A ras de agua

Todo sobrevive. Todo permanece
a ras de agua.
Así de simple.
Así de dolorosa suena
la voz mustia, el gemido ahogado
entre los labios
que serán fría materia
cuando nos vayamos
de esta historia común de hacer historia
a ras de agua.
Capítulos de insomnio y sangre
escritos en la piel que abandonamos.
Páginas de humo, de llanto y de calambre.
Versos que nadie oye,
versos que se necesitan.
La vida
son palabras que duelen a vida
bajo la luz quebrada. Así de simple
y a ras de agua.

José Luis García Herrera


Acta de fe

No pretendo ir más allá de donde he venido.
Que sean otros quienes jueguen su fortuna
en saltos de acrobacia y búsquedas sin norte
en el amplio claustro de las huellas lejanas.
Sólo sé que anhelo conocerme a mí mismo
desde los roquedales de la soledad y desde el mar
que tiñe de azul la sal de mis palabras.
Quede la eternidad en el mármol rojo de la ira
y en la placa oxidada de la envidia. No deseo
beberme la pócima secreta de la inmortalidad
ni dejar en mis versos el perfume agreste
que despliegan las hierbas en el camposanto.
Al fin, soy nada más que alma en pena
con tiempo hipotecado, deudor de un amor de mujer
que no merezco, afortunado aprendiz de poeta
que halló felicidad haciendo lo que más quería:
amar y ser amado,
y escribir.

José Luis García Herrera


De un país sin sol

La noche te visita a cualquier hora.
Sólo el mar te supera en tristeza.
Adivinas el mundo con el tacto,
y si tropiezas dibujas tu sonrisa
nacida en la campana de los grises.
Habitas un país sin sol. Ciego
apuras el aroma de la madrugada
con una fuerza superior a la vida.
Alfarero de una cruda oscuridad
que desnudas ofreciéndome tus manos.

José Luis García Herrera


Lección primera

Acostúmbrate a morir cada noche
y a no darte por vencido. Aprende
las leyes no escritas de la vida y respeta
el orden en el que todo sucede.
Aunque nada sucederá si tú no lo provocas.
Haz de la caída un milagro y recuerda
que todo sacrificio responde a una victoria.
Acostúmbrate a que las heridas de ayer
sean memoria al borde del olvido, a que nada
perdure más allá de tus huellas, a que la noche
cubra de sombra la línea de tu sombra.
Recuerda que la palabra no nace del silencio
ni el amor se cobija en la región del abandono;
que todo lo dicho no mata cuando hiere
ni el corazón oculta su espalda a las traiciones.
Acostúmbrate a ser pasajero en la barca de la muerte,
pero no te des por vencido
porque vayas perdiendo vida mientras la vida pasa.
Acostúmbrate a nacer a cada instante.

José Luis García Herrera


Lluvia de octubre

Con el olor de la lluvia se aproximan
las remotas caravanas del recuerdo.
Abandonan su equipaje de añoranza
en los portales de una calle anónima.
El sabor de la lluvia posee aromas de infancia,
cadencias de lavanda y pellizcos de ciclamen.
Un tapiz de intenso gris cubre la argamasa del cielo
y las copas de los árboles recortan el paisaje
con la dimensión de un adiós o un hasta luego
que busca semillas de sol en la distancia.
El olor de la lluvia, de la tierra mojada,
nos recoge en el claustro de la meditación,
en el aula reservada para aprendices de náufragos
condenados a ser eternos arlequines de agua.
En estas horas escritas con zumo de limón
las lágrimas pesan como goterones de plomo,
como las monedas sin lustre de la tristeza
hurtadas de la hucha secreta del corazón baldío.
El viento pregona los poemas de la ausencia
entre los portales de la ciudad vencida por el agua;
y una voz solitaria, ebria de roble y de tanino,
acuña el silencio en el vaho de la ventana.
La lluvia es el poema de los que se fueron.

José Luis García Herrera


Sobre el páramo agreste

Escribo para no morir. Ese es mi oficio.
Unir palabras sobre una estepa blanca
donde no caben las mentiras y la verdad duele
aunque cure todas las heridas que no he visto.
Hablo contra el viento para escuchar
todo lo que he escrito antes de que el día
fallezca entre las fauces de la noche.
Son palabras que queman en la piel
los días vividos en el majal de la rutina,
en el apeadero de los sueños rotos
y en la cantina de las promesas incumplidas.
En los amaneceres de la nada escribo
para no morir, para saberme hombre
entre las calles que nadie recorre
llamándome con la voz de los milagros.
Escribo para quien, un día, quizá lejano,
encuentre entre mis versos un ápice de esa vida
que he ido dejando -gotas de sangre o tinta-
sobre el páramo agreste de todos mis silencios.

José Luis García Herrera












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