Adiós a Cuba

Cuando sobre el espacio cristalino
desplegó, como un pájaro marino,
sus alas mi bajel:
cuando vi en lontananza ya perdidas
las montañas, las cumbres tan queridas
que me vieron nacer:

Cuando abatida vi, del mar salobre
las sierras melancólicas del Cobre
sus frentes ocultar,
con aflicción profunda y penetrante
me cubrí con las manos el semblante
y prorrumpí a llorar.

¡Ay! porque ¿cómo olvidará mi anhelo
que fueron esa tierra y ese cielo
los que primero vi?
¿Cómo olvidar que en sus colinas suaves
fue la triste cadencia de sus aves
lo que primero oí?

¿Cómo olvidar su luna y sus estrellas,
su sol de fuego ni sus nubes bellas
de nácar y coral?
Y sus aras purísimas, que fueron
las que en mi frente trémula pusieron
la corona nupcial?

¡Oh Cuba! si en mi pecho se apagara
tan sagrada ternura y olvidara
esta historia de amor,
hasta el don de sentir me negaría,
pues quien no ama la patria ¡oh Cuba mía!
no tiene corazón.

Pero cómo es que tu adorado suelo
y tu risueño y luminoso cielo
he podido dejar?
Y cómo Cuba, en tu horizonte umbrío
esconderse tu blanco caserío
he podido mirar?

¡Nunca lo olvidaré! La mar gemía
y a través de mis lágrimas veía
sus aguas ondular.
Era la hora en que la flor se cierra
y en que el inmenso templo de la tierra
humilde empieza a orar.

La hora en que la estrella vespertina
asoma por detrás de la colina
con triste lentitud.
De mi pesar y mi dolor testigos
me cercaron entonces mis amigos
en tierna multitud.

La tierra, el sol, el cielo parecían
que en dolientes miradas me decían
su callado dolor.
Por fin surcó el bajel el océano
y cerrando los ojos, con la mano
les di mi último adiós.

Pero cuando el semblante pesaroso
sollozando volví, querido esposo,
a mi lado te hallé,
Te hallé a mi lado conmovido y tierno
que me jurabas con tu amor eterno
santa y solemne fe.

Yo amo tus campos verdes y sombríos
porque los amas tú, pero los míos
¡ay! no puedo olvidar.
Yo amo tu pueblo, sí, pero quisiera
llevarte de la mano plalefta,
cada rato a mi hogar.

Y enseñarte mis flores y mi río
y la yerba brillante de rocío
que tanto pisé allí.
Yo quisiera decirte “en esta loma
el tímido volar de una paloma
muchas veces seguí”.

Yo quisiera decirte “en estos nidos
los pajaritos mansos y dormidos
con las hojas tapé”.
Y en este lago silencioso y bello
a ponerme una flor en el cabello
risueña me incliné.

¡Oh Cuba! si en mi pecho se apagara
tan sagrada ternura y olvidara
esta historia de amor,
hasta el don de sentir me negaría
pues quien no ama la patria ¡oh Cuba mía!
no tiene corazón.

Luisa Pérez de Zambrana


Dicen que cuando cubre...

Dicen que cuando cubre la pureza
una frente de virgen con su velo
suaves miradas le dirige al cielo,
y le dan las estrellas su belleza.

Pero si el vicio mancha su limpieza
vertiendo en ella su funesto hielo,
levanta el ángel de su guarda el vuelo
y Dios torna a otro lado la cabeza.

Yo en el mundo soy joven y soy pura;
Divino Salvador, Dios poderoso,
contémplenme tus ojos con ternura.

Y que el ángel me guarde cuidadoso,
pues cayera a tus pies agonizante
si Tú al verme volvieras el semblante.

Luisa Pérez y Montes de Oca pasó a la historia con el apellido de su esposo, por eso se la conoce como de Luisa Pérez de Zambrana



Dulzuras de la melancolía

¡Pensativa deidad! ¡cómo diviso
tras ese velo de dolor amable
que tu semblante angelical esconde,
la adorable expresión de tu dulzura,
el suave brillo de tus ojos tristes,
tu mirada dulcísima y sombría
y en tu sonrisa compasiva y pura
la celeste bondad. ¡Melancolía!

¡Virgen que bajas de la luna triste,
y que llevas, con lágrimas del cielo
humedecidas las pupilas bellas!
en todas partes pálida te miro,
en el aire, en el éter, en el suelo,
entre las sombras de la noche grave,
en la luz de la luna, en las estrellas,
del viento gemebundo en el suspiro,
en el cantar armónico del ave,
y más que en todo, en la callada hora
en que el sol va ocultando sus fulgores
cuando plegan los céfiros sus alas
y bajan a dormir sobre las flores.

¡Es tan hermoso ver bañado el pecho
de blanda y celestial melancolía,
eclipsarse del sol el rayo de oro
con el postrer crepúsculo del día!
¡Es tan dulce mirar cómo derrama
allá en la cumbre de elevada sierra,
el genio grave de la noche augusta
su cabellera azul sobre la tierra!

¡Es tan grato mirar en el silencio
y en la tranquila soledad del campo
cómo destila en luminosas hebras,
rasgando los blanquísimos celajes,
su luz de perla la callada luna
entre el húmedo azul de los ramajes!

Tú respiras allí, Melancolía,
allí en silencio meditando vagas
y derramando por doquier que flotas,
dulce, embelesadora poesía,
en vago encanto el corazón embriagas.

En esa hora de quietud inerme
en el trémulo rayo de la luna
bajas del cielo blanca y fugitiva,
y en el aire que duerme,
velada por la sombra que en tu rostro
las alas de los ángeles esparcen,
te meces vaporosa y pensativa.

Y yo sigo tu vuelo entristecido,
porque tú sabes suavizar las penas
y del doliente corazón herido
los sufrimientos y el dolor serenas.

¡Oh Virgen ideal! ¡Melancolía!
en tu santa y poética tristeza
pueda siempre decir en lo futuro
mientras doblo en tu seno mi cabeza
y descienden las gotas de mi llanto:
“de la amable ilusión perdí el encanto,
pero hallé de la paz el bien seguro.”

Luisa Pérez de Zambrana


En la cruz de tu triste sepultura

A veces me pregunto por qué parten
dejándonos tan solos nuestros hijos
a sembrar en las tumbas crucifijos
que en todas nuestras lágrimas se ensarten.

A veces me pregunto si departen
sus almas de dulzura en escondrijos
del duelo de las madres: acertijos
que van sin responder cuando reparten

los hilos de la vida, y en la suerte
es más ruda la garra de la muerte
y más fuerte el vivir sin regocijos.

Y en la cruz de tu triste sepultura
a veces me pregunto si esa hondura
consiguió reunirte con tus hijos.

Luisa Pérez de Zambrana



"En la sala modesta hay una maravillosa limpidez, sólo sobrepujada en encanto por el largo silencio, por la recogida actitud, por la blanda mirada melancólica de las jóvenes que están cerca de la anciana, a cuyo cuidado consagran la vida. Todo está en orden perfecto; los pobres muebles ocultan con decoro las huellas profundas del tiempo; en la blanca pared, aparecen con simetría, unas manchas grises; en la mitad de ella, único testimonio del antiguo esplendor, se ve un retrato, un doctor del año sesenta, que tiene el pecho cruzado de honores. ¿De qué nos hablará la anciana? ¿Cuándo saldrá de su largo silencio? ¿Qué dolorosa historia hemos de escuchar? El amigo más antiguo de los que vamos a verla se acerca a ella: entonces se ilumina suavemente su rostro, y ni una queja, ni un reproche, ni una frase dura turban su majestad tranquila. Empieza con sencillez a recordar; sus ojos parecen fijarse en una lejanía misteriosa; hay una dulce, una suavísima inflexión en la voz cuando murmura: gracias! En aquel blando gesto, en aquella voz dulce, en la palabra buena que sale de su corazón, en la mirada lejana y honda, hemos visto cruzar, rápida y luminosa, toda la nobleza de una vida, que alcanzó en los momentos de mayor infortunio, su plena expresión armoniosa, en un arte sincero, humano, idílico y humilde."

Luisa Pérez de Zambrana
Elegías familiares, Secretaría de Educación, Dirección de Cultura, 1937, pp. 46-47



La melancolía

Yo soy la virgen que en el bosque vaga
al reflejo doliente, de la luna,
callada y melancólica, como una
poética visión.
Yo soy la virgen que en el rostro lleva
la sombra de un pesar indefinible;
yo soy la virgen pálida y sensible
que siempre amó el dolor.

Yo soy la que en un tronco solitario,
reclino, triste, la cansada frente,
y dejo sosegada y libremente
mis lágrimas rodar.
Soy la que de un lucero, al brillo puro,
con las manos cruzadas sobre el seno,
me paro a contemplar del mar sereno
la triste majestad.

Yo soy el ángel que contempla ínmóvil
en el cristal del lago, su quebranto,
y en el agua, las gotas de su llanto
móvil onda formar.
Yo soy la aparición blanca y etérea
que a la montaña silenciosa sube,
y allí, bajo las alas de una nube,
se sienta a sollozar.

Yo soy la celestial “Melancolía”,
que llevo siempre en mis facciones bellas
de las tibias y cándidas estrellas
la dulce palidez.
Y que anhelo sentada en los sepulcros,
sentír, al suave rayo de la luna,
las perlas de la noche, una por una,
en mi frente caer.

Y doblando mi rostro de azucena,
en un desmayo blando y halagüeño,
cerrar los ojos al eterno sueño,
tranquila y sin pesar.
Y apoyada en un árbol la cabeza,
a su sombra sentada, blanca y fría,
que me encuentren sonriendo todavía,
mas ya sin respirar.

Luisa Pérez de Zambrana



La música

A mi amiga María Luisa Fesser de Azcárate.

¡Oh! tú, que el mundo conmovido huellas,
Hada embellecedora y fascinante,
Con el cendal de cándidas estrellas
Y la fulgida [sic] lira de diamante: [sic]
Deten [sic] el paso, y las sublimes galas
Derrama de tu espléndida armonía,
Transporta el alma en tus brillantes alas
A horizontes de luz y poesía.
Y en raudales serenos y dormidos,
Ó [sic] en trémulas cascadas centelleantes,
La lluvia celestial de tus gemidos
Desata por los aires vacilantes.
Que el eco de las mágicas caricias
Que finge tu sonido regalado,
En piélagos de amor y de delicias
Se lanza el corazon [sic] enagenado [sic].
Y canta con tus quejas peregrinas,
Llora con tus suspiros inmortales,
Y bebe de tus lágrimas divinas
El cristal y las perlas celestiales.
Y el espíritu vuela suspendido
A tu rica y magnética influencia,
Y sueña con un mundo bendecido
De perpétua [sic] y dulcísima cadencia.
Pues tu armónica voz con flecha de oro
Hiere y penetra el alma extremecida [sic],
Y brotan en riquísimo tesoro
Lágrimas deliciosas por la herida.
Y solloza en poética elegía
Inefable, amorosa, lastimera,
Y se pierde, se mece y se extravía
En un éter flotante y sin ribera.
Ya en apacible y elocuente rio [sic]
Fluye y murmura con risueña calma,
Ya desciende en suavísimo rocío
Y abre flores divinas en el alma.
Ó [sic] ténue [sic] como un soplo se adormece,
Ó [sic] pasan ya tus vibraciones solas,
Como el ala de un ave que extremece [sic]
La tersa superficie de las olas.
¡Música celestial! ¿quién [sic] no se entrega
A tu poder divino cuando gimes?
¡Música celestial! ¿quién [sic] no se anega
En el mar de tus lágrimas sublimes?
Por eso en los abetos gèmidores, [sic]
En sonoro y patético lamento,
Cantaron los arpados ruiseñores
Y extasiaron los árboles y el viento.
Y por eso las náyades marinas
A revelar tu encanto sobrehumano,
Con frentes de alabastro peregrinas,
Rompieron el cristal del Oceáno [sic].
Mas ya sobre la trípode radiante
Cantas con inspirada melodía,
Y corre tu cabeza palpitante
Como un mar de ondulosa pedrería.
Y el alma gime y trémula palpita
A tu poder fascinador y ciego,
Y arrebatada al fin se precipita
En tu extasiante atmósfera de fuego.
¡Oh música! los ángeles gozosos
Te levanten un trono refulgente,
Y suspendan doseles luminosos
Sobre tu excelsa y vencedora frente.

Luisa Pérez de Zambrana


La vuelta al bosque

(Después de la muerte de mi esposo)

“Vuelves por fin, ¡oh dulce desterrada!,
“con tu lira y tus sueños,
“y la fuente plateada
“con bullicioso júbilo te nombra,
“y te besan los céfiros risueños
“bajo mi undoso pabellón de sombra.”
Así, al verme, dulcísimo gemía
el bosque de mis dichas confidente;
¡oh bosque! ¡oh bosque!, sollocé sombría,
mira esta mustia frente,
y el triste acento dolorido sella,
siglos de llanto ardiente
y oscuridad de muerte traigo en ella.
Mira esta mano pura
¡ay! que ayer ostentó, resplandeciendo,
el cáliz del amor y la ventura,
hoy viene sobre el seno comprimiendo
una herida mortal... ¡Bosque querido!
¡tétricas hojas! ¡lago solitario!
estrella que en el cielo oscurecido
rutilas como un cirio funerario!
¡lúgubres brisas y desierta alfombra!
¡alzad eterno y funeral gemido,
que el mirto de mi amor estremecido
cerró su flor y se cubrió de sombra!
Sobre la frente pálida y querida
que el genio coronaba esplendoroso,
y la virtud con su inefable calma,
sobre la frente ¡oh Dios! del dulce esposo,
ídolo de mi alma,
y altar de humanidad y de dulzura,
alzó la muerte oscura
la pavorosa noche de sus alas;
y cual la tierna alondra que en su vuelo,
atraviesan las balas
y expirante y herida
baja, bañada en sangre desde el cielo,
y queda yerta y rígida en el suelo
con el ala extendida,
así mi corazón de espanto frío
quedó al golpe ¡Dios mío!
que mi vida cubrió de eterno duelo.
Cuando volvió a la luz el alma inerte,
la tierra, la montaña, el mar, el cielo,
no eran más que el sudario de la muerte.
¡Oh bosque! ¡oh caro bosque! todavía
de este dolor la tempestad sombría
ruge en mi corazón estremecido,
y gira el pensamiento desolado
como un astro eclipsado
entre tinieblas lóbregas perdido.
Y aquí estoy otra vez... ¡oh qué tristeza
me rompe el corazón...! Sola y errante
vago en tu melancólica maleza,
por todas partes con dolor tendiendo
el mirar vacilante;
ya me detengo trémula, sintiendo
el próximo rumor de un paso amante;
ora hago palpitante
ademán de silencio a bosque y prado,
para escuchar temblando y sin aliento,
un eco conocido que ha pasado
en las alas del viento;
ora ¡oh Dios! de la luna entristecida
a los rayos tranquilos,
miro cruzar su idolatrada sombra
por detrás de los tilos:
y la llamo y la busco estremecida
entre el ramaje umbrío,
en el terso cristal de la laguna,
bajo las ramas del abeto escaso,
mas en parte ninguna
hallo señal ni huella de su paso.
¡Tríste y gimiente río
que los pies de estos árboles plateas!
¿por qué no retuviste
y en tus urnas de hielo no esculpíste
su fugitiva imagen? ¡Aura triste
que entre las hojas tu querella exhalas!
¿por qué no aprisionastes en tus alas
el eco tanto tiempo no escuchado
de su adorada voz? ¡Oh bosque amado!
¡oh gemebundo bosque! ya no pidas
sonrisas a estos labios sin colores
que con dolor agito;
pues no pueden nacer hojas y flores
sobre un tallo marchito.
Que ya en el mundo, mis inciertos ojos
sólo ven un sepulcro que engalana
flor macilenta con cerrado broche,
y allí me encuentran pálida y de hinojos
las lágrimas de luz de la mañana
y los insomnes astros de la noche.
Otras veces aquí ¡cuán diferente
vagué en su cariñosa compañía!
El arroyo luciente
como un velo de luz se estremecía
sobre la yerba humedecida y grata,
allá el movible mar desenvolvía
encajes brillantísimos de plata,
y tembladoras, pálidas y bellas
en el éter azul asemejaban
abiertos lirios de oro las estrellas.
El con mi mano entre su mano pura
bajo flores que alegres sonreían,
me hablaba de sus sueños de ternura;
mientras con movimiento dulce y blando,
las copas de los álamos gemían
nuestras unidas frentes sombreando.
¡Oh vida de mi vida! ¡oh caro esposo!
¡amante, tierno, incomparable amigo!
¿dónde, dónde está el mundo
de luz y amor que respiré contigo?
¿dónde están ¡ay! aquellas
noches de encanto y de placer profundo
en que estudié contigo las estrellas,
o escuchamos los trinos
de las tórtolas bellas
que encerraban las alas en los pinos?
¿Y nuestras dulces confidencias puras
en estas rocas áridas sentados?
¿Dónde están nuestras íntimas lecturas
sobre la misma página inclinados?
¿nuestra plática tierna
al eco triste de la mar en calma?
¿y dónde la dulcísima y eterna
comunión de tu alma y de mi alma?
¡Lágrima de dolor abrasadora
que corres por mi pálida mejilla!
ya no hay flores ni aromas en el suelo,
ya el ruiseñor no llora,
ya la luna no brilla,
y en la desierta lividez del cielo
se borraron los astros y la aurora.
Que ya todo pasó, pasó ¡Dios mío!
para jamás volver; ¿a dónde ¡oh cielo!
a dónde iré sin él, por el vacío
de esta noche sin fin? ¡Fúnebre bosque!
hoy todo es muerte para mí en la tierra,
en la llanura con inmenso duelo
se elevan los cipreses desolados
como espectros umbríos,
las brumas en la frente de la sierra
crespones son que pasan enlutados,
van en las nubes féretros sombríos,
el mar gimiendo azota la ribera,
con sollozo de muerte el viento zumba,
y es, ante mí, la creación entera
la gigantesca sombra de una tumba.

Luisa Pérez de Zambrana



Las tres tumbas

No hay para mí, tornasoladas nubes
ni flor que el albo seno desabroche,
soy velando tres lápidas sombrías
la alondra que solloza por la noche.

No tiene abril colinas de azucenas
ni llanuras de rosas tiene mayo,
encorvada en el borde de tres tumbas
yo soy la encina herida por el rayo.

Ya no hay estrellas de oro, ni la luna
mallas de perlas sobre el agua vierte,
¡ay! entre tres sepulcros, de rodillas,
soy la cruz enlutada de la muerte.

Besé el laúd y lo arrojé en las ondas,
que templo para mí, y altar y palma
son las tres tumbas donde estáis dormidas
¡flores de mis entrañas y de mi alma!

Luisa Pérez de Zambrana


¡Mar de tinieblas!

(Después de la muerte del único hijo que me quedaba)

¿Amanece? ¿tengo alma? ¿el sol alumbra
este mar de tinieblas?
Las altas palmas, del suplicio antiguo
son las cruces inmensas?

El lucero del alba todavía
trémula centellea?
Son losas de sepulcros en el cielo,
las pálidas estrellas?

¿La luna, en los desiertos del vacío
yerta se balancea?
¿Son túmulos las nubes, y las olas
un sudario de perlas?

Triste como la sombra de la muerte
vengo a besar las piedras
que ocultan tus facciones adoradas
¡oh cubierto de tierra!

¡Hijo de mis entrañas! ¿en qué idioma
te diré mi tristeza?
Mira el cáliz de acíbar, y la sangre
que mi frente gotea.

Escucha de este seno en que apoyabas
tu faz de niño tierna
las olas de sollozos desoladas
que en su fondo se quejan.

Las lágrimas del huerto ¡oh flor de mi alma!
por mis mejillas ruedan,
y eterna llevo la mortal herida
en el costado abierta.

A todas partes que llorando torno
mi faz marchita y lenta,
miro tu rostro varonil y bello
dibujado en la esfera.

El águila del genio, su mirada
de bríllante fijeza
puso en tus ojos, y en tu noble frente
el dolor un poema.

Te vi bajar las gradas del sepulcro,
¡joven y altivo atleta!
impasible y olímpico y hermoso
como una estatua griega.

Vi de la eternidad, en tus mejillas,
la blancura cinérea,
y vi entre las antorchas funerarias
tu gallarda cabeza.

Y yo sentí de la última agonía
el temblor en mis venas,
y sentí mi razón cerrar sus alas,
como un mar que se hiela.

¡Cabellos ondulados y brillantes
que mis lágrímas besan!
¡Y tu tan oprimida por mis labios,
frente pálida y tersa!

Mi alma toda os bendice, de rodillas,
de lágrimas cubierta
y os sigue en los espacios infinitos
como enlutada vela.

¡Mano en que van los mundos! ¿qué es el hombre
en esta triste estepa?
¿a dónde va, cubierta la mirada,
con una venda negra?

Alumbra, con un astro, de la tumba
la enorme noche tétrica,
déjame ver si el ángel de la muerte
en la losa se sienta.

¡Oh Dios! que en este espejo formidable
tu gran sombra reflejas,
y el alma, como un ave luminosa,
transfigurada vuela.

¡Oh de la luna inmaculada y blanca
encaje de azucenas!
¡onda celeste de oro desprendida
del brillo de una estrella:

haced, haced ¡oh soles de la noche!
que yo en su tumba pueda
besar, temblando, sus dormidos ojos,
y a sus pies quedar muerta.

Luisa Pérez de Zambrana


Reflexiones

Yo siempre al triste consolé afectuosa
y la amarga indigencia socorrí,
que así tal vez, en la desgracia, un día,
me socorran a mí.

Yo siempre a la vejez tendí mi mano
y con respeto y humildad besé
la suya trémula, que yo más tarde,
lo mismo me veré.

Y la niñez desamparada y triste
en mí una amiga y una hermana halló,
que sollozando en la orfandad, Dios mío,
puedo encontrarme yo.

Y yo lloré con el esclavo siempre
si no pude aliviar su padecer,
que en el injusto y azaroso mundo
esclava puedo ser.

Yo, compasiva, consolé al mendigo;
que tal vez, otro tiempo, me verán
a mí de puerta en puerta, entre sollozos,
¡ay! mendigando el pan.

Al crimen aborrezco, pero nunca
al pobre criminal aborrecí;
porque yo, en su lugar, ¡ay! no quisiera
que me odiaran así.

Yo seré consolada en la desgracia,
que Dios no puede abandonarme, no,
porque ante el infeliz, me dije siempre,
¡si así me viera yo!

Y todos ¡ay! reflexionar debieran
que tal vez, como aquéllos se verán;
porque Dios dice que según medimos
así nos medirán.

Luisa Pérez de Zambrana



Te ha besado la muerte tantas veces
«En medio de esta paz tan lisonjera»
tú lo sabías Luisa entre las ramas
de la amante familia, lo que amas
es a veces la efímera manera

de dar buen fruto sólo por un tiempo
y luego convertir en fruto amargo
el recuerdo inmortal: el cruel embargo,
de la Sombra que te atacó a destiempo.

«Has llorado mil veces que allí amabas»
has reído tan poco que ignorabas
de la risa en el llanto su recargo.

De tus versos felices sólo queda
un tesoro vendido en la almoneda
cual beso que la muerte da de encargo.

Luisa Pérez de Zambrana


"Un recuerdo tan grato tomo triste
que convida a llorar, pero no abruma,
un celeste recuerdo, que se viste
de aromas, de celajes y de espuma."

Luisa Pérez de Zambrana


“y es, ante mí, la creación entera
la gigantesca sombra de una tumba.”

Luisa Pérez de Zambrana











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