A una lágrima

Rueda, bañando mi mejilla helada,
lágrima temblorosa y vacilante;
para al tocar mis labios un instante,
y refresca su piel seca y quebrada.

Contigo va de la mujer amada
el último recuerdo delirante;
contigo va de mi ambición gigante
la ilusión antes muerta que soñaba.

Mas no sigas… Detente… Si supieras
que al sentir en mis labios tu frescura,
me da vida el dolor, te detuvieras…

Tanta es la hiel que en ti mi labio apura,
que tornándose dulce el mar, pudieras
tú sola devolverle su amargura.

José Campo Arana


"Amalia. ¡Pobre muchacho! No ha salido de las faldas de su madre y es tan inocente como á los tres años. ¿Lograré que Manuel sospeche? Mucho lo dudo. De enamorado
era celoso; pero desde que es marido tiene una confianza que desespera. (Cogiendo el guardapelo.) Es bonito el guardapelo. Ah! Me le pondré y tal vez dé ocasión de empezar á seguir el consejo de mi amiga, (Mirándose en el espejo y poniéndose el guardapelo.) ¡Á los veinticinco años y no siendo fea, tener que recurrir á estos ardides para llamar la atención de un hombre! ¡Qué amarga es la experiencia! Verdad que otros en cambio se fijan demasiado.
Manuel. (Entrando.) Mucho madrugas hoy. (¡Se miraba al espejo! ¡Mal síntoma!)
Amalia. Ah! ¿Estabas ahí?
Manuel. Entro en este momento. (¿Qué estaría haciendo?) Me pareció oírte hablar...
Amalia. No; estoy sola hace un cuarto de hora. Desde que Federico me dejó.
Manuel. ¿Ha estado aquí?
Amalia. Sí, hemos estado charlando un gran rato. Es un muchacho tan atento...
Manuel. Efectivamente. Y ¿Qué te ha dicho?
Amalia. Mil cosas. Tiene tan buena conversación... (¡Dios perdone la mentira!)
Manuel. Ya lo creo. (¡Federico!... Federico!) Y ¿Qué dice? ¿Le ha gustado la población?
Amalia. Está prendado. Á su edad un cielo puro y una tierra feraz, son el encanto del alma. Como todo se ve á través del entusiasmo y de la pasión...
Manuel. (¡Dios mío! Aquí va á suceder algo... Sus palabras... su entusiasmo... No hay duda...)
Amalia. Á su edad el camino de la vida está cubierto de flores... Luego tiene un alma de poeta... Quisiera que le hubieras oído...
Manuel. (Es preciso variar la conversación.) Sí, tienes razón. (Dirigiéndose á la puerta derecha.)
Amalia. ¿Te vas?
Manuel. Tenía que escribir.
Amalia. Déjalo para luego ¡Malditas ocupaciones! Pero, ¿Qué tienes tú que hacer?
Manuel. Siempre hay..."

José Campo-Arana
Las orejas del lobo


Mi hija María

Hija, ¿qué te diría
que fuera de mi amor vivo traslado?...
Dos palabras no más; oye: ¡hija mía!
—¿Es poco?... Al escribirlas he llorado

José Campo Arana


Debilidad

Me sentía morir, y quise verla,
darle mi maldición;
y... vino... y vi sus ojos, y... le dije...
«¡Que te bendiga Dios

José Campo Arana






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