Alba y pez

De madrugada es cuando el borracho
cruza su vaivén en la calle pina
con el adormilado marinero
que va en busca del alba y la sardina.

Alba que irremediablemente llega
-ya cobre de sol ya tristura gris-,
desperezando suave al nuevo día
-nodriza de las dudas del vivir-.

No tan indefectible es el pez que
ansia el marinero desvelado,
pez en plural, pez agónico en el
aire que lo ve renacer atado
a una muerte de mil rebrillos húmedos
apagando su vida en los espasmos.

Luciano Castañón


Fiesta

Virgen de la Soledad,
fiestas en el barrio alto.

Vociferante y taimada
engatusa la música mecánica;
y el oropel:
rizados papeles de colores
de la bodega al balcón,
del corredor al dintel.

La pobreza se esconde avergonzada.

Las sumidas arrugas de la anciana
-sin ducha ni agua caliente-
vibran atónitas su risa
por la felicidad
que gratuitamente le suponen
los forasteros en danza.

La vieja: Un esposo
o un hijo en la taberna
y mañana al mar,
al albur del mar.

Evidente y muy dura
la recatada miseria
-cohibida-
tras el visillo vela.
La vieja.
¿Caliente? Nada de agua.

Oscila la marea humana.
Ya se sabe:
día de mucho, víspera de nada.

Luciano Castañón


Niños

Lisa, lisa es la barriga que enseñáis;
os la tiñe o lame el sol,
ese sol que se incrusta en la angostura de las canes
iluminando vuestros sexos,
sexos que por infantiles y opuestos
hacen la delicia locuaz y procaz de tantas madres.

Niños,
testarudos o sonrientes, jugáis
moviendo vuestras tiernas piernas de alambre.
y con indiferencia paladina,
niños de Cimadevilla,
mostráis el culo al aire.

Luciano Castañón


Otros bares

Ahora es diferente. Las tabernas
genuinas quedaron desbordadas
por bares de paredes decoradas
y asientos para incomodar las piernas.

En la noche, parejas nada eternas
perseguidas por las ciegas miradas
de otros, presentidamente envidiadas
por el futuro goce. Las alternas

canciones culebrean las gargantas
mientras las vibrátiles lenguas rosas
–o beodamente oscuras por tantas

libaciones– se mueven perezosas
o dulcemente bondadosas. Santas
parecen los sábados las cosas.

Luciano Castañón


Un hombre

Con qué precisión de troquel me hablas, hombre
Sabes de la mar salada
más que el Emperador Celeste,
más que los Coleccionistas,
más que los Catedráticos,
más que los Buzos y Directores de Museos;
también más que las gaviotas
que en el mar deyectan, comen, duermen.

Continúa, continúa transvasándome
tu sabiduría marinera.
¡Qué elocuencia resbaladiza de pez!
¡Qué hábitos marisqueros me descubres!

Como tu piel,
tienes los ojos atezados de conocimientos
misteriosos para mí.
No te afeites; es igual.
Ahora vuelve a contarme
lo de la lapa y el camarón
su lucha, esa rabiosa y continua pelea
de los seres húmedos que como en la tierra
huyen, abusan, se esconden,
matan con recochinamiento.

Pero calla un instante, hombre
Y déjame pensar.

Luciano Castañón















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