Amorosa

Yo te he visto, en esa hora fugitiva
En que la tarde a desmayar empieza,
Doblar cual lirio enfermo la cabeza,
La cabeza adorable y pensativa.

Y entonces, más que nunca sugestiva,
Se ha mostrado a mis ojos tu belleza,
Como en un claro-oscuro de tristeza,
Con palidez que encanta y que cautiva.

Y es que en tu corazón antes dormido
El ave del amor ha hecho su nido
Y entona su dulcísimo cantar.

Y al escucharle, en ondas de ternura,
Languidece de ensueños tu hermosura
¡Como un suave crepúsculo en el mar!

José Antonio Domínguez


Hojas

En la hoja de algún libro, sepultada,
para que pase así de gente en gente,
deja el genio la idea que en su mente,
brotó como la luz de una alborada.

Y el héroe que tras épica jornada
triunfar hizo a su ejército valiente;
de la historia en una hoja refulgente
deja un rastro con la hoja de su espada.

Más, lo que me sorprende y acongoja
es ver que, al que en una hoja se eterniza
se da también por galardón una hoja.

Pues la gloria que tanto preconiza el hombre,
que como árbol se deshoja, en la hoja
de un laurel se sintetiza.

José Antonio Domínguez


Humana

Si la conozco bien: si sé que es ella
frívola y desdeñosa y casquivana;
llena de gracia y como pocas bella,
pero de alma insensible, fría y vana.

Si sé que nunca del amor la estrella
en su camino ha de brillar ufana
porque es su pecho de granito y huela
dejar no puede la presión humana.

Si sé que es tan glacial como la nieve…!
Más, a pesar todo, cierto día
la vi leyendo y prorrumpir en llanto.

Duda extraña de entonces me conmueve:
¿Por qué si esa mujer es tan vacía
pudo ante un libro impresionarse tanto?

José Antonio Domínguez


La musa heroica

Si quieres que tu canto digno sea
de tu misión, del siglo y de la fama,
no derroches el estro que te inflama
en dulce pero inútil melopea.

Lanza las flechas de oro de la idea;
depón el culto de Eros y proclama
otro mejor; la lucha te reclama:
yérguete altivo en la social pelea.

No enerves tu vigor con el desmayo
del femenil deliquio; ya no es hora
de lágrimas y besos; doquier mira:

Hoy la estrofa compite con el rayo,
la inspiración es lava redentora y clava
en manos de Hércules la lira.

José Antonio Domínguez



La risa

Vive Dios que en verdad es siempre necio
el que la vida por lo serio toma.
Mejor mil veces es tomarla a broma
y sólo al goce tributarle aprecio.

Del drama y la tragedia tener precio
suele el dolor si embellecido asoma
por el arte, si no, sólo es carcoma
que merece la burla o el desprecio.

Hay que buscar el ridículo de todo:
El que hay en el mundo y en la vida,
pues el placer no existe de otro modo.

Alabemos la risa hermosa y fuerte
que escuda el corazón de tanta herida
y esparce la alegría hasta la Muerte.

José Antonio Domínguez


Los verdugos

Sucedió en país lejano           
y en remotísimo tiempo           
que habiendo muerto el verdugo   
para poder reponerlo,           
ya que a muerte condenados       
esperaban muchos reos           
y era justo remitirlos           
cuanto antes al cementerio,     
se abrió un extraño concurso     
para escoger al más diestro.     
entre los tres más insignes     
aspirantes al empleo.           
                                 
Espadachines famosos             
que al venir desde muy lejos,   
para merecer el cargo           
a combatir bien dispuestos       
mostraban sus referencias,       
sus rarísimos arreos             
y su facha indescriptible       
y sus modelos siniestros.       
                                 
Todo lo cual denunciaba         
lo que decíase de ellos         
y es que por diestros podían     
al esgrimir el acero             
cercenar una cabeza             
como quien corta un cabello.     
                                 
Así, pues, listo ya todo         
en una plaza al efecto,         
con la solemne presencia         
del imprescindible pueblo       
Y del rey que presidía           
el espectáculo horrendo,         
al toque de los clarines         
se dio al certamen comienzo.     
                                 
Y con el rostro ceñudo           
y el ademán muy resuelto,       
apareció con su espada           
el aspirante primero,           
y, con poderoso impulso,         
de un solo arrogante tajo       
rodar hizo por el suelo         
cual la pelota de un niño;       
e hizo un saludo soberbio.       
                                 
Resuenan por tal motivo         
los aplausos con estrépito;     
y ante esa potente muestra       
de arte tan limpio y certero,   
juzgan todos que es en vano     
querer superar lo hecho.         
                                 
Mas, el segundo aspirante       
se adelanta en campo abierto     
con una estudiada sonrisa       
y con talante correcto;         
y al cortar de un solo tajo     
la cabeza de otro reo,           
en el aire la recoge             
con la punta del acero,         
y con gracia la presenta         
ante los ojos del pueblo.       
                                 
Repercuten los aplausos         
con entusiasmo frenético         
y juzgan todos inútil           
pretender mayor esmero,         
porque imposible parece         
aventajar tal extremo.           
                                 
Mas, el tercer aspirante         
avanza humilde y modesto         
con su espada bajo el brazo     
cual cirujano perfecto,         
y a un sentenciado se acerca     
como a examinarle el cuello,     
y con su acero al tocarle       
al parecer sin esfuerzo,         
le deja en paz para siempre,     
aunque sin cambiar de aspecto   
con la cabeza cortada           
pero fija sobre el cuello,       
como si estuviese vivo           
cuando en verdad está muerto.   
                                 
De asombro inaudito pásmase     
aquel implacable pueblo,         
pues lo que ve sobrepasa         
los límites verduguescos;       
Y mientras aplauden muchos       
y admiran todos el hecho,       
el rey se levanta absorto       
sobre su elevado asiento.       
                                 
Y allí, de todos delante,       
discierne el terrible empleo     
al verdugo entre verdugos       
que con arte sin ejemplo         
y ejecución exquisita,           
supo, la muerte encubriendo,     
sin apariencia de estrago,       
dejar como vivo al muerto. 

José Antonio Domínguez


Toques

Si no sabía pintar: jamás su mano,
mojando en los colores la paleta,
supo trazar, con fantasía inquieta,
los contornos de cuadro soberano.

Si no tenía inspiración; si en vano
fuera pedirle la intuición secreta
que tiene en sus delirios el poeta:
porque él no era un artista: era artesano.

Pero una vez, en su existencia obscura,
flechó su corazón una hermosura: - 
Tomó el pincel y delineó su hechizo;

Para cantarla hizo vibrar la lira;
y desde aquel instante, no es mentira,
¡prodigio del amor! ¡artista se hizo!

José Antonio Domínguez















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