Amor verdadero

Tu indiferencia aumenta mi deseo.
Cierro los ojos yo por olvidarte,
y cuando más procuro no mirarte
y más cierro los ojos, más te veo.

Humildemente en pos de ti rastreo.
humildemente sin lograr cambiarte,
cuando alzas tu desdén como un baluarte
entre tu corazón y mi deseo.

Sé que jamás te alcanzará mi anhelo,
que otro feliz levantará tu velo
y estrechará tu juventud en flor.

Y en tanto crece mi pasión, y avanza.
Es medio amor amar con esperanza
y amar sin ella verdadero amor.

Guillermo Valencia Castillo



Anarkos

                                           De todo lo escrito amo solamente lo que
                                           el hombre escribió con su propia sangre.
                                              Escribe con sangre y aprenderás que la
                                                                                                 sangre es espíritu.

                                                                                               Federico Nietzsche

En el umbral de la polvosa puerta
sucia la piel y el cuerpo entumecido,
he visto, al rayo de una luz incierta,
un perro melancólico, dormido.
¿En qué sueña? Tal vez árida fiebre
cual un espino sus entrañas hinca
o le finge los pasos de una liebre
que ante sus ojos descuidada brinca.
Y cuando el alba sobre el Orbe mudo
como un ave de luz se despereza,
ese perro nostálgico y lanudo
sacude soñoliento la cabeza
y se echa a andar por la fragosa vía,
con su ceño de inválido mendigo,
mientras mueren las ráfagas del día
para tornar a su fangoso abrigo.
Hundido en la cloaca
la agita con sus manos temblorosas,
y de esa tumba miserable, saca
tiras de piel, cadáveres de cosas.
Entretanto, felices compañeros
sobre la falda azul de las princesas
y en las manos de nobles caballeros
comparten el deleite de las mesas;
ciñen collares de valioso broche,
y en las gélidas horas de la noche
tienen calor, en tanto que el proscrito
que va sin dueño entre el humano enjambre,
tropieza con el tósigo maldito
creyendo ahogar el hambre,
y en las hondas fatigas del veneno
echado sobre el polvo se estremece,
fatídico temblor le turba el seno,
y con el ojo tímido, saltado,
sobre la tierra sin piedad, fallece.
Todos vuelven la faz, nadie le toca:
al bardo sólo que a su lado pasa,
atedia la frescura de su boca
"donde nítidos dientes
se enfilan como perlas refulgentes"...

Mísero can, hermano
de los parias, tú inicias la cadena
de los que pisan el erial humano
roídos por el cáncer de su pena;
es su cansancio igual a tu fatiga;
como tú se acurrucan en los quicios
o piden paz, sin una mano amiga,
al silencio de oscuros precipicios.
Son los siervos del pan: fecunda horda
que llena el mundo de vencidos. Llama
ávida de lamer. Tormenta sorda
que sobre el Orbe enloquecido brama.
Y son sus hijos pálidas legiones
de espectros que en la noche de sus cuevas,
al ritmo de sus tristes corazones
viven soñando con auroras nuevas
de un sol de amor en mística alborada,
y, sin que llegue la mentida crisis,
en medio de su mísera nidada
¡los degüellan las ráfagas de tisis!

Los mudos socavones de las minas
se tragan en falanges los obreros
que, suspendidos sobre abismo loco,
semejan golondrinas
posadas en fantásticos aleros.
Con luz fosforescente de cocuyos,
trémula y amarilla,
perfora oscuridad su lamparilla;
sobre vertiginosos voladeros
acometen olímpicos trabajos,
y en tintas de carbón ennegrecidos,
se clavan en los fríos agujeros,
como un pueblo infeliz de escarabajos
a taladrar los árboles podridos.
Sus manos desgarradas
vierten sangre; sarcástica retumba
la voz en la recóndita huronera:
allí fue su vivir; allí su tumba
les abrirá la bárbara cantera
que inmóvil, dura, sus alientos gasta,
o frenética y ciega y bruta y sorda
con sus olas de piedra los aplasta.

El minero jadeante
mira saltar la chispa de diamante
que años después envidiará su hija,
cuando triste y hambrienta y haraposa,
la mejilla más blanca que una rosa
blanca, y el ojo con azul ojera,
se pare a remirarla, codiciosa,
al través de una diáfana vidriera,
do mágicos joyeles
en rubias sedas y olorosas pieles
fulgen: piedras de trémulos cambiantes,
ligadas por artistas
en cintillos: rubíes y amatistas,
zafiros y brillantes,
la perla oscura y el topacio gualda,
y en su mórbido estuche de rojizo peluche,
como vivo retoño, la esmeralda.
La joven, pensativa,
sus ojos clava, de un azul intenso,
en las joyas, cautiva
de algo que duerme entre el tesoro inmenso
no es la codicia sórdida que labra
el pecho de los viles:
es que la dicen mística palabra
las gemas que tallaron los buriles:
ellas proclaman la fatiga ignota
de los mineros; acosada estirpe
que sobre recio pedernal se agota,
destrozada la faz, el alma rota,
sin un caudillo que su mal extirpe:

El diamante es el lloro
de la raza minera
en los antros más hondos de la hullera:

¡loor a los valientes campeones
que vertieron sus lágrimas
entre los socavones!

Es el rubí la sangre de los héroes que, en épicas faenas,
tiñeron el filón con el desangre
que hurtó la vida a sus hinchadas venas:

¡loor a los valientes campeones
que perdieron sus vidas
entre los socavones!

El zafiro recuerda
a los trabajadores de las simas
el último jirón de cielo puro
que vieron al mecerse de la cuerda
que los bajaba al laberinto oscuro:

¡loor a los sepultos campeones
que no verán ya el cielo
entre los socavones!

Y el topacio de tinte amarillento
es recóndita ira
y concreciones de dolor; lamento
que entre el callado boquerón expira;

¡ loor a los cautivos campeones
que como fieras rugen
entre los socavones!

La joven pordiosera
huyó. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¿Que formidable vocerío
pasa volando por el azul esfera,
con el lejano murmurar de un río?
Es una turba de profetas. Vienen
al aire desplegando los pendones
color de cielo; sus cabezas tienen
profusas cabelleras de leones.
En sus labios marchitos se adivina
el himno, la oración y la blasfemia;
llama febril sus ojos ilumina
de sacros resplandores;
pálidos como el rostro de la Anemia,
llegaron ya: son los conquistadores
del Ideal: ¡dad paso a la bohemia!
Ebrios todos de un vino luminoso
que no beben los bárbaros, y envueltos
en andrajos, son almas de coloso,
que treparán a la impasible altura
donde afilan sus hojas los laureles
conque ciñes de olímpica verdura
en tu vasto proscenio
a los ungidos de tu Crisma, ¡oh Genio!
Aquel muestra su aljaba
de combate, repleta de pinceles;
el otro vibra, como ruda clava,
un cuadrado amartillo y dos cinceles;
se interrogan, se dicen sus proyectos
de obras que dejarán eternos rasgos;
aunque sean insectos,
el mármol y el pincel los harán astros.
Un escultor ofrece
pulir la piedra como fino encaje
para velar un seno que florece
bajo la tenue morbidez del traje;
aquése de fosfórica pupila,
que las del gato iguala,
discurre solo en actitud tranquila
con el azul cuaderno bajo el ala,
y el bardo decadente,
el bardo mártir que suscita mofas,
levantará la frente,
alto nido de férvidas estrofas,
y de sus labios, que el reír no alegra,
brotará el pensamiento
como un águila negra,
con las alas enormes
desplegadas al viento,
para cantar la Venus Victoriosa
cuya violenta juventud encarne
el espíritu alegre de la diosa
en las melancolías de la carne.

El músico, doblando la cabeza
sobre la débil caja
de su violín sonoro,
dice la voz que de los cielos baja
como un perfume del jardín de oro,
y, agarrando del cuello enflaquecido
al tísico instrumento,
lo hace gritar con trágico alarido;
y con ahogados trémolos simula
el sollozo de un mártir que se queja
bajo el negro dogal que lo estrangula:
y sobre todos flota,
como un sueño de amor en la noche larga,
la paz del arte que su duelo embota
y su llagado corazón embarga.

Desventurada tribu
de miserables, vuestro ensueño vano
vuela solo entre sombras como vuelan
las grullas en las noches de verano.
Esa lumbre asesina de los focos
que doran las soberbias capitales,
arderá vuestras frentes inmortales
y vuestras alas de zafir, ¡oh Locos!
Sin pan, ni amor, ni gruta
donde dormir vuestras febriles horas,
sucumbís a la bárbara cadena,
sin más visión que la chafada ruta
que os empuja a los légamos del Sena...
¡Canes, minero, artistas,
el árido recinto que os encierra
consume vuestros míseros despojos;
y en el agrio Sahara de la tierra
sólo hallasteis el agua ... de los ojos!
Huíd como una banda tenebrosa
de pájaros nocturnos que entre ramas
hienden la oscuridad sin voz ni huella;
morid: ¡para vosotros
no se despierta el día
ni se columpia en el Zenit la estrella
que llamaron los hombres Alegría!
Cuan lejos de vosotros se levanta,
sobre columnas de marfil bruñido,
la ciudad de los Amos, donde canta
su canto de ventura
el gozo entre las almas escondido.
Allí todos olvidan
vuestra angustia. Los árboles no dejan
-de silencio cargados y de flores-
llegar, de los vencidos que se quejan,
el treno funeral de sus dolores;
allí, cual un torrente
que dé sus ondas a dormidas charcas,
resbala fríamente
con ruido sonoro
el oro, a los abismos de las arcas.
Allí las sedas crujen
como crujen las carnes sacudidas
por las fieras: son fieras que no rugen
los seres sin piedad. Ved como pasa
sobre el marmóreo suelo,
con su capa de pieles la hembra dura
cual un oso gigante sobre hielo.
¿Por qué se abren sus ojos
desmesuradamente?
¡Ah! si es que apunta con fulgores rojos
el astro de la sangre por Oriente.
Bajo el odio del viento y de la lluvia
por la frígida estepa se adelantan
los domadores de la Bestia rubia:
ya los perros sarnosos
se tornaron chacales. De ira ciego
el minero de ayer se precipita
sobre los tronos. Un airado fuego
entre sus manos trémulas palpita,
y sorda a la niñez, al llanto, al ruego,
¡ruge la tempestad de dinamita!
¡Son los hijos de Anarkos! Su mirada,
con reverberaciones de locura,
evoca ruinas y predice males:
parecen tigres de la Selva oscura
con nostalgias de víctima y juncales.
El furioso caer de sus piquetas
en trizas torna la vetusta arcada
que erigieron al Bien nuestros mayores;
y por la red de las enormes grietas
va filtrando, con tintes de alborada,
un sol de juventud sus resplandores.

Aquél un arma ruda
pide, que parta huesos y que exprima
el verbo de la cólera; filuda
por el trabajo, recogió su lima
de fatigado obrero,
y bajo el golpe de Lucheni, ¡muda
cayó la Emperatriz como un cordero!

Pini, Vaillant, Caserio y Angiolillo,
vuestro valor ante la muerte espanta;
negros emperadores del cuchillo,
que rendís la garganta
como débil mendrugo
a las ávidas fauces del verdugo;
de duques y barones
no circundó plegada muselina
vuestros cuellos. Allí donde culmina
el dorado listón de los toisones
os dio la guillotina
su mordisco glacial: vendimiadora
que la tez y las almas descolora.

Aún parece vibrar en mis oídos
la voz de Emile Henry: ya bajo el hacha
iba la a rodar su juvenil cabeza,
como la flor al soplo de la racha,
y exclamó: "Germinal",
                                                             y de su herida
corrió una fuente de licor sagrado
que bautizó la historia dolorida
de los siervos, con óleo ensangrentado.
Y ese fue dulce al comenzar; renuevo
de razas de alto nombre.
¿Quién me dirá si un huevo
son de torcaz o víbora? La mente
no sabe leer lo que en el tiempo asoma:
el hombre, como el huevo,
en nidos de dolor será serpiente,
¡en nidos de piedad será paloma!

Por dondequiera que mi ser camine
Anarkos va, que todo lo deslustra;
¡un rito secular que no decline
ante el puño brutal de Bakunine,
y el heraldo feroz de Zarathustra!

No puede ser que vivan en la arena
los hombres como púgiles; la vida
es una fuente para todos llena;
id a beber, esclavos sin cadena;
potentado, ¡tu siervo te convida!
¡Nada escuchan! Los pobres, a la jaula
de la miseria se resisten fieros,
y con brazo de adustos domadores
y el ojo sin ternura, ¡los enjaula
la codicia sin fin de los señores!

¿Quién los conciliará? Tibios reflejos
de una luz paternal y vespertina
visten de claridad el linde vago:
es que el Patriarca de los Ritos viejos,
de sapiencia cubierto, se avecina,
con la nerviosa palidez de un mago.
Es flaco y débil: su figura finge
lo espiritual; el cuerpo es una rama
donde canta su espíritu de Esfinge;
y su sangre, la llama
que los miembros cansados transparenta;
de su nariz el lóbulo movible
aspira lo invisible,
son sus patricias manos una garra
febril y amarillenta
es de los griegos la gentil cigarra
¡que con mirar el éter se alimenta!
Impalpable se irgue -melancólico espectro-
y de la cuerda blanca
a su místico plectro
la melodía arranca.
Impalpable se irgue;
hay algo de felino
en su trémula marcha,
hay mucho de divino
en la nítida escarcha
que su cabeza orea.
Cruza sin otras galas
que la túnica nívea
que semeja las alas
rotas de un genio de celeste coro,
y sobre el pecho una
cruz de pálido oro.
Alza el brazo. La Europa
lo aguarda como a antiguo caballero,
debajo de una bóveda de acero;
calla sus labios la soberbia tropa
de esclavos y señores:
el Pontífice augusto
trae el bálsamo santo que redime,
y calma la batalla de panteras;
revalúa lo justo;
ya va a decir el símbolo sublime ...
y de sus labios tiernos
salió, como relámpago imprevisto,
a impulso de los hálitos eternos
esta sola palabra: "Jesucristo."

Guillermo Valencia

Ella

Sumida entre la lóbrega cantera
de mi cerebro calcinado, pura
como el diamante en el carbón, fulgura
su faz como la vi por vez primera.

Y, cual rendido lapidario, espera
mi amor, ciña la humilde vestidura
en que hoy envuelvo su ideal figura
de artista, de mujer y de hechicera.

Si algo palpita en mi Poema, gota
de agua en el arenal, si deja huella
o consigue ligar un alma rota;

si desgarra las sombras la centella
de un verso -luz que en el olvido flota,
es su lejana irradiación: ¡es Ella!

Guillermo Valencia


"En nidos de dolor será serpiente,
y en nidos de piedad será paloma."

Guillermo Valencia


Hay un instante del crepúsculo...

Hay un instante del crepúsculo
en que las cosas brillan más,
fugaz momento palpitante
de una morosa intensidad.

Se aterciopelan los ramajes,
pulen las torres su perfil,
burila un ave su silueta
sobre el plafondo de zafir.

Muda la tarde, se concentra
para el olvido de la luz,
y la penetra un don süave
de melancólica quietud,

como si el orbe recogiese
todo su bien y su beldad,
toda su fe, toda su gracia
contra la sombra que vendrá...

Mi ser florece en esa hora
de misterioso florecer;
llevo un crepúsculo en el alma,
de ensoñadora placidez;

en él revientan los renuevos
de la ilusión primaveral,
y en él me embriago con aromas
de algún jardín que hay ¡más allá!...

Guillermo Valencia


Las dos cabezas

                                                    Omnis plaga tristitia cordis est et
                                                     omnis malitia, nequitia mulieris.

                                                                                                  El Eclesiástico

I
Judith y Holofernes
                                                                                                   
Tesis

Blancos senos, redondos y desnudos, que al paso
de la hebrea se mueven bajo el ritmo sonoro
de las ajorcas rubias y los cintillos de oro,
vivaces como estrellas sobre la tez de raso.

Su boca, dos jacintos en indecible vaso,
da la sutil esencia de la voz. Un tesoro
de miel hincha la pulpa de sus carnes. El lloro
no dio nunca a esa faz languideces de ocaso.

Yacente sobre un lecho de sándalo, el Asirio
reposa fatigado, melancólico cirio
los objetos alarga y proyecta en la alfombra...

Y ella, mientras reposa la bélica falange
muda, impasible, sola, y escondido el alfanje,
para el trágico golpe se recata en la sombra.

* * *

Y ágil tigre que salta de tupida maleza,
se lanzó la israelita sobre el héroe dormido,
y de doble mandoble, sin robarle un gemido,
del atlético tronco desgajó la cabeza.

Como de ánforas rotas, con urgida presteza,
desbordó en oleadas el carmín encendido,
y de un lago de púrpura y de sueño y de olvido,
recogió la homicida la pujante cabeza.
En el ojo apagado, las mejillas y el cuello,
de la barba, en sortijas, al ungido cabello
se apiñaban las sombras en siniestro derroche

sobre el lívido tajo de color de granada...
y fingía la negra cabeza destroncada
una lúbrica rosa del jardín de la noche.

* * *

II
Salomé y Joakanann

Antítesis

Con un aire maligno de mujer y serpiente,
cruza en rápidos giros Salomé la gitana
al compás de los crótalos. De su carne lozana
vuela equívoco aroma que satura el ambiente.

Danza todas las danzas que ha tejido el Oriente:
las que prenden hogueras en la sangre liviana
y a las plantas deshojan de la déspota humana
o la flor de la vida, o la flor de la mente.

Inyectados los ojos, con la faz amarilla,
el caduco Tetrarca se lanzó de su silla
tras la hermosa, gimiendo con febril arrebato:

«Por la miel de tus besos te daré Tiberiades» ,
y ella dícele: «En cambio de tus muertas ciudades,
dame a ver la cabeza del Esenio en un plato» .

* * *

Como viento que cierra con raquítico arbusto,
en el viejo magnate la pasión se desata,
y al guiñar de los ojos, el esclavo que mata
apercibe el acero con su brazo robusto.

Y hubo grave silencio cuando el cuello del Justo,
suelto en cálido arroyo de fugaz escarlata,
ofrecieron a Antipas en el plato de plata
que él tendió a la sirena con medroso disgusto.

Una lumbre que viene de lejano infinito
da a las sienes del mártir y a su labio marchito
la blancura llorosa de cansado lucero.

Y -del mar de la muerte melancólica espuma-
la cabeza sin sangre del esenio se esfuma
en las nubes de mirra de sutil pebetero.


III
La palabra de Dios

Síntesis

Cuando vio mi poema Jonatás el Rabino
( el espíritu y carne de la bíblica ciencia ),
con la risa en los labios me explicó la sentencia
que soltó la Paloma sobre el Texto divino.

«Nunca pruebes , me dijo, del licor femenino,
que es licor de mandrágoras y destila demencia;
si lo bebes, al punto morirá tu conciencia,
volarán tus canciones, errarás el camino» .

Y agregó: «Lo que ahora vas a oír no te asombre:
la mujer es el viejo enemigo del hombre;
sus cabellos de llama son cometas de espanto.

Ella libra la tierra del amante vicioso,
y Ella calma la angustia de su sed de reposo
con el jugo que vierten las heridas del santo» .

 Guillermo Valencia


Leyendo a Silva

Vestía traje suelto de recamado viso
en voluptuosos pliegues de un color indeciso,

y en el diván tendida, de rojo terciopelo,
sus manos, como vivas parásitas de hielo,

sostenían un libro de corte fino y largo,
un libro de poemas delicioso y amargo.

De aquellos dedos pálidos la tibia yema blanda
rozaba tenuemente con el papel de Holanda

por cuyas blancas hojas vagaron los pinceles
de los más refinados discípulos de Apeles:

era un lindo manojo que en sus claros lucía
los sueños más audaces de la Crisografía:

sus cuerpos de serpiente dilatan las mayúsculas
que desde el ancho margen acechan las minúsculas,

o trazan por los bordes caminos plateados
los lentos caracoles, babosos y cansados.

Para el poema heroico se vía allí la espada
con un león por puño y contera labrada,

donde evocó las formas del ciclo legendario
con sus torres y grifos un pincel lapidario.

Allí la dama gótica de rectilínea cara
partida por las rejas de la viñeta rara;

allí las hadas tristes de la pasión excelsa:
la férvida Eloísa, la suspirada Elsa.

Allí los metros raros de musicales timbres:
ya móviles y largos como jugosos mimbres,

ya diáfanos, que visten la idea levemente
como las albas guijas un río transparente.

Allí la vida llora y la Muerte sonríe
y el Tedio, como un ácido, corazones deslíe...

Allí, cual casto grupo de núbiles Citeres,
cruzaban en silencio figuras de mujeres

que vivieron sus vidas, invioladas y solas
como la espuma virgen que circunda las olas:

la rusa de ojos cálidos y de bruno cabello,
pasó con sus pinceles de marta y de camello,

la que robó al piano en las veladas frías
parejas voladoras de blancas armonías

que fueron por los vientos perdiéndose una a una
mientras, envuelta en sombras, se atristaba la luna...

Aquesa, el pie desnudo, gira como una sombra
que sin hacer ruido pisara por la alfombra

de un templo... y como el ave que ciega el astro diurno
con miradas nictálopes ilumina el Nocturno

do al fatigado beso de las vibrantes clines
un aire triste y vago preludian dos violines...

* * *

La luna, como un nimbo de Dios, desde el Oriente
dibuja sobre el llano la forma evanescente

de un lánguido mancebo que el tardo paso guía
como buscando un alma, por la pampa vacía.

Busca a su hermana; un día la negra Segadora
-sobre la mies que el beso primaveral enflora-

abatiendo sus alas, sus alas de murciélago,
hirió a la virgen pálida sobre el dorado piélago,

que cayó como un trigo... Amiguitas llorosas
la vistieron de lirios, la ciñeron de rosas;

céfiro de las tumbas, un bardo israelita
le cantó cantos tristes de la raza maldita

a ella, que en su lecho de gasas y de blondas,
se asemejaba a Ofelia mecida por las ondas:

por ella va buscando su hermano entre las brumas,
de unas alitas rotas las desprendidas plumas,

y por ella...  «Pasemos esta doliente hoja
que mi ser atormenta, que mi sueño acongoja»,

dijo entre sí la dama del recamado viso
en voluptuosos pliegues de color indeciso,

y prosiguió del libro las hojas volteando,
que ensalza en áureas rimas de son calino y blando

los perfumes de oriente, los vívidos rubíes
y los joyeros mórbidos de sedas carmesíes.

Leyó versos que guardan como gastados ecos
de voces muertas; cantos a ramilletes secos

que hacen crujir, al tacto, cálices inodoros;
metros que reproducen los gemebundos coros

de las locas campanas que en El día de Difuntos
despiertan con sus voces los muertos cejijuntos

lanzados en racimos entre las sepulturas
a beberse la sombra de sus noches oscuras...

* * *

...Y en el diván tendida, de rojo terciopelo,
sus manos, como vivas parásitas de hielo,

doblaron lentamente la página postrera
que, en gris, mostraba un cuervo sobre una calavera...

y se quedó pensando, pensando en la amargura
que acendran muchas almas; pensando en la figura

del bardo, que en la calma de una noche sombría,
puso fin al poema de su melancolía:

exangüe como un mármol de la dorada Atenas,
herido como un púgil de itálicas arenas,
¡unió la faz de un Numen dulcemente atediado
a la ideal belleza del estigmatizado!...

Ambicionar las túnicas que modelaba Grecia,
y los desnudos senos de la gentil Lutecia;

pedir en copas de ónix el ático nepentes;
querer ceñir en lauros las pensativas frentes;

ansiar para los triunfos el hacha de un Arminio;
buscar para los goces el oro del triclinio;

amando los detalles, odiar el Universo;
sacrificar un mundo para pulir un verso;

querer remos de águila y garras de leones
con qué domar los vientos y herir los corazones;

para gustar lo exótico que el ánimo idolatra
esconder entre flores el áspid de Cleopatra;

seguir los ideales en pos de Don Quijote
que en el azul divaga de su rocín al trote;

esperar en la noche las trémulas escalas
que arrebaten ligeras a las etéreas salas;

oír los mudos ecos que pueblan los santuarios,
amar las hostias blancas; amar los incensarios

( poetas que diluyen en el espacio inmenso
sus ritmos perfumados de vagaroso incienso );

sentir en el espíritu brisas primaverales
ante los viejos monjes y los rojos misales;

tener la frente en llamas y los pies entre lodo;
querer sentirlo, verlo y adivinarlo todo:

eso fuiste, ¡oh poeta! Los labios de tu herida
blasfeman de los hombres, blasfeman de la vida,

modulan el gemido de las desesperanzas,
¡oh místico sediento que en el raudal te lanzas!

* * *

¡Oh Señor Jesucristo! por tu herida del pecho
¡perdónalo! ¡perdónalo! desciende hasta su lecho

¡de piedra a despertarlo! Con tus manos divinas
enjuga de su sangre las ondas purpurinas...

Pensó mucho: sus páginas suelen robar la calma;
sintió mucho: sus versos saben partir el alma;

¡amó mucho! circulan ráfagas de misterio
entre los negros pinos del blanco cementerio...

* * *

No manchará su lápida epitafio doliente:
tallad un verso en ella, pagano y decadente,

digno del fresco Adonis en muerte de Afrodita:
un verso como el hálito de una rosa marchita,

que llore su caída, que cante su belleza,
que cifre sus ensueños, ¡que diga su tristeza!...

* * *

¡Amor! dice la dama del recamado viso
en voluptuosos pliegues de color indeciso;

¡Dolor! dijo el poeta: los labios de su herida
blasfeman de los hombres, blasfeman de la vida,

modulan el gemido de la desesperanza;
fue el místico sediento que en el raudal se lanza;

su muerte fue la muerte de una lánguida anémona,
se evaporó su vida como la de Desdémona;

ebrio del vino amargo con que el dolor embriaga
y a los fulgores trémulos de un cirio que se apaga...

¡Así rindió su aliento, bajo un sitial de seda,
el último nacido del viejo Cisne y Leda!...

Guillermo Valencia



Los camellos

Dos lánguidos camellos, de elásticas cervices,
de verdes ojos claros y piel sedosa y rubia,
los cuellos recogidos, hinchadas las narices,
a grandes pasos miden un arenal de Nubia.
Alzaron la cabeza para orientarse, y luego
el soñoliento avance de sus vellosas piernas
-bajo el rojizo dombo de aquel cenit de fuego-
pararon silenciosos al pie de las cisternas.
Un lustro apenas cargan bajo el azul magnífico,
y ya sus ojos quema la fiebre del tormento:
tal vez leyeron, sabios, borroso jeroglífico
perdido entre las ruinas de infausto monumento.
Vagando taciturno por la dormida alfombra,
cuando cierra los ojos el moribundo día,
bajo la virgen negra que los llevó en la sombra
copiaron el desfile de la Melancolía.

Guillermo Valencia



Melancolía

                                    Grabado de Durero

¡Oh vagos matices
                 de lánguidos grises
que ahuyentan la calma
                  si invaden el alma!
¡Oh dolor sincero
                   de la Fantasía!
¡Oh Melancolía
                    de Alberto Durero!

Cuadro que despiertas
                     las visiones muertas
que forjó el Anhelo
                     para mi consuelo,
simbólica mano
                     con líneas febriles
trenzó en tus perfiles
                     al Género humano!

La luz amarilla
                     que en ráfagas brilla
y apenas alumbra
                      la tibia penumbra,
dorando los muros
                      en negro recorta
la vieja retorta
                      de picos oscuros.

La Kábala eximia,
                      los trazos de Alquimia
fatigan la alfombra
                      cargados de sombra...
Y en negras marañas
                      sobre las paredes
se enredan las redes
                      de las telarañas.

Alada figura
                      de etérea blancura,
los seres olvida
                      de flores ceñida:
Yo finjo que vierte
                      su labio de diosa
la paz de la fosa
                      y el don de la muerte.

La angosta persiana
                      de vieja ventana.,
sugiere sin tules
                      los cielos azules,
y sobre las alas
                      de lóbrego piélago,
gigante murciélago
                      sacude las alas.

Cual fijo en papiro
                      la piel del vampiro
despliega en la sombra
                      vocablo que asombra.

¿Quién lo escribiría
                      con burla macabra,
aquella palabra
                      de «Melancolía»?

¿Es débil gemido
                      que anuncia el olvido,
o símbolo oscuro
                      que cifra el futuro?
¿Es la oculta clave
                      del amor humano,
o el ¡ay! de un gusano
                      que quiso ser ave?

¡Oh vagos matices
                       de lánguidos grises
que ahuyentan la calma
                       si invaden el alma!
¡Oh, dolor sincero
                       de la Fantasía!
¡Oh Melancolía
                       de Alberto Durero!

Cuadro que despiertas
                       las visiones muertas
que forjó el anhelo,
                       para mi consuelo,
simbólica mano
                       con líneas febriles
trazó en tus perfiles
                       ¡al Género Humano!

Guillermo Valencia




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