Desconvenidos

A tus pies se adosaron
otros pies como los tuyos,
andares cansados se urgían,
una tregua en sus milicias.

Oídos sordos  juntaban,
cuatro orejas sin caletre.
de una cabeza a la otra,
eran dos a voz en gritos.

Y pasaron días sandios,
junto a sus noches memas,
y los gritos no acallaban,
con el sonar de los ecos.

No interesaba encender,
la industria de la sesera,
ni movilizar  corrientes,
que procuraran razones.

Después a tus ojos pillaron,
otro par igual de necios,
con mirada desconvenida,
pero esta vez eran mudos.

Leopoldo Peña del Bosque


El paso del tiempo

Inmóvil por un suspiro, por tu memoria,
Recuerdo aquella tarde bajo el cerezo,
En que dulce me decías que me amabas,
Y me amabas muy dichosa, dedicada.

Y la alondra y el gorrión sueñan juntos,
Gorjeando risas de amor, callando penas
Y aunque lánguida mis ojos ya te vean,
Radiante luna, seguirás resplandeciente.

Seguiré con ganas de verte a mi vera,
Aunque el reuma del tiempo marchitare
y mi piel ajada con iniquidad destroce,
Y Aunque nuestros cuerpos sin calor quedaren...

Cárdeno nuestro amor se torne eterno...

Leopoldo Peña del Bosque



El recuerdo

En el rincón del recuento,
Guardo una pena alevosa.
Sigue en vigilia en mi mente,
Ese recuerdo que añoro.

Y se arrebola en la noche,
Y no se duerme de día
Ni muere como el silencio
Cuando se ahoga entre el llanto.

Así se extraña a quien amas.
Así se sufre la ausencia.
Hay corazones que abrigan,
Los hados de los difuntos.

La luna que vende ausencias
Conmigo se ha prodigado,
Haciendo con mis recuerdos
Un río que no ha secado.

Y el sol pardo de invierno
Seguido se me hace largo.
Como esos soles perpetuos
Que se derrochan en junio.

Leopoldo Peña del Bosque



En busca de las palabras 

Busco, sin encontrar, las palabras precisas,
Que den honorable salida, a un corazón que vacía.
Consigan estás ignotas, que no desfallezca mi alma,
Conozcan nombre y suturen, el grande dolor que me aqueja.

Tiznen con buen estilo, la vía crucis de mi delirio,
Relaten en líneas concisas el opúsculo de los sueños idos.
Ocurran a mí las palabras, librándose de cadenas,
No permitan que yo les use como vulgares rameras.

Y menos acaben de putas, como lo fui en su momento,
Viviendo ahí licencioso, entre los fustes del gozo.
Y absorto en el sabio juicio de su conspicua agudeza,
Pártanme admirables el alma, restañen prontas la herida.

Leopoldo Peña del Bosque


La cascadita de aquel riachuelo...

La cascadita de aquel riachuelo que va a la ermita,
Ermita mi alma, que tu has dejado, sola y sin ti,
Y ya no emergen límpidas aguas que ahí nacían,
La cruel sequía de tus ausencias ya la secó.

La blanca espuma de aquellas aguas llenas de flores,
Que las magnolias como suspiros hacían caer,
Hasta las piedras lloran muy tristes por tus ausencias,
Ya se han secado, ruedan de pena, penas de amor.

Y ya no pasan inquietas aguas por las riberas,
Ya solo hay polvo, polvo de olvido, de soledad,
Y si volvieras como los trinos por las mañanas,
Vendrían las lluvias y las magnolias a florecer.

El viejo sauce de nuestra ermita no se ha secado,
Tiene raíces que van ahondando en su dolor,
Dolor tan triste como esta pena que me has dejado,
Que duele tanto, que llora tanto, de estar sin ti.

Y nuestros nombres siguen grabados en su corteza,
Los corazones entrelazados siguen ahí,
Y de esa herida que guarda el sauce de tu recuerdo,
Brotan mis penas, lloros de olvido, penas de amor,

Brotan mis penas, ríos de ausencia, de soledad...

Leopoldo Peña del Bosque



La puerta

Ella traspasó la puerta.
Voló su alma al cielo, y cargó con todos.
Se fue en medio del desorden que nos causa incinerar una bella mariposa
blanquecina.
Y las.
Candelillas negras hierven en los adentros de sus hijos,
Festinan las malignas que hoy es día de apagar el sol de todos,
Solo nos queda el rescoldo silente de su imagen en el novenario de sus
lloros.
Hoy la casa ya no huele al suave café tempranero,
Ya no hay Madre que quiera saber de sus hijos,
Hasta el diario se queda mudo a la puerta,
La razón del bullicio y la luz,. se han marchado de casa.
Y es que.
No queda espacio sin ser despellejado de sus alegrías,
El dolor de su pérdida se esparce como un olor a incienso intolerable,
Mis afectos han colgado sus fotos y se han huido con ella.
Siento que la casa llora, gime, cruje devastada, y se viene abajo.
La gata entristecida sigue esperándola, infiltrada de ausencias,
Y solo evoco en la vigilia de mi sueño acongojado, una voz que me dice a lo
lejos.
Te amo.

Leopoldo Peña del Bosque











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