Alba

... y mi padre me dijo, mostrando mi equipaje,
este pobre equipaje de humildes cosas lleno:
–Abrázame, hijo mío; sal a tu primer viaje,
empieza ahora tu vida, sé valeroso y bueno.
Y salí por el mundo; dejé mi casa clara,
subí a un tren y a lo visto apenas daba crédito;
era como un sueño, la perspectiva rara
de los nuevos paisajes y el panorama inédito.
Bilbao, ese gran puerto, llenó mi alma de asombros;
parecía que el mundo gravitaba en mis hombros
y me sentí vencido con ganas de llorar.
El barco, el primer barco, fue como un calabozo.
El capitán me dijo: –Hay que ser hombre, mozo.
Y me pareció aquella la enorme voz del mar.

José del Río


Apelación

Burguesitas románticas, sensitivas Ofelias,
que lloráis viendo La Dama de las Camelias;
a vosotras someto mi libro taciturno,
que los hombres sin alma tacharán de inmoral
porque pinto un estado social que, cual Saturno,
a sus hijos devora en un festín bestial.
Muchachitas de tierno corazón, sed mis jueces;
si el cáliz de la vida muestro lleno de heces,
no es para recrearme con el licor viscoso,
sino por ver si presto un latido piadoso
al corazón del mundo.
La vida es una sima y en su fondo profundo,
oculta por la capa de un espejo radioso,
de un rosicler jocundo,
hay mucho negro légamo, hay mucho turbio poso.
Margarita Gautier, la de tierna raigambre,
no es la más desgraciada flor de este mundo abyecto;
ella no sufrió apenas los mordiscos del hambre
y murió consolada por un amante afecto.
¡ Ay, las que caen comidas de tisis y gangrenas
en salas de hospitales frías cual catacumbas,
y el ansia de ser puras y el ansia de ser buenas
como un sueño imposible se llevan a las tumbas!
Esas hoscas mujeres, pesadillas que oprimen
el ánimo y que a veces resbalan hasta el crimen,
quizá dentro llevaban un ángel del hogar
y empezaron su vida con un ingenuo idilio.
¡Ay, si hubieran tenido quien les prestara auxilio,
como se salva a un náufrago de la furia del mar!
En casi todas ellas, intactos y latentes,
se hubieran encontrado de la virtud los rasgos;
la mayor parte de ellas, víctimas inocentes,
fueron pasto de monstruo y carnaza de trasgos.
Yo llevo en mi conciencia como un remordimiento
el grito que mil veces oí en un meretricio,
el doliente lamento:
“¡Sácame de este infierno, redímeme del vicio!”
Y yo salí cobarde y me alejé del corro
de tristes suplicantes sin hacerles ni caso,
como cuando escuchamos una voz de socorro
de noche y apresura el miedo nuestro paso.
Yo digo que se ha visto
a las que algún milagro libró de sus vergüenzas,
como la Magdalena ante los pies de Cristo,
arrastrar por el suelo las penitentes trenzas.
Al juicio yo no intento
apelar de los hombres que la moral confunden
y que tranquilos duermen sin oír el lamento
de las blancas palomas vencidas por el viento
que con las alas rotas en el fangal se hunden,
y que luego, inflexibles,
al mirarlas de aprobio y deshonor cubiertas,
las condenan con esos anatemas terribles
que les cierran del mundo para siempre las puertas.
Yo apelo a las mujeres que saben del dolor
de vivir sin abrigo, sin pan y sin amor
cuando se tiene una graciosa juventud
y ríe un diablillo hábil y tentador…
Ellas, las que han vencido por gracia del Señor,
a las que fueron débiles y falló su virtud
comprenderán mejor
que el frío pensador,
que la hosca multitud,
y verán que no es éste un libro pecador.

José del Río «Pick»



La alegría española

Cobramos nuestra paga, y en el fondo
de las almas el mágico sonido
del oro inglés hizo nacer un hondo
deseo de champán, de amor, de ruido.
¡A tierra, pues! Salimos bullangueros,
y en medio del clamor y la algazara
recordaban quizá nuestros sombreros
chambergos de los Tercios de Pescara.
Alegremente lo gastamos todo
y un marinero, ya casi beodo,
dio a una miss que encontró cerca del buque
el último chelín, galante ofrenda...
Y esa noche la miss soñó en un duque
español y en un gesto de leyenda.

José del Río


Las peñas del naufragio

Ante las rocas grises, cenicientas,
el corazón sobrecogido late;
parecen unas tristes osamentas
tendidas en un campo de combate.

Sentimos como un fúnebre presagio
que de espanto la frente deja fría.
¡En esas peñas ocurrió el naufragio
de un buque de la misma compañía!

Suben todos a verlas; en la borda,
toda la dotación dobla los codos.
Se oye el rumor de la resaca sorda,

que en nuestras almas temeroso zumba,
mientras pensamos en silencio todos
en qué mares tendremos nuestra tumba.

José del Río Sainz


Las tres hijas del capitán

Era muy viejo el capitán, y viudo,
y tres hijas guapísimas tenía;
tres silbatos, a modo de saludo,
les mandaba el vapor cuando salía.

Desde el balcón que sobre el muelle daba
trazaban sus pañuelos mil adioses,
y el viejo capitán disimulaba
su emoción entre gritos y entre toses.

El capitán murió…Tierra extranjera
cayó sobre su carne aventurera,
festín de las voraces sabandijas…

Y yo sentí un amargo desconsuelo
al pensar que ya nunca las tres hijas
nos dirían adiós con el pañuelo…

José del Río


Noche es pavorosa

La noche es pavorosa. Nunca tantos
horrores tuvo un trágico momento...
y sentimos la angustia y los espantos
que paralizan hasta el pensamiento.
Se siente como un fúnebre presagio;
a nuestros pies se ha abierto el abismo:
¡la idea obsesionante del naufragio
de todos se apodera a un tiempo mismo!
En la caseta del timón dos rudos
marineros están; trágicos, mudos,
oyen del viento la gigante orquesta...
Uno rompe el silencio: –Aquí el «Apolo»
se fue a pique una noche como ésta
–dice sombrío– ¡y me salvé yo solo!

José del Río


Soneto

Catorce versos de bruñido acero
sobre un paño de mármol que al sol brilla,
panoplia del idioma que Castilla
labró al pulir el tosco Romancero…
Es el soneto. En cada puño fiero,
de cada espada tersa y sin mancilla,
una rosa de plata se atornilla
o un amorcillo ríe prisionero.
Es el soneto. Sus catorce espadas
se entrechocan y forman enlazadas
el dosel de la musa pensativa…
Y así el símbolo puro se completa:
fulgor de hierro en el dosel de arriba,
y abajo la humildad de la violeta.

José del Río














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