Areíto de las Vírgenes de Marién

Coro

Bellas hijas de Elim y del Turey,
el arieto de amor al viento dad,
y al son del tamboril y del magüey
aéreas en torno del Zemí danzad.

    I

El momento feliz en que la vida
Louquo potente e invisible creó
la raza de Quisqueya, ennoblecida,
del caos confuso, ante la luz surgió.

Cacibajagua, la caverna ardiente
que guarda en su región Maniatibel
fue la cuna inmortal de Elim luciente,
padre fecundo de la indiana grey.

En ella el germen de la tierra indiana
inmóvil, mudo, mírase flotar,
y un beso de la luz de la mañana
hizo un ser amoroso palpitar.

Convertido fue en árbol, donde el viento
llegó en torno sus alas a batir,
y las hojas nacieron de su aliento
y los campos se vieron sonreir.

Del Turey derramó vaso de aromas
sobre el árbol de vida el Gran Zemí,
y montañas, erial, valles y lomas,
todo se adorna en la naciente Haití.

Coro

Bellas hijas de Elim y del Turey,
el arieto de amor al viento dad,
y al son del tamboril y del magüey
aéreas en torno del Zemí danzad.

   II

Nació de ese árbol, en tan bella hora,
fecunda, esbelta, misteriosa flor,
castísima gemela de la aurora,
hija inocente del primer amor.

Y, a la sombra del árbol, dulce arrullo
alzaron las palomas de Marién
cuando el naciente, virginal capullo,
abrió la flor para esparcir el bien.

Pobláronse las vastas soledades
de seres mil en infinito amor,
que el inmenso confín de las edades
llenan de gloria, de virtud y honor.

El santuario del bosque, las cabañas,
que sombrean las palmeras y el bambú,
las pampas que circundan las montañas,
las vegas que regando va el Camú,

del culto de Marién ya propagado
repiten el sonoro yaraví,
mientras el perfume del aloe sagrado
lanza al aire el luciente canaí.

Coro

Bellas hijas de Elim y del Turey,
el arieto de amor al viento dad,
y al son del tamboril y del magüey
aéreas en torno del Zemí danzad.

  III

Con flores de la ígnea índica zona,
con raras conchas del caribe mar,
llevad tejida la inmortal corona
que vais a los Zemís a consagrar.

Bulliciosas, ceñidas con la pompa
del misterioso rústico jardín,
el aire vago vuesto areito rompa
y llegue al trono en que se asienta Elim.

Deslizaos, como en medio de las hojas
la tierna madre, la primera flor,
cuando sintáis vuestras mejillas rojas
al beso ardiente del primer amor.

Dejad henchirse vuestro seno altivo
cual la fruta sagrada del mamey
cuando el dardo os arroje fugitivo
el dios fecundo de la indiana grey.

El Gran Zemí es el padre de la vida;
de él nos viene la luz del corazón,
el aire puro que al placer convida,
el principio inmortal de la creación.

¡Feliz momento en que al amor se dieron
todos los hijos del Supremo Ser!
¡Felices los que -amando- se rindieron
unidos a su omnímodo poder!

Coro

Bellas hijas de Elim y del Turey,
el arieto de amor al viento dad,
y al son del tamboril y del magüey
aéreas en torno del Zemí danzad.

José Joaquín Pérez



Ecos del destierro

¿A dónde vas, humilde trova mía,
así cruzando los extensos mares,
con el eco fatal de la agonía
que lanzo lejos de mis patrios lares?...

¡Ay! dime si a mi triste afán perenne
darás, volviendo, plácida esperanza,
o si rudo el destino su solemne
sentencia contra el bardo errante lanza.

Di si una pobre, triste, solitaria
madre que llora sin cesar, me augura,
dirigiendo hacia el cielo su plegaria,
penas amargas o eternal ventura.

Di si aún resuena lúgubre en su oído
aquel adiós del alma que le diera,
o si en su seno casto, bendecido,
mañana reclinado verme espera.

¡Ay! Dime, dime! En tan funesto día
dispersas vi mis ilusiones bella;
campos de flores, do el reflejo ardía
de un cielo azul de nítidas estrellas.

Y hoy... la experanza en abandono llora
en los escombros y cenizas yertas
de tantas dichas que aún el alma adora,
de tantas dulces ilusiones muertas...

Ve, ráfaga fugaz, del alma aliento,
cruzando abismos a la patria mía,
¡que a ti no puede un sátrapa violento
imponerte su ruda tiranía!

Juega en las linfas de Ozama undoso,
besa los muros do Colón cautivo,
de negra y vil ingratitud quejoso,
el peso enorme soportara altivo.

Y si en la ceiba centenaria miras
muda ya el arpa que pulsé inspirado,
con los trenos de amor con que suspiras
haz que vibre mi nombre ya olvidado.

Yo soy aquel cantor que entre su seno
la alondra cariñosa comprimía,
mientras en el nido, de hojas secas lleno,
verdes guirnaldas con afán ponía.

Yo soy el trovador de esas colinas,
que de Galindo en la feraz altura,
velado por las sombras vespertinas,
rindió culto al amor y a la hermosura...

Vé, ráfaga, suspira, gime y canta;
a mi ángel puro con tu incienso aroma;
"ella" el santuario de mi vida encanta
cuando su imagen en mi mente asoma.

Vé y si junto a mi madre, mi inocente
dulce huérfana implora por mí al cielo,
estampa un beso en su virgínea frente,
signo de amor y paternal desvelo.

Y a todo lleva, humilde trova mía,
así cruzando los extensos mares,
el eco de la angustia y la agonía
que lanzo lejos de los patrios lares...

José Joaquín Pérez



El junco verde

"Jueves 11 de Octubre... Vieron pardelas y un
junco verde junto a la nao...
Con estas señales respiraron y alegráronse todos".
(Diario de navegación del Almirante).

I

Fugaz sobre el cerúleo Mar Caribe,
al soplo inquieto de la brisa, vuela,
y el dulce rayo matinal recibe
del inmortal Colón la carabela.

Él, de pie y en la proa, absorto mira
en lontananza vago punto verde,
que, cual juguete de las ondas, gira,
y en la vasta extensión del mar se pierde.

-"¡A virar!", grita trémulo, agitado,
con la emoción del que, temiendo, espera,
y ve en el porvenir ya realizado
lo que un sueño falaz tan sólo era.

Dócil cede la nave; en pos se lanza
de eso que informe en el abismo vuela;
¡dulce y vago vislumbre de esperanza
con que el alma del nauta se consuela!

En febril ansiedad Colón suspira,
sus ojos el espacio devorando;
y ya, a la luz crepuscular, se mira
cerca el objeto ante la proa flotando...

-"¡Hosanna! ¡Gloria!" -de rodilla entona.
"Oh, bendito el Señor por siempre sea!"
Y a un éxtasis de dicha se abandona
aquel genio inmortal que un mundo crea.

Agrúpase la turba que, insolente,
sacrificarlo a su furor quería
y dobla humilde, con fervor, la frente
ante el noble coloso que la guía...

Pero... ¿qué ha despertado así el delirio
de esos hijos del mar? ¿Cuál es el bello
talismán de esa fe, cuando el martirio
graba en sus almas tan horrible sello?...

-"¡Mirad -dice Colón- he aquí mi gloria!"
Y del océano su potente mano
recoge un junco verde cuya historia
guarda un profundo y misterioso arcano.

Aquel junco, viajero solitario
en la vasta extensión del mar,
encierra el fíat fecundo, poderoso y vario:
la esperanza inmortal de luz -¡la Tierra!

Reliquia del amor que la ígnea zona
ofreciera al intrépido marino;
rico florón de la primer corona
que sonriendo le ciñe ya el destino.

Por eso él a su seno lo comprime,
y en él sus labios afanoso sella;
pues ese junco el corazón redime,
donde el pesar profundizó su huella.

II

Mientras la brisa nocturnal soplando
rauda empuja la frágil carabela,
el extenso horizonte contemplando
en dulce insomnio, el Almirante vela.

¡Noche de sombras, de perenne anhelo,
en que cada celaje que fulgura
-débil reflejo de la luz del cielo-
el nuevo mundo que soñó le augura!

La sutil, vaporosa y áurea niebla,
nuncio del alba, en el espacio gira,
y el mar y el aire y los confines puebla
y todo aliento de placer respira.

Del tope de La Pinta, que se avanza,
"¡tierra!", dice una voz; y el eco vibra;
y ese grito sublime de esperanza
conmueve el corazón en cada fibra...

Allá -entre la infinita muchedumbre
de las galas que espléndida atesora,
tras la bruma lejana-, enhiesta cumbre
surge el beso del rayo de la aurora.

"¡Mundo de amor, risueño paraíso,
verde oasis de luz en mi desierto
yo te bendigo, porque en ti Dios quiso
brindarme al fin de salvación el puerto!"

Así exclama Colón; y en la ribera
de esa ignota región de maravilla,
en el nombre de Dios, con fe sincera,
tremola el estandarte de Castilla.

La hermosa Guanahaní, donde el lucayo
en su cabaña, que ceñía de flores,
viera pasar en lánguido desmayo
una vida de paz, dicha y amores,

fue la primera do la ruda planta
estampó esa falange triunfadora
que -al dulce amparo de la fe- levanta
suplicio vil junto a la cruz que adora.

III

Después que de Colón y de Castilla
la fama el triunfo por doquier pregona,
y ya Quisqueya, conquistada, brilla
cual joya de la ibérica corona;

Colón regresa a sus antiguos lares,
y al pie de los monarcas protectores,
de sus conquistas en lejanos mares
depone los magníficos primores.

Pero en su pecho, y recamado de oro,
de ricas perlas y coral, se mira
portentoso y espléndido tesoro,
reliquia santa que entusiasmo inspira.

Es un pedazo de aquel junco verde
que en las aguas del mar vió confundido,
y que allí guarda, porque allí recuerde
que está su corazón agradecido.

Con él lleva doquiera vinculado
un mundo de esperanzas y delirio;
con él la adversidad ha consolado
cuando la ingratitud le dió el martirio.

En la prisión, en el fatal camino
de su infortunio, lo llevó a sus labios;
con él lloró su singular destino:
la gloria que a la envidia causó agravios.

Y cuando aquella frente victoriosa,
donde un mundo encerró la Omnipotencia,
al rudo peso de calumnia odiosa,
sobre un lecho de mísera indigencia,

el reposo encontró que nunca hallara
en el seno radiante de su gloria,
fue su tumba del junco verde el ara
donde el mundo hoy venera su memoria.

José Joaquín Pérez


La vuelta al hogar

Ondas y brisas, bruma, rumores,
suspiros y ecos del ancho mar,
¡adiós! que aromas de puras flores,
¡adiós! que todo cuanto se alcanza,
dicha, esperanza,
y amor me llaman allá en mi hogar.

¡Ya ve el proscrito sus patrios lares!
Ve azules cumbres lejos sombrear
grupos de nieblas crepusculares,
y el ansia siente del paraíso
que darle quiso
Dios en el seno del dulce hogar...!

Si peregrino, si solitario,
otras regiones se fue a cruzar
la ley temiendo de un victimario,
¿el caos qué importa si un sol luciente
brilla en su frente
y hoy sonriendo vuelve al hogar?

¡No más torturas en su alma libre!
¡No más memoria de su pesar!
¡No el odio estéril sus rayos vibre,
que el patriotismo ya sólo espera
por vez primera
calma y consuelo bajo el hogar!

Virgen de América, suspiradora
cautiva indiana, vuelve a gozar;
si atrás hay sangre, luz hay ahora...
Ayer el hierro y hoy es la idea...
¡Tu gloria sea
ver a tus hijos junto al hogar!

¡Cuán bella eres acariciando
todos unidos los que al vagar,
-errantes unos y otros luchando-
sufrieron ruda la tiranía
que hacer quería
huérfanos tristes sin pan ni hogar...!

¡Ya no hay festines patibularios!
¡Ya no hay venganzas con que saciar
su vil conciencia crueles sicarios!
¡Ya no hay vencidos ni vencedores!
¡Sólo hay de flores
castas coronas en el hogar...!

¡Mi dulce Ozama! Tu bardo amante
a tus riberas torna a cantar,
y tras él deja, por ti anhelante,
lejanos climas y humilde historia,
tierna memoria
¡del peregrino vuelta al hogar...!

Bajo tus ceibas y tus palmares,
sobre tu césped y entre el manglar
aún se oye el eco de los cantares
de aquella infancia, fugaz, que en horas
engañadoras
llenó sus sueños de amor y hogar!

Y, ¡ven! le dice cada paloma
tímida y mansa que ve cruzar
desde la cumbre de enhiesta loma,
cuando las alas tiende y su arrullo
mezcla al murmullo
del río que baña su dulce hogar!

Y, ¡ven! le dice ronco el estruendo
que hace en las rocas lejos el mar...
¡El mar!, que un día su adios oyendo
fue de ola en ola su adios llevando,
luego tornado
con hondos ayes del pobre hogar!

Y todo cuanto su ser le diera!
¡Ven! dice el polvo que va a besar
donde mañana como postrera
ráfaga cruce su vida breve,
donde se eleve
su tumba humilde junto al hogar!

Así, -suspiros, brisas, rumores,
lánguidas ondas y ecos del mar-,
adios decidme, que todo: amores,
gloria, esperanza, paz bendecida,
tiene hoy la vida
del pobre bardo vuelto al hogar...!

José Joaquín Pérez





















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