Así es mi amor

Todos dicen mamá que hoy es tu día;
la prensa lo anuncia con muchos detalles,
se oye en la radio, se escucha en las calles,
pero así yo no lo entiendo madre mía.

Si otros te festejan solamente un día,
no juzgo a nadie por pensar así,
pero en esta dimensión y desde aquí,
yo te recuerdo diariamente madre mía.

Porque todos los días pertenecen a ella;
madre es la imagen consagrada en Dios.
Ella es la bondad que sublimada en pos
alcanza los fulgores de una estrella. 

Hoy te ofrezco aquellas flores de mi huerto,
las gardenias del alba que cultivé en enero,
para decirte mamá lo mucho que te quiero;
soy tu hijo que siente que no has muerto. 

De tu divino vientre floreció mi vida,
de tu virginal dulzura mi alma sigue llena.
Yo tuve una madre inmensamente buena
y una madre, Señor nunca se olvida. 

¡Con cuánto esmero me cuidaste de niño,
cuando me arropabas en tu blando regazo!
Yo quisiera en tu trono alargarte un abrazo
y elevarlo en salmos con mi eterno cariño.

Llevo tu sangre en mí y esa es mi fortuna,
el brotar de tu ser fue un regalo divino:
me diste tu ejemplo, me enseñaste el camino
y supe de tus grandes virtudes una a una. 

Fui el último fruto de tu vientre bendito,
pero te fuiste muy pronto madre adorada.
El crepúsculo cubrió de repente mi alborada
y el mundo que yo soñaba se volvió chiquito.

Pero Dios quiso tenerte así a su lado
porque necesitaba otro ángel junto a Él,
un ángel que por siempre fuera fiel
a su noble y prodigioso apostolado.

Te fuiste mamá sin un adiós siquiera.
El Señor te llamó para cumplir una misión,
pero que triste quedó mi alma, ¿qué razón
había para sufrir de esa manera? 

Si, me molesté con Dios por el momento,
pero te vi ascender gloriosa a las alturas,
allá donde las brisas son más puras
y más clara la luz del firmamento.

Pedí perdón a Dios a quien amaba
por ser en ese instante irreverente,
cuando el Señor me dijo sonriente
que mi madre desde el cielo me cuidaba.

Ya se han borrado aquellos días grises
que marcaron mi vida adolescente,
y hoy disfruto mi vida en el presente
al sanar al fin mis cicatrices. 

Ya mi mundo inventado se volvió pequeño
pero aún cultivo flores de todos los colores:
que perfumen en ti para rendirte honores
y saberte en mí Cuando Queda el Sueño. 

Hasta luego mamá, ya volveremos a hablar,
para contarte cosas que recuerdo tanto,
pero sin tristezas, ni amarguras, ni llanto,
pues hoy me ha gustado contigo conversar. 

Antonio A. Acosta Fernández







No hay comentarios: