Al borde de la cama

Sentada al borde de la cama, la muchacha
se despinta las uñas que se vuelven
color de la acetona, brillantes, inocentes,
color de que nada ha sucedido.
Está sola en un cuarto sin lámpara
y pende la bombilla con halo de manzana original.
Se ha frotado los labios que se vuelven
color de espejo roto.
Con un poco de crema y de nostalgia
se despinta los párpados, la voz
que se le espesa color del otro día.
Doblada como un cisne en el exilio
se despinta los senos, las pestañas,
las cejas que le inventan un arco de ilusión.
Está sola en un cuarto rodeada
por motas de algodón multicolores.
Triste como un cuadro de Renoir.
Cuando hala el cordón de la bombilla,
el mundo se despinta por completo.

José Luis Vega


Bajo los efectos de la poesía

Bajo los efectos de la poesía
es posible viajar a la velocidad del pensamiento,
mirar el mundo entero flamear,
tocar con la punta de la lengua las estrellas,
soñar con la justicia universal.

Bajo los efectos de la poesía,
usted no es responsable de sus actos:
hablará en lengua extraña,
hará cópulas públicas,
cabalgará centauros.

Bajos los efectos de la poesía,
se ven blancas galaxias expandiéndose
en el ojo de la cerradura
y violines viejísimos
mudando el polvo de sus plumas.

No importa cuál sea su pasión,
fe, raza, sexo edad
o ensoñación política,
no debe avergonzarse de volar
bajo los efectos de la poesía.

José Luis Vega


Desilusión de la quimera

Leyendo su poesía me adormilo:
transpongo un agua densa de unicornios.
Oigo la música de Mozart absoluta
y el canto seductor de la sirena, rozo
la espalda de Tiziano con los dedos, beso
criaturas de Galdós que hasta mí llegan
olientes a tocino rancio, auténticas.
La voz de Luis Cernuda me ha traído
al patio indecoroso donde
Verlaine ha prolongado su infancia con Rimbaud.
A veces un violín rompe mis ojos, otras
un oboe me conduce por túneles
en los que moran, pútridos, príncipes y prelados.
Sea salva la poesía sinuosa que a la Verdad
me vuelca mayor que Realidad:
la gracia que me alza
al reino momentáneo del delirio. O
¿acaso todo es sueño? ¿Quimera este poema?

José Luis Vega


Mujer con lluvia

Todo es lluvia y de pronto
una mujer avanza entre la lluvia.
Sortea cada bache
con breve pie de pájaro aterido.
Peinados contra el frío los cabellos.
La falda entre sus muslos
amparándose.

Avanza contra un fondo
lluvioso de paredes.
El fuego del relámpago,
el trueno la apresuran.

Camina ajena al signo interrogante
que orla su traje al viento,
ajena a los misterios que salpica
su paso por la lluvia.

¿Qué la trae, qué la lleva, de qué rayo
procede su energía?
¿Su nombre,
en qué aguacero?
¿Su rostro,
en qué llovizna?
¿Qué amada voz, qué urgencia,
hacia qué oído
los golpes de sus tacos se deslizan?

Amparada en la flor de la sombrilla
cruza:
es lo único vivo
en la muerte interina de la lluvia.

José Luis Vega


Palabras son palabras

Un poema es una plaza blanca poblada de palomas.
Una plaza cualquiera, con tal de que haya gente
que les dé de comer. ¿Recuerdas las sílabas antiguas
sobrevolando el aire de Zocodover? ¿O aquellas
que en la Mayor de Salamanca al frío
corrían a guardarse bajo los soportales?
¿Recuerdas las torcaces de Asturias
y las que en Cuba el viento echó de vuelta al viento?
¿Y el dorado cantón de San Millán
que abrigó los sonidos cuando apenas
si cañones tenían en las alas?
¿Las plazas de la Isla, las recuerdas,
una plaza ella misma sobre el inquieto mar
de las pronunciaciones? ¿Y el mar muerto del Zócalo
con millones de voces envueltas en sarapes de smog?
Así son las ubicuas picoteras.
En San José comieron de tus manos
en el patio vetusto de un hotel; en Managua
se asaron en sus jugos de pobreza; en la Plaza de Mayo,
fricativas, volaron de las bocas de las Madres
rumbo a los mármoles de La Recoleta.
Y en Asunción, con otras también dulces,
se juntaron volando con las tuyas.
Palabras son palabras, afirmaste,
pero ellas te contaron de sus marinerías
hasta colmar el yodo de tu copa
y dejaron oscuro en tu despacho
el enigma perpetuo del zureo.
A por ellas te fuiste en los aviones,
en lanchas, en tartanas, en camiones
repletos de verduras hasta el mar otra vez.
Hoy son ellas que vienen a tu nombre
como al lugar de las conversaciones.
Helas aquí en bandadas, las mansas, las ariscas,
las prohibidas, las nuevas y las viejas, las sabias,
las eméritas palabras: plazuela, placita, placeta,
placentuela, pleamar, plaza, poesía,
que las contiene a todas, y tú al centro,
echándoles maíz, panizo, mijo,
zara, capi, abatí, canguil, zahina,
echándoles al viento las doradas semillas del idioma.

José Luis Vega


Rueda de la fortuna

Hacer lo que hacemos es siempre un espectáculo,
pero vale la pena porque al final de cuentas se
trata de la vida.
Se trata de vivirla por lo menos como no manda nadie
ni Cristo ni el Estado ni la Lluvia.
Se trata de la arena, de echar a andar con júbilo
por el listón sin fin junto a las olas
mientras la niña coge caracoles silvestres.
Se trata del amigo
que un buen día se te mete en la casa lleno de golondrinas y
[melones.
y te saca a bailar en las tabernas
hasta el cuerno jocundo de la luna
(…)
Pero al final también se trata de morirnos,
de acabarnos un poco cada vez,
como dicen:
cesar de respirar,
pasar a mejor vida,
podrirnos,
morir para nacer
nacer para morir,
subir al cielo,
asarnos en las pailas,
expirar
exhalar el último suspiro,
limpiarse el pico uno,
fallecer,
sucumbir,
inmolarse ante el tiempo
y todo porque sí,
porque nadie está exento
porque realmente es útil y necesario
porque la muerte es parte de la vida.

José Luis Vega


Sínsoras

Cuando muera, iré a la calle de la Cruz.
Bastará este deseo de viandante
y la eficacia del atardecer.
Iré a esa calle que de cielo a cielo
parte en dos la ciudad.
Sabré la cifra de sus adoquines
y por qué su inclinada geografía
me devuelve a Lisboa, a Éfeso,
a cierta esquina de Valparaíso
o a otros puertos translúcidos, sin nombre.
Bajo un paraguas, que nadie me verá,
descenderé silbando hasta la Dársena
donde fondea una barcaza oscura.
En las aguas pesadas y oleosas
habrá restos flotando a duras penas
y unos ojos exactos de aguaviva.
Será a la hora de soltar amarras.
A dónde iré cuando la noche caiga,
eso ya no lo sé.

José Luis Vega









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