Canción del ahogado

Bajo el mar,
en el zigzag de los cardúmenes,
vi un árbol de espejos sueltos dispersando ráfagas de plata.
En los fantasmas de coral reconocí
la sangre más superflua,
la sangre ausente de la ausencia,
la naturaleza esqueletal de todo intento
y toda la nada que no es mar.
Toda la Nada.
La breve cópula de las estrellas
me recordó una mano, para siempre fugaz,
latiendo dentro de mi mano
y el silencio me hizo entender la inutilidad de las palabras.
Probé la tierna carne de los peces secretos,
que leyeron en mi lengua su destino de Jonás,
para que todas mis vísceras
asumieran la armadura de la escama.
Y ya no dolía Nada.
En medio de mi oscuridad
las medusas danzaron la escarcha de sus lámparas.
Vi la mano de dios
deslizándose secreta como un calamar gigante
Y no quise volver.

Kattia Chico



El ama de casa

Hoy limpié las ventanas,
las puertas,
y las escaleras que dan a la calle.

Al fin encontré un buen uso
para el calzoncillo que dejaste.

Kattia Chico



La señora  de los gatos

Yo soy la señora de los gatos,
la lejana señora de los gatos.
En sus orejas geométricas
canta el eco visceral de mi nombre.
Dondequiera que estés, sé que lo oyes.
Soy quien pinta en sus ojos esa línea tan egipcia
para que te recuerde la mirada de mi tinta,
quien se enrosca en la pregunta de su cola,
quien te conjura en cada gato de mi sombra.
Me siguen por donde camino
estrujándose caricias contra mí,
electrizando de chispas todo aquello que miran
sus láseres de esmeralda.
Si detengo mi paso,
se ponen a satelitar como prendidos
a la órbita de mi falda.
Tengo dos piedras visionarias
que me hablan de ti en la oscuridad.
Tengo un cuerpo suave y tibio
y un corazón extraño.
Soy libre, diosa, bruja,
sagaz, sedosa, grácil.
Tengo instantes de ubicuidad.
Me deslizo entre las rejas
y cruzo la sinuosa madrugada
todavía arrebatada de letargo
como cuando contigo
reclinada en tu pecho respiraba
del éter de tu aliento los suspiros.
Los gatos siempre vuelven.
Nos encontramos siete veces por vida
y me traen noticias de ti
dos mares más allá:
que se te ha enronquecido la voz
y ya no andas tan desnudo de reloj,
pero sigues arrojando
la risa hacia atrás con la cabeza,
y guardando la noche en tus ojeras.
Me cuentan además
que se miran verde a verde
y tú los acaricias,
entonces regresan a traerme
destellos de tus dedos
untados en su lomo.
Soy la señora de los gatos
que sólo tú y yo vemos;
de los que vienen
siete veces por vida
para hablarme de ti con sus pupilas.
Pero tú
no vuelves.

Kattia Chico


Memoria me moría

Con palabras aleves memoria me moría.
Memoria me acusaba, memoria me acosaba
con sus dulces secretos, relámpagos y luces.
Lactaba la mentira acogida a su seno. 

Memoria me acostaba sobre sus faldas frías,
sus faldas que giraban, giraban, que giraban,
con sus muy memoriosas arandelas de tules
que iban trocando cosas para adquirir más vuelo. 

Memoria me hechizaba, me besaba la boca.
Vivir entre sus faldas era cuanto quería;
enredarme en su pelo telaraña y rocío, 

buscar entre sus ruedos un poco de mí misma,
este poco que ahora lentamente se agota.
De mi cadáver tibio nace limpio el Olvido.

Kattia Chico



Un hombre desnudo es un paisaje bienvenido

Los hombres desnudos son criaturas de flama,
erizos que de súbito girar prenden el aire
con voces de su luz cutánea y ágil.
Son hologramas del sueño,
generosos abrevaderos,
escarchas que se quedan en las manos.

Los hombres desnudos son medicinales,
antidepresivos, analgésicos;
buenos argumentos en contra del suicidio,
y para cuestionarme la ley de gravedad.
Por sus virtudes ígneas imprimen a las sábanas
su firma corporal (como en Turín, pregúntenle a Magdala).
Son dulces y angulosos, son archivos históricos,
alfabetos en célula, cisnes de cuello impune,
casas donde vivir,
criminales absueltos.

De la transparencia de su almizcle
podría vivir,
y de la sangre clara de sus verbos.
Que nadie se ofenda si digo que son buenas camas,
que no hay almohadas sin su vientre,
que soy toda una víctima del terciopelo.

Un hombre desnudo es como un libro.
Gusto palpar su lomo, examinar al azar su piel de página
letra por beso, y abrazo por palabra,
y respirarlo como si fuera hecho de oxígeno.
Es una dicha estética,
una inevitable filmación de la pupila,
una copa de nostalgias previas.
Y sus dedos; sus dedos,
un incienso que nunca se consume.

Hermosos son los hombres si desnudos,
si visibles cuando la oscuridad.
Por sus lunares nacen nuevas mitologías
y le ocasionan nombre a las estrellas.
Hermosos si caminan, si están quietos,
más aún si dormidos para mirarte mejor,
querido lienzo.

Kattia Chico


Un sonido ensangrenta...

Un sonido ensangrenta estas paredes.
Veo las gotas rodar, rayando todo,
contemplo cómo van formando redes;
soy la araña que acecha en el recodo.

Imperceptiblemente mudo pieles
que flotan como vivas hacia el centro,
se acumulan despojos para hacerme
la reina de la tela del silencio.

Y mis ojos compuestos quedan ciegos,
y mis patas de antena quedan sordas.
No puedo ni vivir y menos puedo

dejar la seda fósil de algún eco.
Ya sé que no existí, que no me nombra
la música fantasma del desierto.

Kattia Chico







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