Capítulo II. Tirante el Blanco y el ermitaño

El virtuoso rey de Inglaterra, aprovechando que había concertado matrimonio, decidió convocar corte general para que los ociosos caballeros ingleses pudiesen hacer ejercicios de armas. La noticia de la gran fiesta que el famoso rey preparaba se extendió por todos los reinos cristianos.

Un gentilhombre de antiguo linaje y natural de Bretaña, que se dirigía a los festejos junto con otros, se quedó retrasado y, a causa de la fatiga del largo viaje, se durmió encima de su rocín. El caballo abandonó el camino y se adentró por una senda que conducía a la fuente donde estaba el ermitaño, el cual se hallaba en aquel momento leyendo un libro llamado Árbol de Batallas.

Estando agradeciendo a Dios Nuestro Señor los singulares favores que el mundo ha conseguido gracias a la orden de caballería, el ermitaño vio llegar a un hombre a caballo y observó que venía durmiendo. Cuando el rocín llegó a la fuente y vio el agua, intentó beber, pero no lo pudo hacer porque tenía la falsa rienda enganchada al arzón de la silla de montar. Pero tanto se inclinó el animal, que el gentilhombre se despertó. Al abrir los ojos vio ante él a un ermitaño de larga barba blanca, flaco y demacrado. Por su aspecto parecía un hombre admirable y de gran santidad que se había retirado allí para hacer penitencia y salvar su alma.

El gentilhombre bajó del caballo y le hizo una gran reverencia; el ermitaño lo recibió afablemente y ambos se sentaron bajo el gran pino que había allí. Entonces, el ermitaño comenzó a hablar:

—Gentilhombre, os ruego por vuestra cortesía y gentileza que me digáis vuestro nombre, y cómo y por qué causa habéis venido a parar aquí.

El recién llegado no tardó en responder:

—Padre reverendo, ya que a vuestra santidad os complace saber mi nombre, os lo diré de buena gana. Me llaman Tirante el Blanco, porque mi padre era señor de la Marca de Tirania, que confronta por mar con Inglaterra, y mi madre, la hija del duque de Bretaña, se llamaba Blanca; por esto quisieron que yo me llamase Tirante el Blanco. Es bien conocido que el rey de Inglaterra ha convocado corte general en la ciudad de Londres para celebrar su futuro matrimonio con la hija del rey de Francia, la mejor y más bella doncella de toda la cristiandad. Esta dama tiene singularidades que otras no tienen, entre las cuales yo os puedo relatar una: su blancura es tan extraordinaria que, hallándome yo en París, en la corte del rey de Francia, el pasado día de San Miguel se celebraron grandes fiestas, porque en tal fecha se acordó este matrimonio; el rey, la reina y la infanta comían los tres en una mesa y, verdaderamente os puedo decir, señor, que cuando la infanta bebía vino tinto, se veía cómo le pasaba por la garganta. También se ha hecho público que el rey de Inglaterra piensa aprovechar los festejos para armarse caballero y que después él investirá a todos los demás que quieran recibir la orden de caballería. Yo he preguntado por qué no se ordenó caballero durante la guerra contra los moros y me han respondido que no lo hizo porque había perdido todas las batallas en las que participó, hasta que llegó aquel famoso caballero, el conde Guillén de Varoic, el cual combatió contra los moros y dejó todo el reino en calma. Por otro lado, se comenta que el día de San Juan la infanta llegará a la ciudad de Londres y se celebrarán grandes festejos que durarán un año y un día. Por estas razones, hemos partido de Bretaña treinta gentilhombres de armas dispuestos a recibir la orden de caballería. Como me retrasé en la partida, me he tenido que esforzar para unirme a mis compañeros; y por eso, cuando venía por el camino, me dormí a causa del cansancio y mi rocín me ha traído delante de vuestra reverencia.

Cuando el ermitaño supo que el gentilhombre iba para recibir la orden de caballería, le vino a la memoria todo lo referente a la orden y a los caballeros. Entonces lanzó un suspiro y se quedó recordando su anterior vida de caballero. Tirante, observándolo tan pensativo, le dijo:

—Reverendo padre, ¿querría decirme vuestra santidad en qué pensáis?

Y el ermitaño le respondió:

—Amable hijo, tengo mi pensamiento en la orden de caballería, pero también en la gran obligación que contrae el caballero que quiere cumplir esta alta orden.

—Padre reverendo —dijo Tirante—, mucho me gustaría saber si vos sois caballero.

—Hijo mío —contestó el ermitaño—, hace cerca de cincuenta años que recibí esa orden cuando estuve en África luchando contra los moros.

—Señor y padre de caballería —pidió Tirante—, decidme, pues, cuál es la mejor forma de servir ésta tan alta orden.

—¿Cómo? —respondió el ermitaño—. ¿No sabes cuál es la regla y la orden de caballería? Ningún caballero puede servir a esta orden si no conoce sus ordenanzas, y no es un auténtico caballero quien no las domina. Es más, todo caballero tiene la obligación, cuando confiere la orden a otro, de enseñarle las costumbres que corresponden a su nuevo estamento.

Cuando Tirante vio que el ermitaño lo reprendía muy justamente, se alegró mucho y, humildemente, le dijo:

—A Dios Nuestro Señor agradezco que me haya conducido aquí, ya que podré ser instruido en todo aquello que tanto he deseado y, además, por un caballero tan singular y virtuoso, que después de haber servido a la orden se ha recluido en el desierto, huyendo de los mundanos asuntos para servir a su creador. Porque, señor, os puedo decir que yo he estado en la corte del emperador, en la del rey de Francia y en la de Castilla y Aragón y que me he encontrado con muchos caballeros, pero nunca he oído hablar tan altamente de la orden de caballería. Y si a vuestra merced no causa enojo, os estaría muy reconocido si me dijeseis en qué consiste la orden, ya que me siento plenamente dispuesto a cumplir todo aquello que esta regla mande seguir y observar.

—Hijo mío —contestó el ermitaño—, todo se encuentra escrito en este libro que yo, de vez en cuando, leo. Sobre todo tienes que saber que, de la misma forma que la caballería confiere honor al caballero, éste tiene que esforzarse en honrar la caballería.

El ermitaño abrió el libro y leyó delante de Tirante un capítulo en el cual se explicaba cómo y por qué causa nació la orden de caballería. El texto decía lo siguiente:

Habiendo desaparecido del mundo la caridad, la lealtad y la verdad, comenzaron a reinar en él la mala voluntad, la injusticia y la falsedad. Entonces se hizo necesario que la justicia se reinstaurase. Por esta causa, el pueblo fue dividido en grupos de mil, y de cada mil fue elegido el hombre más afable, más sabio, más leal, más fuerte y con más virtudes y buenas costumbres. De semejante forma buscaron de entre todas las bestias del mundo la más bella, la que más corría, la que pudiese soportar más trabajo y la que fuese más conveniente para servir al hombre. De entre todas eligieron al caballo y lo dieron al hombre que había sido elegido de entre los mil. Es por eso que aquel hombre fue llamado caballero.

Cuando Tirante comprendió que un caballero es elegido de entre mil hombres para llevar a término el oficio más noble, dijo:

—Loado seas, Señor, por haberme hecho venir aquí donde he sido informado sobre la orden de caballería, ya que hasta este momento no había tenido noticia fiel de ella. Os aseguro que ahora aún tengo mucho mayor deseo de ser armado caballero que antes.

—Ya veo —dijo el ermitaño— que eres muy digno de recibir la orden de caballería. Pero no pienses que en aquél tiempo era armado caballero todo aquél que lo quería, sino que solamente eran elegidos los hombres más fuertes, virtuosos, leales y piadosos, para que defendiesen a las personas humildes. Conviene, por lo tanto, que el caballero sea animoso y más valiente que los demás, de forma que pueda perseguir a los malvados; también tiene que ser afable, generoso y accesible a la gente de cualquier condición. Pero no olvides que ser caballero es un trabajo arduo y fatigoso.

—¿Entonces, señor —preguntó Tirante—, tiene que tener el caballero más fuerza y poder que cualquier otro?

—No exactamente —respondió el ermitaño—, porque aunque haya individuos tan poderosos como él, el caballero tiene que destacarse sobre todo por sus virtudes. Quiero que sepas que el caballero fue creado para mantener la lealtad y la rectitud, pero no pienses que salió de más alto linaje que los demás, porque todos somos nacidos de un padre y de una madre. Misión principal del caballero es defender a la santa madre Iglesia, ser humilde y perdonar a aquéllos que le hayan hecho algún daño. Al principio del mundo, según se puede leer en la Santa Escritura, los hombres no se atrevían a montar en un caballo, hasta que se creó la orden de caballería. Ahora, hijo mío, te diré lo que significan las armas, tanto las ofensivas como las defensivas, que todo caballero tiene que llevar, ya que no le fueron dadas sin causa, sino que tienen un gran significado directamente relacionado con la santa madre Iglesia.

—¡Oh, señor y padre de caballería! —dijo Tirante—. Os ruego que me expliquéis las propiedades y el significado de todas las armas.

El ermitaño respondió:

—De buena gana os lo diré, Tirante. En primer lugar, la lanza, que es larga y con punta de hierro, significa que el caballero tiene que combatir contra todos los que quieran hacer daño a la Iglesia y, en defensa de ésta es necesario que sea temido: con los malos tiene que ser cruel; pero con los buenos, leal y justo. La espada es la más noble arma del caballero ya que puede matar y herir por tres partes: por los dos cortes y por la punta; por lo tanto, tiene que llevarla con gran dignidad y defender a la Iglesia con ella. La correa de la espada significa que, de la misma forma que el caballero se la ciñe por la cintura, así tiene que ceñirse la castidad. El pomo de la espada representa el mundo y, por lo tanto, el caballero se ve obligado a defender el orden social. La cruz de la espada representa la verdadera cruz en la que nuestro redentor quiso recibir muerte y pasión para salvar a la humanidad; y así lo tiene que hacer todo buen caballero: morir por la redención y conservación de todos estos principios, de forma que, si muere en acto de mantener estos principios, su alma irá directamente al paraíso. El caballo representa al pueblo en favor del cual el caballero tiene que mantener la paz y la justicia. Las espuelas doradas que calza el caballero tienen muchos significados, porque el oro, que es tan preciado, el caballero se lo coloca en los pies, y con esto se quiere poner de manifiesto que por oro no tiene que hacer traición, maldad ni cualquier otro acto que defraude el honor de la caballería; por otra parte, las espuelas son puntiagudas para que puedan hacer correr al caballo y, de semejante forma, significan que el caballero tiene que incitar al pueblo para hacerlo más virtuoso y tiene que pinchar a los malvados para hacerlos temerosos. La coraza que lleva el caballero y que le guarda todo el cuerpo representa a la Iglesia que tiene que ser defendida por el caballero. Y de la misma forma que el yelmo tiene que estar en el lugar más alto del cuerpo, así el caballero tiene que poseer coraje para amparar al pueblo y no consentir que rey ni cualquier otro lo pueda dañar. Los antebrazos y manoplas quieren indicar que él, en persona, tiene que defender a la Iglesia y a las personas virtuosas y que tiene que atacar a las que no lo son. Los guardabrazos significan que el caballero tiene que preservar los templos de los homicidas y nigrománticos. El arnés de las piernas quiere poner de manifiesto que si el caballero no puede ir a caballo, tiene que hacerlo a pie para defender a la cristiandad.

—El caballero —continuó diciendo el ermitaño— que por oro o por plata deja de hacer su obligación, menosprecia la orden de caballería. En tal caso merece que todos los reyes de armas, heraldos y persevantes, o sea, los oficiales de armas, llamen a los buenos caballeros para que, si pueden, lo detengan y lo lleven delante del rey. Entonces, lo tienen que vestir con todas las armas como si tuviese que entrar en batalla o ir a alguna gran fiesta, y ponerlo sobre un estrado para que todos puedan verlo. Conviene que haya también trece sacerdotes, rezando continuamente horas de difuntos como si lo tuviesen por muerto. A cada salmo que entonen se le tiene que quitar, en primer lugar, el bacinete, que es la pieza principal del caballero, porque con los ojos ha permitido contravenir la orden de caballería. Después tienen que quitarle la manopla de la mano derecha, porque con ella ha tocado el oro y defraudado la orden. A continuación, la manopla de la mano izquierda, porque ha participado en aquello que ha hecho la derecha. Finalmente, se le tiene que quitar todo el arnés que lleva, como también las armas ofensivas y defensivas, y es necesario que sean lanzadas desde arriba del estrado al mismo tiempo que, unos detrás de otros, los reyes de armas, los heraldos y los persevantes pronuncien el nombre de cada pieza diciendo: «Éste es el bacinete de aquel desleal defraudador de la bienaventurada orden de caballería». Entonces, los heraldos dicen en voz alta: «¿Cómo se llama el caballero?». Y responden los persevantes: «Tal», y lo llaman por su nombre. Entonces, los reyes de armas contestan: «No es verdad, porque se trata de un vil y un malvado caballero, que ha demostrado poca estima a la orden de caballería». Inmediatamente los sacerdotes gritan: «¡Pongámosle nombre!». Y los trompetas demandan: «¿Cómo se llamará?». El rey contesta: «Que con gran vituperio sea expulsado y desterrado de todos nuestros reinos y tierras el mal caballero». Después, los heraldos y reyes de armas le lanzan agua caliente a la cara, diciéndole: «De ahora en adelante solamente tendrás un nombre: traidor». A continuación, el rey se viste de negro y, con doce caballeros con gramallas y espuelas azules, hacen una gran demostración de duelo. Y a cada pieza del arnés que le quitan, le lanzan agua caliente por la cabeza. Cuando lo acaban de desarmar lo bajan del estrado, no por la escalera por donde subió cuando era caballero, sino que lo atan con una cuerda y lo bajan al suelo. Después lo llevan a la iglesia de San Jorge y allí, delante del altar, en el cual se encuentra el rey con los doce caballeros, que representan a Jesucristo y los apóstoles, le hacen acostarse en el suelo, dicen el salmo de maldición y le dan sentencia de muerte o de cárcel perpetua.

—Puedes ver, pues, hijo mío —añadió el ermitaño—, cuán de importante es la orden de caballería. Y aún más, porque esta orden se ha establecido también para defender a hijos sin hermanos, a viudas, a huérfanos y a mujeres casadas cuando alguien los quiere enojar, forzar o arrebatarles los bienes, ya que los caballeros están obligados a ponerse en peligro de muerte si son requeridos para defender a alguna mujer de honor. Cualquier caballero jura, el día que recibe la orden, que mantendrá todo esto que te he relatado. Por eso te digo, hijo mío, que ser caballero es muy fatigoso y muy exigente, y que el caballero que no cumple con todo aquello a lo que está obligado, envía su alma al infierno. Pero todavía no he dicho todo lo que es necesario para ser un completo caballero.

Tirante, por el gran deseo que tenía de saber todas las cosas referentes a los caballeros, inició este parlamento:

—Si mis palabras no enojan a vuestra señoría, reverendo padre, os agradecería que me dijeseis desde cuándo ha habido caballeros tan virtuosos y singulares.

—Hijo mío —contestó el ermitaño—, según relata la Sagrada Escritura, ha habido muchos virtuosos caballeros. Así, en las historias de los santos padres podemos leer las grandes virtudes del noble Josué, de Judas Macabeo y de los reyes; también tenemos noticia de los singulares caballeros griegos y troyanos, como también de los invencibles caballeros Escipión, Aníbal, Pompeyo, Octaviano, Marco Antonio y de muchos otros.

—¿Y desde la venida de Jesucristo hasta ahora —dijo Tirante—, ha habido caballeros buenos?

—Sí —afirmó el ermitaño—, el primero fue José de Arimatea, que bajó a Jesucristo de la cruz y muchos otros que provienen de su linaje y que fueron valentísimos caballeros, tales como Lanzarote del Lago, Galván, Bores, Perceval y, sobre todos ellos, Galaz, quien por virtud de la caballería y por su virginidad fue merecedor de conquistar el Santo Grial.

—Y ahora, en nuestro tiempo —insistió Tirante—, ¿a quién podemos dar tal honor en este reino?

—Ciertamente —respondió el ermitaño— es digno de gran honor el buen caballero Montañanegra, que ha hecho actos dignos de ser recitados; también el duque de Atzétera, joven dispuesto y de singular fuerza, que prefirió caer prisionero en poder de los infieles que huir vergonzosamente; pero también micer Juan Stuart y muchos otros. Pero Tirante le replicó con las siguientes palabras: —Padre y señor, ¿por qué no me habláis también del famoso caballero, el conde Guillén de Varoic, del cual he oído decir que, por su virtud, han sido ganadas muchas batallas en Francia, en Italia y en muchos otros lugares? También se dice que liberó a la condesa del Bellestar, que fue incriminada de adulterio por su marido y tres hijos. Parece ser que cuando estaba a punto de ser quemada, Guillén de Varoic fue al rey y le dijo: «Señor, haga apagar vuestra alteza el fuego, porque yo quiero liberar a esta señora con una batalla, ya que es incriminada de forma indigna y quieren hacerla morir injustamente». El marido se adelantó con los tres hijos y dijo: «Caballero, no es ahora el momento de defender a esta mala mujer; cuando haya muerto como se merece, yo os responderé con armas o de la forma que queráis». El rey asintió y Guillén de Varoic, cuando vio tanta inhumanidad por parte del rey, del marido y de los hijos, cogió la espada y asestó tan gran golpe a la cabeza al marido, que lo tiró muerto al suelo. Después se dirigió hacia el rey y de un solo golpe le cortó la cabeza; posteriormente, se acercó a los hijos, y allí mismo hizo morir a dos, porque el otro huyó. Muchas gentes, a causa de la muerte del rey, se volvieron en su contra; pero el valeroso caballero, con mucho coraje, entró dentro del cerco del fuego y cortó la cadena con la que estaba atada la condesa. También se dice que, después de partir de la ciudad, el valeroso conde de Varoic se encontró por el camino con un gran león que se llevaba una criatura, a la que no osaba comerse a causa de la gran cantidad de gente que seguía a la fiera. Cuando Guillen de Varoic se vio delante del león, bajó del caballo y tiró la espada. El león, que lo vio venir, dejó a la criatura y fue hacia él; entre los dos se entabló una gran batalla. Finalmente, el conde superó la fuerza del león y lo mató. Y tomando entre los brazos a la criatura, que todavía mamaba, y con el caballo por la rienda fue a la ciudad, tan herido que no podía cabalgar; y una vez allí, devolvió el infante a su madre. Ahora, no hace demasiado tiempo, cuando los moros conquistaron la mayor parte de Inglaterra y el rey fue depuesto, él fue coronado rey y combatió cuerpo contra cuerpo con el rey moro, lo venció y lo mató. También hizo morir a una gran cantidad de moros y, por su virtud, liberó de la cautividad a todos los cristianos de la isla de Inglaterra. Finalmente, restituyó al primer rey la corona y la señoría del reino. Por lo que parece, ha llevado a término tantas cosas dignas que relatarlas me llevaría más de un día.

El ermitaño, para no evidenciar que se trataba de él, dijo estas palabras:

—Es verdad, hijo mío, que he oído hablar de ese caballero, el conde Guillén de Varoic, pero nunca lo he visto ni lo he conocido y por eso no he hablado de él.

—Pues ahora —dijo Tirante—, padre y señor, os querría decir que si hubiese todavía más peligros de los que hay en la orden de caballería, por nada del mundo dejaría yo de recibir esta orden si encuentro a alguien que me la quiera conceder.

—Hijo mío —contestó el ermitaño—, ya que tenéis tanta voluntad de conseguir la orden de caballería, os aconsejo que la recibáis con renombre y fama y que aquel día hagáis tal ejercicio de armas que todos vuestros parientes y amigos sepan vuestra determinación. Como ya es tarde y os encontráis en tierra extraña, os rogaría que partieseis, porque no conocéis los caminos y os podríais perder entre los bosques. Os ruego también que os llevéis este libro y que lo enseñéis a mi señor el rey y a todos los buenos caballeros para que puedan saber qué es la orden de caballería. Igualmente os pido, hijo mío, que cuando regreséis paséis por aquí y me digáis qué personajes han sido hechos caballeros, y también que me expliquéis todos los festejos y galas que se hayan celebrado.

Le dio el libro y lo despidió.

Tirante cogió el libro, le dio efusivamente las gracias y le prometió que volvería. Pero antes de partir le preguntó:

—Decidme, señor, si el rey y los demás caballeros me preguntan quién les ha enviado el libro, ¿qué les tendré que decir?

El ermitaño respondió:

—Si eso ocurre, decidles que aquél que siempre ha amado y honrado la orden de caballería.

Tirante le hizo una gran reverencia, subió al caballo y se fue.

Sus compañeros estaban preocupados por su tardanza, pensando que se había perdido por el bosque; muchos de ellos volvieron a buscarlo y lo encontraron de camino leyendo el libro que le había dado el ermitaño.

Al llegar Tirante a la ciudad donde estaban sus compañeros, les contó cómo Nuestro Señor lo había conducido al padre ermitaño y cómo éste le había dado aquel libro. Pasaron toda la noche leyéndolo hasta que, por la mañana, llegó la hora de cabalgar de nuevo.

Trece días antes de la fiesta de San Juan llegaron a Londres, ciudad en la que se hallaba al rey con muchos caballeros de este reino y del extranjero.

Cuando llegaron, Tirante y sus compañeros fueron a rendir homenaje al monarca, el cual los recibió muy afablemente. La infanta, hija del rey de Francia, por su parte, se hallaba a dos días de camino, en la ciudad de Conturbery.

El día de San Juan el rey conoció a la infanta y, en aquella fecha, empezaron los festejos que duraron un año y un día.

Acabadas las fiestas, el rey se casó con la infanta de Francia. Poco después, todos los extranjeros se despidieron de la real pareja y cada uno regresó a sus tierras.

Tirante, después de salir de Londres, recordando la promesa que había hecho al padre ermitaño y, hallándose cerca del lugar donde aquél habitaba, dijo a sus compañeros que debía ir allí. Sus amigos le pidieron que les permitiese acompañarlo porque tenían un gran deseo de conocer a aquel santo padre. Tirante se alegró mucho y todos tomaron el camino hacia la ermita. En el momento de llegar, el ermitaño estaba bajo el árbol rezando con su libro de horas.

Cuando vio venir a tanta gente, se preguntó quiénes podrían ser. Tirante y todos sus compañeros se acercaron, descabalgaron y le hicieron una humilde reverencia. Después, Tirante le quiso besar la mano, pero el ermitaño no lo permitió, sino que los abrazó a todos y les rogó que se sentasen en la hierba cerca de él. Habiéndose todos acomodado, el ermitaño comenzó a hablar:

—No os podría decir, magníficos señores, la gran alegría que tengo de ver tanta gente de bien. Os estaré muy agradecido, si venís de la corte de mi señor el rey, que me queráis decir quién ha sido hecho nuevo caballero y qué festejos se han celebrado. Y a vos, Tirante el Blanco, os ruego que me digáis los nombres de todos los señores que están aquí presentes.

Tirante se volvió hacia sus compañeros y, como entre ellos había muchos caballeros de mayor linaje y riqueza que él, les dijo:

—Valerosos caballeros, os suplico que satisfagáis la demanda que ha hecho el padre ermitaño, porque él es padre de caballería y merecedor de gran honor.

Pero ellos respondieron:

—Tirante, hablad vos por todos, ya que conocisteis al santo padre antes que nosotros.

—Os pido, pues —dijo Tirante—, que si me olvido de alguna cosa, me la recordéis.

Todos asintieron y Tirante, habiéndose quitado el sombrero de la cabeza, inició la relación de los festejos celebrados con motivo de las bodas del rey de Inglaterra.

Joanot Martorell
Tirant lo Blanc (Tirante el Blanco)



"En tan alt greu excel·leix lo militar estament, que deuria ésser molt reverit si los cavallers observaven aquelll segons la fi per què fonc instituït e ordenat. E per tant com la divina Providència ha ordenat e li plau que los set planets donen influència en lo món e tenen domini sobre la humana natura, donat-los diverses inclinacions de pecar e viciosament viure, emperó no els ha tolt l'universal Creador lo franc arbitre, que si aquell és ben regit les poden, virtuosament vivint, mitigar e vençre, si usar volen de discreció; e per ço, ab lo divinal adjutori, serà departit lo present llibre de cavalleria en set parts principals, per demostrar l'honor e senyoria que los cavallers deuen haver sobre lo poble.
(…)
Mitigant los treballosos assalts que en lo feminil coratge desesperades eleccions e molts greus enuigs procurant infonen, gran és l'aturmentat esperit meu, per on les mies injustes afliccions poden ésser per vosaltres, dones d'honor, conegudes. E acompanyant les mies ''''doloroses llàgrimes e aspres sospirs, vençuts per la mia justa querella, presenten l'aflicció e obra per l'execució que tal sentiment los manifesta. A vosaltres, doncs, dones casades, endrece los meus plors, e les mies greus passions signifique, per on los meus mals, faent-los vostres, ab mi us dolgau, com semblant cas com lo meu seguir vos puga, e dolent-vos del vostre, qui us pot venir, haureu compassió del meu, qui m'és present, e les orelles dels llegints la mia dolor tal senyal facen, per on dels mals qui m'esperen me planguen, puix fermetat en los hòmens no es troba. Oh mort cruel! ¿Per què véns a qui no et vol e fuigs als qui et desitgen?"

Joanot Martorell
Tirant lo Blanc












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