Ahora que el corazón me duele como nunca...

Ahora que el corazón me duele como nunca,
como un espejo, sí, como un espejo
herido, como un sol incendiado o las cenizas
de sol en la mirada de lo que fue:
días de amor como dicen que son
en la penumbra los muebles de una alcoba,
sus espejos, los cuerpos que reposan
en la indolencia de un prado o de una cama.
Al pintar iniciamos la creación
de la realidad. El tiempo ignora este instante
de dicha, este dolor del lienzo
que revela el cuerpo que ahora duele
tanto porque es tan sólo el cuerpo
de un instante. Y está aquí, con nosotros.
Como el día del amor en el lienzo,
sin ventanas, ni luces, ni paisaje,
sólo este hondo dolor,
este abrazo que ahora, en el vacío,
es una herida, como las sombras
que dejan los muertos más queridos
en nuestros ojos. Y duele tanto
amarles. Y amarla duele más
porque está viva y no está aquí
y es feliz y ha olvidado mi abandono.

Juan Antonio Masoliver Ródenas




"Ahora que yo te quiero como nunca
y como siempre tarde y para siempre."

Juan Antonio Masoliver Ródenas



Como hojas que el viento arrastra...

Como hojas que el viento arrastra
en la neblina de la arena,
así la música, el agua
desmenuzándose en las cuevas
de la luz, la luz estallando
en las paredes blancas. Blancas
velas, gaviotas. Las puertas
que se abren en el mediodía
del mar donde estás
nítida en los recuerdos
que me ciegan.

Juan Antonio Masoliver Ródenas


"Con más humor habría menos guerras."

Juan Antonio Masoliver Ródenas



"Cuando todo era antes y estaba perdido en el presente sin saber que las flores que caen en el agua y huelen a podrido al recordarlas… Entonces, cuando todo es ya nada y lo lloramos como almendras que caen en el agua de otros veranos. Cuando tú y yo antes de conocernos fuimos antes y ahora nos buscamos sin poder encontrarnos. Cuando, ebrios de amor, nos olvidamos de ahora pues no hay tiempo, empieza el dulce ascenso hacia la nada y el antes es tan sólo un espejismo."

Juan Antonio Masoliver Ródenas
Paraísos a ciegas


"Desde la carretera sólo podíamos ver la frondosidad y el colorido. A veces se asomaba al balcón un San Bernardo de ojos tristes, al que no oímos ladrar nunca. Lo único que sabía el jardinero era que los Jones eran ingleses, que el señor, no, no podía decir si era el padre o el abuelo, tampoco si la mujer joven era su esposa o su ama de llaves, casi no hablaba español, aunque sí para decirle qué tenía que hacer en el jardín. Sabía que a pesar de que tenía una fábrica de tejidos, había publicado varios libros de jardinería. Tenía también una empresa de pompas fúnebres. No, no sabía cómo se llamaban los hermanos. Desde luego, a los niños no les había visto nunca jugar en el jardín. Mamá decía que en las revistas salía muchas veces la familia real inglesa, que tenía unos hijos preciosos, unos verdaderos principitos de cuento de hadas, pero que nunca salían en las fotos jugando en los jardines del palacio. Como los niños de la nave de los locos, no jugaban nunca. Pero los príncipes eran rubios, con bucles y la tez muy sonrosada, e iban siempre muy bien vestidos, y seguro que dentro del palacio tenían sus jardines para jugar y para que corretease el perro de la reina.
En verano nuestros padres nos dejaban jugar en el descampado hasta muy tarde, porque ellos se reunían en la terraza del casino. Una noche oímos unos gritos desgarradores y a continuación vimos cómo se apagaban las luces de la casa. Esos gritos se sucedieron varias noches seguidas. Unos gritos que al final se convertían en verdaderos alaridos, hasta que regresaba el silencio. Dejaron de abrirse las ventanas. Dejó de salir humo de la chimenea. El jardinero dejó de ir a cuidar el jardín. Las plantas empezaron a marchitarse.
Un día vimos que el señor Jones salía al jardín con un saco en la espalda, que cargaba con gran dificultad. Se perdió en el bosque. Nos quedamos al acecho. Poco después volvió para cargar otro saco.
Luego salió a ayudarle la mujer joven.
En total sacaron ocho sacos. Fuimos corriendo a las Escolapias. Tuvimos que llamar varias veces, muy fuerte, porque al hacerse oscuro las monjas se encerraban en sus celdas, en el último piso. Bajó la madre Milagros. Le explicamos como pudimos que habíamos visto al señor inglés cargando unos sacos chorreando sangre, estaba llevando a sus hijos muertos al bosque. Lo de la sangre yo no lo había visto. Lo dijo Colmenares, que lo sabía todo y si no lo sabía se lo inventaba. La madre Milagros era sorda y además no entendía nada de lo poco que podía oír."

Juan Antonio Masoliver Ródenas
La calle Fontanills


"El humor es el gran antídoto contra la muerte."

Juan Antonio Masoliver Ródenas




Las palabras se han gastado para siempre

Las palabras se han gastado para siempre.
El cielo que habitamos ya no existe.
Las casas se han poblado de vacío.
Y yo soy los harapos de los días
felices que recuerdo como un dolor
que suele sin heridas. Fuimos
sombras que el viento ha ido borrando.
Somos charcas abandonadas en el tiempo.
Todos los espejismos se han quebrado.
Sólo queda el instante de las cruces.

Juan Antonio Masoliver Ródenas


Lloramos para que alguien nos consuele...

Lloramos para que alguien nos consuele
y porque nadie quiere consolarnos.
Y así amamos, y seguimos amando,
y en el pozo del odio se desborda
el odio: lodo, hedor de la muerte
de los días felices, espejismos
de luz en las playas de yerbajos,
cruces de arena, palmeras
en un cielo agrietado y sucio.
Amamos y lloramos. Recordamos
las verjas y el jardín. Las niñas
en el patio del colegio, el vello
en el pantano. Y en sus puertas
podridas esperaba a mi primer
amor. Y así aprendí a llorar
ya buscar un consuelo
en el más desolado desconsuelo.
Las manos que acarician mis mejillas
son mis manos. Me arañan,
me rechazan. Los labios
que me manchan con su sangre
son mis labios. El vientre
en el que gimo compasión
es mi vientre vacío.
Y abrazado a mí mismo
me amo en soledad
pues también el amor
es, como el odio, un vicio
solitario.

Juan Antonio Masoliver Ródenas



Los pájaros no aman

Los pájaros no aman
pero cantan
canciones que sí amamos
son de amor.
En el bosque de las mimosas
el polen perfuma
tu cuerpo.
Amar es una herida
de luz.
Vivimos un instante
de góndola y peces
dormidos.
Despertamos en el dolor.
Tus ojos son
dos corazones, dos
ánforas de bálsamo.
En el céfiro de los heliotropos
tu corazón es una dádiva.
Las flores no aman
pero iluminan el amor
y lo decoran.

Juan Antonio Masoliver Ródenas




 “Mi vida no tiene salvación. Ojalá la tenga la otra, si es que hay otra.”

Juan Antonio Masoliver Ródenas




“No soy sociable conmigo mismo.”

Juan Antonio Masoliver Ródenas


"Que este oleaje azul no te lleve al recuerdo de la muerte. La lejanía de la luz en los ojos prendidos en las sombras del día como en las redes agonizan los peces. O las sombras del cielo en la arena de junio quemadas por la luz de los cohetes. Cuerpos que la música oculta en el corazón. Despedidas. O sus voces que ya no oímos en la verja que abres. Tus pies en la arena amarilla. Los búcaros: tus senos y sus sombras azules. Mis manos cubriéndome las lágrimas. Tiempo. Papel de seda. Ceniza de la luz que tanto nos cegaba: vacío como las tardes en las calles del recuerdo. Olas que crujen en la cal."

Juan Antonio Masoliver Ródenas
Sonia





Son los besos del cuerpo los que gimen

Son los besos del cuerpo los que gimen
y piden en la boca más gemidos.
Y volvemos al cuerpo y nos besamos
y es la saliva blanca como sal
que nos besa y abrasa y nos hundimos
en un sueño sin fondo
y allí, en un mar de espejos,
volvemos a encontrarnos
y a sumirnos.

Juan Antonio Masoliver Ródenas



“Soy cobarde pero no temo las críticas; lo único que temo es que quien me lea no tenga sentido del humor.”

Juan Antonio Masoliver Ródenas



Y supo del amor cuando dejó de amar

Y supo del amor cuando dejó de amar.
Lloraba por las calles como si fuesen charcas,
el sexo le dolía como si fuesen ojos
y se aferraba al aire como si fuesen ramas
y era un árbol podrido por los días del tiempo
que ahora regresaban como regresa el viento
en el jardín de arena o en las casas de polvo.
Y los hombres que lloran no se sacian de amar,
lloran como las noches en las charcas de fango,
como madres sin pechos, como niños de tierra
en paisajes de céfiro que revelan ciudades
donde todo está lejos, azul y sin campanas.
El amor es la boca que empeña los espejos
donde estuvieron juntos bailando los que aman.
¿Quién hurga en los escombros del amor? ¿Quién
desempaña el vaho del cielo y quién repara
las grietas de los ojos, sus paredes de moho?
En el alba los hombres se adoraban el sexo,
las mujeres cocían ladrillos y lloraban,
el huérfano de amor buscaba en la maleza,
y encontró un espejismo y en él se recreaba.

Juan Antonio Masoliver Ródenas





























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