A un obispo

¿Quieres que digno de Jesús te crea?
Pues renuncia al palacio donde vives;
vende las joyas que orgulloso exhibes;
despide tus lacayos con librea.

Ve a pie; da pan; consuela. Que yo vea,
no que de ser frenético te inhibes,
sino que gratis das lo que recibes,
y que el ansia de amor te aguijonea,

y que atacas al déspota y al fuerte
sin temor al martirio ni a la muerte,
y entonces te diré: “Por ser humano,

eres digno de Aquel que al pueblo amaba
y el cielo al poderoso escatimaba.
Beso tu anillo… ¡No!... Beso tu mano.”

Fermín Salvochea y Álvarez


Al primero de mayo

Como el paro general
se declare para mayo,
de fijo le da un desmayo
en el acto, al capital.
Proponen los socialistas,
y a la verdad con razón,
que del obrero la unión
se enseñe al capitalista;
quien, algo falto de vista,
no ve en el nuevo ideal
lo que es justo y natural;
y no hay nada que a tal hombre
le preocupe, y aun le asombre,
como el paro general.
Debe el anarquista, pues,
cooperar a tal empresa
con constancia y con firmeza,
gran valor e intrepidez;
que siempre la timidez
se encontró en el ruin lacayo;
y si ha de venir el rayo
que purifique la tierra,
hace falta que la guerra
se declare para mayo.
Muéstrese al rico altanero
de una manera elocuente,
enérgica y contundente,
que hay algo más que el dinero;
que sin él, puede el obrerohacer
de su capa un sayo;
y aunque mire de soslayo
al que le infiere el ultraje,
como lo haga con coraje,
de fijo le da un desmayo.
Ya el término se divisa
de la infame explotación,
y se oye la maldición
del que se ve sin camisa;
contenga el burgués la risa,
que la cosa es muy formal;
nuestra fuerza es colosal
y matar puede a querer,
y envuelto en el lodo ver
en el acto, al capital.

Fermín Salvochea y Álvarez



El pobre y el rico

Un pasajero que de orgullo henchido
navegaba en primera,
con desprecio miraba al desvalido
viajero de tercera.
“Al que hable de igualdad -decía el primero-
considero insensato.
¿Cómo ha de ser cual yo, quien sin dinero
se encuentra y sin zapatos?”
Y entre tanto en el pecho del segundo
el odio se despierta,
al ver que en contra suya todo el mundo
parece se concierta.
Mas pronto la comedia cruel y fría
tornárase en tragedia
al no surgir brillante un nuevo día
del mismo mal que asedia.
Un choque atroz, terrible y formidable
la catástrofe anuncia
y de la muerte el fallo inapelable
en alta voz denuncia.
Entonces de las clases los extremos
sin mirar diferencia,
con ardor se dirigen a los remos
y se unen sin violencia.
El peligro común de los mortales
la vanidad ahuyenta
y hace se reconozcan como iguales
entrando en la ancha senda.
La vida del error no es más que un día,
aunque parezca larga;
la verdad solamente da alegría
y nunca es una carga.

Fermín Salvochea


Los conservadores

Gomosos por beatas mantenidos;
jesuitas por necios admirados;
necios por jesuitas engendrados
y en entrañas de viejas concebidos.

Caballeros de alcoba bien corridos;
esposos complacientes bien lidiados;
protectores de todos los malvados;
desertores de todos los partidos.

Esos que van del templo a la ruleta,
azuzando al esbirro infanticida
contra todo lo noble, grande y bueno,

trajeron la ganzúa en la chaqueta,
vagan sin honra con la frente erguida,
y son conservadores... de lo ajeno.

Fermín Salvochea y Álvarez



“Nada se puede ya esperar de la política.”

Fermín Salvochea y Álvarez




PUNTO EN BOCA

Cada cual es muy dueño de decir lo que se le antoje; será capricho, necedad, manía, hasta locura si se quiere, pero yo no puedo remediarlo; nadie me quitará de la cabeza que el don de la palabra es el origen de la mayor parte de los males que nos rodean. Y no se me diga que la facultad de hablar fue, como muchos creen, el regalito de boda que hizo a nuestros primeros padres el Supremo Hacedor, Ni en aquellos felices tiempos había la perniciosa costumbre de hacer regalos, ni Dios pudo pensar en afligir al hombre con nuevas calamidades, cuando por vía de ensayo, o sin duda, y es lo más probable con el fin de irlo metiendo desde chiquito en los trotes de contribuyente, le había sacado una costilla, que es como si dijéramos, la pri­mera contribución de inmuebles. ( broma de Salvochea, que no estamos seguros que en los tiempos actuales sea del agrado de las lectoras mas feministas de nuestra pagina) No ha sido por cierto mal mueble la tal costilla: pero dejemos a un lado los huesos y vamos a lo que importa.
Lo que hubo fue, y no me desmentirán los periódicos de aquella época, que reconociendo Eva su poco mérito, porque en efecto era muy poco como sucede a todo lo que se hace de retazos y deseando sacar algún partido, ¡mujer al fin! echó mano de la serpiente como de un maestro de lenguas, para poder decir cuatro piropos a su marido, quien no tenía todo lo de Salomón, por la sencillísima razón de que Salomón no había nacido todavía. Habló por fin mamá, y engañó a papá. Por esta moda no pasan años. ( Machismo en pura esencia )
Me parece que lo dicho basta y sobra para probar que el don de la palabra no tuvo el preclaro origen que algunos le atri­buyen. Resta saber si desde el paraiso hasta nuestros días ha desmentido su infernal estirpe el supuesto regalito.
De él, como de una plaga, se valió el mismo Dios cuando quiso castigar en la Torre de Babel el orgullo de los pedantes. i De tan atrás viene esa familia! Si lo que allí pasó fue o no de trascendencia, con dar una vuelta al mundo saldremos de la duda. A estas horas no hemos podido entendernos: continua­mos en Babel sin novedad; pero dejemos a las torres porque a ciertas alturas es muy fácil perder la cabeza, y examinemos la llanura que no es tan llana como parece.
Si echamos una rápida ojeada desde la muerte de Abel hasta la revolución de Francia, que, entre paréntesis, es una señora ojeada, siempre hallaremos que una palabra mal dicha o mal interpretada ha sido la causa de todos los disturbios, que han armado al hijo contra el padre y al hermano contra el her­mano y si desde los asesinatos a mano armada pasamos a los que hacen sin armas los podadores del género humano, médi­cos, para que todos me entiendan, no podremos menos de encontrar una palabra sirviendo siempre de escudo, parapeto o muralla real para jugar a mansalva con los que ignoramos la epidémica fraseología de los Hipócrates y de los Galenos.
-Yo no puedo vivir así, dice doña Estefanía a su doctor. El doctor que no comprende la enfermedad sale del mal paso con achacarla a los nervios, y como los pobres nervios no encuen­tran letrado que los defienda, cargan con el meto sin apelación. Doña Estefanía quejándose de los inocentes nervios, va liqui­dando su caja de ahorros mientras el buen doctor rellena la suya con los nervios de doña Estefanía. ¿Que mina del Perú ha dado más plata que los nervios? ( Critica a la ignorancia de las personas y la avaricia de profesionales como los medicos, mas pendientes de llenar sus arcas que de sanar a la enferma )
Serpentea por todas partes otra palabra muy parecida a los vinos viejos. Con cuatro letras, que equivalen a cuatro gotas, se trastornna el cerebro mejor organizado. Tiene treinta y seis gra­dos cubiertos como el mejor aguardiente catalán, y como él, alegra en el primer momento y da sueño enseguida; debilita a unos; a otros enloquece. El número de sus víctimas se cuenta por el de sus prosélitos, y sin embargo, en el sentir de los con­templativos es un destello de la divinidad: este la llama alimen­to del alma: aquel áncora de salvación: para paladares poco delicados, es dulzura. Uno nos la presenta en figura de niño antojadizo, entretenido en agujerear corazones, como si el corazón fuese zaranda o rayador de queso: otro más prudente y menos confiado la pinta en figura de perro perdiguero, y no falta quien crea que es un fantasma para alucinar a los incau­tos; pero en tan confuso laberinto ¿a quién hemos de dar crédi­to? Si me fuese lícito dar mi palotada, no titubearía en decir que la tal palabra calcinada ante todo, debería estar entre los mine­ros botes de un farmacéutico con orden expresa de no despa­char ni un dracma, sino en ciertos casos desesperados, que desesperado y algo más es menester hallarse para necesitar un dracma de amor.
Si desde los males que afligen a naciones enteras damos un salto a los que hormiguean en las casas de vecindad, que no es salto tan mortal como parece, siempre hallaremos los funes­tos resultados de ese don tan ponderado.
Perico el feo, tiene cuatro palabras con Curro el de los rizos, y de sus resultas Satanás cargan con el feo, y los escribanos, que se agarran de un pelo, cargan con los rizos de Curro y con Curro por añadidura. ¡Mentira parece que por cuatro palabras se den a todos los diablos dos amigos!
Encarnación la chata, honra del barrio, cree como artículo de fe, una palabra que le ha dado su Paco, pero bien pronto la honra de Encarnación anda, como su nombre de boca en boca por todo el barrio y se queda la chata con un palmo de narices porque el buen Paco no quiere dar más que palabras. La gente de alta sociedad suele hacer lo mismo que Paco, pero las pala­bras de la alta sociedad son palabras de honor, lo que quiere decir que la alta sociedad tienen otro juego de palabras.
Magdalena la moñona, flor y nata de las esposas dice senci­llamente una palabra a su compadre: el marido la toma por donde quema, y aunque Magdalena llorando más que un Magdalena, jura y perjura que no hay tales carneros, riñen los compadres: la Mañona deja de ser flor y nata, y el esposo carga con otras esposas que la justicia le regala, porque dio un mete y saca a su compadre a consecuencia de la palabra que a la comadre se la antojó decir.
Pues si desde las palabras sueltas pasamos a las frases, hallaremos muchas muy seductoras y muy inocentes a primera vista, pero examinadas detenidamente, pierden de inocencia lo que ganan de seducción.
-Para alquilarme su casa Dos Restituto me exige un fiador,
-dice doña Prudencia a don Clemente-. Querrá Vd. echar una firmita por mí?
Da la casualidad que esta buena mujer que tiene el atrevimiento de llamarse Prudencia, es tía de una linda muchacha de ojos negros, a ninguno se le ocurre que una firma pueda ser más negra todavía. No queda pues, a mi señor don Clemente otro recurso que tomar la pluma y dejarse desplumar por doña Prudencia, quien se queda tan hueca como si hubiese dado con el movimiento contínuo. Bien es verdad, que para una tía esto de vivir por cuenta de los ojos de su sobrina vale segu­ramente algo más que el movimiento por contínuo que sea.
-¿Quiere Vd. pasar el rato? dice don Modesto, a su amigo Daniel: jugaremos un burro. Como el principal papel se cede por política al convidado, jugando con él al burro pasan el rato don Modesto y los compañeros de don Modesto y el amigo Daniel se encuentre sin saber como, en el lago de los leones.
Pues porque estas frases y otras parecidas a estas me hacen temblar, hay quien me llama cobarde.
¡Cobarde yo! Yo no soy cobarde no señor; tengo dadas pruebas de valor, me he casado y por donde quiera que Vd. me busque, encontrará en mí todo un hombre. Si se me dice que el turco baja me quedo tan tranquilo como si bajase, y si el que baja no es turco sino el tres por ciento, yo impasible siempre. Bien es verdad que como nunca he querido trato con infieles, pocas o ningunas relaciones tengo a Dios gracias, no con el turco ni con el tres por ciento.
Pues hábleme Vd. de robos, de calamidades, de miseria, en fin, de cosas de España y ya verá mi serenidad.
-Que viene el cólera.
-¿Se aumentará por esto la contribución? ¿no? Pues que venga cuando le de la gana.
-Que hay sarna.
-Eso es precisamente lo que nos hace falta, sarna para rascar.
-Que se susurra algo de hambre.
-Me parece muy bien; yo estoy por la igualdad. ¿Donde hay paciencia para sufrir que este grito estomacal sea privilegio exclusivo de cesantes y de exclaustrados? No señor, nada de prerrogativas. El hambre no debe ser patrimonio de ninguna familia ni persona.
-Que se suena algo de peste.
-Son ya tantas las cosas que a mí me apestan, que por una más o menos no he de andar con melindres.
-Que murió doña Tecla.
-Tanto mejor; ya dio en la tecla su marido.
-Que no hay una peseta.
-Ni un cuarto tenía Noe y llegó a ser naviero.
Pues un hombre de mi temple, un hombre que sin lisonja, pudiera pasar por un Napoleón, se echa a temblar como un chi­quillo cuando oye decir ... pero no, lo oiga yo.
No asusta un toro a Ponce y se quedarla tamañito si oyese el trompetazo precursor de la innoble media
luna. Perdóneme el señor Abdul Khan segundo. No intimidan las balas al militar aguerrido y palidece ante una orden de reemplazo. No causan pavor a una doncella las acechanzas de cien amantes gavila­nes, y la sola idea de morir con palma le hace aborrecer. .. hasta los dátiles. Pues una cosa muy parecida me sucede a mi cuando me dicen: mono no mío tan dulce y tan seductor ¿Sabes tu lo que cuesta en estos tiempos llegar a merecer el nombre de monono? Monono mío en boca de una mujer es un compendio de las plagas de Faraón, es el sistema tributario al daguerreotipo. ¿Que letra a la vista, que pagaré vencido, que papeleta de apremio apremia tanto como un monono mío?
Quiera dios que llegue un día en que los gobernantes y gobernados se convenzan de que siendo el don de la palabra la causa de todos los males que nos afligen, no queda más recurso que levantar una nueva bandera que lleve por lema, PUNTO EN BOCA

Fermín Salvochea y Álvarez


¡Que lástima! ¡Que dolor! La tierra les sea leve.

¡Quien lo hubiera dicho! iComo era posible creer tanta perver­sidad! ¡Y se hablará de fieras! ¡Que mayor fiera que el hombre mismo! ¡A cuantos crímenes conduce el primer paso que se dá en el camino del vicio! iCuan fácil es ahogar el grito de la con­ciencia cuando se ha conseguido encallecer el corazón!
Cádiz, la heróica Cádiz, la que en medio de las borrascas que agitan a la Europa entera, había sabido huir de los escollos y evitar el naufragio, acaba de perder en un momento de error los hermosos títulos de culta y católica. Rotos los diques que la religión y las leyes oponían al desenfreno y al libertinaje, por donde quiera que volvamos los ojos, no vemos más que lágri­mas, ruinas, desesperación y sangre. ¡Que cuadro tan horroro­so presenta una ciudad sembrada de cadáveres!
No es a nosotros a quienes tocaba enjugar el llanto de tan­tos huérfanos desgraciados, pero cuando los que debían hacer­la no lo hacen ¿como permanecer sordos a la voz de la razón? ¿Como olvidar los sagrados deberes, que nos imponen la misma naturaleza? A pesar de la corrupción general y de esa indiferencia que parece ser el distintivo del siglo XIX, no han lle­gado por fortuna hasta nosotros sus fatales efectos. A vista de tantos crímenes la sangre hierve en nuestras venas; el corazón quiere salirse del pecho y para mayor dolor ni aún llorar pode­mos. ¿Por qué, pues, extraña, que aceptando todas las conse­cuencias de nuestro arrojo, nos presentamos hoy como defen­sores de los desgraciados, a quienes tan tiránicamente se ultraja, maltrata y asesina en mitad del día y en medio de las calles más públicas? Muchos y muy grandes son los peligros que nos cercan, pero la causa que defendemos es santa, y el cielo debe ayudamos en tan grande obra. No corremos tras cruces ni calvarios. No nos mueve tampoco ese metal por el cual todos suspiran. No queremos más recompensa que las bendiciones de los inocentes, cuyos derechos vamos a recla­mar. Pero si en tan sangrienta lucha quedásemos vencidos, quizás otros siguiendo nuestros pasos con mejor fortuna y menos obstáculos, lograran afianzar el reinado de la paz sobre la tierra, y derramaran una lágrima de gratitud sobre el sepulcro de los primeros adalides.
No pensamos intimidarnos, tiranos de la tierra. Inventad si quereis nuevos suplicios para castigar nuestro heróico valor. Todo será inútil. Nada nos amedra. ¿Que es la muerte para el esclavo? el último eslabón de su cadena. El principio de la feli­cidad.
¡Libertad! ilgualdad! ¡Justicia! ¿Y os atreveis a marchar con vuestros labios palabras tan puras? Y os avergonzais de pro­nunciar unos nombres tan sagrados? iLibertad! A la sombra de esa constitución tantas veces jurada, dominan tranquilos unos inocentes creyendo poder gozar sin zozobras los derechos de pacíficos ciudadanos; pero vosotros turbásteis su sueño. ilgualdad! Confiados en ella os dieron el dulce nombre de ami­gos, velaron por vuestra hacienda, sacrificaron a vuestro capri­cho miras de ambición, vínculos de familia.
Todos los lazos que los ligaban a la sociedad los hicieron pedazos por vosotros, porque gritábais justicia y de esta palabra esperaban mucho bien. ¿Y habeis tenido valor para engañar a criaturas tan leales? Sí, lo habeis tenido. Es verdad que lo ten­dísteis la mano de amigos, pero también es verdad que esa mano encerraba un veneno que mata, y ellos aceptaron la mano y el veneno, y cuando conocieron su error y vuestra maldad, la risa sardónica del verdugo se mezcló con los últimos acentos de su moribunda víctima. ¡Que espectáculo tan horroroso! Nosotros vimos a esos inocentes exhalar sus últimos suspiros entre ayes y lamentos que traspasaban el corazón. Nosotros oímos sus quejas entre agonías mortales; recogimos sus últimos suspiros; tendimos nuestras manos sobre sus yer­tos cuerpos, y no pudimos regarlos de lágrimas, porque el cora­zón quiso negamos este consuelo; pero una voz que parecía salir del centro de la tierra nos gritaba venganza, y su eco reso­naba por el espacio.
Al escuchar esta terrible palabra se reanimaron nuestras fuerzas debilitadas hasta entonces con tanto padecer, y con todo el valor que infunde la desesperación juramos no descan­sar hasta exterminar a los opresores. La sangre de las víctimas humeante todavía, reclama el castigo de los culpables.
La hora de la expiación ha llegado, miserables. Si la justicia humana olvidase su deber, un poder sobrenatural abriría las tumbas; se animarían de nuevo los restos de tantos inocente, y ellos mismos lavarían con vuestra sangre la mancha que habéis echado sobre su preciara progenie.
¿Quien os dio el derecho de destruir una de las mejores obras de la creación? ¿No caben por ventura en el mundo unos seres que nacieron para hacer las delicias del hombre? ¿No queréis tener un verdadero amigo y compañero en este valle de amargura? ¿Pensáis disculparos con decir que tenéis la hidrofobia y queréis evitar sus estragos? ¿excusa vana? Si tal fuese vuestro intento ¿Por qué no pensais en destruir la miseria que es la que produce aquella calamidad? ¡insensatos!. Halagais a la mujer y dais la muerte al amigo verdadero; al servidor fiel, al que daría por vosotros su vida y cien vidas que tuviera. ¡Y esto sucede en un siglo que se dice ilustrado, y en tiempos en que sólo es lícito hablar de hierros cuando se trata de caminos, y de cadenas cuando se habla de puentes colgantes!
Parricidas, icuándo podremos olvidar todo el mal que nos habéis hecho! Manes de Zelim, sombra ilustre de Palomo vol­ved de esa región a donde os han sublimado vuestra virtud excelsa, y castigad a esos Borgias que con una pelotilla priva­ron al mundo de dos seres que eran nuestra dicha y nuestro consuelo. ¿Quien nos acompañará ya en la mesa y en el campo? A quien acudiremos para parar una codorniz y levantar un gazapo? ¿Quien velará por nosotros mientras dormimos? Zelim, Palomo, ¿como hemos de olvidar vuestros servicios y vuestro claro ingenio? ¿como dejar de admirar a unos filósofos, que hallaron en la tierra la verdadera felicidad posible, que es indudablemente la de vivir sin casarse y sin la fatal pasión a que llamamos familismo. ¡Ah! No podemos ya sufrir tanto. Vuestra muerte nos quita todas las ilusiones que embellecían nuestra existencia. Ni los halagos de una mujer, ni las adulaciones del hombre que nos llama su amigo, y nos vende como aquella con halagos también, podrán llenar nuestro corazón.
Felices aquellos tiempos en que se tenían por oráculos las palabras del gran Pitágoras. Su metamorfosis era, por decirlo así, el freno que contenía la ambición de devorar tan común en todos los hombres. Si en vez de reírnos de su sabio sistema lo hubiésemos admitido como se han admitido otros algo peores,
ni tantos crímenes se cometerían, ni nos admiraría como nos admira ver a no pocos jumentos con borla de doctores, y a muchos doctos desconocidos, trasijados y mohinos como jumentos. ¡Quien sabe si nuestros perros Zelim y Palomo serían algunos ingleses célebres!.Ellos hablaron muy poco: tomaban lo que se les daba y todo lo que podían pillar: desde cien leguas olían donde guisaban: veían mucho, y cazaban con una agilidad sorprendente. No hay duda. ¡ Ingleses eran! ¡ Por eso los quisimos!
Pues tengan entendido los que recetan pelotillas para los perros, y los que las hacen, y los que se las dan -(que siempre ha de haber mujeres de por medio cuando se trata de calami­dades) tengan entendido repetimos, que si siguen su sistema de destrucción, van a concluir con media Inglaterra, porque muchos de los perros que estáis que están muriendo, son tan sabios como Zelim y Palomo: bichos de tanta valía por fuerza deben ser extranjeros.
Esta es la razón que tenemos para concluir esta filípica con las mismas palabras que nos sirvieron de epígrafe, porque a decir verdad, si viésemos morir de pelotilla a unos animales tan célebres ¿que habíamos de decir aunque no fuera más que por política? ¡QUÉ LASTIMA! iQUÉ DOLOR! LA TIERRA LES SEA LEVE.

Fermín Salvochea y Álvarez














No hay comentarios: