Cuaresma

Ahora que una fuerza extraña me hace crujir los dientes,
Cuando un silbido oceánico de tromba me triza los ojos.
En mi alma sopla el eco de una voz profunda.
Soledades de un mundo abstracto,
Soledades a través del espacio melódico de los cielos,
Soledades, yo os presiento.

Oh Pascal:
El espíritu de aventura y de geometría,
Me aferra en avalancha
¡Y quizás no soy sino el acróbata
Sobre las geodésicas y los meridianos!
Pero igual que tú antaño, pequeño Blas,
De espaldas bajo las sillas,
Con gran estruendo muerdo los travesaños.

¡Oh nupcial estación de la desposada!
El Pentecostés de las hojas de otoño ilumina los cristales.
¡Oh recuerdo! ¡Oh paciente y dulce memoria vivificando sus aguas.
En el amoroso y cálido recinto de las cortinas!
¡Oh latido vertiginoso
De esas alas bajo las sienes,
Sombra interna de mis manos!
Ruta solar de mi potencia
Y ruta del pan la violenta espiga.
Las ávidas pupilas del escolar se consumen a la sombra de los
graneros;
Los canalones siembran sus gladiolos de cristal
Y toda la granja sucumbe a la gracia de Dios.

Las pupilas ávidas del colegial se consumen a la sombra de los graneros;
las goteras siembran sus gladiolos de cristal
y toda la granja sucumbe bajo la gracia de Dios.

Torrentes, torrentes, ¡oh rieles de Aldebarán
Por donde resbalan los trineos!
El pintor revolotea y canta en el baile de los pájaros
Sobre nuestras cabezas, en el deslumbramiento de la paloma,

En la ardiente seda del movimiento.
¡Ah, que venga,
Flor apagada en el aliento de su tumba,
Nuestra madre hasta nosotros,
Nuestra tierna madre en la augusta presencia de los océanos!

Sobre ti, flora alada de mis manos,
Sobre ti mis ojos se cierran
Como labios
Al sabor de un vino más generoso.

¡Ah, muy pronto serán los remolinos de la penumbra!
Señor: Vuestras seis épocas en un collar.
El himno exaltado de la palabra nos sostiene
¡Y más fresco que todas esas hierbas
De nuestras salivas el pilar de donde salta el licor de los gineceos!
¡Manantial! confesión de un alma que se honra
En ser aún más blanca que la aurora.

Rompeos, puertas: El día que acaba de nacer
Llamea en la hoja límpida de la ventana.
La luna ya se extingue a las brisas del mundo:
Apresúrate,
¡Oh mi alma y despierta, en la octava de tu canto,
El florilegio de la pradera!
Como beben, al filo de la sombra, las vertientes y los valles,
Como se abrevan en esas linfas que brotan de la misma entraña metálica de la roca,
Yo me sacio en la garrafa del ventrílocuo.
¡Ah, bajo la amenaza de los signos siderales,
Huye amigo -cabalga los montes y las tinieblas-
Aún a riesgo de perecer
En la brasa relampagueante de los vitrales!

¡Escucha! Oye cómo cruje a lo lejos la encrucijada,
Génesis de tu soplo,
Teclado del viajero.
-En mí, el más noble ejemplar de las aves zancudas
Espumea y gruñe la saltante savia del caucho.
Esas voces del huracán, aún distantes, sacuden
El bosquecillo sonriente de las brisas en la mañana:
Como ellas me levanto en la verticalidad floral de mi impulso
¡Oh manantiales! Como ellos aspiro a las cimas
líquidas y seculares de la selva.

Cal viva y lustral de las lagartijas del cuerpo en harapos.
A la sombra de las secoyas meditan las formas barrocas
La herrumbre esponjosa de la tormenta rumia y se dilata
En la verde substancia del aire,
El relámpago estalla
En las piedras y en los bosques,
En la noche eocena del cazador.
-Oh flores,

Mi saliva es tan dulce como el elixir de vuestros cálices.
Tan emocionante en el llamado:
¡Ven, acude!
Ven, señor de las ondas y de las especias:
¡Oh navegante Cristóforo,
Dinos el esplendor subterráneo
De tus provincias veteadas de oro!
En el cielo la orilla de sombra, atropellamiento de fantasmas.
Llevad esos lagos, esas islas, esos arrecifes,
¡Oh brazos del semáforo!
Id, oh mis párpados, barcas locas, id a zozobrar incesantemente,
Id, entre las campanas de los náufragos, a tejer vuestras cortinas de plata!

El ángel ronca,
El ángel en acecho.
En el estruendo de mis oídos, el ángel prepara su nido siniestro.
Incansable, la espuma color de humo.
Emerge - baba inmunda de las bebidas de Baltazar.
Los palmípedos, los ganoides remontan la corriente
De esas aguas tumultuosas bajo las aguas,
De esas trombas ensordecedoras y submarinas del trueno.
El águila altiva,
El águila apocalíptica planea y reina sobre los vientos.
¡Tierra! ¡Tierra!
Yo me estremezco hasta las cenizas de mis huesos.
¡Tierra! ¡Tierra! Llegamos a la isla violenta de Pathmos.

Viñas de Neé, racimos de Jafet,
El vino me envuelve con todos sus anillos,
-Detrás de las vigas vigilantes del dintel .
Amigos, cumplamos la orden del alfabeto,
La visión y la estima conyugales.

El polen del solsticio, como la miel, en la basílica
Deslumbrante de mi oído,
Las harinas, las llamas del desierto,
¡El misterio del mundo abierto a mi conocimiento!
¡Ah, yo no tengo el secreto de las sutiles Matemáticas!
Mas los trucos y los nombres, los hilos del Algebra,
Me ayudarán a olfatearte
¡Oh tácita estrella de magnesio!
Ya, luminosa, te anuncias a la turbación de mi pensamiento.
Mis miembros ciegos exploran
las brumosas telas de araña.

El pájaro balsámico
No otea como etapas de su vuelo
Sino las sílabas inciertas de mi palabra.
-¡Detén tus bielas, las facetas de tu ojo,
Oh mosca dactilógrafa de mi sueño!
A grandes pasos subimos por la escala botánica:
¡Dios!
La casa se ausenta de nosotros, con el gran estremecimiento de sus persianas.

Antaño, en Florida, sobre campos de esmeralda y de pimienta
El Cordero Místico pastaba libremente.
¡Oh chantres sobre las colinas
Prestáos a la alborada que os cantan los metales.

-¡Es verdad! Ya no es el bello desorden de la oda:
¡Sobre la playa se expande la umbela del barbero!
Ondinas, oréadas, hijas eternales en éxodo
¡Aleluya! Ved
Aparecer -como zócalo el rumor angélico de las brisas-
En el aire diáfano, las Siete Iglesias.
Abre. las puertas,
Grita las palabras de tu Libro
¡Oh Juan!

¡Descansad
Descansad, astros!
¡Que el autómata vaya a retorcer su corbata de cáñamo!
El imán magnético desata los glaciares de la aurora boreal;
Es la hora
En que el ángel reposa sobre el estante de su sombra,
Para la espera final.
El espíritu de las flores visita las tumbas
Y la extraña morada,
La extraña y melódica morada de las aguas cenitales.

Llevo mi cabeza en la mano como San Dionisio
Desganadamente, Señor, ¿de qué país
Vengo para hacerme una imagen
de la amargura de Vuestro rostro?
Ahora que una fuerza extraña hace crujir mis dientes,
Me penetran como silbidos sordos Vuestras miradas.

Alfredo Gangotena



El ladrón

                     A Jules Supervielle

Como los grandes vientos que soplan en su nocturna y miserable inmensidad,
En las profundas soledades del invierno,
Yerro hirsuto, miserable y sin abrigo.
Ya el lobo no escucha en su guarida
Sino el golpe siniestro de mis años.
Y cuidado con las llamas de un solsticio soñado:
En sus claros de bosque,
Las divinas y vigilantes miradas husmean entre las hojas marchitas.

Desollándome como Judas el infame
-El alma en la punta de la lengua helada-
Me agito en el más bajo fondo del bosque
Como las entrañas del famélico.

Mil formas solemnes se precisan en esta sombra oscura y temida,
Mil formas solemnes que se jactan ante mí del hipócrita contorno de sus encantos.
El limo de mi sombra aterciopelada
Me ofusca los sentidos y anuda mis pasos.

Como el árbol que dolorosamente reprime su cuita
En el blanco nadir de sus raíces,
El hombre maldice su destino.
En la basílica de los pinares,
El yermo corazón se lamenta:
«¡Despréndete aceleradamente, río, y sé
»La cuerda, la siniestra cuerda que me estrangulará!
»Que las ramas de hierro prendan los hervores de la tempestad.
»Aunque las frondas del relámpago estallen,
»No podréis jamás apagarla.
»Cielos, tristes y sombríos cielos,
»¡Jamás apagar esta llama de amor que canta dentro de mis ojos!»

«¡Sobre qué lienzo se imprime mi semblante?
»Sobre vosotros, charcas de absintio
»Y putrefactos brazos del río.»

«En el aire, en el agua mental del firmamento,
»¡Dónde, en qué onda embrujada, se abrevan mis ojos?
»¡En las cavernas de la tempestad o en la extrema
»Soledad del movimiento?»

«¡Hierbas, adiós!
»Me he fatigado y saciado con vuestra savia inmóvil.
»¡Adiós!
»Me lanzo sobre la punta de mis pies
»Hacia el meteoro de Belén.
»Sin hurtaros un día el Paraíso,
»Al revés de la gota adormecida,
»Escalo los torreones más altos,
»Señor,
»Señor, a fin de ofreceros muscíneas.»

Alfredo Gangotena
Versión de Gonzalo Escudero




El sol ha cesado de responder en la boca de los muertos.
Desesperada, mi lengua está desesperada y asfixiada con ampollas.
El sueño que me alarga
Ya no será sino un manto de vidrio
Arrojado al desprecio,
En torno de mi palidez.
Abjuro de mi destino, los salvajes me han obscurecido la razón.
Se drena la tempestad por las erguidas trombas de mis brazos.
Para ascender a la roca prohibida de las montañas,
Mi voz se ha transfigurado.
Ella no es otra, maldita de infortunio,
Sino el vagabundo lamento en los sombríos reductos de la ciudad.

¡Oh astros,
He velado!
Mi descubierto semblante reposa en la tiniebla.
Así mi lentitud se parece a la savia abisal de los grandes océanos.

¡Espero, Señor, esta noche, esta inmensa noche,
En el agotamiento y en la ira!
Y la vigilante lámpara no ilumina
sino de sorpresa las superficies arcanas de mi corazón.
La frente cargada de presagios,
Se desprende nítidamente bajo su cielo en el alféizar de las sombras

Mi faz envuelta de esplendores.
¡Pero el aprobio, Horacio!
La claridad de mi boca
Sobre la confesión de las estremecidas bocas.
Todavía la herida está quemante
Por la enfiladura fulmínea del ala que me ha herido.
Como las rumorosas y verdes corolas de la muerte.
Las moscas se despiertan en la fulgencia
De la sal de mi dolor.
Inclinado sobre la fiebre de mi carne
Y de mis huesos,
Recuerda que vivías, amigo,
En la desordenada caída de mis venas.
Tu mirada en vilo
Sobre mi frente, sólo me ha quedado como una transparente pradera

Con tu largo salto, golpeas adelante,
Para no verme jamás sobre la tierra difunta del pasado.
Horacio,
¿Qué hay?
Mi ala es silencio en todos los claros del bosque.
¡Señor, la noche grande que yo espero!
Pero la injuria
Y los apretados puños en el subsuelo de mi saliva,
¡Horacio!
Cerca de apagarse, la bujía
Perece bruscamente por un rechinar estridente de polvo.

Es, sin embargo, la hora fatídica de mis astros.
¿Qué miras del presente:
Tu fantasma de Medianoche y este rumor en mis cielos,
Horacio?
Yo lo sé,
Respiro por mis heridas y me adormezco en el sueño del fin
¡He franquedao con un solo aleteo de sombras, el espacio visible!

Aún todos los granos de la tierra pululan esparcidos
en el azar de las tinieblas.
¡Horacio!
Pero todos los granos se corromperán en esta comarca de vejez y de carbón.

Alfredo Gangotena
De Noche


Orgía

¡Coruscante en su boca, la panacea!
Las Venas del padre no son
Sino hilos de celaje azul, ramaje del blasón.
El espíritu ha hecho de su cráneo
La sola brújula del pensamiento.
Las manos levantan el cielo raso
Como antorchas de ciencia y de progreso.

He aquí que nuestras mejillas se tornan carmesíes.
Somos sus huéspedes de gran linaje.
Luego nos procuran su ambrosía
El ajo, la estricnina y el sublimado.

Corimbos, umbelas, encajes en llama.
Mis miradas tatúan los senos de la dama.
Oh hermanos, que mi corazón haga la vuelta de la mesa.
¡Sobre mi rostro lamentable, mis lágrimas no son sino gotas de sangre!

Estos brazos nacientes como tromba sórdida de la axila,
El innoble deseo y el vientre, los pómulos de la infame
junto a la salina blancura del mantel
¡Duerme! ¿Para qué la amargura fluyente
de tus santas y lejanas soledades, oh mi alma?

Ellos, urgidos por la sombra de los grandes caminos,
franquean temprano las puertas del Edén.
Luego yo, el indigente, me quedo junto a Lázaro
Cogiendo sus cortezas y sus migas de pan.



Alfredo Gangotena



Vestido de púrpura me suspendo perplejo en esta
     medianoche que zozobra.
A decir verdad oigo golpear,
     pasos insólitos golpear la pesantez de la sombra.
Temibles, inesperados, estos pasos
     cuya gravedad sonora me estremece hasta en la
     intimidad más guardada de mi espíritu.
Vestido de púrpura me suspendo perplejo en esta
     medianoche que zozobra.

El cielo, en su fluidez mental, persiste en reconstruirme las
     modulaciones de este llamado.
Mis ojos se empañan de lágrimas.
¡Es Ella, pero Ella! sin lugar a dudas.
¡Ella!
Y toda la luna,
     desde lo alto de los viejos bosques,
     desde lo alto de las noches, despliega su helada sobre mi
     pensamiento.

El recuerdo endurece de negro las puertas,
Sin embargo, en esta invernal quietud, yo me ciño a
     acechar y esperar -cuando todo alrededor, en la gran
     noche de estrellas heladas,
     todo alrededor desfallece la flora-
A acechar el sombrío espacio de noche -hasta que el
     último lobo, con trote furtivo, recobra su cubil perdido.

Muchos pájaros, nacidos de muchas arcanas comarcas,
Los oigo golpear en la corriente endurecida del cristal
     iluminado.
Y mi frente se despliega
     en este deseo de las aguas que mecen la diafanidad visual de los sueños.

El viento del cielo me estremece en el más solemne párpado.
Y ningún Espíritu errante se mostraría esta noche, por nada del
     mundo, en este lugar desierto en donde mi desastre lo llama.
Ningún Espíritu, en tanto que la noche se revela maldita y
     pesada y llena de témpanos fúnebres:
     la última estación del polo.

Yo yacía extendido allí, con todo mi cuerpo, allí en la
     sombría soledad de mis pensamientos,
Cuando esos pasos, de golpe sentidos en lo invisible, de
     golpe vinieron a definir mi cielo.
Con gran estrépito abrí entonces la puerta, y la abrí, de
     repente: primera sobre esta comarca nueva que perturbo.

He aquí pues a la luz mis manos,
     en la blancura nocturna de mi frente.
En sus alientos, mis manos: líquidas y transparentes de la
     leche filtrante de este llamado.
Mi Amor, yo te espero en la totalidad pura de tu
     presencia.

Y la puerta en la noche se abrió, de repente, de un solemne batiente,
     que ella dejó, por esta velada lúgubre, en mi corazón
     derramarse toda la sangre de tu belleza. .
¡Y tus senos sobre mí! y sus sedas lunares derramaron tal
     extraña blancura sobre mí,
En el ala líquida de mi carne, sobre mí:
     para encantar mi espíritu, el espacio y la duración,
     ¡oh lágrimas! a morir.
De este hecho, mi Amor, vences todo tropiezo, toda atadura,
     todo estado anterior de ley,

Me respondes en el delirio y los perfumes,
Mis manos te envuelven en el llamado
     y mi temblor te busca por todos lados en la eternidad
     triunfal de tus brazos,
     en la blancura sobre mi, de toda tu carne sobre mí.

Mi cabeza aturdida rueda a la sombra dulce de tus miradas.
Me has tomado en la fuerza tórrida de tu clima,
¡Oh Sin par! en la carne misma de tu presencia.
Tu boca me ha tomado,
Y caigo pesado y verdadero en las columnas primordiales
     de tu sangre.

Mi Amor, te llamo,
     y tu vientre ilimitado brilla con el más tierno resplandor
     en la boca ávida de mis caricias.
Y de tu carne amada, vuelvo,
     ciego vuelvo en el insostenible vértigo.
Tu carne en el centro abierto de mis entrañas.
¡Tu carne en el absoluto de mi exilio!

Te llamo, Mi Amor, ¡oh Tú!
     Muero, esta noche, en la árida fraternidad de las arenas,
     esta noche colmada de astros y de jardines.
Pero de tu cuerpo fiel, y de tu sangre en la memoria activa
     de mis pensamientos, pero de Ti lustral, de ti y de tu
     desnudez nupcial en mí,
Mi Amor, ¡el deslumbrante sol jamás se extinguirá!

Alfredo Gangotena
De "Crueldades" 1935
Versión de Cristina Burneo y Verónica Mosquera



Y heme aquí la espera ardiente
nacida en la arena del desierto.
Voy de soslayo como lo hacen las tempestades,
toda mi sangre recogida en mí mismo.
Ansioso viajero, en las olas graves,
Voy hacia ese país, lejos de todo espíritu.
Viajando por el sendero, por fin reconozco tu voz en un suspiro.

¡Oh selva transparente, oh selva, tus vientos primordiales han hecho nacer
             el alba en mi recinto!
Mil rumores llenan mis sienes
Ellos son suaves para mi rostro como los alientos del rocío
             alrededor de tantos brotes quemados.
¡Adelante, oh alma mía, adelante en el cielo profundo!
             Mientras tras tuyo surgen ya mil injurias y se hincha la maldición.
Adelante, mi sangre más rica brilla en las llamas elocuentes del espíritu.

En acecho camino en tus tormentos,
¡Oh príncipe de innumerables plantas!
Seis largos siglos han penetrado ya este licor de abejorros.
¡Salud! llego al fin, entre las altas nubes y los torrentes, entre tu séquito.
Escucha, oh príncipe mi lenguaje impaciente.
Miradme,
No habréis visto jamás una soledad y una cara más puras.

* * * * *

¡Mi destino en el centro de esta pasión! En las noches de mi violencia
              crece, en rojo, una exuberante selva.
Aquí me cubro con las manos.
Y este horizonte ceniciento del desierto, a mi derecha, que he frecuentado en todo tiempo.
Sin embargo, cara al viento, partiré esta noche.
Cara al viento. Y la lluvia afuera como un pensamiento torrencial, afuera sobre la extensión.
Yo partiré.
Sin embargo el azul celeste de Mayo estalla en mi espacio de olvido.
Estos arenales, a mis pies, no han conocido las estaciones y mi palidez se intensifica
             de una tristeza que ni mi misma sangre sabría borrar.
Yo partiré.
Mis miradas brillan en la sombra como el rocío tropical.

Ella acudirá. Ella acudirá, en el resplandor de sus axilas, para darme de beber
             desde las primeras palabras de mi sed.
¡Oh dura selva en las raíces del viento!
Todos mis sufrimientos han fomentado en mí este silencio.
Me abriré yo entonces así, todo sangrante, a tu fecundidad sangrante,
A tu espíritu ya tu gracia, de pie en mi espera.
¡Yocasta!
¡O sexo, o virtud total
en mi locura de todo tu sexo
y en la intimidad carnal de mi locura!
Persisto a brillar en la savia nocturna de este sabor.
Mi carne recorrida por un aroma de luna se ofrece a las caricias que han sido prometidas.
¿Pero vendrás tú algún día?
Destruyo de golpe las alas de la casa; de los árboles, de los capullos.

¡Homogeneidad vaporosa de los astros apartados de mi dolor!
Escucho acercarse su venida.
Deslumbrado en mi carne,
en los latidos de mis entrañas,
me yergo, desnudo, a esperarle.
¡Yocasta!
En el gran viento de los lobos,
la gran luna tropical brilla sobre mi destino.

Amor mío, he aquí entonces mis manos en la blancura nocturna, mis manos líquidas
                  y transparentes de la leche filtrante de esta llamada.
En mis miradas ninguna imagen te interrumpe.
Amor mío, te espero en la totalidad pura de tu presencia.
Y la puerta se abrió de improviso.

Mi amor, desde entonces quiebras toda sujección, todo estado anterior.
Me riegas en el delirio y los perfumes,
mi temblor te busca por todas partes,
en la eternidad triunfal de tus brazos,
en la blancura sobre mí de toda tu carne sobre mí.

Aturdida, mi cabeza rueda en la suave sombra de tus manos,
en las columnas primordiales de tu sangre.
Amor mío, te llamo,
giro en el insostenible vértigo,
muero, esta noche, en la árida fraternidad de los arenales,
entre esta noche llena de astros y de jardines.
Y tú, lustral, y de tu desnudez nupcial, oh mi amor,
el deslumbrante sol jamás se apagará.

Alfredo Gangotena
De Yocasta




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