"El capitán mandó que todos los heridos subiesen arriba a morir, porque dijo: Señores, a cenar con Cristo o a Constantinopla."

Alonso de Contreras


"En este punto se levantó tan gran borrasca que se pensaron perder las galeras, y era contraria, que venía de la mar. La gente de a caballo que estaba en las huertas con algunos de a pie, rompió con los que estábamos a la marina, e hicieron tan gran matanza que es increíble, sin haber hombre de nosotros que hiciese resistencia, siendo los nuestros casi toda la gente dicha, y ellos no llegaban a ciento y sin bocas de fuego, sólo con lanzas y alfanjes y porras de madera cortas. Miren si fue milagro conocido y castigo que nos tenía guardado Dios por su justo juicio.
Toda esta gente que estábamos en la marina, unos se echaron al agua y otros a la tierra, de ellos mismos huyendo, tanto que vi un esquife encallado en el seco con más de treinta personas dentro, que les parecía estaban seguros por estar dentro el esquife, sin mirar que estaban encallados y que era imposible el desencallarse con tanta gente, y aun sin nadie, dentro. Ahogóse mucha gente que no sabían nadar y yo me había metido en el agua vestido como estaba, adonde me daba poco más de la cintura y tenía encima una jacerina que me había prestado el cómitre de mi galera, que valía cincuenta escudos, con que se armaba en Sicilia cuando iba a reñir. Pesaba más de veinte libras y pude desnudarme y quitármela e irme a nado a galera, que hacía fortuna porque nado como un pescado, pero estaba tan fuera de mí que no me acordaba y estaba embelesado mirando cómo seis morillos estaban degollando los que estaban en el esquife sin que ninguno se defendiese, y después que lo hubieron hecho, los echaron a la mar y se metieron en el esquife, desencallándole, con que fueron matando a todos los que estaban en el agua e iban nadando, sin querer tomar ninguno a vida. La tierra no dejaba de tirar artillería y escopetazos, con que hacían gran daño.
De las galeras habían señalado marineros en los esquifes para recoger la gente que pudiesen y no osaban llegar porque, como la borrasca era de fuera, temían no encallar en el bajo y perderse en uno de éstos. Venía por cabo el dueño de la jacerina y conocióme en una montera morada que tenía con unas trencillas de oro y en la ropilla que era morada y, dándome voces que me arrojase, que ellos me recogerían afuera, lo hice sin quitarme nada de encima; disparate grande. Nadé como veinte pasos y me ahogaba con el peso y la gran borrasca que había. El cómitre, por no perder su jacerina, embistió conmigo y cogióme de un brazo y metióme dentro con harta agua que había bebido. Y otro pobre soldado que, medio ahogado, agarró del esquife y lo remolcaba a tierra con la mar, hasta que le cortaron la mano porque le soltase, con que se ahogó, que me hizo harta lástima, pero todo fue menester para salvar el esquife. Llevóme a galera, donde los pies arriba y la cabeza abajo, vomité el agua bebida."

Alonso de Contreras
Discurso de mi vida


"Metiéronme en la cárcel con gran guarda, donde estuve aquella noche encomendándome a Dios y haciendo examen de mi vida, por qué podían haberme preso con tanto cuidado y cédula del rey.
No podía saber qué fuese, porque hacía mil juicios. Otro día rogué me llamasen al Corregidor; vino y preguntéle me dijese si sabía la causa de mi prisión. Respondióme que creía era tocante a los moriscos, con lo cual imaginé si era por las armas que topé en Hornachos, que luego se me vino a la memoria y dije «Si es por las armas que topé en Hornachos ¿para qué me prendían con tanta cautela?, que preguntándomelo, lo diría». El Corregidor se espantó y llamó al punto al tal Llerena y se lo dijo, de que daba saltos de contento y mandó que me quitasen las prisiones de las manos que me atormentaban.
Dábanme de comer con regalo y, como estaba enseñado a comer yerbas, me hinché luego que pensaron me moría y pensaron era veneno. Llamaron los médicos, curáronme y luego conocieron lo que era, que fue fácil de sanar. Caminamos a Madrid y en el camino fui regalado, pero con mis prisiones y doce hombres de guarda con escopetas. Llegamos a Madrid y me llevaron a apear a la calle de las Fuentes, en casa del alcalde Madera, que había venido de Hornachos.
Apeado, mandóme quitar las prisiones y me metió en una sala, donde quedamos solos, y comenzándome con amor a preguntar la causa de haberme retirado, le dije lo que ya tengo escrito atrás. Pasó adelante y díjome si había estado en Hornachos alguna vez. Respondíle «Señor, si es por las armas que topé en un silo allí, pasando con mi compañía habrá cinco años, no se canse vuesamerced que, yo se lo diré cómo pasó». Levantóse y abrazóme, diciendo que yo era ángel, que no era hombre, pues había querido Dios guardarme para luz del mal intento que tenían los moriscos, y comencé a contárselo como está dicho. Mandó que me llevasen en casa de un Alguacil de Corte que se llamaba Alonso Ronquillo, con seis guardas de vista pero sin prisiones con orden me regalasen y que a la comida y cena estuviese un médico a la mesa, el cual no me dejaba comer ni beber a mi gusto, sino al suyo; por lo cual veo que come mejor un oficial que un gran señor. Pasóse cuatro días que no me dejaron escribir ni enviar recado a nadie de mis conocidos y madre. Y al cabo de ellos vino el mismo Alcalde con un Secretario del Crimen, que se llamaba Juan de Piña, y me tomó la confesión de verbo a verbo, en la cual no quiso que me llamase fray Alonso de la Madre de Dios, sino el sargento mayor Alonso de Contreras y así me hizo firmar.
De allí a quince días, que ya yo comunicaba con mi madre y amigos, aunque siempre con guardas de vista, pero no con médico a la mesa, llegó una noche el alguacil Ronquillo, a medianoche, vestido de camino y con pistolas en la cinta, con otros seis de la misma manera, y entró en el aposento y dijo «Ah, señor sargento mayor, vístase vuesamerced que tenemos que hacer». Yo, como le vi de aquella manera, dije «¿Qué, señor?». «Que se vista, que tenemos que hacer.» Yo tenía poco que vestir más que echarme encima un saco; y hécholo, le dije «¿Dónde va vuesamerced?». Respondió «A lo que ordena el Consejo». Entonces yo respondí «Pues sírvase vuesamerced de enviar a llamar a San Ginés quien me confiese, que no he de salir de aquí menos que confesado». Entonces tornó y dijo «Es tarde. Vamos, que no es menester». Y por el mismo caso más temí lo que tenía en mi imaginación; que era el llevarme a dar algún garrote fuera del lugar."

Alonso de Contreras
Vida de este capitán


"Mire vuestra excelencia que nada queda fuera de mi alcance, pues para eso me dio Dios diez dedos en las manos y ciento cincuenta españoles."

Alonso de Guillén más conocido como Alonso de Contreras
Tomada del libro de Arturo Pérez-Reverte Una historia de España




No hay comentarios: