A una dama muerta

Ya es ceniza la llama donde ardía;
este polvo humo fue que me cegaba;
esta nube, que al cielo se llegaba,
fue luz, que como el sol resplandecía.

El humo en la belleza se encubría;
la llama en el deseo se alentaba;
como humo la belleza se pasaba,
y el deseo cual llama consumía.

Al paso, al tiempo, al fin, ya no se nombra
de belleza, de amor, aquel espanto,
ni luz puede alegrar, ni nube asombra:

sólo mi corazón, que siente tanto,
es luz, que la beldad muestra que es sombra,
y nube, que el amor dice que es llanto.

José Pérez de Montoro

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