LA NOCHE EN LA QUE SE HUNDIÓ EL MUNDO

Dicen que los niños que consiguieron llegar a cubierta aquella noche creían que estaban en una feria o en una especie de parque de atracciones. Y la verdad no era para menos. Había música en cubierta; ragtime, música realmente alegre. Toda la iluminación del buque había sido encendida incluyendo los proyectores que iluminaban las cuatro enormes chimeneas del barco y para colmo había fuegos artificiales. De cuando en cuando un cohete con una poderosa luz blanca iluminaba la noche en el Atlántico Norte.

Hace ya más de veinte años que me gano la vida investigando siniestros marítimos de toda índole y creo poder afirmar sin temor a equivocarme que las dos horas posteriores a la colisión del Titanic contra el témpano de hielo que desgarró su casco se parecen a cualquier cosa menos a un naufragio. Los naufragios son siniestros, accidentes que suelen desarrollarse a mucha velocidad, en medio del caos y de la confusión y que luego son bastante complejos de reconstruir. El pánico, el miedo que se apodera del pasaje y tripulación hace que la percepción de la realidad se desfigure hasta tal punto que luego es casi imposible unir los testimonios de los supervivientes para delimitar lo que realmente sucedió.

Eso no ocurrió aquella noche de abril de 1912. Los pasajeros y tripulantes del Titanic tuvieron dos horas y cuarenta minutos perfectamente iluminados para darse cuenta de lo que ocurría. Por eso tenemos tanta información sobre el Titanic y creo que esa es la razón por la que tanto nos atrae su historia. La perfecta descripción de las últimas horas de vida de centenares de personas en una situación extrema nos lleva a plantearnos la misma pregunta a todos aquellos que nos aproximamos a la historia del Titanic: ¿Qué hubiéramos hecho nosotros en esa situación?

Mi primer encuentro con el Titanic se produjo hace ya 34 años, cuando era un chaval de 16 años. La película de William MacQuitty, La Ultima Noche del Titanic, basada en la novela de Walter Lord A Nigth to Remember, me enganchó y desde entonces el Titanic y su extraña historia han formado parte importante de mi vida. Ya un poco más mayor, cuando estudiaba la carrera de náutica, realicé un extenso trabajo sobre el Titanic cuyo título fue Análisis Técnico, Histórico y Jurídico Sobre el Hundimiento del Titanic. Hace ya 30 años de aquello. Por aquel entonces en España prácticamente no había nada sobre el naufragio del gran trasatlántico inglés. El trabajo me lo dirigió don José Luis Rodríguez Carrión, catedrático de Derecho Marítimo y uno de los mejores profesores que nunca he tenido. Precisamente a su memoria va dedicado el libro que está basado en aquel trabajo de juventud.

Del mismo, aparte de hacer una corrección de estilo, he suprimido las partes de cálculos técnicos o de razonamientos jurídicos demasiado densos y, si se me permite expresarlo así, la parte folclórica, la historia que tantas veces nos han contado. La historia que se refleja en la película de James Cameron. En este trabajo, amigo lector, le voy hablar de otras cuestiones. Le contaré en una especie de informe pericial escrito con lenguaje sencillo el cómo y el porqué de la colisión del barco contra el témpano. Intentaré explicarles cómo se hundió y cuáles fueron los daños que realmente sufrió. Les razonaré quién fue el responsable de la tragedia e intentaré transmitirles la inmensa pena que invadió el corazón de los sencillos tripulantes de los barcos fúnebres, los barcos fletados para recuperar los cadáveres del naufragio. Les hablaré también, entre otras muchas cuestiones, de las investigaciones que se realizaron y de cómo la avidez y rapacidad de una serie de políticos y juristas corruptos que se enriquecieron con la compra venta de las acciones de la Marconi Co., ocultaron las verdaderas responsabilidades del naufragio e intentaron que recayeran sobre el capitán Stanley Lord, oficial al mando del vapor Californian que si bien no tuvo el comportamiento que cabe esperar de un capitán u oficial de marina, tampoco se le puede responsabilizar de la muerte de 1.517 personas.

Porque amigo lector, el trasfondo de la historia del Titanic, lamentablemente es ese; la muerte por hipotermia de 1.517 personas. De esos 1.517 muertos 58 eran niños de corta edad. Los mismos que creían que estaban en una feria o en un parque de atracciones aquella noche. Y los mismos que se dieron cuenta, cuando el agua helada del Atlántico mojó sus pequeños pies infantiles, de que lo que realmente ocurría era que aquella iba a ser la noche en la que se hundiría el mundo.

Fernando José García Echegoyen
Cádiz, 1983 – Antequera, 2012




UN MAR INCIERTO, INMENSO Y VACÍO

Una vez, hace ya bastantes años, tuve la oportunidad de entrevistar al hijo de un marinero español desaparecido en el mar, junto con el buque en el que navegaba. Aquel hombre sencillo y franco, un anciano ya en el tiempo en el que pude hablar con él, me contó la desolación, la inmensa pena en la que quedó sumida su familia tras la desaparición de su padre y me hizo comprender o, mejor dicho, me mostró la dimensión humana de la tragedia que se produce cuando alguien desaparece en el mar. Observe, amigo lector, que no hablamos en ningún momento de muerte en la mar, de muerte en naufragio, sino de desaparición en la mar. El grado de dolorosa incertidumbre que encierra el término es enorme.

Escribió Joseph Conrad en su maravillosa obra “El Espejo del Mar”: “Nadie vuelve nunca de un barco “desaparecido” para contar cuán cruel fue la muerte de la embarcación, ni cuán repentina y sobrecogedora la angustia postrera de sus hombres. Nadie puede saber con qué pensamientos, con qué remordimientos, con qué palabras murieron en sus labios”.

Siempre me ha interesado el tema de los buques desaparecidos en la mar, los “posted missing”, declarados desaparecidos, según la terminología del Lloyd’s de Londres. En lo personal supongo que el misterio que lleva aparejado el término “desaparición” estimuló mi interés en estos casos, y en lo profesional fue la curiosidad por conocer cuáles son los procesos internos, inherentes a la estructura en sí del buque, y los factores externos que interactúan para que el casco de un gran mercante colapse, para que se produzca su desaparición.

La desaparición de un pequeño pesquero o de un barco de recreo en un temporal es fácilmente explicable por las reducidas dimensiones de este tipo de embarcaciones. Pero que un buque de guerra o un mercante de gran tonelaje se desvanezcan en la mar sin dejar rastro es una cuestión algo más compleja de analizar, agravada por el hecho de que en muchos casos no aparecen restos. Hace algunos años realicé una investigación a título personal sobre desapariciones de grandes buques en la mar y los resultados, a mi modesto entender, fueron cuando menos sorprendentes. De un total de 111 desapariciones de buques analizadas, sesenta y una (el 55%) se produjeron sin dejar rastro alguno. Pero es que incluso apareciendo restos del buque era muy difícil determinar las causas de las mismas. Un ejemplo muy claro de tal afirmación es el del crucero de la Armada Española “Reina Regente”, que desapareció en el Estrecho de Gibraltar en 1895 con sus 412 tripulantes. A las costas andaluzas y marroquíes del Estrecho y Mar de Alborán llegaron no pocos restos del célebre buque de nuestra Armada, y no sólo no hemos podido determinar las causas de su desaparición sino que ni siquiera conocemos las coordenadas del lugar en el que reposan sus restos.

Hay otras muchas circunstancias que concurren en la mayor parte de los casos de buques desaparecidos en la mar y que no podemos dejar de mencionar. La edad media de todos estos buques ronda los 19 años; son buques con una buena cantidad de años de servicio sobre sus cuadernas. El 50% de los casos analizados eran además buques que transportaban cargamentos clasificados como peligrosos, y el 95% de las desapariciones se produjeron en zonas en las que se desarrollan fenómenos atmosféricos extremos. Desde muy bajas temperaturas, con el consiguiente riesgo de engelamiento (acumulación de hielo en superestructuras) o presencia de icebergs, hasta ciclones tropicales o temporales muy duros. Como el lector puede comprobar, si consideramos todos estos datos, gran parte de ese misterio que rodea a los buques desaparecidos en la mar parece quedar resuelto, aunque al no poder examinar los restos del mismo siempre queda un importante grado de indeterminación en cuanto a las auténticas causas de dicha desaparición.

Hace ahora algo más de un año, Manuel Rodríguez Aguilar me comentó su deseo de dedicar un libro a los buques españoles desaparecidos en la mar, y me pareció una excelente idea. Cualquier aporte documental que nos sirva para adquirir más conocimientos sobre estos desconocidos siniestros debe ser siempre bienvenido. Era muy necesario analizar y divulgar la historia de las desapariciones de buques españoles. Si nuestra historia marítima en general ha sido siempre una gran desconocida para la población española, en el caso de la de sus naufragios y sobre todo la de sus “posted missing”, sus buques desaparecidos, entramos en el campo no del desconocimiento sino de la total ignorancia. Cuando relato a familiares, amigos o personas no relacionadas con el medio marítimo historias como las del “Cabo Villano” o del “Castillo Montjuich”, que ustedes van a conocer en este estupendo libro, o incluso la del mismo “Reina Regente” que antes mencionábamos, se quedan perplejos, pensando que más que estar hablando de historia marítima les estoy relatando una historia de fantasmas. Este desconocimiento de la historia de estas desapariciones contribuye sin duda alguna al olvido de aquellos buques y de aquellos marinos españoles desaparecidos en la mar, haciendo que el dolor y la sensación de abandono se arraigue en el corazón de sus familiares aún más de lo que ya estaba.

Sinceramente, pienso que Manuel Rodríguez Aguilar es la persona más adecuada para escribir la historia de aquellos barcos y de aquellas personas. A su experiencia como marino mercante e investigador hay que unir el hecho de que Manolo, permítanme llamarle así como amigo mío que es, ha llevado a cabo una de las más exhaustivas investigaciones que se han publicado en España sobre un buque desaparecido: la del “Castillo Montjuich”, que vio la luz hace ya algunos años, y que constituye un punto de referencia esencial para todos los investigadores navales de este país, puesto que es la primera vez que se publicó para el gran público la historia completa de un buque desaparecido. O mejor dicho, la historia de la que ha sido tradicionalmente considerada como la más trágica y conocida de las desapariciones de buques españoles.

El publicar un libro sobre aquellos barcos y aquellas personas equivale en cierto modo a recuperar su memoria; hace que sus familiares y allegados puedan sentirlos un poco más cerca. Recuerdo que cuando conocí a aquel anciano al que me referí al inicio de este prólogo le regalé un libro en el que se relataba la historia de su padre y la del barco en el que había desaparecido. Al abrirlo y ver la foto de su padre, el pobre hombre comenzó a llorar desconsolado. Cuando se tranquilizó, me contó que cuando era niño era tal el dolor que sentía por la ausencia de su progenitor que le gustaba pensar que su padre estaba navegando en un barco que nunca hacía escala en Barcelona, que es donde residían. De esa forma, seguía viviendo en él la esperanza de que algún día regresara y podría volver a abrazarlo. Con este libro -me comentó- el barco de mi padre ha hecho escala en el puerto de Barcelona, y se va a quedar aquí para siempre. Entendí que con esa aseveración el viejo hablaba de la memoria recuperada no sólo de su padre, sino de la de todos sus compañeros de tripulación que habían desaparecido en el Atlántico. Lo mismo va a suceder con este libro que Manuel Rodríguez Aguilar ha tenido el acierto de escribir y que usted tiene ahora entre las manos. De alguna forma, relatando la historia de aquellos marinos españoles y de sus barcos que se desvanecieron en el océano y en la memoria, les hacemos regresar de ese mar en el que sus familiares los imaginaban todavía, navegando más allá del horizonte de la razón y del tiempo. Un mar incierto, inmenso y vacío.

Fernando José García Echegoyen
Buques españoles desaparecidos sin rastro  -  Mercantes, de guerra y pesqueros



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