Fiat Lux

La juventud lo manda; ¡es necesario!

Es fuerza que ahuyentemos los dolores;

es fuerza que del alma en el santuario

derrame la ilusión sus blancas flores.

¡Es preciso! La mano del destino

nos señala la luz de otra alborada…

¡Quitémonos el polvo del camino

para emprender de nuevo la jornada!

¡Amemos otra vez! ¡Ya viene el día!

¿Qué importa el pesar y el desencanto?

¿No sabes que el dolor –ave sombría–

cuando nace la luz, calla su canto?

La lágrima es la gota de rocío

que guarda el corazón en su corola;

cuando reina la noche, causa frío;

mas, al nacer el astro, se arrebola.

Los que saben sufrir saben ceñirse

el laurel inmortal de los amores:

y ruedan en la lucha, sin rendirse,

envueltos en su clámide de flores.

¿Qué importan las tinieblas del pasado,

si hay un mundo de luz en el presente?

¡El recuerdo es un lirio deshojado

que se va con la espuma del torrente!

¡Volvamos a soñar! Que conmovida,

sacuda la esperanza su plumaje.

¡Prenda el amor su aurora enrojecida

y echemos nuestra barca al oleaje!

Allá está el porvenir; allá… muy lejos.

Allá está la virtud y la hermosura.

Allá tiende su hamaca de reflejos

el astro colosal de la ventura.

Allá está el porvenir, do nos espera

un ejambre de ensueños celestiales.

Allá está el porvenir. ¡La primavera

en su lecho de rosas tropicales!

Allá todo es placer: la playa ardiente;

el mar donde la nave se recrea;

el gran faro de luz intermitente:

¡la esperanza inmortal que parpadea!

Allá las aves de brillantes plumas;

el cielo azul, el horizonte abierto

y el torrente que riza sus espumas

rociando las campánulas de hierro.

Y allí la virgen de semblante tierno,

de ojos de luz, de labios de madroño,

más bella que una tarde de invierno,

más dulce que las frutas de otoño.

¡Oh, vamos hacia allá! Que estremecido

sacuda el corazón su horrible calma;

es preciso que el alma busque un nido;

¡es necesario amar con toda el alma!

¡Amor, sublime amor, te necesito!

a ti, que el iris en el cielo extiendes.

Mi pobre corazón es un proscripto

y su patria eres tú, ¿no lo comprendes?

Mas…¿si torna el dolor?... Si no son ciertas

las dichas ¡ay! que la esperanza mira,

nuestro amor será un ramo de hojas muertas

amarrado a las cuerdas de una lira.

Morelos

Morelos, en mi cantar

no voy a ensalzar tu historia,

que para cantar tu gloria

bastan los tumbos del mar.

Si me acerco hasta tu altar,

si elevo mi voz ufano,

es porque sé, Soberano,

que ante tu sombra de atleta,

no es preciso ser poeta,

sino ser americano.

Playas tibias y escabrosas

donde el mar del Sur estalla,

no opongáis una montaña

a sus ondas espumosas.

Dejadlas; que tempestuosas

estremezcan los manglares;

dejad libres sus cantares,

y que repitan: –¡Morelos!–

¡La tempestad en los cielos,

y el huracán en los mares!

Ese hombre no era un guerrero:

era un león atrevido,

que encerraba en su rugido

la epopeya de un Homero.

Era el celaje primero

de la aurora de victoria;

era luz, para la historia;

amor, para sus hermanos;

odio, para los tiranos;

y para la patria, ¡gloria!

Inmóvil, con faz serena,

en el campo del combate,

ni vacila, ni se abate

bajo el yugo de la pena.

El rumor de su cadena

le da fuerzas: impaciente

las rompe, lucha valiente;

y donde pone la planta,

un nuevo sol se levanta,

y alza un esclavo la frente.

Él lucha, para morir;

y muere para dar vida

a ese pueblo que intimida

al alma, con su gemir.

La esperanza de vivir

jamás ha sido su anhelo.

Se sacrifica, sin duelo,

en aras del patriotismo…

Y ¿qué le importa el abismo

si al otro lado está el cielo?...

¡Y muere!... Cubren los cielos

el cadáver del valiente:

–¡Morelos!– gime el torrente

y gime el bosque: –¡Morelos!–.

Bendiciendo sus desvelos,

México alza su cantar,

levantó hosannas el mar,

y el águila victoriosa,

¡se agita sobre su losa

queriéndolo despertar!

Héroe de Cuautla, el laúd

que a ti levanta este canto,

lo ha humedecido con llanto

mi hermana: la juventud.

El brillo de tu virtud

y tu valor, no se empaña.

Duerme en paz. Que en la montaña

cante tus triunfos el viento…

¡Fue tu cadalso sangriento,

la tumba de Nueva España! 

José María Bustillos



La última novia

Se va, cantando la ilusión primera:
el ideal de la niñez riente.
Se va, después, la virgen inocente:
el ideal del alma en primavera.

Se va tras ellas la mujer sincera
y la siguen la tímida, la ardiente...
¡Todas se van! y el alma indiferente,
al mirarlas partir, calla y espera.

Queda la juventud... Apasionada
nos sigue, con sus besos nos agobia,
y al festín de la dicha nos convida.

¡Y se aleja también triste y cansada!
Que es, ay, la juventud la ultima novia
que engaña al corazón y que lo olvida.

José María Bustillos



Preludio

“Escribe versos”, me dijo
en voz muy baja, el amor
y yo que era un inocente
se los pedí al corazón.
“Escribe versos”, gritóme
después, con trémula voz
el lúgubre desengaño…
¡Y me los dio el corazón!
“Escribe versos”, clamaron
la angustia, el tedio, el dolor…
¡Y yo escribí tantos versos
que agoté mi corazón!

José María Bustillos


Sombra

¡Apágate crepúsculo! No anhelo
tus sombras, tus reflejos, tus paisajes;
desprende la guirnalda de celajes
con que decoras el azul del cielo;
recoge el traje de purpúreo raso,
y después avanzando majestuoso,
arroja tu estandarte luminoso
en el inmenso abismo del ocaso!

José María Bustillos







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