan, hambre, a las puertas del insomnio.
Tierra, qué fríos tus senos de ciudad.
Hermano, una limosna, por favor—.
A la una, dos de la mañana, se apaga el run-run de los talleres.
A las dos, tres, se prende de humo, de calor
el cielo azul de las panaderías.
El árbol de sangre muge destazado en los mataderos del alba.
A las cuatro, cinco,
se alivian las calles del orín de los borrachos.

Silencio.
A las siete, ocho,
el run-run, gracias, patrón, por el trabajo,
en los talleres.
-Una limosna, por favor,
una limosna…-

Jaime Augusto Shelley


Anacusia

Escribía sobre el amor,
¡Como si no tuviera otras que decir,
más importantes!
Sobre cosas que pasan,
sobre miasmas de siempre,
acerca de pólipos y amibas, y eso
-sobre el amor-.
Caía sobre de ello,
sobre de ellas tres,
hembras de mi alquimia.
Escribía sobre ti, yo mismo y otra.
Escribía sobre de ésa
permanente en la tierra,
y ésta, la acullá,
misántropa de seno en seno que me anida.
O sea que arrebujado, adjetival,
casi amante, increpaba contra todas las madres.

Y nadie, en realidad. Ni aquélla,
llena de bríos por la tarde.
Estoy de madrugada,
mar que abate huesos tibios
y arde la ciudad de antropofagia,
quema su habano de ira dominguera,
su mezcal de balaustradas, cuando
teñida y desbordada
silueta de mi hambre,
doblo la esquina ambigua de mi lecho.
Porque abrasaba y el sol gemía
con lentitud de un tampax atrapado
en el clamor del sueño.
Un cactus casi diurno henchía mi lecho
pero volví, perdóname,
y hablé para quien se dirige a una nube
o a un perro, es decir,
triple a mí, amurallado
en momentos de intensa pesadumbre.

Mis uñas iban y venían
comidas por la lepra de las obligaciones
invocando a la madre de Stalin y a sus sucesoras,
gallinas de los huevos de oro,
ásperas hembras sordomudas,
solemnes y férreas, nunca acogedoras,
cuando ese hombre, lleno de pelos
y mirada sombría, se metió en mi casa.

No esperaba ser correspondido, y sin embargo,
colérico de toda su ternura,
arrastró un piano (no vamos a caber, pensé yo),
sacó un violín y un chelo,
oye, aguarda, Ludwig -le dije-, déjame despellejar este instante.
Sus manos se impacientaban
esquirladas por algo de la rigidez de siempre,
pero quiso sonreír.
-Ibas a hablarme del amor- tornó,
cuando yo clamaba, figúrense nomás, por la madre de Gorki.
Él se movía por la casa, redentor de tránsitos,
espiando las primeras fotos de mi argucia,
erizado padre que quisiera debatir su sueño conmigo.
Libró un acorde o dos, apenas audible, sobre las teclas:
-son unas putas, todas- murmuró;
-cuánto debes amar- dije para conciliar.
Y ya no respondió porque juntos escuchábamos
(esa dificultad para empezar)
el roce de la luz contra su cuerpo.
-No te conozco- pensé, tocándola.
Ella sonrió, bellísima, quitándose el suéter, agitando crines,
con un salto feliz hacia la cama.
Besé con impaciencia sus labios, la desnudé:
era, como todos los días, mi mujer.

Jaime Augusto Shelley





Falta una palabra

Falta, en el desorden,
una palabra.

Falta una voz, y otra, y otra más,
en el valle de la muerte,
en la estación de los sofocos
rezumados por el fuego y la sombra.

Una palabra que no brote de atarjeas,
sino silencio que habla, vibrante.

Silencio sonoro que toque cuerpos
con su luz.
Que despeje el hedor de los escombros
y devuelva al valle su fuerza y su alegría,
sin ultrajes.

Falta una palabra.
Y falta una voz, y otra, y muchas más.

Jaime Augusto Shelley


I

Señora, acudo al papel
y a la tinta,
en tiempos en los que hablar
es manchar de saliva
el orden confuso de las cosas.

*

Escribo confiado a la integridad
de mis versos
y a la certeza de que el tiempo
abrumará de semejanzas
aquello que ha de ser verdad.

*

Escribo para ti
porque es como escribir para nadie,
que sigues siendo tú, y otros.
Me dirijo a ti
porque mi poesía no te toca
y es como si me obligara
a hablar  más fuerte que a un sordo,
con más claridad que a un niño.

*

Pero escribo para mí
porque estoy solo, como muerto a veces,
atrapado en los papeles que otros han dejado
después de enmudecer, por hambre, en las prisiones,
las trincheras,
o el feroz manicomio de una mina.

Jaime Augusto Shelley



Patria amaneciendo

De la semana escoge
algo
venido de lunes
con vaciedad atropellada.

Di que esa mañana
saliste a la calle buscando decir,
dejar de lado,
estallar con todos,
cargado de eso que fue y nunca acaba.

Martes lumínico,
crecido dentro,
vida de otros, ahora tuya.

Al salir,
imagina que no es martes,
ni México,
sino despertar
frente a escaparates,
descalzo, con las uñas rotas,
porque sí.

Miércoles que te toma un instante largo,
húmedo en la boca,
con luna que quiere ser clara
cuando lo demás es oscuro.

Jueves ya de amanecida
que empieza a vivir
su día de muertos
con un cuchillo.

Qué viernes nada,
qué viernes solo,
justo en el momento en que algo inicia:
multitud amanece indescriptible;
no de sí, no de nadie,
repetición frenética que alcanza paroxismo.
Silencio de luz incandesciendo,
vulva ensangrentada
que el corro no deja distinguir
porque hay baile
hoy sábado, de quién no.

Hablan a gritos necesidades con sofoco,
volantería de visceras
saltan la madeja crepuscular.

Múltiple domingo de semana acariciada
con ese sólo fin,
con ese sólo fin.

Quieren del yo
solamente y nada más,
sensación.
Quieren abandono.
Decir sí al no.
Volver de lejos.
Quieren espejo.
Distancia de espejo:
que hablen los muertos.

Que se masturbe magistralmente el pasado,
que el lunes advenga
como si no, igual al viernes.

Justo instante que comienza
con un chillido,
que parte de tu desprender el yo;
amanece y anochece.
Ruidoso silencio milenario.

Así es México.
Y nadie podrá decir nunca
cuándo ni cómo;
no podrá decir: mío.
Como un enjambre adhiere,
haz de viento y carcajada,
soplo que ondula el lago,
brillo imaginado,
centella cegadora;
todo para imaginar: Aztlán.
Nada existe sobre sus aguas.

Porque sus aguas no existen.

Quien cierre el puño
aprehenderá sólo cenizas.

Un sonido distante que embarcado llama.

Quien crea volveráse incrédulo
y quien material haráse humo,
invocación de dioses.

Nada de lo que es, será.
Otros reinarán y serán decapitados.

Pero no vencerán.
No vencerán,
porque nada es posible, aquí.

Cuanto es borroso es claro.
Cuanto es umbrío resplandece.

Quinientos años aprendiendo a morir.
Hay que empezar a vivir, matando.

Despierta esa mañana,
sin cólera,
pensando que hoy
no es día de muertos
sino de vivos múltiples,
eminentemente dispuestos a la vida.

Voz del día, sin semana o mes.
Tiempo hecho para vencer el sueño,
su peso mortal de viejo calendario.

Octubre ya no es octubre.

Noviembre ya no es el mes de los muertos.

Pronto, diciembre sólo será
un cambio de estación.

Porque habrá llegado la primavera.

Jaime Augusto Shelley




Patria traicionada

Hilo tan delgado casi siempre se rompe.


Suelo tan ligero cualquier sobresalto devora.


Costra seca que sin desear anda desnuda.


Ombligo roto y vuelto a pegar.


Agua que nunca se detuvo.


Entrañable amor que es pesadumbre:


Miedo si se está despierto.


Fiebre en primavera, cuando empiezan a caer las hojas.


Contraloquesea, a mandobles y suspiros,
entre siemprevivas y secas bocanadas,
estertor entequilado cuando sale el sol
y una densa nube cubre el cielo de relámpagos viejos.
Nunca niños tanto, con rictus de dolor,
habrían visto
pisando tierra propia, ajena.

Aire que adelgaza, se hace humo.

Sueño que regresa a su viscera.

Luz y nada. Ojo para mucha muerte.
Palpito que aflora comiendo gusanos vesperales.
Casa propia, hogar de nadie.

Jaime Augusto Shelley


Precio de sombra

Para Leroi Jones

Puedo callar cuando ustedes gusten.
Cerrar el libro
y apagar la luz
son, ambas,
fogatas de una misma sombra.

*

Pero si no,
pero si lo variable y pignorado
cunde con sus dedos verídicos,
volvamos al siento de ajuste,
a la existencia normal
hecha de probable vida útil
y pasivos diversos;
echemos a flotar, estatuario
también, lo despreciable.

*

Unas páginas más
y el estado de pérdidas,
intangible,
ha de cobrar cuerpo social.

*

Seremos ajenos, pero líquidos,
brutalmente constantes en el terror
con que nos marca
el precio de esta sombra.

Jaime Augusto Shelley



Sombras

Después de los cuerpos van las sombras
Átomos dispersos que se encajan
en los pisos las paredes
que estallan en los bordes dilatándose
vuelven y se quedan en el mediodía
Van las sombras como cuerpos
Los cuerpos como viento

Jaime Augusto Shelley


Tiendo la mano ahora

Para Mario Orozco Rivera

Tiendo la mano ahora,
no la azoto, no la empuño,
no la doblo,
tiendo la mano ahora que estoy.

***

Si te digo que voy en calma,
miento.
Todavía abogo por las uñas y las ansias,
rojos los nudillos, todavía no miento.

*

Si te digo arado
cuento los surcos entre dedo y dedo.
Y hay un fruto,
y habrá más frutos.
Porque la tierra es verde hasta lo inmenso
y da hongos amargos, como también
dulce olivo.

*

Si es que miro en su inclinarse
cómo crecen las bayas y los lirios
y las verdes estrías de los algodonales.
¡Cómo se descarga el aire en contralisios!

*

Así mi corazón, de fijo,
en contradanza, quieto,
entra al sorteo:
los rostros de noviembre,
su calor y su textura…

*
Tiendo la mano ahora, que estoy. 

Jaime Augusto Shelley


Y ahora, qué

Antes lo creí
pero ya no.
El amor no es asunto de dos
ni de tres;
esto nos concierne a todos.

Si beso tus labios,
si nos decimos, adiós,
mi vida,
habrá siempre
una voz arremetida, a empeñones
un grito como trueno,
un lamento, que diga
que no.

Toma tiempo, lo sé;
a distancia,
respira como un pensamiento
a solas;
Pero vendrá,
se necesita mucho
para aprender, de nuevo,
que el amor,
darse los buenos días,
decir te quiero,
no es un asunto de dos,
ni de tres,
Eso nos concierne a todos.

Jaime Augusto Shelley



No hay comentarios: