"El lunes 21 de junio, acompañado por Leah, que ya se había repuesto, viajó en tren hasta Palermo, ciudad que visitaba a menudo con el objeto de adquirir artículos que no podía encontrar en Cefalú, cambiar de aires, irse de putas o ver cine. Se despidió de Leah y cruzó el Mediterráneo, hasta Túnez, para comprar cocaína, lo que él llamaba «la pócima solar de Percy [Shelley]», y para encontrarse con Jane, hacia quien le impulsaba el deseo; pero no consiguió encontrarla. El 23 de junio todavía seguía en Túnez: esnifó cocaína, se dio abundante colorete en las mejillas, se pintó los ojos de khol, y, adoptando su personalidad femenina, comportándose como Alys Crowley, se fue a ver a un árabe llamado Mohammed Tsaida, quien, por una pequeña propina, usó de él como de una mujer. Recoge, con cierta obsesión, la finalidad de la operación: obtener la energía que rejuvenece, y da la acostumbrada, y sumaria, descripción de la misma. Según su diario, su actividad sexual nunca se resentía; siempre era excelente, magnífica, excepcionalmente buena, nada malo le ocurría, y no sabía qué era eso de la tristitia post coitum. Parece ser que todo era previsible y aburrido. Pero, en aquella ocasión, y a pesar de todo lo dicho, su salud se resintió:

24 de junio: Un día bastante desagradable a causa de una grave enfermedad. Creo que me he debido de envenenar por leer a Conan Doyle. Se me ha inflamado el extremo de la nariz: mis tripas andan terriblemente sueltas y sus excrementos son negros y apestosos como su alma [la de Conan Doyle].

El opio consiguió reanimarlo por lo que al día siguiente, ya recobrada la apariencia, más familiar, de Aleister Crowley, hizo buen uso del podex de Mohammed Tsaida. Una hora más tarde, seguía enzarzado en su actividad sexual con «Ayesha». «Operación: excelente.» Decididamente, era insaciable.
El 26 de junio se acopló nuevamente con Mohammed Tsaida, al objeto de conseguir «Poder Mágico para difundir la Ley» (del Haz lo que Quieras). Crowley esperaba que, gracias a su actividad sexual, podría conseguir la libertad, pero lo único que ésta le proporcionó fue lo contrario de lo que buscaba: enfermedad en lugar de salud; pobreza en lugar de opulencia; aislamiento en vez del reconocimiento; impotencia, en fin, y no poder mágico. Su magia se apoyaba fundamentalmente en lo que la psicología llama «pensamiento mágico»: la idea de que pensar en una cosa la hace realidad.
Regresó a la Abadía sin Jane y empleó toda la noche en escribir un poema para su Mujer Escarlata:

28 de junio: De 5:25 p. m. a 5:15 a.m. En contra de mis principios, y en incumplimiento de dos promesas, he permanecido toda la noche entre nieves [cocaína], mientras le escribía a Leah un poema.
7:00 a.m. Creo que concentraré todas mis obscenidades en un poema y haré que Leah figure en él, sin andarme con eufemismos.

El título que daría al poema sería el de «Sublime Leah»: consta de 26 estancias, cada una de ellas de seis versos. Es todo lo contrario de sublime y su descripción coincide con lo que él escribió en su diario. Comienza así:

Sublime Leah,
¡Diosa que estás encima de mí!
Serpiente del fango
¡Alostrael, ámame!
Nuestro amo, el diablo,
se crece en las juergas.
¡Pisa con tu pie
mi corazón, hasta que me duela!
¡Písalo, pon
la mancha de tu suciedad
en mi amor, para mi vergüenza,
garrapatea tu nombre!
¡Despatárrate encima de tu Bestia,
mi autoritaria furcia,
con los muslos engrasados
por el sudor de tu salimiento!
¡Escúpeme, escarlata
boca de mi ramera!
Ahora, desde tu dilatado y
pelado coño, el abismo
envía, chorreante, la marea
de tu chirriante meada
en mi boca; ¡Oh, puta mía
déjala correr, déjala correr!

Su siguiente esfuerzo creativo, que seguiría de manera inmediata al poema «Sublime Leah», fue el argumento de una película fruto de su anhelo por Jane Wolfe, que aún siendo actriz en Hollywood llevaba bastante tiempo apartada de las cámaras:

29 de junio: 12:15 a.m. Cacas de langosta en mi mesa: alguna secuaz de Juan el Bautista o de Jane. Quien debiera decir si va a llegar o no en el próximo barco.
Mientras estaba viendo una buena película, francesa, pensé en un guión en el que aparecíamos Jane y yo. Estaba relacionado con esta especie de crisis que nos atañe. A.: Hombre de ciencia; B.: Concertista. Se han enamorado por carta y viendo sus respectivas fotografías deciden verse, de la misma manera que Jane y yo. Los periódicos airean la noticia. Él dice: Tengo que ir antes por motivos estratégicos. Y así lo hace. Ella dice: Me pondré elegante. Y así se pone. ¡Es veinte años más joven que él! Se siente aburrida y toma el primer barco. Los dos llegan al mismo tiempo, pero al no esperar encontrarse tan pronto ni siquiera se dan cuenta de que viajan en el mismo barco. (Él recorre a zancadas el salón de fumadores.) Ella medita la situación y se compra vestidos alegres. Su telegrama se pierde. Los dos siguen despistados. Él se enfurece: ¡el mayor bromista de Europa burlado! Para vengarse, coge a una vieja mujer negra de la calle y se casa públicamente con ella. B. se entera por los periódicos al día siguiente. Los amigos de A. no hacen más que importunarle: telegramas, etc., lo que no hace sino ponerle aún más rabioso. La ve en persona y se enamora de su belleza: ¡Qué pena que fuera tan irreflexivo! Ella, segura de que él no llegará a conocerla, piensa que podrá unirse a la cacería. (En ningún momento ha dejado de desear su amistad.) Mientras tanto, él ha dado a entender a la negra que el matrimonio es una cosa y el amor otra: pues sólo la tiene de criada. A. y B. están locamente enamorados… ¿qué pasará? El marido de la negra aparece con un enorme garrote: su mujer siempre anda escapándose con los hombres, ¡ya verá lo que es bueno! Pero, entonces, B. intenta vengarse: no siendo partidaria de devolver golpe por golpe, finge un desmayo en la fiesta de compromiso. Ya de regreso, cada uno en su casa, no hacen sino volver a releer las antiguas cartas. En los dos nace la misma idea: ¡Se encontrarán nuevamente, justamente a mitad de camino! Ella se quita sus vestidos juveniles, mueve la cabeza y toma su equipo de la Cruz Roja: «¡Lo que él necesita es una enfermera!».
Epílogo. Un hospital: él está esperando. Mensaje: es un niño. Sigue la espera. Al final… ¡llega una enfermera con un niño negro! ¡Horror!, pero al instante llega la enfermera de verdad: «Su esposa sólo pidió prestado este niño negro para ilustrar el nuevo libro que está escribiendo, (titulado) “lo que podría haber ocurrido”».

«¿Alguien ha visto a mi Jane?», escribe en su diario el 30 de junio, a medianoche. Y dos horas más tarde: «Sin estar ansioso, tengo una especie de curiosidad pasajera por saber qué diablos le ha ocurrido Jane». Consultó al Yi King: «Me ha parecido que contestaba “en camino”». Y el 3 de julio: «Creo que no debo esperarla más de dos semanas, lo que es casi lo mismo, tres semanas, que tarda en presentarse la mismísima Sífilis». Y al día siguiente: «¡Todo son inconvenientes!». A continuación, se permitió una operación homosexual, cuya finalidad era la usual: «Para difundir la Ley. ¡Qué aburrido estoy!». Y comenzó a recobrar su interés en la mujer, o más bien en las mujeres. Esto es lo que escribe acerca de Leah:
Amo a Alostrael: ella es todo mi consuelo, mi soporte, el deseo de mi alma, la recompensa de mi vida, la realización de mis sueños; pero si no fuese por ella, yo sería en verdad Alastor de la Desolación. Ella me ama a causa de mi obra; y ni a ella ni a mí nos importa que llegue a comprender su significado; su alma le dice que mi Obra debe ser Grande porque, a imagen de Dios, yo la hice Suma Sacerdotisa en su templo. En mí, ella conoce y ama al Dios, no al hombre; y, por eso, ha conquistado al gran enemigo que se oculta detrás de sus nubes de gas venenoso: la Ilusión.

Pero en sus apreciaciones respecto a Leah se equivocaba, pues el Babuino de Thoth le amaba como a un hombre; todavía no había llegado el estadio en que le detestase como hombre, amándole solamente como a un «dios», instrumento de la Gran Obra.
Pero ¿dónde estaba el auténtico Crowley? Se hallaba perdido en su caleidoscopio de un millar de Crowleys; uno de éstos escribió a propósito de Leah, y de sí mismo, lo siguiente:

Mientras ella adivinaba y amaba en mí al Dios, oculto por los velos de mi sombra en forma humana, que se amontonaban unos sobre otros, yo penetraba su simiesco y pintado rostro, la Muerte viviente de su fláccida piel y de su horrendo esqueleto, hasta llegar a una gran Diosa, extraña, perversa, famélica, implacable, y ofrecía mi Alma —Divinidad y humanidad aniquiladas con un simple golpe de Su zarpa— sobre Su altar. Así, amándola, regocijándome porque Ella me había aceptado como Su esclavo, Su Bestia, Su víctima, Su cómplice, yo debía amar, incluso, Su máscara, la sonrisa pintada y complaciente, el lúbrico rostro de muñeca simiesca, la demacrada desvergüenza de su pecho liso… la insolencia de la Muerte abriéndose camino a través de la endeble cortina de la carne…

Quizás este lenguaje pueda convenir a la poesía, pero no a la verdad. Crowley tuvo un sueño, o mejor dicho pesadilla, en la que aparecía Jane Wolfe: ella estaba tremendamente gruesa y pálida. Al momento, sacó un «inmenso órgano, semejante a un pene», y le informó que nunca tendría relaciones con ella… lo que, de hecho, se confirmaría como algo profético.
Tuvo noticias de Jane: había llegado a Palermo, y en seguida fue a su encuentro. Cuando supo que le había estado esperando en Bou Saada, le explicó que la había enviado allí con toda intención, para probar su fortaleza y confianza en él, y a causa de aquella ordalía, ahora estaba dispuesto a recibirla con todos los honores. Al día siguiente la llevó consigo a Cefalú, inscribiendo en una página en blanco del Registro su admisión en la Abadía.
El vigesimotercer día de julio, de 1920, era vulgari, Sol a 0° de Leo y Luna a 8° de Escorpio, Jane Wolfe llega a Panormus [Palermo], y al día siguiente a la Abadía, para morar en ella en calidad de Huésped, en Cumplimiento de la Gran Obra.
En su diario, Jane describiría las últimas etapas de su viaje como agotadoras. Había pasado una noche insomne y su barco había encallado en un banco de arena a la entrada del puerto de Túnez. Se habían quedado aislados durante varias horas, en las que no había dejado de escuchar las chirriantes poleas y las batientes puertas de los lavabos que estaban enfrente de su camarote.
En el Hotel des Palmes de Palermo esperó a Crowley. con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en la palma de la mano. De improviso, fue sacada de su ensimismamiento por una voz que decía: «Haz lo que Quieras será la toda la Ley… Soy Alostrael». Abrió los ojos y vio a Leah Hirsig. Leah llevaba un vestido negro que estaba manchado de grasa endurecida al contacto con el polvo. No se había lavado la cara, sus cabellos estaban despeinados y sus uñas eran negras y estaban sin cortar. Y se preguntó: «¿Cómo puede haber enviado Crowley a una persona como ésta para recibirme?». Y mi mente dijo de manera automática: «Es la suciedad personificada».
Leah la condujo hasta donde se encontraba la Bestia, que llevaba sombrero, traje a rayas y pulseras y empuñaba un bastón de paseo.
Al día siguiente, por la tarde, se fueron a Cefalú, donde Ninette les recibiría en la Abadía. «Y entonces, al ver que estaba embarazada, yo pensé, “Claro, el hijo es de él”.»
Jane escribe, a propósito de la Abadía en sí, el Collegium ad Spiritum Sanctum, lo siguiente: «En el aspecto físico, estaba llena de porquería, y durante todo el día fui consciente de la repugnante miasma que envolvía al lugar y llegaba hasta el cielo. No podía ni respirar. Cuando por la noche me retiré a mi habitación, me derrumbé, y no hubiera sido capaz de levantarme hasta el Equinoccio de Otoño si,
a solas con Ninette [en aquel momento A. C. y Alostrael estaban en Nápoles], ella no hubiera conseguido hacerme reír».
Jane no era, ciertamente, como la Bestia había imaginado y esperado. Ahora veía que Jane Wolfe, «al negarse a darme su año de nacimiento, me había inducido a error… me sentía como la chica que fue a encontrarse con un “caballero de negro y distinguido”, y se encontraba con un negro tuerto».
Preparó cuidadosamente su horóscopo. La cercanía de Venus, que era propicio a ella, con Saturno, favorable a Crowley, le demostraba que Jane le amaba a causa de su sabiduría. A pesar de que sus esperanzas se habían visto frustradas, Crowley vio que Jane Wolfe era una persona seria, impaciente por realizar la Gran Obra y liberar, con ello, a la humanidad.


JUN
8
JOHN SYMONDS - LA GRAN BESTIA. VIDA DE ALEISTER CROWLEY





El lunes 21 de junio, acompañado por Leah, que ya se había repuesto, viajó en tren hasta Palermo, ciudad que visitaba a menudo con el objeto de adquirir artículos que no podía encontrar en Cefalú, cambiar de aires, irse de putas o ver cine. Se despidió de Leah y cruzó el Mediterráneo, hasta Túnez, para comprar cocaína, lo que él llamaba «la pócima solar de Percy [Shelley]», y para encontrarse con Jane, hacia quien le impulsaba el deseo; pero no consiguió encontrarla. El 23 de junio todavía seguía en Túnez: esnifó cocaína, se dio abundante colorete en las mejillas, se pintó los ojos de khol, y, adoptando su personalidad femenina, comportándose como Alys Crowley, se fue a ver a un árabe llamado Mohammed Tsaida, quien, por una pequeña propina, usó de él como de una mujer. Recoge, con cierta obsesión, la finalidad de la operación: obtener la energía que rejuvenece, y da la acostumbrada, y sumaria, descripción de la misma. Según su diario, su actividad sexual nunca se resentía; siempre era excelente, magnífica, excepcionalmente buena, nada malo le ocurría, y no sabía qué era eso de la tristitia post coitum. Parece ser que todo era previsible y aburrido. Pero, en aquella ocasión, y a pesar de todo lo dicho, su salud se resintió:

24 de junio: Un día bastante desagradable a causa de una grave enfermedad. Creo que me he debido de envenenar por leer a Conan Doyle. Se me ha inflamado el extremo de la nariz: mis tripas andan terriblemente sueltas y sus excrementos son negros y apestosos como su alma [la de Conan Doyle].

El opio consiguió reanimarlo por lo que al día siguiente, ya recobrada la apariencia, más familiar, de Aleister Crowley, hizo buen uso del podex de Mohammed Tsaida. Una hora más tarde, seguía enzarzado en su actividad sexual con «Ayesha». «Operación: excelente.» Decididamente, era insaciable.
El 26 de junio se acopló nuevamente con Mohammed Tsaida, al objeto de conseguir «Poder Mágico para difundir la Ley» (del Haz lo que Quieras). Crowley esperaba que, gracias a su actividad sexual, podría conseguir la libertad, pero lo único que ésta le proporcionó fue lo contrario de lo que buscaba: enfermedad en lugar de salud; pobreza en lugar de opulencia; aislamiento en vez del reconocimiento; impotencia, en fin, y no poder mágico. Su magia se apoyaba fundamentalmente en lo que la psicología llama «pensamiento mágico»: la idea de que pensar en una cosa la hace realidad.
Regresó a la Abadía sin Jane y empleó toda la noche en escribir un poema para su Mujer Escarlata:

28 de junio: De 5:25 p. m. a 5:15 a.m. En contra de mis principios, y en incumplimiento de dos promesas, he permanecido toda la noche entre nieves [cocaína], mientras le escribía a Leah un poema.
7:00 a.m. Creo que concentraré todas mis obscenidades en un poema y haré que Leah figure en él, sin andarme con eufemismos.

El título que daría al poema sería el de «Sublime Leah»: consta de 26 estancias, cada una de ellas de seis versos. Es todo lo contrario de sublime y su descripción coincide con lo que él escribió en su diario. Comienza así:

Sublime Leah,
¡Diosa que estás encima de mí!
Serpiente del fango
¡Alostrael, ámame!
Nuestro amo, el diablo,
se crece en las juergas.
¡Pisa con tu pie
mi corazón, hasta que me duela!
¡Písalo, pon
la mancha de tu suciedad
en mi amor, para mi vergüenza,
garrapatea tu nombre!
¡Despatárrate encima de tu Bestia,
mi autoritaria furcia,
con los muslos engrasados
por el sudor de tu salimiento!
¡Escúpeme, escarlata
boca de mi ramera!
Ahora, desde tu dilatado y
pelado coño, el abismo
envía, chorreante, la marea
de tu chirriante meada
en mi boca; ¡Oh, puta mía
déjala correr, déjala correr!




Su siguiente esfuerzo creativo, que seguiría de manera inmediata al poema «Sublime Leah», fue el argumento de una película fruto de su anhelo por Jane Wolfe, que aún siendo actriz en Hollywood llevaba bastante tiempo apartada de las cámaras:

29 de junio: 12:15 a.m. Cacas de langosta en mi mesa: alguna secuaz de Juan el Bautista o de Jane. Quien debiera decir si va a llegar o no en el próximo barco.
Mientras estaba viendo una buena película, francesa, pensé en un guión en el que aparecíamos Jane y yo. Estaba relacionado con esta especie de crisis que nos atañe. A.: Hombre de ciencia; B.: Concertista. Se han enamorado por carta y viendo sus respectivas fotografías deciden verse, de la misma manera que Jane y yo. Los periódicos airean la noticia. Él dice: Tengo que ir antes por motivos estratégicos. Y así lo hace. Ella dice: Me pondré elegante. Y así se pone. ¡Es veinte años más joven que él! Se siente aburrida y toma el primer barco. Los dos llegan al mismo tiempo, pero al no esperar encontrarse tan pronto ni siquiera se dan cuenta de que viajan en el mismo barco. (Él recorre a zancadas el salón de fumadores.) Ella medita la situación y se compra vestidos alegres. Su telegrama se pierde. Los dos siguen despistados. Él se enfurece: ¡el mayor bromista de Europa burlado! Para vengarse, coge a una vieja mujer negra de la calle y se casa públicamente con ella. B. se entera por los periódicos al día siguiente. Los amigos de A. no hacen más que importunarle: telegramas, etc., lo que no hace sino ponerle aún más rabioso. La ve en persona y se enamora de su belleza: ¡Qué pena que fuera tan irreflexivo! Ella, segura de que él no llegará a conocerla, piensa que podrá unirse a la cacería. (En ningún momento ha dejado de desear su amistad.) Mientras tanto, él ha dado a entender a la negra que el matrimonio es una cosa y el amor otra: pues sólo la tiene de criada. A. y B. están locamente enamorados… ¿qué pasará? El marido de la negra aparece con un enorme garrote: su mujer siempre anda escapándose con los hombres, ¡ya verá lo que es bueno! Pero, entonces, B. intenta vengarse: no siendo partidaria de devolver golpe por golpe, finge un desmayo en la fiesta de compromiso. Ya de regreso, cada uno en su casa, no hacen sino volver a releer las antiguas cartas. En los dos nace la misma idea: ¡Se encontrarán nuevamente, justamente a mitad de camino! Ella se quita sus vestidos juveniles, mueve la cabeza y toma su equipo de la Cruz Roja: «¡Lo que él necesita es una enfermera!».
Epílogo. Un hospital: él está esperando. Mensaje: es un niño. Sigue la espera. Al final… ¡llega una enfermera con un niño negro! ¡Horror!, pero al instante llega la enfermera de verdad: «Su esposa sólo pidió prestado este niño negro para ilustrar el nuevo libro que está escribiendo, (titulado) “lo que podría haber ocurrido”».

«¿Alguien ha visto a mi Jane?», escribe en su diario el 30 de junio, a medianoche. Y dos horas más tarde: «Sin estar ansioso, tengo una especie de curiosidad pasajera por saber qué diablos le ha ocurrido Jane». Consultó al Yi King: «Me ha parecido que contestaba “en camino”». Y el 3 de julio: «Creo que no debo esperarla más de dos semanas, lo que es casi lo mismo, tres semanas, que tarda en presentarse la mismísima Sífilis». Y al día siguiente: «¡Todo son inconvenientes!». A continuación, se permitió una operación homosexual, cuya finalidad era la usual: «Para difundir la Ley. ¡Qué aburrido estoy!». Y comenzó a recobrar su interés en la mujer, o más bien en las mujeres. Esto es lo que escribe acerca de Leah:
Amo a Alostrael: ella es todo mi consuelo, mi soporte, el deseo de mi alma, la recompensa de mi vida, la realización de mis sueños; pero si no fuese por ella, yo sería en verdad Alastor de la Desolación. Ella me ama a causa de mi obra; y ni a ella ni a mí nos importa que llegue a comprender su significado; su alma le dice que mi Obra debe ser Grande porque, a imagen de Dios, yo la hice Suma Sacerdotisa en su templo. En mí, ella conoce y ama al Dios, no al hombre; y, por eso, ha conquistado al gran enemigo que se oculta detrás de sus nubes de gas venenoso: la Ilusión.

Pero en sus apreciaciones respecto a Leah se equivocaba, pues el Babuino de Thoth le amaba como a un hombre; todavía no había llegado el estadio en que le detestase como hombre, amándole solamente como a un «dios», instrumento de la Gran Obra.
Pero ¿dónde estaba el auténtico Crowley? Se hallaba perdido en su caleidoscopio de un millar de Crowleys; uno de éstos escribió a propósito de Leah, y de sí mismo, lo siguiente:

Mientras ella adivinaba y amaba en mí al Dios, oculto por los velos de mi sombra en forma humana, que se amontonaban unos sobre otros, yo penetraba su simiesco y pintado rostro, la Muerte viviente de su fláccida piel y de su horrendo esqueleto, hasta llegar a una gran Diosa, extraña, perversa, famélica, implacable, y ofrecía mi Alma —Divinidad y humanidad aniquiladas con un simple golpe de Su zarpa— sobre Su altar. Así, amándola, regocijándome porque Ella me había aceptado como Su esclavo, Su Bestia, Su víctima, Su cómplice, yo debía amar, incluso, Su máscara, la sonrisa pintada y complaciente, el lúbrico rostro de muñeca simiesca, la demacrada desvergüenza de su pecho liso… la insolencia de la Muerte abriéndose camino a través de la endeble cortina de la carne…

Quizás este lenguaje pueda convenir a la poesía, pero no a la verdad. Crowley tuvo un sueño, o mejor dicho pesadilla, en la que aparecía Jane Wolfe: ella estaba tremendamente gruesa y pálida. Al momento, sacó un «inmenso órgano, semejante a un pene», y le informó que nunca tendría relaciones con ella… lo que, de hecho, se confirmaría como algo profético.
Tuvo noticias de Jane: había llegado a Palermo, y en seguida fue a su encuentro. Cuando supo que le había estado esperando en Bou Saada, le explicó que la había enviado allí con toda intención, para probar su fortaleza y confianza en él, y a causa de aquella ordalía, ahora estaba dispuesto a recibirla con todos los honores. Al día siguiente la llevó consigo a Cefalú, inscribiendo en una página en blanco del Registro su admisión en la Abadía.
El vigesimotercer día de julio, de 1920, era vulgari, Sol a 0° de Leo y Luna a 8° de Escorpio, Jane Wolfe llega a Panormus [Palermo], y al día siguiente a la Abadía, para morar en ella en calidad de Huésped, en Cumplimiento de la Gran Obra.
En su diario, Jane describiría las últimas etapas de su viaje como agotadoras. Había pasado una noche insomne y su barco había encallado en un banco de arena a la entrada del puerto de Túnez. Se habían quedado aislados durante varias horas, en las que no había dejado de escuchar las chirriantes poleas y las batientes puertas de los lavabos que estaban enfrente de su camarote.
En el Hotel des Palmes de Palermo esperó a Crowley. con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en la palma de la mano. De improviso, fue sacada de su ensimismamiento por una voz que decía: «Haz lo que Quieras será la toda la Ley… Soy Alostrael». Abrió los ojos y vio a Leah Hirsig. Leah llevaba un vestido negro que estaba manchado de grasa endurecida al contacto con el polvo. No se había lavado la cara, sus cabellos estaban despeinados y sus uñas eran negras y estaban sin cortar. Y se preguntó: «¿Cómo puede haber enviado Crowley a una persona como ésta para recibirme?». Y mi mente dijo de manera automática: «Es la suciedad personificada».
Leah la condujo hasta donde se encontraba la Bestia, que llevaba sombrero, traje a rayas y pulseras y empuñaba un bastón de paseo.
Al día siguiente, por la tarde, se fueron a Cefalú, donde Ninette les recibiría en la Abadía. «Y entonces, al ver que estaba embarazada, yo pensé, “Claro, el hijo es de él”.»
Jane escribe, a propósito de la Abadía en sí, el Collegium ad Spiritum Sanctum, lo siguiente: «En el aspecto físico, estaba llena de porquería, y durante todo el día fui consciente de la repugnante miasma que envolvía al lugar y llegaba hasta el cielo. No podía ni respirar. Cuando por la noche me retiré a mi habitación, me derrumbé, y no hubiera sido capaz de levantarme hasta el Equinoccio de Otoño si,
a solas con Ninette [en aquel momento A. C. y Alostrael estaban en Nápoles], ella no hubiera conseguido hacerme reír».
Jane no era, ciertamente, como la Bestia había imaginado y esperado. Ahora veía que Jane Wolfe, «al negarse a darme su año de nacimiento, me había inducido a error… me sentía como la chica que fue a encontrarse con un “caballero de negro y distinguido”, y se encontraba con un negro tuerto».
Preparó cuidadosamente su horóscopo. La cercanía de Venus, que era propicio a ella, con Saturno, favorable a Crowley, le demostraba que Jane le amaba a causa de su sabiduría. A pesar de que sus esperanzas se habían visto frustradas, Crowley vio que Jane Wolfe era una persona seria, impaciente por realizar la Gran Obra y liberar, con ello, a la humanidad.




Pocos días más tarde, sería iniciada en la A.˙.A.˙., adoptando el nombre mágico de Metonith y dando comienzo a su primer mes de aprendizaje. Éste consistía, fundamentalmente, en la recepción de algunos libros, que debía leer, y de una navaja, con la que tenía que hacerse un corte en el brazo, cada vez que dijese «Yo».
Al poco tiempo, ya estaba practicando las posiciones y los ejercicios respiratorios del yoga, fumando opio, y llevando un diario de los acontecimientos de carácter mágico que le sucediesen. Sus sueños, sus pensamientos en los ratos de ocio, sus arrebatos, aparentemente irracionales, eran transcritos y analizados posteriormente por la Bestia.
«Una corriente de irritación se manifestó de manera subterránea durante todo el día», escribió en su diario mágico. «Ahora sale a la superficie, y me hace pensar que pegando a Leah conseguiría echarla fuera de mí.» Lo que mereció el siguiente comentario de Crowley, escrito al margen con un lápiz: «Debes analizar (y así destruir) todas esas ideas».

El método tradicional para ponerse en contacto con los espíritus es a través de una persona. El médium resulta ser, con frecuencia, un niño o una virgen receptiva a la atmósfera de este arte poco usual. Cuando Benvenuto Cellini evocó una noche, en compañía de un brujo, a los espíritus en el Coliseo de Roma, llevaba también consigo a un niño, que les informaba a gritos de lo que estaba viendo entre los remolinos de humo del fuego mágico que habían encendido. El doctor John Dee tenía a sir Edward Kelly para que mirase en la «piedra de ver», «la piedra que me trajo un Ángel», y le dijera lo que veía dentro de ella. Crowley, siguiendo el ejemplo de Dee y Kelly, también tenía su «piedra de ver» y su médium, la-chica-para-todo Alostrael. El elemento esencial, que Kelly no tuvo en cuenta, era el uso de drogas. En Mortlake, Dee y Kelly abrían sus sesiones con una plegaria cristiana, por lo que Crowley y Leah utilizaron la invocación al Santo Ángel de la Guarda de la Bestia, es decir, a Aiwass, a la luz de las velas de «La Chambre des Cauchemars».
«Leah ha invocado a Aiwass, y yo he visto una pequeña figura de color negro que se escondía entre las rocas. Le he dicho que la acepte, pues no hay Nadie fuera de Él.»
«¡Busca a Aiwass! ¡Manifiesta que no te sentirás contenta con nadie más!», le aleccionó la Bestia.
«Está encima de un precipicio… Ella se le acerca… Él lleva una vestidura corta, de color negro, y un sombrero negro y redondo…»
«¡Ve hacia él!», exclamó la Bestia.
«Debo usar una guadaña o algo parecido, antes de que pueda acercarme hasta allí», musitó Leah. «Me atormenta. Se ha desnudado: tiene un cuerpo grande y hermoso, y su faz, recientemente afeitada, es larga y ovalada. Está adoptando la forma de la Bestia…»
«Alostrael cabalga al fantasma», interpretó Crowley; y se encontraba satisfecho a causa de ello.
Leah deletreó la palabra que veía entre brumas: «LACH…OT».
«Solicita una declaración formal de por qué nos hace llegar esta palabra», ordenó Crowley.
Así lo hizo Alostrael, recibiendo como contestación la imagen de un broche en forma de rombo, tachonado de joyas.
«¿Es un signo de su identidad?», dijo la Bestia.
Entonces, Alostrael vio una puerta que presentaba en la parte superior de su marco el broche en forma de rombo. Atravesó la puerta, giró a la derecha, subió por un tramo de escaleras y entró en una amplia estancia con un pasaje abovedado al fondo, bastante alejado.
«¿Está allí Aiwass?»
«Sí», contestó Alostrael. «Está sentado en el piso, vestido de negro.»
«Bien, ¡pues cabálgale de nuevo!», ordenó la Bestia.
Alostrael realizó en un momento el acto sexual con Aiwass (Set o Satán) «para que pueda encarnarse en nuestro próximo bastardo» (lo que quiere decir que el próximo hijo de Crowley y Leah sería Aiwass encarnado).
La sesión siguió así toda la noche, hasta las primeras horas del día.
En ocasiones, prescindían de la «piedra de ver». La Bestia se tumbaba boca arriba, con su larga pipa china de opio en la boca y escudriñaba las tinieblas. Después de un rato, le pasaba la pipa a Leah. «¡Por amor al deseo, deseemos, por amor al fumar, fumemos!»
Ella le refería, somnolienta, lo que veía: «Contornos… pájaros, flores, gavillas de trigo, estrellas, faroles, etcetera».
«¿De qué color?», preguntó la Bestia.
«Amarillo…y azul, predominantemente azul, que es más brillante que el amarillo, que se desvanece en seguida.»
«Invoca a Aiwass», la exhortó.
Ella pronunció el nombre sagrado del Santo Ángel de la Guarda de Crowley y, con la mano que tenía libre, hizo el signo cabalístico de la cruz.
La visión se llenó de nubes; en lugar de pájaros y de hojas, ahora había paisajes, edificios, un palacio, una ciudad entera con tejados rojos.
«Rechaza todo lo que no sea Aiwass», le sugirió la Bestia.
Ahora aparecían unas ruinas y, entre ellas, se distinguía un largo pasadizo que conducía hasta una puerta; entonces, el poderoso brazo de Aiwass abarcó toda la visión, despejándola de todo, hasta que sólo quedó aquel enorme y oscilante brazo.
«¿Éste es su mensaje?», preguntó Crowley.
«Su ojo izquierdo parece… un mandala tibetano, multicolor y deslumbrante. Entre los círculos concéntricos se encuentra la pupila, que es de color azul claro», dijo Leah. «Da vueltas y se transforma en una flor, el loto eterno; más tarde en una cruz azul, muy brillante, con un círculo en su interior.»
«¿Cómo sabes que es Aiwass?»
Una mano negra fue la respuesta, con uñas largas y puntiagudas y enjoyados dedos, que se correspondía con la visión que Crowley había tenido de Aiwass. La siguiente transformación fue una rosa dorada de cuatro pétalos.
«¡Dame una palabra!», gritó la Bestia.
«Sen…», Leah hizo una pausa. Sus vidriosos ojos miraban fijamente al vacío. «Yen.»
El tremendo brazo comenzó nuevamente a oscilar, con períodos más amplios y lentos. En aquel momento, la vidente se había perdido en el interior del ojo de Aiwass y podía ver por encima de las aguas…

La noche del 25 al 26 de julio, la Bestia y Leah no se fueron a la cama. Ninette no se encontraba con ellos. «La ausencia de Ninette ha supuesto para Leah un incremento de vigor, y, por ello, también para mí», escribió en su diario. Pero no revela a dónde había ido. Los dos estuvieron charlando desde las 11:30 hasta las 2:07 de la madrugada, momento en que dieron comienzo los juegos y las bromas que continuarían hasta la llegada del nuevo día. Ella era el gato y él el ratón, o al menos eso quería creer. Crowley se deleitaba en la crueldad de Leah, y la llamaba «el Tigre». Su diario nos ofrece detalles de todo tipo: ¿Los escribió en el momento de ocurrir, o más tarde, cuando recobró el aliento? A las 3:20 hay un momento de descanso, durante «la preparación del Opus», el acto sexual que comenzaría a las 5:20 y que duraría media hora. «Las dudas y mi propia preocupación interfirieron con [mi] confianza y concentración… la simple fatiga física me obligó a abandonar el acto aunque no estuviese totalmente terminado». Pero la eyaculación ya le había sobrevenido.
Crowley había pronunciado un voto de Santa Obediencia a Leah, que le obligaba a hacer cualquier cosa que ésta le ordenase; pero, a juzgar por lo sucedido aquel verano, no hay evidencia de que él obedeciese sus órdenes. Y se halla demasiado preocupado por sus propios pensamientos y sensaciones para decirnos cómo reaccionó ella durante los acontecimientos mencionados, en los que jugaba una parte tan vital. Pone algunas palabras en su boca, que no suenan verdaderas: se sentía arrebatado por su propia retórica y por su deseo de sensaciones fuertes y parece como si él lo hubiera hecho todo:
6:30 a.m. Seguimos hablando… por lo general, de magia. Durante la primera hora que siguió a mi voto de Santa Obediencia a Alostrael, ésta probó que era la verdadera Mujer Escarlata: podía haber gastado su poder de mil maneras triviales, pero desde un principio se mantuvo en su condición de Diosa. Lo primero que descubrió fue la cobardía física y el miedo al dolor, que yo había conseguido sepultar en lo más profundo, al desafiar mortíferas montañas, bestias salvajes, venenos y enfermedades. Apoyó un cigarrillo encendido contra mi pecho. Yo me encogí y gemí. Ella musitó palabras de desprecio, sopló en el cigarrillo y lo apoyó nuevamente. Yo me encogí y gemí. Me sujetó los brazos, dio una calada al cigarrillo hasta que el tabaco crujió por la violencia de su combustión, y lo apoyó contra mí por tercera vez. Recobré el ánimo, apreté los labios y adelanté el pecho.
Se estaba denigrando a sí mismo, todas sus enseñanzas eran una patraña y su magi(k)a «sólo un baño dorado que recubría el cobre de la moneda». Pero sigamos leyendo:
Ella no dijo nada. Ahora, cuando su hora sonaba en la campana, once [el número de la magi(k)a] campanadas, me arrastraba, implacable, hacia el altar. «¡Sumo Sacerdote!», exclamó, «imploro la Eucaristía.» Y cuando yo, receloso, le contesté, «¡Aún no!», sus ojos llamearon, su voz era como un escalofrío: «¡No dudes de ti mismo! Has sido honrado con el Sumo Sacerdocio, tu Dios y nosotros dos somos los Tres que hacen Uno. Tú has realizado el milagro de la Misa, y todo esto no es sino Dios, el Dios de nuestra Divinidad, Nuestra propia Substancia, que resplandece como la Patena. Y basta con mi fe: quiero tomar hasta la última gota. La consumiré toda. ¿Lo dudas? Esto sí que es hambre, devorar el Cuerpo de Dios, excepto un pequeño pedacito que me reservo para mi propio placer. Incluso prepararé miel para ti, pues así serás más poderoso y dulce… ¡Baja a mí!».
En la patena de aquel altar crowleyano de la Abadía del Haz lo que Quieras resplandecía el menstruo de Leah. Crowley necesitaba estímulos perversos: nada le arredraba. Las fuerzas del inconsciente estaban jugando con él. Pero yo no quería, ni podía. Ella dijo: «¡Falso Sacerdote, despójate de tus vestiduras: renuncia a mí, sal fuera de Mi Sagrado Templo!». Y entonces, obedecí. Me ardía la boca, sentía como si me estrangulasen, tenía ganas de vomitar, mi sangre se apresuraba a huir de aquella vergüenza, y mi piel estaba empapada en sudor. Ella se detuvo frente a mí, con terrible menosprecio: fijó sus ojos de serpiente en los míos, y con la mayor tranquilidad que uno pueda imaginar, la pasión más vehemente y el más sublime deleite, acercó su rostro a mí, como una epifanía de mi propio arquetipo. Se erguía como una Hierofante, mientras Sus ojos manifestaban Luz y Su boca irradiaba Silencio. Ella comió el Cuerpo de Dios, y, con la compulsión de Su alma me lo hizo comer a mí también. Pero en mi boca, que mentía cuando pronunciaba, sin sentirlo, el Ecce Corpus, recobró su primigenia naturaleza: mi duda formó una nube oscura delante del rostro radiante de Dios. Mis dientes comenzaron a pudrirse y mi lengua a ulcerarse, mi garganta estaba en carne viva, mientras que mi vientre se retorcía espasmódicamente. Pero, para Ella, mis dientes eran luz de luna; mi lengua, ambrosía; mi garganta, néctar; mi vientre, el Dios Único con cuyo Cuerpo Puro podría refrescar Su Sangre. Así pues, mientras mi cuerpo se estremecía, sentía náuseas y era presa de convulsiones; mientras mi mente se agitaba en una tempestad; mientras mi corazón era un volcán y mi voluntad un terremoto, obedecí a su exigencia.
A pesar de la retórica, aquélla debía de ser la única manera en que Crowley podía confesar todo lo sucedido. Y, mientras tanto, Jane Wolfe descansaba en la habitación contigua. Pero esto no era ningún problema, pues no es muy probable que ella se uniese a esta comunión thelémica.
Al día siguiente, después de un sueño reparador, Crowley dijo que todavía sentía molestias en la garganta y en la lengua, y que Leah «no estaba bien». Por si fuera poco, el pequeño Hansi tenía fiebre. Cuatro años más tarde, el 23 de septiembre de 1924, escribiría lo siguiente a Norman Mudd: El hecho de que mis diarios se conserven es algo que suscita mis desvelos, ya que encierran el resultado de muchos años de investigación, emprendidos a pesar del peligro que suponían para mi salud, tanto física como mental. Tal y como están escritos resultan bastante ininteligibles a cualquiera, excepto a los estudiosos que trabajan en un determinado campo. Puedo asegurarte que cuando los reelabore y dé a conocer al mundo sus resultados, el íntimo conocimiento de la constitución humana que en ellos se encierra será de inmenso valor para el progreso social.
Puede decirse que, en general, el verano de 1920 transcurrió para los thelemitas de manera tranquila, sin ocasionar demasiadas preocupaciones ni contratiempos. En ocasiones, durante aquellos días y sus noches, la Bestia alcanzaba máximos de intensidad dionisíaca, y salía corriendo hacia el templo, «como si estuviese enloquecida». Pronunciaba, con la entonación requerida, los nombres de los dioses, vociferaba los nombres bárbaros, y gritaba los encantamientos (mantras), y realizaba en éxtasis actos de magia sexual para fines ardientemente deseados. La explicación, tan sucinta como curiosa, acerca de estas frenéticas hazañas no se halla muy desencaminada: «La porra del alegre Príapo me golpeaba en la cabeza, hasta hacerme enloquecer».

Entre tanto, los gritos que salían del Collegium ad Spiritum Sanctum sobresaltaban a los viandantes, campesinos sicilianos que hacían el signo de la cruz y huían corriendo hacia sus casas.
No se dice en The Magical Record of the Beast 666 que Jane Wolfe se convirtiera en la Tercera Concubina de la Bestia. Si tal cosa hubiera ocurrido, habría sido recogida, con toda seguridad, con el acostumbrado lujo de detalles.
Y fue un acierto, pues los celos entre las Concubinas 1 y 2 seguían sin mengua, o bien se incubaban más o menos cortésmente, a pesar del corolario de la ley thelémica de que «Amor es la Ley, amor bajo el dominio de la voluntad». Alostrael estaba celosa de cualquier mujer en la que la Bestia hubiera posado su mirada. Crowley anota que «se llenó de manía», cuando vio que observaba muy de cerca a una siciliana. También Ninette era motivo de queja, a juzgar por la mención que hace el diario de la Bestia de que Alostrael le había amenazado con un revólver.
Las buenas condiciones astrológicas empezaron a empeorar de manera lenta pero inexorable. Aparte de otras consideraciones, Poupée seguía estando muy enferma. Y Crowley, a pesar de los baños y las escaladas, tampoco gozaba de buena salud; encontramos demasiadas referencias a sus vómitos, sus insomnios y su cansancio. Resumió todos sus males diciendo que se encontraba en la cruz, pero que era «una pena insensata que no purifica ni inmuniza». Y en algunas ocasiones, ni siquiera la cocaína y la heroína, suministradas por Amatore, el vendedor itinerante de drogas de Palermo, conseguían arrancarle de la depresión y el hastío.
Poupée fue llevada al hospital de Palermo: estaba muy enferma. Crowley, después de consultar el Yi-King, decidió ir a verla. Leah se encontraba ya en el hospital. «Yo creo que su Voluntad era morir; por eso, cuando he intentado realizar un acto de Magi(k)a para ayudarla, me ha resultado imposible», anotó en su diario.
Se refería a un acto de magia sexual que había realizado con Leah con la intención de ayudar a Poupée. Pero en mitad de la operación, había comenzado a sentir cierta aprensión y lo había dejado.
Al día siguiente, 12 de octubre, que describe como el más triste de sus cumpleaños —acababa de cumplir cuarenta y cinco—, regresó a Cefalú para intentar vencer su depresión mediante la pintura. El día 14, mientras trabajaba en su cuadro El Emperador muerto, Alostrael regresó de Palermo. Llegó cabizbaja, vencida de cansancio: Poupée había muerto por la mañana.
La Bestia estaba deshecha. Para su mala suerte había nacido en el viejo eón, el eón cristiano, el eón del sufrimiento y de la muerte (en contraposición al Eón que él mismo había fundado, el Eón de la Luz, de la Vida, del Amor y la Libertad); pues, a pesar de su Divinidad, él sólo era «humano, demasiado humano». Llevó a la llorosa Leah al interior del templo, donde agitó su vara mágica, haciendo sonar la campana mágica; con este gesto bendecía al espíritu de su hija que acababa de partir, y a continuación escribió en el Registro de la Abadía estas curiosas y tristes palabras:

En el decimocuarto día de octubre, 1920, era vulgari, estando el Sol a 21° de Libra y la Luna a 20° de Escorpio, Anne Leah, o Poupée, la primera bastarda de La Bestia y de Alostrael, se fue de la ciudad de Panormus, para recorrer Su Vía, de manera que Sus velos corpóreos no sean vistos nunca más por nuestros sentidos corpóreos. ¡Que Ella pueda guiar Su nave entre las estrellas, Sus hermanas, en los
mares del espacio!

Aquellos cuya carne había tomado en préstamo, no queriendo comprender su mortalidad, se encuentran en la más terrible agonía, que ninguna palabra puede expresar, y por eso han soportado en silencio el Tiempo y su carga de infortunio."

John Symonds
Extracto del libro La Gran Bestia. Vida de Aleister Crowley





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