Antiguo amor

Antiguo amor,
te has levantado en mis recuerdos con un murmullo de dolor.

Me hablas de aquella
de quien el viento de la vida ha destruido toda huella.

Dices que inquiera
dónde se ha ido, que es la única alma que a mi alma comprendiera.

Me haces oír
cómo lloraba de tristeza el alba en que me vio partir.

Me haces llorar
cuando me dices que en la vida jamás la volveré a encontrar.

Antiguo amor,
te has levantado en mis recuerdos como una ola de dolor.

Jorge Hübner Bezanilla


El árbol

Árbol que, como el hombre, te alimentas del lodo,
pero que alzas al cielo los brazos retorcidos
y, apretado a tus ramas, mantienes alto todo
lo que amas: hojas nuevas, botones, flores, nidos,
quiero tu paz severa, tu fe en orar en vano,
tu esperar, cuando emigran, que las aves regresen;
tu silencio, más hondo que mi cantar humano,
y tu ardor por cubrirte de flores, que fenecen…


Tú te bastas: tú creas la flor que lleva un germen
que en cualquier campo sano perpetúa tu ser:
el hombre, tras de angustias de amores que le enfermen,
pondrá en su estirpe obscuras influencias de mujer.


Árbol, tu sombra a todos protege; tu perfume,
por el amor del viento, se puede disfrutar;
pero el hombre, en sus ansias de darse, se consume
por ofrecer un bien que no puede formar.


Buscándolo, recorre los valles. Su destino
obscuro le hace ser eterno vagabundo,
y tú, inmovilizado junto a cualquier camino,
le dices que encontraste tu sitio en este mundo.

Jorge Hubner Bezanilla



La luz

La luz tendió en la tarde ligeros gobelinos,
se hizo pronto un incendio en que el mundo iba a arder,
cayó después en lluvia de azul por los caminos:
yo la he visto variar como alma de mujer.

La luz con unas nubes hizo encendida fragua,
disfrazó a los torreones con un amplio albornoz;
alzó náyades diáfanas de la paz de las aguas:
la luz formó de nada sus mundos, como Dios.

Vi al arroyo jugando con la luz del Oriente,
en pupilas de niño sorprendí su claror,
entró a la pieza triste de una convaleciente:
la luz se ha dado a todos, como Nuestro Señor.

Por la luz los botones me enseñaron dulzuras,
una tarde violeta me dijo que llorara
y los astros formaron frases claras y puras:
sin la luz toda cosa su misterio guardara.

¡Mensaje que de lo hondo del misterio camina
y dilata los pechos como rosas abiertas,
y que deja temblando una estrella divina
en la inmovilidad de las pupilas muertas!

Jorge Hübner Bezanilla



La venganza

Nunca ciñó tu pecho mi acechanza de niño,
acosté mi deseo como a una bestia herida,
y el ir a ti invisible te pareció un cariño:
salvando tus purezas, creí salvar tu vida…

Desde ese hondo pasado vienes a verme. Llegas
hoy con tus flores húmedas, tan frágilmente joven
que, apartada del tiempo, parece que navegas
en ese mar sin olas que atraviesa Beethoven.

De las lindes del mundo traje brazadas de arte
y oro helado y sonoro… Mas nada pude darte:
¡temía que una dádiva me traicionaría!

Y hoy que llegas tan joven, al fin de mi jornada,
por no haber dicho nada, por no haber dado nada,
me tortura, como una loca, la poesía.

Jorge Hübner Bezanilla



Plegaria

Virgen, tus ojos místicos y ausentes
rezan, como las llamas de los cirios.

Virgen, tus manos pálidas y trémulas
piensan, como las manos de los ciegos.

Por tu fervor, mi beso se hizo hostia
y llevó mi alma entera a tus entrañas.

Nuestras vidas serán como esas manos
que se unirán apasionadamente

Mis estrofas serán como esas naves
que se hunden en las noches misteriosas.

Y me entraré contigo en el silencio
de las pasiones grandes…

Plegaria
Me dio, olvidando mi pasión funesta,
una ficción de albergue maternal;
vistió el amor su espíritu de fiesta
y apagué en un abrazo su protesta.
¡Líbrala tú, Señor, de todo mal!

Por la lenta amargura de su vida,
por dejarla desnuda ante la suerte,
porque la herí para beber su herida,
hazle gracia, Señor, de tu venida
ahora y en la hora de la muerte.

Ella pecó para que la quisiera,
la desnudó el amor de la moral;
fueron sus brazos leños de mi hoguera,
mientras yo la vendé porque no viera.
¡Líbrala tú, Señor, de todo mal!

¡Acógela, recógela! La he visto
pálida de fatiga ¡Ha de quererte!
¡Sin saber…, dice frases tuyas, Cristo!…
Algo que yo no vi, sé que ha entrevisto
para ahora y la hora de la muerte.

Hallaría la paz en tu constancia
la fatigada del amor sensual.
La soledad purifico su estancia
Si tú la miras, volverá a la infancia…
¡Líbrala tu, Señor, de todo mal!

¡Que no se pierda aquella rosa llena
de vocación para el altar del bien!
¡Acuérdate, Señor, de la azucena
que brotó del dolor de Magdalena,
y líbrala de todo mal, amén!

Jorge Hübner Bezanilla













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