De Sueños y El Amor

Basta un silencio entre los dos para que escuche el tránsito lejano de la calle. Una bocina absurda, el escape libre de una motocicleta, un petardo o más de una propaganda política. Pero cuando vuelves a hablar, el resto calla, la calle enmudece y sólo en el silencio se engarzan tus palabras. Te escucho, simplemente. Y mi falta de respuesta la vuelve a encerrar en su silencio. Mis pobres oídos se cansan de ese juego. De la calle a tus labios, de ellos al zumbido lejano de la calle.

Salgo al balcón. Los malvones están caídos. El Sol exagera en sus caricias y puede marchitarlos. Un pájaro hace rúbricas antiguas en el aire y una abeja perdida intenta vanamente entrar a la casa. Puedo entrever la calle a través de las persianas de los árboles. Vivo la irrealidad de esos momentos. Momentos esperados, lo confieso, pero también temidos. Los reproches. La queja irremediable de lo ido. Y un vacilar de luces, el futuro. ¿Por qué tantas cuestiones planteadas sin dejar un resquicio muy pequeño para que se cuele en él el viejo afecto?

Aún me encantan tus labios en el rictus que traduce el estado de tu ánimo. Vuelvo a enfrentarte. Dejo neutralidad del balcón que me ha acogido y regreso a tus ojos que sostienen con decisión lo gris de mi mirada. “¿Y después?” De nuevo la pregunta que no quiere respuestas inmediatas. Y después. Después es todo y nada. Después es el futuro compartido con tu instancia de diosa rencorosa. ¡No vuelvas a decir esas palabras! No quiero el “Y después” como consigna, como aquel santo y seña ya vencido. Sabes que me sulfuras y lo haces con la astuta estrategia femenina. Y no sale la palabra de mi boca y regreso al balcón de mi refugio.

“Es hora de almorzar”, me lo recuerdas, restándole importancia a lo ocurrido. Y me enfurezco más pero en silencio. No quiero demostrar que estoy herido. Adopto el mismo tono y me decido: “Tú me conoces bien, no tengo horarios para comer tres veces en el día.” Tú levantas los hombros en respuesta y me das un adiós apenas dicho. Abres la puerta de calle con suavidad felina y la cierras después muy suavemente. Eres tan educada como hermosa. Hierves de furia, pero te contienes, en espera de un momento propicio a tus deseos.

Enciendo la tevé, me ladra un noticiero con los fraudes, la corrupción y el robo ciudadanos. Esa engolada voz me da tristeza. Apago el transmisor y de la calle me viene la hora pico del ruido. ¿Hasta cuándo serán estos encuentros? No lo sé, simplemente lo confieso. Estoy harto de ellos y recaigo con tozudez de mula en el empeño. El reloj da una sorda campanada. Las doce y cuarto ya, y el tiempo muerto. Y de nuevo el balcón me brinda asilo. ¡Cuánto dista el amor de nuestros sueños!

José Luis Appleyard
Suplemento El Correo Semanal. Diario Última Hora. Sábado 23 de Agosto de 1997. Fotografía de la Página Web http://www.portalguarani.com


El tiempo

Ya es ayer pero entonces era siempre
un trasegar de horarios inmutables
desde la noche al sol.

Cada semana
era distinta e igual a la siguiente.
El niño desdeñaba el calendario
y su patrón reloj era el cansancio.
Edad sin equinoccios, solo el tiempo
de ser feliz y entonces ignorarlo.

José Luis Appleyard


En mayo he nacido

A los cincuenta y seis años la vida
se me ha vuelto aventura prodigiosa.
Subir a una atalaya y desde arriba
contemplar la comedia deliciosa
de quienes quieren -eternos filisteos-
ser más por lo que tienen, que es la nada,
y se vuelven burbujas iriscentes
de un volcán que no fue, siendo encontrada
vanidad que ruidosamente acaba
fraguando, gris, el trueno de sus voces
en la inútil ceniza de la lava. 

Mangrullo, alcor, lugar desde el que veo
mi propia solitud, mi sueño herido,
mi transitar de voces cuyos ecos
atesoran lo poco que he vivido.
La edad es la espiral de los recuerdos,
consigna irreversible que me lleva
al cofre que no fue, duro baúl mundo
torcido en su vejez como la esteva
de un arado combado por el tiempo,
transido por los años y los meses,
saliva de la tierra en la que mora
la dulce lenidad de tantas mieses. 

Y estoy en el alcor que dan los años,
tan ciego y tan vidente como entonces,
cuando mi voz, desperdiciando vientos
cantaba en el insomnio de los bronces. 

Tal vez quiera callar, tal vez la altura
se me llene de vértigo, de voces,
de campanadas locas de horizontes
huyentes hacia el fin, siempre veloces,
inatajables, desbocadas, plenas
de la febril primicia del intento
de decirles-decirme que la vida
es el juego terrible de un momento. 

La altura da avidez de sensaciones
al tiempo que limita nuestras miras,
la altura de la edad es el comienzo
de ver la vacuidad de nuestras iras
y el descenso imposible dicta normas,
la propia gravedad se desvanece,
la altura de los años no permite
destejer esa túnica que crece
y comprime el futuro, lo hace estrecho
en un aire que presto se enrarece.

A los cincuenta y seis años la vida
-espiral ascendente- me depara
la aventura de un mundo sin mentiras
que me lleva a beber, lúcida y rara,
el agua que busqué desde la infancia
en incontables fuentes y hoy es pozo
profundo de mí mismo, el agua limpia,
lustral generadora de mi gozo.

José Luis Appleyard

La pregunta es difícil

Si puedes, tú,
vivir sin heladera,
si puedes ser tú, hombre,
sin mujeres,
si puedes prescindir
del alimento,
de la televisión,
de radio, del momento.
Pero larga y estéril letanía
siguiera con los sí
condicionales,
y sin embargo insisto
y te pregunto
si yo quisiera hoy
¿a quién quisiera?
La pregunta es difícil porque entraña
alguna vocación,
algún pedazo
de mi propio sentir,
algún harapo
de ser como yo soy,
pero mintiendo.
¿Entiendes mi verdad,
manto sagrado,
recamado en los oros del silencio?
Mi verdad que la digo
y que me nombra
como un ser con la espina
que está ardiendo.
Yo ya no soy lo que ya fui,
una espina
libera mis palabras y las trata
como a una ropa vieja que resume
agua y jabón,
sin manos, uñas bastas. 

Pero te quiero a ti,
no sé quién eres,
debo querer,
debo saber el verbo
de ser lo que no fui
y lo que quiero.

José Luis Appleyard


Las palabras

A veces hay palabras que se mueren
y no las resucita el diccionario;
palabras simples, claras, que acrecieron
el verbo de la infancia en nuestros labios.
En balde las buscamos para darles
una vida que ha muerto con los años. 

Dulces palabras nuestras exiliadas
solo sonido ya desamparado,
que por un tiempo fueron los mojones
de nuestro personal vocabulario.
Es inútil buscarlas, ya se han muerto
bajo el peso brutal del diccionario.

José Luis Appleyard


Yo

Yo cuando siempre y por entonces mudo,
abierto hasta el dolor, sin presentirlo,
sol de mi sombra y amparado escudo,
aullantes de nostalgias mis sentidos,
yo sin saber, y oscuro retenido,
agitando rincones agoreros,
buscando entre las risas otros labios
de azucenas lloradas de aguaceros.

Yo siempre así, sin fuerza para el río,
para nadar lo gris de la corriente,
hecho de asa inerte y sollozada
en la inquietud de ser adolescente.
Yo sin virtud, que por matar la mía
abandoné el silencio y la espectancia
y oscureciendo el tono de mis ojos
dejé morir sin rosas una infancia.

Sí, siempre yo y ya nunca consentido
de un huérfano dolor y canto mío,
igual a todos y aterido y triste,
yo frente a mí y ya nunca niño mío.

José Luis Appleyard






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