A una fuente

Lloras, oh, solitario, y solamente
tu llanto te acompaña, que, lloroso,
el eco usurpa deste valle umbroso
y triste oficio desta dulce fuente.

¡Ay, cómo en escucharte alivio siente
mi pecho, en sus diluvios caudaloso!
A no ser natural tu son quejoso,
mereciera una ausencia tu corriente.

Lloremos juntos, pues, y dure tanto
que al brío desta fuente presurosa
le dilate sus términos el llanto.

Mas vencerá mi ausencia querellosa,
pues de una ausente ingrata el dulce encanto
es causa a más efectos poderosa.

Luis Carrillo y Sotomayor



Alto estoy, tanto que me niega el velo

Alto estoy, tanto que me niega el velo
pardo el suelo a mis ojos, por airado,
en mirar que por nubes le he trocado
o porque niega, en fin, humano cielo.

Águila en vista fui, águila en vuelo,
mas como ajena salas he volado
temo me falten: miro que han parado
en ejemplos, mis émulos, del suelo.

Desprecio, altivos, dieron a su suerte,
al tiempo, a la fortuna: si han caído,
sus manos dieron puertas al mal suyo.

Conozco mi verdad, merezco acierte.
¡Desdicha, si me humillas, habrá sido
no por mi mal o culpa: por ser tuyo!

Luis Carrillo y Sotomayor


Despídese de su musa amor

Ya no compuesto hablar, ya no que aspire
a laurel docto o a sagrada musa;
mándalo, ¡oh Musa!, Amor, que en mí rehúsa
menos que el pecho su rigor suspire.
Ya va fuera de mí verso que admire
en pulido decir; mi llama excusa,
¡oh, sagrados despojos de Medusa!
que en vuestras aguas este ardor respire.
Otro alentad en el licor dichoso,
que ya, ausente de voz, al mal presente,
desata el pecho un río caudaloso.
Adiós, pues trueca Amor por vuestra fuente,
(mirad cual cantaré) de mi lloroso
pecho, en su ausencia larga, la corriente.

Luis Carrillo y Sotomayor


Escuadrones de estrellas temerosas

Escuadrones de estrellas temerosas
desamparan el cielo, de corridas
en ver que solo no han de ser vencidas
del sol, cual antes, o de frescas rosas.

Ya las ligeras horas presurosas
oro crecen al carro, y encendidas
perlas les da el Oriente más subidas
por afrentar a las de Celia hermosas.

Cual a su dueño el prado lisonjera
vitoria ofrece y esperanzas vanas
en su color y en el laurel que cría.

Salió mi bello Oriente a sus ventanas:
parose el sol vencido en su carrera,
y fue más largo por mi Celia el día.

Luis Carrillo y Sotomayor



Lloras, oh solitario, y solamente

Lloras, oh solitario, y solamente
tu llanto te acompaña, que, lloroso,
el eco usurpa deste valle umbroso
y triste oficio desta dulce fuente.

¡Ay cómo en escucharte alivio siente
mi pecho, en sus diluvios caudaloso!
A no ser natural tu son quejoso,
mereciera una ausencia tu corriente.

Lloremos juntos, pues, y dure tanto
que al brío desta fuente presurosa
le dilate sus términos el llanto.

Mas vencerá mi ausencia querellosa,
pues de una ausente ingrata el dulce encanto
es causa a más efectos poderosa.

Luis Carrillo y Sotomayor


Remataba en los cielos su belleza

Remataba en los cielos su belleza,
alivio, un alto chopo, a un verde prado,
amante de una vid y de ella amado,
que amor halló aposento en su dureza.

Soberbia, exenta, altiva su cabeza
era lengua de Céfiro enojado;
del verde campo rey, pues coronado
daba leyes de amor en su corteza.

Le robó su corona, airado, el viento;
sintió tanto su mal, que fue tornada
en verde oscura su esperanza verde.

Yo, sin los lazos de mi Celia amada,
¿qué mucho a mal me traiga un pensamiento,
si un árbol me dio Amor que me lo acuerde?

Luis Carrillo y Sotomayor


Romances

1

Ya con la salud de Celia,
viendo sus ojos divinos,
cielos los montes parecen,
y los valles paraísos.

Ya, al alba llena de flores,
perlas le daba el rocío,
la luna plata a la noche,
y el día al sol oro fino.

Ya como al sol la reciben,
cantando los pajarillos;
ya se le ríen las fuentes,
ya se le paran los ríos

ya se coronan las sierras
de romeros y tomillos,
mostrando en hojas, y en flores
esmeraldas y zafiros,

topacios y girasoles,
ya son turquesas los lirios,
las azucenas diamantes,
y los claveles jacintos.

Ya le daban los pastores
parabiones infinitos,
en tanto que la recibe
con esta canción Lucindo:

«Con salud, Zagala,
más bella que el sol,
bajéis a estos valles
a matar de amor.

Con salud bajéis
a matar de amores,
y a que broten flores
do los pies ponéis.

Mil años gocéis
vuestro hermoso Abril,
Celia, y otros mil,
dando luz al sol,
bajéis a estos valles
a matar de amor».

2

Venus, Palas y Diana,
tres diosas, a quien contempla
la naturaleza humana,
por crisol de su belleza,

conciertan de entretenerse
en una agradable siesta,
de las que el hermoso Mayo
dentro de su curso encierra.

Y como la hermosa Venus
al pastor Lucindo muestra
de amalle con voluntad,
le manda al punto que venga

a un lugar donde le aguardan
todas tres, para que entienda,
que al pellico de sayal
estiman y reverencian.

Y que en todo su rebaño
no hay pastor que más merezca,
y, como a tal le permiten,
que les venga a dar ofrenda.

Tomó el cayado el pastor,
y para su bien se apresta,
llegó donde están las diosas,
y haciendo la reverencia,

a Palas rindió el cayado,
y a Diana los pies besa,
y a Venus entrega el alma,
por ser la que le alimenta.

Recíbenlo las tres diosas,
y, porque acaso no venga
de Venus la sacra madre,
le visten de su librea.

Tuvo la siesta el pastor
tan en gloria, que quisiera
ser aquel grande Alejandro
para dar la recompensa.

3

A las lenguas de los mares
de sus ojos, un garzón
así desató sus penas,
y así las escuché yo.

«Peñascos», dijo, «de España,
que resistiendo al mar hoy,
en vuestras eternas quejas
sois hijos de mi pasión:

ved la causa della y dellas».
Dijo, y del pecho sacó,
según crecieron los llantos,
nuevas penas, más dolor.

Acerquéme, y juzgué luego
que era idólatra el pastor,
pues adoraba a un retrato,
que era al parecer del Sol.

Lleguéme más por miralle,
mas, de un divino calor
mi libertad temerosa,
le adoró, no le miró.

Juzgué su frente nevada,
que sin duda retrató
Naturaleza en su blanco
hielos de su condición.

Sólo parte de mi vista
más atrevida, juzgó
negros los crespos cabellos,
librea de su dolor.

Eran pobladas las cejas;
y así el zagal las llamó
pobladas como sus penas,
iguales cual su pasión.

Sus ojos no hay retratallos;
pero sus efectos son
morir siempre en su hermosura,
vivir siempre en su rigor.

Y esto juzgué desde lejos,
y que lloraba el pastor
unos efectos de ausencia,
cuando así se oyó una voz:

«Zagal, de tu niña
no es descuido, no,
que se habrá dormido,
que es niño el Amor.

Aunque es niño y tierno,
es gran rey, y yo
sé que sus palabras
cumple con rigor.

Sufre en este invierno
de ausencia, amador.
Vencerás, no temas,
pues te ayuda un dios.

De él, ni tu zagala,
no es descuido, no,
que se habrá dormido,
que es niño el Amor.

Zagal, de tu niña
no es descuido, no,
que se habrá dormido,
que es niño el Amor.

4

No me acabes pensamiento,
o ya que quieres que muera,
dame muerte menos fuerte,
que la que me das de ausencia.

Amor arquero, dios pobre,
rey, que sobre el alma reinas
ya estoy rendido y sujeto,
no gastes en mí tus flechas.

Carcelero pensamiento,
pues guardo tu prisión fiera,
del calabozo me saca,
en que me tienes de ausencia.

Y tú, esperanza, que vives,
conmigo, y con la firmeza,
no te vayas y me dejes
con dolor, tormento y pena.

Acuérdate, amor, que soy
de Amarilis, y no quieras,
que muera ausente a sus ojos,
pues quieres, por ella muera.

Sáquenme de la prisión,
y castíguenme a su puerta,
que es bien do se hace el delito,
que se ejecute la pena.

5

Ojos negros de mis ojos,
traidores, bellos y graves
ídolos del alma mía,
flechas de mi amor gigante,

nuevo templo de mi amor,
adonde mil votos hace
el alma, de más quererte,
sin que ninguno quebrante.

Yo aquel, señora del alma,
a quien tu color le hace
un Miércoles de Ceniza,
siendo en las desdichas Martes.

Yo el garzón más bien nacido,
de todos los destas partes,
que siempre estoy con nacidos,
por tener tantas comadres.

Yo, en fin, aquel boquirrubio,
que sólo sabe adorarte;
el que tus mentiras cree,
quiere, si escuchas, cantarte:

«Eres el amparo mío,
que cuando más soledades
me acompañan, tus memorias
danme vida, aunque me acaben.

Tú, sola, eres de mis ojos
la antepuerta, que me hace,
que sólo tus gustos vea,
y olvide todos mis males.

Son tus ojuelos, tu rostro,
cabellos, donaire y talle,
no más de hechura tuya,
que no hay a qué compararse».

Esto acabó de cantar
a su donosa, una tarde,
un amante deste tiempo,
que burlas y veras sabe.

Luis Carrillo y Sotomayor












No hay comentarios: