El payaso

De un ataque al corazón murió anoche un payaso,
lo más divertido del caso
es que cuando su cuerpo se hallaba inerte,
la gente aplaudía e insistía que repitiese la muerte.

Es el payaso en ésta vida,
a quien Dios destinó a sufrir
pues tiene que hacer reír
aunque tenga el alma herida.

con su sonrisa fingida,
tiene penas que ocultar
y si el payaso pudiera hablar,
y contar sus amarguras,
hasta las almas más duras
podrían con él llorar.

No pidáis que me ría,
que de mi risa me espanto
he reído tanto, y tanto
carcajadas de dolor
que en este mundo traidor
se aprende a reír con llanto.

Querido público presente sólo un aplauso os pido
y quedaré satisfecho,
guardándolo aquí en mi pecho
como un payaso agradecido.

José de Maturana



"Jacinto. (Que ha paseado un momento su indecisión, sin atinar á marcharse) Entonces... hasta luego, Sebastián. ¡No, espérate!
Jacinto. ¿Qué hay? Que lo que vos estás haciendo no es de hombres.
Jacinto. ¿De qué hablas?
Sebastián. De tu farsa, de tu comedia zonza para conseguir lo que de ninguna manera vas á conseguir.
Jacinto. ¿Y qué es lo que yo quiero conseguir?
Sebastián. Demasiado lo sabes.
Jacinto. ¿Pero vos estás en tu juicio?
Sebastián. Sí; porque aunque me hago el zonzo, no estoy tan loco como vos, ¿has comprendido?
Jacinto. Ni una palabra comprendo.
Sebastián. Desde que has llegado al pueblo, no has hecho más que amargarme el corazón; has ido poco á poco consiguiendo todo lo que te ha dado la gana; te has impuesto como un rey sobre toda esta pobre gente que no hace más que obsequiarte, y todavía queréis venir á poner tu pisada en campo de otro para deshojar una flor que tiene dueño.
Jacinto. ¿Qué cosa?
Sebastián. Sí. ¡Que es mía! ¡Y yo no tengo por qué venir á pagar tus caprichos de hombre aburrido y cansado, cuando volvéis al pueblo á buscar lo que no han podido darte las ciudades con toda su fantasía y veneno!
Jacinto. ¡Ya salió a relucir tu alma de gaucho!
Sebastián. ¡De gaucho, sí! ¡Pero no porque sea del campo y diga las cosas sin maña ni rodeos, se van a creer los mocitos como vos que pueden atropellar así no más!
Jacinto. ¡Algunas veces, sí!
Sebastián. Pero en este caso, no. ¡Vaya un orgullo, compadre! ¡Ni que fuera presidente!
Jacinto. No es orgullo, es consecuencia del rango de cada cual. Por más llanos que sean, siempre los de arriba tendrán que humillar a los de abajo.
Sebastián. Bueno, déjate de latines, que aquí estamos hablando en criollo...
Jacinto. ¡Vos estás loco! (Medio mutis).
Sebastián. ¡Y vos no te das cuenta de que llevas sobre los hombros una cabeza vacía!
Jacinto. Siempre se consuelan así los de tu laya, pero eso no impide que desde abajo nos tengan envidia.
Sebastián. ¿Envidiarte á vos? ¿El qué? ¿El bozal que llevas puesto?
Jacinto. ¿Quién, yo?... ¡Bah! No te hago caso. Los tipos como vos protestan de ese modo, aunque á la fuerza estén obligados á reconocer toda superioridad."

José de Maturana
La risa del pueblo




La vuelta de Sócrates

La poesía, hermano, la augusta poesía,
es un ave errabunda de luz y de armonía;
es azul bondadosa como el astro del alba,
profunda, corno el mar, suave como la malva;
canta en el fuego fatuo y en la luna de plata,
matiza el arco iris, borda su serenata
en las ondas del río y en el verde pinar;
canta constantemente; su misión es cantar,
volcar sobre la tierra su rol de maravilla,
dejar caer un beso fecundo en la semilla

José de Maturana


Las castillas

Son hermanas de amor, van de la mano
por la estepa del fondo levantino,
llevando en polvoriento pergamino
las memorias del mundo castellano.

Son dos hidalgas de un orgullo anciano
que, en los inermes yunques del destino,
firmes, batieron con afán contino
la vieja cruz del abolengo hispano.

¿Viven de ensueños? ¿Cantan añoranzas?
¿No hay un verde racimo de esperanzas
que allá en sus viñas desoladas brote?...

¡Tal vez la voz del porvenir les grite,
cuando en bien de otros fueros resucite
con otra adarga olímpica el Quijote!

José de Maturana


Las dos primaveras

Rubia y gallarda viene, mostrando en su carruaje
la luz de mil colores y el sol de sus jazmines,
como una blanca Venus de rústicos jardines
a quien las flores todas le rinden vasallaje.

La mansa maravilla del campo está en su traje,
y en su cantar de aurora la voz de los violines...
Tiene los hombros griegos. España va en sus crines,
Italia en sus pupilas y el mundo en su homenaje.

Tú eres así. Por eso mi potro de conquista
llega a la escalinata del pastoral palacio
con la tristeza errante de mi dolor de artista.

Y tras la primavera que tu placer me arroja,
con la altivez de siempre, te ofrezco su topacio
como una mordedura de mi serpiente roja.

José de Maturana










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