"(Imperiosamente) Pídele a Desiderio treinta duros. Pídeselos tú. Yo no los necesito. (Descompuesto) ¡Te digo que vayas! Es el desquite. (Pausa) Si hoy ganara yo, no jugaría más. Ve, Matilde.
(Envolviendo a Paco en una mirada de infinito desprecio) Está bien. Tú lo quieres, iré. (Vase izquierda) (Jacinta entra por la derecha) (A Lili) Sigue el juergazo. Ya ves. Aquí, de Ángel de la Guarda. (A Giráldez, al pasar. Yendo, hacia la izquierda. Y tú de ángel malo. Las pulgas no hablan.
Te advierto que Mateo... Está... Donde debieras estar tú: lejos. Entonces... Pero volverá un día. No soy yo sólo quien puede temerlo. Mira que tú... Chulo triste. (Hace mutis)."

Luis Antón del Olmet
Los caballeros negros



"Los gorriones infantiles, traviesos, que pueblan a cientos, a miles las Ramblas, y que cantan por la tarde una gran sinfonía, ¡son tan bonitos, lector…!"

Luis Antón del Olmet


"Mi oficio no es llenar planas absurdas con informaciones hechas viejas por el telégrafo."

Luis Antón del Olmet


"Miré a lo alto y no vi la techumbre. Los rascacielos de Norte América, que yo adivine en fotografía y que me parecieron una extravasación de la vanidad humana, serían chozas junto a este palacio cuyas veletas podrían meterse por los ojos de la luna. El zaguán era enorme. No había porteros ni conserjes. Unos ascensores vertiginosos subían y bajaban a cientos, a miles, causando mareo.
Nos izó uno, ligero como un meteoro, y dimos en cierta estancia descomunal, por la que pululaban como sombras, los hombres nuevos.
La impresión que todo aquello me produjo fue enorme. El siglo XXIV, contemplado en un solo individuo, analizado en una sola célula, y, sobre todo, poniendo en la investigación toda la curiosidad que inspira, como estupendo, resultaba, si no agradable, tolerable. ¡Ah, pero el siglo XXIV, visto en conjunto, atisbado en grandes masas, era horrible, horrible!
¡Aquellos casinos del siglo XX, adorables, ruidosos, llenos de simpatía! ¡Aquellas gentes de mi tiempo, risueñas, gozosas! ¡Aquel Abigarramiento feliz! ¡Aquella ligereza para juzgarlo todo, para mirar al país, para resolver las cuestiones políticas!
Esto, en cambio, era como asamblea de hipocondríacos, de fúnebres. Muebles de cristal, monótonos, sin arte, sin lujo. Unos hombres flacos, larguiruchos y feos. Unas conversaciones breves, sobre cosas de interés sumo. Ni un chiste, ni un comentario, ni una mordacidad. No había tapete verde, ni billar, ni periódicos, ni mesitas de tresillo, ni humo de cigarros fumados apaciblemente, ni una risotada ni el paso frufruante de unas faldas que cruzan."

Luis Antón del Olmet
La verdad en la ilusión


"Ríe Barcelona…
La gran ciudad mediterránea me acoge como una madre benévola a su hijo pródigo, entre abrazos y carcajadas. El sol, un sol joven y magnánimo, desentumece mis pobres huesos tundidos. Las calles, anchurosas, alegres, se tienden como largos brazos robustos llenos de generosidad. El cielo es azul.
Rio contagiado por el júbilo ambiente. ¡Quién pensaría que yo, al cruzar las Ramblas tan apuestamente dentro de un carricoche saltarín, vengo con un designio macabro! ¡Con el de seguir el sangriento rastro de un crimen!"

Luis Antón del Olmet


"¡Pobre Magda! Suponerla tan abominable... En realidad era un poco infame todo lo que habían hecho. Pilar Santafé, Emilia Guerra, Irastorza... ¡Nena querida! ¡Muñeco idolatrado! Los antecedentes, claro está, lo hacían todo verosímil. Pero ya estaba redimida. Era inicuo el antruejo que le habían anticipado, la carnavalada siniestra.
— Además — dijo — el encargo sentimental de la madre... Y recordó el suceso, preciso y romántico.
Al tercer día de estar en La Coruña, fue al Ferrol, por tierra, recorriendo aquellos parajes de ensueño. La lía del Burgo, el Mero, los verdes pinares de Abegondo, la luz dorada de Guísamo. Betanzos ya, en el fondo del valle. Luego, bordeando el mar, la villa cercana, que es nido de Almirantes, populosa, con sus arsenales gigantescos. Vio Puentedeume, la isla Marola, la inmensa bahía ferrolana, con sus dulces aldeas de pescadores. La Grana, La Cabana, Mugardos...
Para volver en el día, fuese derechamente al cementerio. Nadie. Acaso una viuda que echa florecitas sobre un sepulcro anónimo. Mausoleos albos, nichos con tarretes y búcaros florecidos. Piar de pajarucos. El sauce llorón, y los puntiagudos cipreses tristísimos, erectos."

Luis Antón del Olmet
Cruz Verde, 8










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