La casa

Casa ruinosa, casa que se queja
de abandono y desdén, ya desvalida,
fortaleza de ayer, su media reja,
de tedio y soledad fue renegrida.

Se desmorona más la casa vieja,
cual cuerpo que ha entregado ya su vida;
donde antes fue el hogar, zumba la abeja
junto a la sillería removida.

Veloz el tiempo por sus muros pasa;
mas el recuerdo no se borra nunca,
ni de esa casa que ha quedado trunca.

Y casi inmaterial de sol se abraza,
en medio de sus ruinas y deshecho,
la bóveda del cielo ya es su techo.

Lola Taborga de Requena



Soledad

¡Oh grande forjadora! Soledad del silencio,
de ideales infinitos en plena floración,
interna en tus influjos, única en tus dominios
que vas entre la vida y la meditación.

Soledad eremita del místico reposo,
tú viste entre las rocas silenciosos martirios,
sepultar los deseos bajo las fieras zarzas
y encender de la fe los fervorosos cirios.

Soledad del hogar con nimbos de recuerdos;
santuario abandonado, fortaleza derruida,
con brazos en cruz taciturna y doliente,
esperas el retorno del amor y la vida.

Señora del desierto con el fragor del simun
y el giboso cansancio del paso camellar;
sobre esos arenales de enardecidas fauces,
tú ves las caravanas solitarias pasar.

Soledad del poeta, custodiando el lucero,
que alumbra su destino por las excelsas cumbres
y ardiendo el pebetero de cada pensamiento
abarca su horizonte y lo circunda en rimas.

Soledad misteriosa con destellos divinos,
sólo tú contemplaste las manos creadoras
y viste el primer astro, llegaste al primer hombre
y tu profunda huella se matizó en auroras.

Soledad de las madres, prosternadas a Dios,
recibiendo del ángel la copa del dolor,
la frente sensitiva con flor de pasionaria
y los labios candentes con la oración de amor.

Soledad soberana, cuando todo concluya;
deshecha la belleza, borrada en armonía,
tú vagarás silente midiendo el infinito.
Y muy lejos de ti, se abrirá un nuevo día

Lola Taborga de Requena




















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