El limpiabotas

Al caer de la tarde se moría,
como se dobla un tallo, el limpiabotas
y al mirarlo en su lecho parecía
una esperanza las alas rotas.

Pálido, débil, en su frente había
como un agonizar de ansias ignotas;
y giraban sus ojos en sombría
visión de horas oscuras y remotas.

Madre, murmuró entonce el moribundo
con un hilo de voz que fue un sollozo,
arregla mi cajón que fue en el mundo

mi único amigo y mi mejor consuelo:
voy a lustrar, radiante de alborozo,
las botas de los ángeles del cielo.

José Albertazzi Avendaño


Pincelada

Va naufragando en sombras el camino
del monte al pie; de lejos, la campana
la dulce paz del Angeluz desgrana
sobre el noble sosiego campesino.
Vuelve al cortijo con su andar cansino
la yunta que partió por la mañana,
y en la verde amplitud de la sabana
con la última luz se apaga un trino.

Desde las eras y los corazones
sube hasta Dios la plática sencilla
que con su esterilidad calma y sus duelos,

y yo mismo, olvidado de oraciones,
digo ante tanta excelsa maravilla:
Padre nuestro, que estás en los cielos.

José Albertazzi Avendaño











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