Me  adocenaron las alas 

Me asesinaron, me acuchillaron con cien mil esquinas
las espaldas. Curvaron
mi aliento como un interrogante usado.
Pisaron con extrañas voces
mi garganta abotagada de tanta palabra,
de tanto grito atragantado. 

Y todo porque tenía en el alma hiel silvestre,
como si lo silvestre no fuera sangre o paloma,
como si en lo silvestre no hubiera madrugadas
y filos.

Y todo, digo, porque tenía el mar en mis ojos
y una gaviota amarga de vuelos en los remos
y en los labios.

                        Ya recuerdo, fue con las hélices;
me asesinaron con las hélices y los párrafos largos,
las psicologías maduras y las rectas,
mejor dicho las quebradas.

                        Me talaron por los montes,
donde nacía la blancura del loto y de la nieve,
donde crece el paisaje,
porque les dolía la llanura y el corzo,
porque nos dolía el mundo. 

Se traicionaron las alas,
como lo hacemos cada minuto,
                               y rezaban y rezábamos:
“El suicidio nuestro de cada día
hagámoslo hoy”. 

Me asesinaron, me acuchillaron las alas porque no cabían,
y ocupe la tumba exacta de cemento y yeso –de cuchillos siempre-
sin ese puñado de tierra y mar que nos pertenece.
-Recuerdo que el mar se alzaba de blanco, y azul entre las velas-.

Jacinto Rivera de Rosales



Siempre me quedará

Deshecha la esperanza sólo quedan
las palabras desnudas y los huesos.

Deshecha la palabra y la figura
queda sólo el gesto del silencio.

Mas siempre quedará, aun en cenizas,
todo el amor y el mar que siempre llevo.

Jacinto Rivera de Rosales


Tanto bregar en desatino

Todo está dicho y todo es mi condena.
Todo está dicho y todo lo mantengo.
Es difícil llegar a donde vengo,
sincero y descubriéndome la pena;

pero debo seguir con la cadena
de versos y palabras que sostengo,
pues me arde el alma, y todo el mar que tengo
me subleva la sangre y me encadena.

Jacinto Rivera de Rosales







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