A trueque de verte
               
VILLANCICO AJENO

Véante mis ojos,
y muérame yo luego,
dulce amor mío
y lo que yo más quiero.

GLOSA DE MONTEMAYOR

A trueque de verte
la muerte me es vida;
si fueres servida,
mejora mi suerte,
que no será muerte
si en viéndote muero,
dulce amor mío
y lo que yo más quiero.

¿Do está tu presencia?
¿Por qué no te veo?
¡Oh cuánto un deseo
fatiga en ausencia!

Socorre, paciencia,
que yo desespero
por el amor mío
y lo que yo más quiero.

Jorge de Montemayor o George de Monte Mayor, en portugués original, Jorge de Montemor



Los que de amor estáys tan lastimados
Los que de amor estáys tan lastimados,
que el remedio buscáys en causa agena
y con ver mayor mal curáys la pena
a que os da causa amor y sus cuydados,

venid a leer mis versos, do pintados
veréys tormentos tristes más que arena,
que están vivos en mí, do amor ordena
que estén para este effecto diputados.

Y aunque suffrido ayáys pena y tormento,
y nunca podáys lo que esperastes,
o con ausencia estéys siempre lidiando,
en viendo la passión que amando siento,
todos confessaréys que nunca amastes,
o si algún tiempo amastes, fue burlando.

Jorge de Montemayor



"No fue solo esto lo que Arsileo aquella noche al son de su arpa cantó, que así como Orfeo al tiempo que fue en demanda de su ninfa Eurídice con el suave canto enterneció las furias infernales, suspendiendo por gran espacio la pena de los dañados, así el mal logrado mancebo Arsileo suspendía y ablandaba no solamente los corazones de los que presentes estaban, mas aun a la desdichada Belisa que desde una azotea alta de mi posada le estaba con grande atención oyendo. Y así agradaba al cielo, estrellas y a la clara luna, que entonces en su vigor y fuerza estaba, que en cualquiera parte que yo entonces ponía los ojos, parece que me amonestaba que le quisiese más que a mi vida. Mas no era menester amonestármelo nadie, porque si yo entonces de todo el mundo fuera señora, me parecía muy poco para ser suya. Y desde allí, propuse de tenerle encubierta esta voluntad lo menos que yo pudiese. Toda aquella noche estuve pensando el modo que tendría en descubrirle mi mal, de suerte que la vergüenza no recibiese daño, aunque cuando este no hallara, no me estorbara el de la muerte. Y como cuando ella ha de venir, las ocasiones tengan tan gran cuidado de quitar los medios que podrían impedirla, el otro día adelante con otras doncellas, mis vecinas, me fue forzado ir a un bosque espeso, en medio del cual había una clara fuente adonde las más de las siestas llevábamos las vacas, así porque allí paciesen, como para que, venida la sabrosa y fresca tarde, cogiésemos la leche de aquel día siguiente, con que las mantecas, natas y quesos se habían de hacer. Pues estando yo y mis compañeras asentadas en torno de la fuente, y nuestras vacas echadas a la sombra de los umbrosos y silvestres árboles de aquel soto, lamiendo los pequeñuelos becerrillos que juntos a ellas estaban tendidos, una de aquellas amigas mías, bien descuidada del amor que entonces a mí me hacía la guerra, me importunó, so pena de jamás ser hecha cosa de que yo gustase, que tuviese por bien de entretener el tiempo, cantando una canción. Poco me valieron excusas, ni decirles que los tiempos y ocasiones no eran todos unos para que dejase de hacer lo que con tan grande instancia me rogaban; y al son de una zampoña que la una de ellas comenzó a tañer, yo triste comencé a cantar estos versos."

Jorge de Montemayor
Los siete libros de la Diana



Qué pude ser, señora...

¿Qué pude ser, señora, antes que os viese,
pues viéndoos cobré el ser que no tenía?
¿Qué pudo ser sin vos el alma mía,
o qué sería de mí si así no fuese?

Según ahora me siento, aunque viviese,
no era el alma, no, por quien vivía,
que un natural instinto me regía,
hasta que vuestro rostro ver pudiese.

Y viendo el resplandor y hermosura
del rostro transparente y delicado
do tanta perfición pintó natura,

de vos recebí un ser tan extremado,
que no pudiendo haber en mi mal cura
lo sufro y me sustento en mi cuidado.

Jorge de Montemayor



Sextina

Aguas, que de lo alto de esta sierra
bajáis con tal ruido al hondo valle.
¿por qué no imagináis las que del alma
destilan siempre mis cansados ojos?
y ¿qué es la causa el infelice tiempo
en que fortuna me robó la gloria?

Amor me dio esperanza del tal gloria,
que no hay pastora alguna en esta sierra
que así pensase en alabar el tiempo;
pero después me puso en este valle
de lágrimas, a do lloran mis ojos,
no ver lo que están viendo los del alma.

En tanta soledad, ¿qué hace un alma,
que en fin llego a saber qué cosa es gloria,
o adónde volveré mis tristes ojos,
se el prado, el bosque, el monte, el soto, y sierra,
la arboleda, y fuentes de este valle
no hacen olvidar tan dulce tiempo?

¿Quién nunca imaginó que fuera el tiempo
verdugo tan cruel para mi alma;
o qué fortuna me apartó de un valle,
que toda cosa en él me daba gloria?
Hasta el hambriento lobo que a la sierra
subía era agradable ante mis ojos.

Mas ¿qué podrán fortuna ver los ojos,
que veían su pastor en algún tiempo
bajar con sus corderos de una sierra,
cuya memoria siempre está en mi alma?
¡Oh fortuna enemiga de mi gloria,
cómo me cansa este enfadoso valle!

Mas ¿cuándo tan ameno y fresco valle
no es agradable a mis cansados ojos,
ni en él puedo hallar contento, o gloria,
ni espero ya tenerle en algún tiempo?
Ved en qué extremo debe estar mi alma
¡Oh quién volviese a aquella dulce sierra!

¡Oh alta sierra, ameno y fresco valle
do descanso mi alma, y estos ojos!
Decid, ¿verme algún tiempo en tanta gloria? 

Jorge de Montemayor
















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