Caminata

Las puertas de mi corazón han sido abiertas.
A la sombría casa ha entrado el viento,
el mar, la luz, un hombre, una mujer, el Universo.
Hoy he saltado de la cama convertido en un dios.
He salido a pasearme por un barrio de árboles viejos.
Mañana inmensa, aérea, sin un pájaro.
Todos los hombres y mujeres que encuentro
son hermosos. Y sin que ellos lo sepan
-asombrado de mi felicidad y de mi fuerza-
yo los inmortalizo si me miran.

Hoy 27 de junio son eternos.

Pero yo no soy hombre de quedarme en los barrios.
Para mí la realidad que piso es el país.
Mis pasos son de provincia a provincia.
Y aún suspiro nostálgico
por América derramada en las fronteras
américa –repito- América, América.
Y me paseo en la mañana vaporosa.
Eternidad –digo yo-, Eternidad, Eternidad.
Y pienso en cómo los íntimos amigos envejecen.

Amor –vuelvo a decir- Amor, Amor.
Y las ciudades crecen lentamente,
languidecen a mi paso,
vierten sus femeninas cabezas en mi pecho,
pero sólo un instante.

Hugo Caamaño


Caminata otoñal

En la mañana de las avenidas
arden las hojas secas de los árboles
Imposibles mujeres extranjeras
abren con suavidad los ventanales
de unas cosas profundas como bosques.

Yo camino despacio. Observo. Me detengo.
Mis zapatos se asientan con fuerza en las veredas.

Es que vivo desde hace tiempo en el otoño.
He caído como de un largo lecho
ya demasiado usado, incómodo, caliente,
a esos días de inteligencia y profundidad,
de insólita esperanza
en que los ríos corren dulcemente
sobre la vasta tierra luminosa,
y triunfo sin darme cuenta
de aquello que hay en mí
de indiferente y sórdido
como un largo vicio.

Entonces de traje gris y gran cigarro
camino por las anchas avenidas
donde brillan al sol, vuelan o cantan,
intensos pájaros de mirada humana.

Voy por tus calles con las multitudes.
Nombrándote, Buenos Aires, te recorro
con formidables trancos de una cuadra,
extravagante de pasiones, ávido.

Y como de cada hombre que me encuentra
hago un soldado revolucionario,
tus mujeres más bellas son amantes
que desnudo con la mirada y abandono.

Me ataca lo terrible. Una crueldad
derriba y oscurece la belleza del día,
doy contra el mismo muro con la sangre
y cierta casa de labios gruesos me devora.

Hugo Caamaño



El amor en las calles
Capital, Buenos Aires. Cielo bajo.
Ay, ¿no me oyes, amiga, esposa ajena,
tornasolada cuerda del deseo?
El día es un salón iluminado.
Salgo a buscarte en él y no te encuentro.
A lo mejor mañana -entre la gente-
tus calles desbordantes me la entregan,
ciudad de férreas patas enterradas
a un costado del agua y de los barcos.

Alguna vez invade donde espero.
Entra al café con su pollera corta
y parada en el corazón los finos tacos
de sus zapatos negros me hacen daño.
Para tanta pasión soy muy pequeño.
Y aunque se ha ido, yo, ahí en la mesa
que como un perro fiel sale a buscarla,
sigo mirándola como una joya
ardiendo en la empuñadura de la noche.

A veces quiero ser -después me angustio-
un capitán de obreros insurrectos.
Grito ¡América! Y bajan los del norte.
¡Campesinos! Y suben los del sur.
Y se encuentran, se reconocen, se saludan,
y hay ruidos de muchos hombres y hacen fuego
y se sientan alrededor del fuego y deliberan
y designan los jefes y se ponen
de nuevo en movimiento.
Caiga en el libro que lee la que amo
una gota de sangre, un frío atardecer
que estando sola en el café de siempre
no sepa adónde ir.

Adelaida, mi amor, dame la mano
y vamos a la ciudad abandonada,
a las ruinas de la vieja ciudad
de cielos pálidos y vientos y grandes árboles
y ahí, esposa ajena, bajo el sol,
oh las puertas secretas de tu cuerpo
que golpeo con lo que tengo de rodillas.
No te enojes por eso. Sueño es nada,
nada, guantes que brillan, seda y sangre,
escarbando mi cráneo hasta el hastío,
que consigo destruir pero que vuelve
reconstruyéndose con pasos lúbricos
de un trasfondo ignorado donde caigo.

La conocí en un cine. Esa noche
-20 de julio del 51-
mi corazón cansado se apoyaba
en un bastón de sangre,
cuando con un sobresalto descubrí
el rostro prometido en ese rostro.

Saludé. Me acerqué. Me presenté.
Sonreía que no. ¡Qué iba a decirme!
Siempre me dice no cuando le hablo.
Recuerdo el verso de Poe, ese que dice:
And all I loved, I loved alone.
Siento orgullo por eso y quedo aislado
por un círculo frío de los otros.

Sombra dorada, puerta de mi agonía,
así te traigo de la mano al verso.
En mi único poema enamorado
quiero cantar más alto que ninguno.
Los demás si algo son sea en el coro.
Adelaida, mi amor, casa fragante
alumbrada de noche por mi fiebre
y golpeando sus puertas el bramido
de un tigre solitario.

Buenos Aires al norte, cielos bajos,
el otro día la encontré en tus calles.
Un relámpago negro ató mis piernas.
Y cuando vió que la miraba, mudo,
inmóvil en mi fuerza, abrió sus brazos
y se acercó hasta mí como una hermana,
sonriendo desde el sitio que no alcanzo.
¿Por qué será que no parezco un hombre
sino un pueblo de músicos que huye
atormentado por estruendos dulces
abandonado al sol los instrumentos?
¿Por qué será que nunca me comprende,
o me comprende y se sonríe?

¿Qué debo hacer, ciudad? Oh, yo no quiero
quedarme noche y día masticando
como una droga infame tal angustia.
No ha nacido mi alma para eso.
Mi alma es como un cuarto tapizado
de cortinajes negros y en el centro
un joven viudo de rodillas llora.
No ha nacido mi alma para eso.
¿Iré a las exposiciones de pintura?
¿A conferencia de poetas con barbitas?
Iría pero desnudo, de a caballo,
cuatro pumas hambrientos. Y que huyan.

Cuando de noche callas en la cama
al lado de tu esposo que ya duerme,
¿escuchas la tormenta? Mis manos que te buscan.
¿sientes la soledad? A mí me sientes.
¿Sientes que algo muy bello te ilumina
de un resplandor de pájaros salvajes
en cielo azul y campos verdecidos?
Yo soy que te poseo, amada, amiga.
Eso es todo. No espero. Quiero irme.
Europa jura y con ardientes manos
borda banderas nuevas y me llama.

¡Basta! Cuando me vaya (si no he muerto),
ahí en barco, solo, entre la gente
desplegaré su rostro como un cuadro
pintado entre violines por Picasso,
y me estaré mirándolo, mirándolo
ahí en el barco, solo, entre la gente,
muy pequeño, muy solo en el océano.
Y nadie la verá si yo no hablo.

Hugo Caamaño
La Casa del Canto, Buenos Aires, 1985



¿Ese soy yo?

Hace muchísimo tiempo que no sueño.
Con mucho esfuerzo al despertar apenas puedo
ponerme de pie, caminar, saber donde estoy,
reconocerme penosamente en el espejo.
Sí, ferozmente Inocente, ése soy yo.
Quien fuera como el Sol que nunca duerme.

Hugo Caamaño



Hominidae

Perdido. En sí misma el Agua Madre
ha disuelto el animal prototipo, imaginario.

De las ramas de sangre caliente, las más altas
del Árbol Inhumano, yo fui el fruto distinto
y sin origen claro y visible del Edén terrestre.

Una noche entre infinitas noches que no olvido,
que no podré olvidar (¿cómo pude llegar a ser otro
y ser el mismo?), estoy sentado alrededor del fuego:
los dientes, las mandíbulas dominan mi rostro,
los ojos de grandes órbitas miran la noche.

Yo entonces no sabía -era inocente-
que la Tierra de raudo giro estaba lista,
pero sin nombre aún, para que yo
iniciara mi historia ambigua y dolorosa.
Imperceptiblemente los huesos de mi cráneo
se abovedan (bella la expansión del cerebro
como la expansión del Universo), que es
cuando interiormente mis dos ojos
en un vertiginoso descubrimiento de mí mismo,
se deslizan por un plano inclinado hacia la grieta,
alma, ombligo interior,
que es cuando siento desazón, angustia.
Vida, guardé mis muertos. ..

Estoy aquí y allá, en todas partes.
Lluvias sobre el grosor de los bosques, las praderas; .
cielos radiantes y fríos, cielos cálidos.
Mi piel cambia del blanco al rojo, al negro,
al amarillo; en lentas gradaciones profundas
(sin cesar) mi cara reproduce la cara de todos
y cada uno de los seres que vivieron,
que viven, que vivirán un día en este mundo,
que es cuando necesito expresarme, comunicarme"
y como esas fuentes de agua clara que se ven
en los paseos públicos de las grandes ciudades,
hablo con infinito anh~lo a los astros herméticos,
que es cuando me brotan de la boca sin distinción
los idiomas de los hombres del mundo
en largos chorros surgentes,
y soy por piedad de mí todos los hombres.
Es un quehacer extraño que ya otros
han realizado bajo el incierto cielo antes que yo;
porque así pudiera mi sexo engendrar mundos y mundos,
es mi vida la que se extingue no mi muerte; el muerto
ha de seguir implacablemente muriendo en proporción
a la asombrosa correntada de noches y días
que emplea la Especie en nacer, prometer y cumplir.

Porque, oh coágulos astrales de la noche,
vidalitá, oh tigre de los llanos,
si me quedara en cama (pa' no gastar
los días que me quedan) mudo, inmóvil;
si una mañana me afeitara con uñas y dientes
al pie de alto espejo absoluto: me punza
el enigma del ser, del semen, del óvulo.

Sepan los maulas que no hay
influencias literarias, al menos consciente.
lo que hay es una transmisión de poderes,
lo que hay es una remota y verídica herencia
como si fuera mi humano cuerpo un nudo más
(la creación continúa) de energías divinas o no,
que unos llaman Amor: ebriedad natural, sexual,
primaveral; otros, palabra de Dios; otros Azar:
urdimbre de fuerzas ciegas que modelan
en lo negro y vacío la realidad, la Esfera
y el Sueño.
Todo materialismo es pesimista.
¿En cuál última noción o valor te apoyarás,
mente melancólica?

Hugo Caamaño


Obstinación de los héroes

Si escribiera un poema que comience así:
"El pueblo que dejó morir solo a sus héroes...",
¿qué dirían ellos de saberlo?
Estoy seguro que dirían,
1
que ni murieron solos ni son héroes
2
que aunque murieron solos no son héroes
3
(lo menos probable) que morir solo
es un deber del héroe.
Estas cosas dirían y agregarían otras,
pero jamás dirían que el pueblo
los dejó morir solos.
Así son de obstinados los héroes!
aún en la muerte.

Hugo Caamaño



Poesía

La poesía tiene que ver con todo,
pero se corta sola.
En apariencia es una bella mujer ingenua
en su jardín. En apariencia.
Dos pretendientes la visitan
e se disputan sus favores,
uno se llama bien, el otro Mal.
El primero le habla en el lenguaje de las flores
y para darle un beso la rebaja con agua
pero es el segundo quien la llena de hijos
y de hijastros.

Hugo Caamaño


Sin testigos

Me aparto.
Me estremezco.
La cabeza
Ya demasiado madura cae al fondo.

Me desagoto de años y recuerdos.
Abandono el país.
Quemo el idioma.

Arráncame mis padres de la ingle.

Aparto como unas ramas melancólicas
Mis huesos con la mano.

Me voy hacia otra cosa,
Hacia otra cosa.

Aquí no hay tanta luz.

Aquí descanso.



Hugo Caamaño





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