El amor rendido

Las pesadas cadenas
del despotismo atroz ufano hollando,
cantemos, lira mía,
el acordado tono al cielo alzando,
la presente alegría
y las pasadas penas;
libertad sacrosanta, tú me inspira;
que sólo libertad suene mi lira.

Mientras fue mi morada
la esclava Hesperia, del rapaz Cupido
la flecha penetrante
de aguda llaga el corazón ha herido;
hoy peto de diamante
a su punta acerada
oponer quiero, y, de firmeza armado,
sus amenazas arrostrar osado.

¡Oh deidad inclemente!
¡Oh Cupido implacable! ¡Oh santo cielo!
¿Qué beldad peregrina
Viene a las Galias del hesperio suelo?
¡Oh belleza divina!
A tus pies reverente
me postro humilde, y ante ti rendido,
Amor, confieso a voces, me ha vencido.

Al duro yugo atado
la cerviz humillada, al fiero en vano
perdón ¡ay Dios! le pido;
que en mis lloros se ceba el inhumano,
y al carro en triunfo uncido,
con el dedo mostrado,
el quebrantado cuerpo puede apenas
arrastrar las gravísimas cadenas.

De mis ojos cansados
huyó por siempre el apacible sueño,
y en perenes raudales
de amargo llanto el porfiado empeño
de mis penosos males
en mi daño obstinados
¡ay! los ha para siempre convertido,
y en quebranto inmortal ¡ay! me ha sumido.

Deidades sacrosantas
que en Olimpo subido hacéis manida,
muévaos mi humilde ruego;
apagad en mi pecho la encendida
llama de amante fuego;
postrado a vuestras plantas,
de vos aguarda un triste este consuelo;
mas ¡ay! que al desdichado es sordo el cielo.

¡Oh deidad sobrehumana!
A ti fue dado, hermosa, solamente
la pasada alegría
tornar ¡ay triste! al corazón doliente;
ablanda, Diosa mía,
tu condición tirana;
mira cuál a tus pies ruego amoroso;
di una sola palabra, y soy dichoso.

José Marchena Ruiz de Cueto


"Conviene, por tanto, que los ministros de la religión nacional dependan, lo más que fuere posible, de los magistrados, que éstos no los pierdan un instante de vista para cerciorarse del contenido de sus doctrinas; no porque sea incumbencia de la potestad civil averiguar si el camino por donde conducen al cielo es el más derecho y seguro, que eso fuera profanar las arcas, empero sí para convencerse de que su predicación conspira a la felicidad de los individuos de mancomún con las leyes y que no hay divergencia, ni mucho menos oposición, en las máximas de vida que la legislación y la religión prescriben."

Abate Marchena
Discurso en apoyo de la Ley sobre extinción de monacales y reforma de regulares




El sueño engañoso

Al tiempo que los hombres y animales
en hondo sueño yacen sepultados,
soñé ante mí los pueblos ver postrados
alzarme rey de todos los mortales.

Rendí el cetro a las plantas celestiales
de Alcinda, y mis suspiros inflamados
benignamente fueron escuchados;
me envidiaron los dioses inmortales.

Huyó lejos el sueño, mas no huyeron
las memorias con él de mi ventura,
la triste imagen de mi bien fingido.

El mando y el poder desparecieron.
¡Oh de un desventurado suerte dura!
Amor quedó, mas lo demás es ido.

José Marchena Ruiz de Cueto



"Conviene, por tanto, que los ministros de la religión nacional dependan, lo más que fuere posible, de los magistrados, que éstos no los pierdan un instante de vista para cerciorarse del contenido de sus doctrinas; no porque sea incumbencia de la potestad civil averiguar si el camino por donde conducen al cielo es el más derecho y seguro, que eso fuera profanar las aras, empero sí para convencerse de que su predicación conspira a la felicidad de los individuos de mancomún con las leyes y que no hay divergencia, ni mucho menos oposición, en las máximas de vida que la legislación y la religión prescriben."

Abate Marchena


El estío

Del álamo frondoso
las verdes hojas ya se han marchitado;
el segador cansado
en mitad de la mies toma reposo.
Por aquí un arroyuelo bullicioso
con aguas cristalinas corrió antes,
ora un aire inflamado
y de la seca arena el polvo ardiente
enciende al fatigado pasajero.

Un delicioso otero
del Tormes rodeado
con su sombra suave nos convida,
do el aromado ambiente
del céfiro empapado
en olores fragantes
de millares de flores
su blando soplo espira a los amantes.
Todo respira amores;
las tiernas palomillas
con ardientes arrullos repetidos
muestran su amor; las tristes tortolillas
con profundos gemidos.

Allí, mi bella Emilia, viviremos
lejos del mundo, libres de cuidados;
las vacas por el día ordeñaremos;
ornaré yo tus sienes
de azucenas y rosas,
y en amantes delicias anegados
de la vida las sendas espinosas
sembraremos de bienes.

Emilia, bella Emilia, ¿qué tardamos?
Huye la vida, y vuela presurosa;
antes que nos sepulte eterno sueño
¡ay! ¿por qué los placeres no gustamos?
Olvidemos la ciencia fastiDiosa,
depongamos el ceño,
a Amor sacrifiquemos
y sus dulces deleites ¡ay! gocemos.

Abate Marchena



“He venido dando un rodeo porque la guillotina corre detrás de la gente.”

Abate Marchena


La ausencia

De la eterna manida del lamento
pálidos habitantes, malhadados
reinos a do jamás cupo el contento,

no; jamás vuestros Dioses enojados
tormentos inventaron que igualasen
la ausencia a que me fuerzan ¡ay! los hados.

No plugo al crudo cielo que bañasen
de Adur las ondas mis cenizas hiertas
y plácidos mis manes reposasen.

Yace aquí un amador, yacen sus muertas
esperanzas, el túmulo diría,
su fe constante, y sus finezas ciertas.

Tal vez sobre mi tumba lloraría
ceñido de ciprés un fiel amante
de su ingrata señora la falsía.

Mi sombra en torno del sepulcro errante
sus lloros enjugara, y su quebranto
compadeciera, y su penar constante.

Bella Minerva Aglae, de tu llanto
una lágrima acaso regaría
los huesos de quien vivo te amó tanto.

¡Oh, cuál de tu dolor ufana iría
mi alma a morar en los Elisios prados,
y mi ventura alegre cantaría!

Jamás del dulce Orfeo los acordados
tonos con mis canciones se igualaran;
y fueran otra vez embelesados

del Tártaro los monstruos, y cesaran
las ondas del Leteo su corriente,
y las tremendas Furias se aplacaran.

Mas ¡ay! de ti, mi dulce bien, ausente,
ronca suena mi lira, y triste lloro
vierten mis ojos hechos larga fuente.

Estos mis cantos son: Minerva adoro;
¿dó estás, Minerva Aglae? ¿no me entiendes?
Sólo se escucha el murmurar sonoro

del Sena, y mis sollozos; ¿y no atiendes,
ingrata, a mi dolor? ¿Y yo ando en vano?
¿Y tú mi fuego más y más enciendes?

En esto que de ti me hallo lejano,
Eco responde solo a mis querellas;
yo en llanto amargo me deshago insano.

¿Por qué la Fama, di, pregona bellas
de este Sena las Ninfas tan preciadas?
¿Junto a Minerva Aglae qué son ellas?

De su hermosura así son eclipsadas,
como del alma Venus la belleza
sus émulas confunde despechadas.

El duro Amor ceñido de crueza
la sigue a todas partes; con halagos
el falso va escondiendo su fiereza.

¡Guarte, mortales tristes! ¡Qué de estragos!
¡Cuántos de letal flecha son heridos!
¡Qué días les prepara Amor aciagos!

Llévate ¡oh deidad cruda! tus mentidos
favores, y tus glorias lisonjeras,
y tórname mis bienes ¡ay! perdidos;
¡Ay! tórname mi alma y paz primeras.

Abate Marchena



La Revolución Francesa

Suena tu blanda lira,
Aristo, de las Ninfas tan amada,
cuando a Filis suspira,
y en la grata armonía embelesada
la tropa de pastores
escucha los suavísimos amores.

Mientras mi bronco acento
dice del despotismo derrocado
de su sublime asiento,
y con fuertes cadenas aherrojado
el llanto doloroso
al pueblo de la Francia tan gustoso.

Cayeron quebrantados
de calabozos hórridos y escuros
cerrojos y candados;
yacen por tierra los tremendos muros
terror del ciudadano,
horrible baluarte del tirano.

La libertad del cielo
desciende, y la virtud dura y severa;
huye del francés suelo
el lujo seductor, la lisonjera
corrupción, el desorden;
reinan las leyes con la paz y el orden.

El fanatismo insano
agitando sus sierpes ponzoñosas
vencido clama en vano;
húndese en las regiones espantosas,
y con él es sumida
la intolerancia atroz aborrecida.

Dulce filosofía,
tú los monstruos infames alanzaste;
tu clara luz fue guía
del divino Rousseau, y tú amaestraste
el ingenio eminente
por quien es libre la francesa gente.

Excita al grande ejemplo
tu esfuerzo, Hesperia: rompe los pesados
grillos, y que en el templo
de Libertad de hoy más muestren colgados
del pueblo la vileza,
y de los Reyes la brutal fiereza.

Abate Marchena


Mortal, débil mortal, tal es tu suerte

Mortal, débil mortal, tal es tu suerte;
los placeres más dulces nos fastidian;
Venus, la Diosa Venus, que hermosea
la tierra que vivimos, y las flores
a manos llenas sobre el hombre esparce;
Venus, sagrada Diosa, sus delicias
niega al mortal profano y corrompido,
que en un serrallo obscuro impenetrable
de eunucos y de esclavos rodeado
del dulce amor ignora los delirios.
¡Cuántas veces, amigo, cuántas veces
de amor en los placeres anegado
en ardientes suspiros el sensible,
el inflamado corazón se exhala
en brazos de mi Doris! ¡Cuántas veces
sus lágrimas mis besos enjugaron!
Y cuando Amor nos dio su dulce néctar...
Nuestros sentidos todos embriagados
en deleites divinos, nuestra alma
gustó la dicha y el placer supremo.

Abate Marchena


"¿Quién se ha de persuadir a que yo soy un enemigo de la libertad cuando tantas persecuciones he sufrido por su causa, [...] un anarquista, cuando por espacio de diez y seis meses en mi primera juventud me vi encerrado en los calabozos del jacobinismo? [...] Mas nunca los excesos del populacho me harán olvidar los imprescriptibles derechos del pueblo; siempre sabré arrostrar la prepotencia de los magnates, lidiando por la libertad de mi patria."

Abate Marchena


“Tirano, me has olvidado. Dame de comer o córtame la cabeza.”

Abate Marchena


"Yo aborrezco todo empeño que coarte la libertad."

Abate Marchena














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