“¡Adiós, pues, mar! No he de olvidarme de tu espléndida belleza, y oiré al caer la tarde tu voz, fragor que embelesa.” 

Aleksandr Pushkin



“Amargo sabe el pan ajeno, dice Dante, y pesados los escalones de una casa extraña, ¿Y quién mejor que la pobre pupila de una vieja aristócrata para conocer la amargura de la dependencia?” 

Aleksandr Pushkin


“Antaño la tortura estaba tan arraigada en la práctica judicial, que la ley benefactora que la abolía quedó durante mucho tiempo sin ninguna aplicación. Pensaban que la confesión de la culpabilidad del delincuente era indispensable para su desenmascaramiento total, una idea no sólo infundada, sino completamente contraria al sentido común jurídico; porque, si la negación de culpabilidad del acusado no se admite como prueba de su inocencia, menos aún puede servir la confesión como prueba de su culpabilidad.” 

Aleksandr Pushkin



“(...) Aprovechaba el momento de emoción y descuido del alma cándida, conquistaba con inteligencia y pasión, sabía esperar una caricia involuntaria, suplicar o exigir una confesión, captar el primer latido del corazón, perseguir el amor, lograr de repente una entrevista secreta y después dar a solas lecciones en silencio.”

Aleksandr Pushkin


"Apuro sediento tu tierno gemido,
tu intimidad que me embriaga
y ardiente, la lengua del dulce deseo,
pasión cuyo vino no sacia.
Pero corta con ese relato,
oculta, calla tu sueño:
su llama que quema yo temo,
tengo miedo de saber tu secreto."

Aleksandr Pushkin


“…aún no escarmentado por centenas de ofensas,
ante otros nuevos ídolos elevo mis plegarias…”

Aleksandr Pushkin


“¡Ay, durante mucho tiempo yo no pude olvidar dos piernecitas! Triste y desencantado, todavía me acuerdo de ellas y en sueños me perturban el corazón. ¿Cuándo y dónde, en qué desierto las olvidarás, insensato? ¡Ay, piernecitas, piernecitas! ¿Dónde estáis ahora?”

Aleksandr Pushkin


“Basta un léxico para contener todas las palabras. Pero el pensamiento está necesitado del infinito.” 

Aleksandr Pushkin


“Con ansia deseamos conocer prematuramente la vida, y la aprendemos en las novelas. Hemos conocido todo; pero entretanto, no hemos gozado de nada. Adelantando la voz de la Naturaleza no hacemos más que perjudicar nuestra dicha, y la ardiente juventud vuela demasiado tarde tras ella.” 

Aleksandr Pushkin


"Con tal que se tenga una pocilga, se encontrarán los cerdos." 

Aleksandr Pushkin


“Confía, amigo: brillará la estrella del divino día, que Rusia se despertará, y, al derribar la monarquía, ¡Los nombres nuestros grabará!” 
Aleksandr Pushkin


“…Del céfiro nocturno
éter fluye.
Bulle,
huye
el Guadalquivir.”

Aleksandr Pushkin




“¡Dios es grande! Él da sabiduría a los jóvenes y fuerza a los débiles.”

Aleksandr Pushkin



“Dos ideas fijas no pueden existir al mismo tiempo en el ámbito de lo moral, de igual modo que en el mundo físico dos cuerpos no pueden ocupar idéntico lugar.” 

Aleksandr Pushkin


“— ¡El as ha ganado! —dijo Guermann y descubrió su carta. —Han matado a su dama—dijo cariñoso Chekalinski. Guermann se estremeció: en efecto, en lugar de un as tenía ante sí una dama de picas. No daba crédito a sus ojos, no comprendía cómo había podido confundirse. En aquel instante le pareció que la dama de picas le guiñó un ojo y le sonrió burlona. La inusitada semejanza lo fulminó...— ¡La vieja! —gritó lleno de horror.” 

Aleksandr Pushkin


“El ímpetu del corazón, engaño encantador, nos hace sufrir muy pronto.” 

Aleksandr Pushkin



El Profeta

"Atormentado por una sed espiritual,
erraba yo por un tenebroso desierto,
y en la encrucijada de un sendero
se me apareció un serafín de seis alas.

Con sus dedos, ligeros como un sueño, tocó mis pupilas
que se abrieron como las de un aguilucho alarmado;
tocó mis orejas, y éstas se
colmaron de ruidos y rumores,
y comprendí la arquitectura de los cielos
y el vuelo de los ángeles sobre las montañas
y la senda de miles de animales submarinos bajo las olas,
y el trabajo subterráneo de la planta que germina.

Y el ángel, inclinándose sobre mi boca,
me arrancó mi lengua pecadora,
la habladora de frivolidades y de mentiras,
y entre mis labios helados su mano ensangrentada
puso el dardo de la serpiente sabia.

Con su espada hendió mi pecho
y me arrancó el corazón palpitante,
y en mi pecho entreabierto hincó un ascua ardiente.
Como un cadáver, yo yacía en el desierto,
y la voz de Dios me llamó:

—levántate, profeta, mira, escucha,
que mi voluntad te inunde,
y recorriendo los mares y las tierras,
incendia con la Palabra los corazones de los hombres —."

Aleksandr Pushkin


“Empezó a caer una nieve menuda, y de repente cayeron grandes copos. Aullaba el viento; había empezado la tormenta. En un instante, el cielo se juntó con el mar de nieve. Todo desapareció.” 

Aleksandr Pushkin


“En aquella época, su esposo no era más que su novio, y ella suspiraba involuntariamente por otro que, por su inteligencia y su corazón, le gustaba mucho más.” 

Aleksandr Pushkin


"En cualquier elemento el hombre
es tirano, prisionero o traidor…"

Aleksandr Pushkin



“En el campo hace falta agitarse para saber la hora; el estómago es nuestro mejor reloj.” 

Aleksandr Pushkin


“Era un hombre de fuertes pasiones y con una desbocada imaginación, pero su entereza lo había salvado de los acostumbrados extravíos de la juventud. Así, por ejemplo siendo en el fondo de su alma un jugador, nunca había tocado unas cartas, pues estimaba que su fortuna no le permitía (como solía decir) sacrificar lo imprescindible con la esperanza de salir sobrado, y, entretanto, se pasaba noches enteras en torno a las mesas de juego y seguía con frenesí febril cada una de las evoluciones de la partida.”

Aleksandr Pushkin



“Es insoportable ver sólo ante sí la larga hilera de comidas, mirar la vida como una ceremonia y seguir a la solemne multitud, sin compartir con ella ni las opiniones generales ni las pasiones.”

Aleksandr Pushkin


“Es triste pensar que la juventud nos fue dada inútilmente, que a todas horas la hemos traicionado, que ella nos engañó, que nuestros mejores deseos y nuestros sueños sagrados pasaron en rápido giro, cual hojas en el otoño desolado.” 

Aleksandr Pushkin


“Esperaba con impaciencia la respuesta a mi carta, sin atreverme a abrigar una esperanza y tratando de acallar los oscuros presentimientos.” 

Aleksandr Pushkin


"Feliz aquel que fue joven en su juventud, feliz aquel que supo madurar a tiempo."

Aleksandr Pushkin


"Hacia las siete de la tarde algunos invitados quisieron retirarse, pero el dueño de la casa, a quien el ponche había alegrado el espíritu, mandó cerrar las puertas y anunció que hasta la mañana siguiente no dejaría salir a nadie. Pronto empezó la música, las puertas del salón se abrieron y comenzó el baile. El anfitrión y sus íntimos permanecían sentados en un rincón, bebiendo vaso tras vaso y complaciéndose con la alegría de los jóvenes. Las viejas jugaban a las cartas. Los caballeros, como en cualquier sitio donde no hay una brigada de ulanos, eran menos que las señoras y todos los hombres útiles fueron reclutados. El maestro se distinguía particularmente, bailaba más que ninguno, las señoritas se lo disputaban y encontraban una delicia danzar con él. María Kirílovna lo hizo varias veces entre las miradas burlonas de las otras. Por fin, hacia la medianoche, el fatigado anfitrión puso fin al baile, ordenó que sirvieran la cena y se retiró a dormir.
Con la ausencia de Kirila Petróvich los reunidos se sintieron más libres y animados: los caballeros se atrevieron a sentarse junto a las damas y las señoritas reían y cuchicheaban con sus vecinos; las señoras hablaban en alta voz de un lado a otro de la mesa. Los hombres bebían, discutían y lanzaban sonoras risotadas. En una palabra, la cena resultó extraordinariamente alegre y dejó en todos muchos y agradables recuerdos.
Una sola persona permanecía al margen del júbilo general: Antón Pafnútich, cejijunto y taciturno, comía con aspecto distraído y parecía extraordinariamente inquieto. La conversación de los bandidos había trastornado su imaginación. Pronto veremos que tenía razones suficientes para temerlos.
Cuando Antón Pafnútich puso a Dios por testigo de que su cofrecillo estaba vacío, no mentía ni pecaba. El cofrecillo estaba, en efecto, vacío; el dinero que antes contenía había pasado a una bolsa de cuero que llevaba colgando del cuello, debajo de la camisa. Sólo esta medida de precaución mitigaba la desconfianza que sentía hacia todos y su eterno miedo. Obligado a pasar la noche fuera de su casa, temía que le asignasen una habitación alejada en la que los ladrones pudieran penetrar fácilmente y buscaba con los ojos a un compañero seguro, hasta que acabó por fijarse en Deforge. Su aspecto, que denotaba una gran fuerza, y más aún el valor de que dio pruebas al enfrentarse con el oso, del que el pobre Antón Pafnútich no podía acordarse sin un estremecimiento, decidieron su elección. Cuando se levantaron de la mesa, empezó a dar vueltas junto al joven francés, carraspeando y suspirando, hasta que por fin acabó por abordarle."

Aleksandr Pushkin
Dubrovski



“La barca fiel del pescador que guardas tú, mar, por antojo, roza el oleaje con valor, más desenfrenas tu enojo y se hunde en banda la mejor.” 

Aleksandr Pushkin


“La chispa incendiará la pradera.” 

Aleksandr Pushkin



“… la luna, rodeada de niebla, ha aparecido.
Todo inspira en mi alma una angustia sombría.
Allá lejos la luna brilla en pleno fulgor…”

Aleksandr Pushkin


“La noche posee muchas estrellas encantadoras, y hay muchas bellezas en Moscú; pero más bella que todos sus amigos celestes es la luna en el azul vaporoso.” 

Aleksandr Pushkin



La tempestad de nieve

Por colinas, caballos veloces
aplastaban la nieve profunda...
A un lado un templo sagrado
solitario asomaba al camino.
Mas de pronto estalló la nevasca,
y la nieve cayó a grandes copos.
En el ala azabache un silbido,
sobrevuela un cuervo el trineo.
¡El gemido auguraba desdichas!
Los caballos de andar presuroso
oteaban las sombras lejanas,
y alzando sus crines...

Aleksandr Pushkin



“Más vale quedarse aquí y esperar, a lo mejor se calma la tormenta y se despeja el cielo, y entonces podremos encontrar el camino por las estrellas.”

Aleksandr Pushkin 


“Mi amor se enardecía con el aislamiento y se volvía cada vez más doloroso.”

Aleksandr Pushkin


"Mi destino empieza a realizarse: desafié a duelo a D’Anthès. ¿Acaso no es la muerte violenta a manos de un hombre rubio que me predijo una alemana?
Ya siento el poder del destino, que se está convirtiendo en realidad, sin tener la posibilidad de evitar esta amenaza, pues el deshonor es peor que la muerte. El deshonor es una tormenta que crece del viento generado por mí. Me está destruyendo. D’Anthès asume la forma de esas represalias del destino que están provocadas por mi débil carácter.
Al desafiar a D’Anthès, me parezco a Jacob, que luchaba contra Dios. Si triunfo, impugnaré las leyes de Dios, y la verdad reinará en los cielos para siempre.
Mis contemporáneos no deben saber tanto de mí como les estoy permitiendo a las generaciones futuras. Tengo que cuidar el honor de N. y de mis hijos. Mas no puedo detenerme y debo confesar mi alma en el papel. Es esta enfermedad incurable de escribir. Enfermedad mortal, pues mis contemporáneos me matarían por esta franqueza de mi alma y por las revelaciones que hago, si llegan a conocer este diario. Pero las futuras generaciones ya nada podrán hacer conmigo, ni con mis biznietos, ni tataranietos, pues la distancia en el tiempo hace que las acciones más reprochables se conviertan solamente en historia. A diferencia del presente, la historia no es ni peligrosa, ni ofensiva, sino amena y didáctica.
No quiero llevarme a la tumba mis pecados, mis errores, mis dudas y mis tormentos. Son demasiado grandes para dejar de ser la base de mi monumento."

Alexander Pushkin
Diario secreto


"No me podía imaginar que la muerte estuviera tan próxima. Últimamente se sentía mucho mejor, y el señor Költz tenía esperanzas de que mejorara completamente. El lunes incluso dio un paseo por nuestro jardín y llegó al pozo sin sentir ahogo. Al volver a casa tuvo unos escalofríos; lo acosté y corrí a buscar al señor Költz. No estaba en su casa. Cuando volví junto a mi padre le encontré dormido. Pensé que el sueño lo calmaría totalmente. El señor Költz llegó por la tarde. Examinó al enfermo y se quedó descontento con su estado. Le recetó una medicina nueva. Por la noche mi padre se despertó y pidió de comer, le di sopa; tomó una cucharada y no quiso más. Al día siguiente empezó a tener espasmos. El señor Költz no se apartaba de él. Hacia la noche dejó de tener dolores, pero estaba tan inquieto que no podía estar ni cinco minutos en la misma postura. Tenía que darle la vuelta constantemente… Hacia la mañana se tranquilizó y estuvo dormido unas dos horas. El señor Költz salió diciéndome que volvería un par de horas más tarde. De pronto mi padre se incorporó y me llamó. Me acerqué y le pregunté qué deseaba. Me dijo: «Maria ¿qué pasa, por qué está tan oscuro? Abre las contraventanas». Me asusté y le dije: «Padre ¿no ve usted… que están abiertas?». Empezó a buscar algo a su lado, me agarró de la mano y dijo: «¡Maria! Maria, estoy muy mal, me estoy muriendo… ven que te bendiga, rápido». Caí de rodillas y coloqué su mano sobre mi cabeza. Dijo: «Señor, ayúdala; Señor, la dejo en Tus manos». Se calló, de pronto su mano se hizo más pesada. Pensé que se había vuelto a dormir y durante unos minutos no me atrevía moverme. De repente entró el señor Költz, quitó su mano de mi cabeza y me dijo: «Ahora déjelo, vaya a su cuarto». Lo miré: mi padre yacía pálido e inmóvil. Todo había terminado."

Alexander Pushkin
Maria Schoning



“Pasa el amor, aparece la musa y se despeja mi sombría inteligencia; otra vez libre, busco la unión entre los mágicos sonidos, los sentidos y los pensamientos.”

Aleksandr Pushkin



“Perder, como de costumbre. He de admitir que no tengo suerte: juego sin subir las apuestas, nunca me acaloro, no hay modo de sacarme de quicio, ¡Y de todos modos sigo perdiendo!”

Aleksandr Pushkin


“Pero a vosotras, coquetas de profesión, yo os quiero aunque esto sea un pecado. Las sonrisas, las caricias, las prodigáis a todos, en todos fijáis amables miradas, y a quien no crea las palabras le aseguráis un beso; quien os quiere es libre y triunfa. Antes también yo me ponía contento con una mirada de vuestros ojos; ahora os respeto.”

 Aleksandr Pushkin


“Pero he aquí que ya están cerca del término de su ruta. Ya divisan las viejas cúpulas de Moscú la blanca, cuyas cruces de oro echan destellos de fuego. ¡Ay, amigos! ¡Qué contento me puse cuando de repente aparecieron a mi vista las iglesias, los campanarios, los jardines y la hilera de palacios! ¡Cuántas veces pensé en ti, Moscú, en la amarga separación de mi destino errante! Moscú, ¡Cuánto encierra el sonido de estas sílabas para un corazón ruso, y cómo responde el ímpetu del alma!”

Aleksandr Pushkin



Por mi vida que la senda
no se ve, nos extraviamos.
¡Qué hacer! Nos lleva un demonio
dando tumbos por el campo.
¿Cuántos son? ¿Adónde corren?
¿Por qué cantan con tal pena?
¿Van al entierro de un duende
o a casar a una hechicera?

A. S. Pushkin
Tomado del libvo Los demonios  de Fiódor Dostoyevski


"¿Qué es de Onieguin? A propósito, hermanos, os pido paciencia; os contaré con detalle sus diarias ocupaciones. Vivía como un anacoreta: en verano se levantaba a las siete y, ligero, se dirigía hacia el río que corre a los pies de la montaña; imitando al cantante de Gulmara, pasaba a nado su Helesponto. Otra vez en casa, bebía su café, ojeaba un mal periódico y se vestía. No era posible que llevaseis un traje igual. Los paseos, el estudio, el profundo sueño, la sombra del bosque, el murmullo de los riachuelos, a veces el juvenil y fresco beso de una doncella de rostro blanco y ojos negros, las obedientes riendas del fogoso caballo, la comida bastante delicada, la botella de vino blanco, la soledad, el silencio… Tal era la santa vida de Onieguin, y, sin darse cuenta, se entregó a ella sin reparar en su indiferente languidez, en los bellos días de verano, olvidando la ciudad, los amigos y el aburrimiento de las festivas diversiones.
Mas nuestro verano al Norte es la caricatura de los inviernos meridionales. Aparece y se esfuma al punto; esto se sabe, aunque no lo queramos reconocer. Ya el cielo cogía los matices del otoño, el sol brillaba con menos frecuencia, el día se hacía más corto, la espesura misteriosa del bosque se deshojaba con lastimoso gemido, la niebla se echaba encima de los campos, la banda chillona de los gansos se dirigía hacia el Sur; se acercaba una época bastante aburrida. Ya pronto será noviembre.
La aurora se levanta en la niebla fría; en los campos, el ruido del trabajo se calla; el lobo hambriento sale al camino con su loba; el caballo, presintiéndolo, relincha, y el prudente caminante, galopando a rienda suelta, sube la cuesta. Ya no saca el pastor con el alba las vacas del establo, y al mediodía no las reúne al son de la flauta. En la isba la joven teje cantando; ante ella chisporrotea la viruta, amiga de las noches invernales. Ya cruje el hielo y platean los campos; el arroyo, vestido de invierno, brilla de manera más agradable que un suelo a la moda. El alegre grupo de los chiquillos corta el hielo con los patines; el pesado ganso, pensando si nadará por el curso del agua, anda cuidadosamente por encima con sus patas rojas, resbala y cae. Los primeros copos de nieve revolotean alegres, centellean y cubren las orillas cual estrellas. ¿Qué hacer con este tiempo en un lugar desierto? ¿Pasear? El campo en esta época cansa bastante la mirada con su monótona desnudez. ¿Galopar a caballo por la estepa inhospitalaria? El caballo, inseguro, con el casco embotado, engancha la nieve y a cada momento parece que va a caer. Estate sentado bajo el techo solitario, lee: he aquí a Prad y Walter Scott. ¿No quieres? Verifica los gastos, enfádate, bebe, y la larga tarde transcurrirá de cualquier forma, mañana igual que hoy, y así pasarás el invierno agradablemente.
Onieguin, como Childe Harold, se entrega a una pereza pensativa. En cuanto se despierta, se sienta en un baño en el que flotan trozos de hielo, y después está todo el día en casa, solo, sumido en cálculos; armado del taco, juega desde la mañana por dos al billar. Llega la noche campestre, abandona el billar, olvida el taco; la mesa está puesta ante la chimenea. Eugenio espera; allí viene Lenski en una troika tirada por fogosos caballos. ¡Pronto vamos a cenar!
Enseguida le traen al poeta en una botella helada la veuve Clicquot o el Moët, vino bendito, que brilla como Hipocrene. Con su centelleo y su espuma me seduce; por él di a veces hasta mi último centavo. ¿Os acordáis, amigos? Su mágico chorro creó no pocas tonterías y ¡cuántas bromas, versos, discusiones y alegres sueños! Pero con su ruidosa espuma engaña mi estómago, y hoy día prefiero el razonable bordeaux; ya no sirvo para el aix, que es, cual amante brillante, frívola, voluntariosa y vana. Tú, bordeaux, eres semejante al amigo que nos acompaña siempre en el dolor y la tristeza, y en todos los sitios está presto a ayudarnos o a compartir nuestro reposo silencioso. ¡Un viva para nuestro amigo el bordeaux!
Se apagó el fuego, y el dorado carbón está cubierto de una tenue capa de ceniza; apenas se percibe el vapor que flota en ondas y la respiración del fuego. El humo de las pipas desaparece por el tubo de la chimenea. Todavía brillan en medio de la mesa las claras copas; la niebla nocturna se levanta."

Alexander Pushkin
Eugene Onegin



“… ¿Qué fue del amor y la pena? Ay en el alma mía
para la ingenua, la pobre sombra,
para el feliz recuerdo de los perdidos días,
no tengo lágrimas, ni música que la nombra.”

Aleksandr Pushkin


“Recuerdo un milagroso instante: cual una efímera visión, apareciste tú, radiante y hermosa como la ilusión.”

Aleksandr Pushkin


Se apagó el astro del día

"Se apagó el astro del día;
el mar azul cubrió la niebla de la tarde.
¡Restallad, restallad, dóciles velas!
¡Encréspate a mis pies, lúgubre océano!
Contemplo las orillas apartadas,
el mágico confín del mediodía;
Voy hacia él con emoción y angustia,
embelesado por recuerdos tantos…
siento que afloran lágrimas de nuevo
hasta los ojos, y me hierve el alma
y deja de alentar; en torno mío
Un sueño familiar revolotea.
Recuerdo mi amor loco del pasado,
todo cuando sufrí y cuanto fue bueno,
torturador engaño de esperanza y deseo…
¡Restallad, restallad, dóciles velas!
¡Encréspate a mis pies, lúgubre océano!
Vuela, bajel, condúceme a lejanos
parajes, al capricho de los mares,
engañosos, mas no a las tristes costas
de mi brumosa patria, de mi tierra
donde por vez primera mis sentidos
ardieron inflamados de pasión,
donde las tiernas musas me sonrieron
en secreto, donde entre tempestades
Se marchitó temprano mi perdida
juventud, donde alígera alegría
me traicionó, y el corazón helado
entregó al sufrimiento.
En búsqueda de nuevas sensaciones
de vosotros huí, paternos lares,
de vosotros, alumnos del deleite,
efímeros amigos de mi efímera
juventud; y vosotras, confidentes
de mis pecaminosos extravíos,
a quienes sin amor sacrificara
reposo, gloria, libertad y alma,
y vosotras, a quienes he olvidado,
jóvenes traicioneras, misteriosas
amigas de mi áurea primavera,
y vosotras, a quienes he olvidado…
Pero del corazón la antigua herida,
la honda llaga de amor, nada curó…
¡Restallad, restallad, dóciles velas!
¡Encréspate a mis pies, lúgubre océano!"

Aleksandr Pushkin


“Se puede ser un hombre activo y pensar en el cuidado de las uñas al mismo tiempo. ¡Para qué discutir con nuestro siglo inútilmente! La costumbre es déspota entre los hombres.” 

Aleksandr Pushkin


“Sentía que se había producido en mi un gran cambio: mi emoción era mucho menos triste que el abatimiento en que estaba sumido hacía mucho tiempo. La tristeza de la separación se mezclaba con vagas pero dulces esperanzas, con la espera impaciente del peligro y con el sentimiento de una noble ambición. La noche se me hizo corta.”

Aleksandr Pushkin



"Si me dejase llevar por una de mis inclinaciones favoritas aprovecharía la ocasión para describir con minuciosos detalles las entrevistas de nuestros jóvenes, la recíproca simpatía que se demostraban, la confianza con que acudían a las citas, sus ocupaciones y diálogos; pero sé que la mayor parte de mis lectores no participan de mis gustos y que todos esos detalles les parecerían ociosos, y así hago caso omiso de ellos y digo en breves palabras que no pasaron dos meses sin que Alejo estuviese perdidamente enamorado de Lisa y sin que Lisa le correspondiese con cierta frialdad, que procedía de su carácter y no de su corazón. Ambos eran felices y no pensaban ni poco ni mucho en lo que pudiera acontecer. La idea de unirse en indisolubles lazos les pasó más de una vez por la imaginación; pero jamás hablaron de semejante cosa, por razones tan claras como evidentes. Alejo, por muy enamorado que estuviese de la encantadora Aculina, no dejaba de comprender la distancia que le separaba de una pobre labriega; y Lisa, que sabía la enemistad existente entre sus respectivos padres, no se atrevía a esperar una reconciliación entre ambos. Además de esto, la romántica esperanza de ver al propietario de Tugiloff a los pies de la hija de un labriego de Prilutchinsk halagaba secretamente el amor propio de Lisa.
De la noche a la mañana un suceso de la mayor importancia estuvo a punto de perturbar las relaciones de nuestros enamorados.
En una de esas mañanas claras, pero frías, que tan frecuentes son en el otoño ruso, Iván Petrovitch Berestow salió a pasear a caballo, llevando consigo, por lo que pudiera suceder, tres pares de lebreles, un palafrenero y unos cuantos chiquillos con carracas. A la misma hora, Gregorio Ivanovitch Muronsky, seducido por la hermosura del día, mandó que le ensillasen la yegua y, caballero en ella, se puso a recorrer sus britanizadas posesiones.
Cuando llegó al bosque que les servía de límite divisó a su vecino, el cual, montado majestuosamente en su potro, con un abrigo de piel de zorro, apuntaba a un conejo que salía presuroso de entre las matas, asustado por los gritos de los chiquillos y el son de las carracas.
Si Gregorio Ivanovitch hubiera podido prever este encuentro, seguro es que jamás hubiera dirigido su cabalgadura hacia aquel lado; pero advirtió demasiado tarde la presencia de su rival y se encontraba a corta distancia de él.
¿Qué iba a hacer? Muronsky, como hombre civilizado que era, se aproximó a Berestow y le saludó con extremada cortesía, a la que aquél respondió con entusiasmo parecido al de un oso que saluda al respetable público por mandato de su amo."

Alexander Pushkin
La hidalga campesina


“Sí, sí, el ataque de celos es una enfermedad como la peste, como el tenebroso esplín, como las fiebres, como la lesión cerebral. Consume como la fiebre; posee su ardor, su delirio, sus pesadillas y sus vestigios. ¡Dios os libre, amigos míos!”

Aleksandr Pushkin


“Sólo quería informarle -dijo- que la confianza con que me honran los compañeros no me permite jugar con nada que no sea dinero en efectivo. Por mi parte, claro está, estoy seguro de que con su palabra basta, pero, para el buen orden del juego y de las cuentas, le ruego que coloque la suma sobre la carta.”

Aleksandr Pushkin


“Yo era demasiado feliz para guardar en el corazón un sentimiento de enemistad.”

Aleksandr Pushkin


"Yo la amé,
y ese amor tal vez,
está en mi alma todavía, quema mi pecho.
Pero confundirla más, no quiero.
Que no le traiga pena este amor mío.
Yo la amé. Sin esperanza, con locura.
Sin voz, por los celos consumido;
la amé, sin engaño, con ternura,
tanto, que ojalá lo quiera Dios,
y que otro, amor le tenga como el mío."

Aleksandr Pushkin




No hay comentarios: