Imagen

Ves discurrir la tarde
con un manso silbido
de lágrima en los ojos,
de música sagrada
en cámaras vacías.
Estancias o dominio
y el perfume en el aire
de labios aleteando
por amor de las nubes,
al roce del deseo…
Su voz será la oscura
sequedad de los campos,
la lluvia o el silencio
que devuelve la frente;
su voz como la queja
inmóvil en los días,
os dejará un olvido
de rostro sin imagen.

José Lupiáñez Barrionuevo


La despedida

Aquí en lo oscuro
quedo pulsando mi dulcémele,
mientras veo que te alejas
feliz, contra la línea del horizonte.
Mueves el cuerpo al son de mis acordes,
cada vez más distante, más cómplice,
y un ritmo de secreto te hace tan diminuto.
sí, te alejas de esta pequeña hoguera
que hemos prendido juntos,
y en la alcoba, se extingue la ardentía,
como hermoso extinguirse era bajo tu cuerpo.
Hay un sol tibio que camina delante,
y una brisa en el rostro de quien amé;
mis besos lleva en él como prendidos,
hoy que se aleja,
feliz, contra la línea del horizonte.

José Lupiáñez



Mirador umbrío

Desde la torre observas cómo cae la tarde,
las últimas montañas perdidas con la niebla,
los árboles que ascienden levemente, el abismo,
el fulgor de los astros que brillan por tus ojos.
Cerca quedan las playas del Sur, amplias
y lentas, vacías a esta hora en que el mar
se desvanece en fuegos. Vive el mar en la brisa,
su mágico vaivén como tus pasos, firmes,
en este oscuro mirador, alto, insomne,
distante como el humo de la ciudad en calma.
Y es el tiempo que inventa su eterno desvarío,
tu sombra, ya fundida con las sombras del mundo.

José Lupiáñez


Noche de las sirenas

Sombras por las esquinas de la noche,
luna roja de sangre, ojo colérico,
que desde el aguacero nos contempla.

Noche de las sirenas, mar de invierno,
luces lejanas figurando astros,
lluvia en el rostro, pesadumbre amarga.

Bajo los altos arcos de la niebla
pasan los catafalcos de los buques,
purpúreos y solemnes, silenciosos...

José Lupiáñez



Nocturnos

En las noches lascivas, amables, suntuosas,
nos miran desde el lecho vibrantes, decididas,
desde el lecho que ha sido la góndola azarosa
donde el amor dejaba sus rosas escondidas.

En las noches lascivas nos miran insistentes,
y sus brazos reclaman más dulzura y más brío,
y sus brazos nos rondan, nos prenden de repente
con la lenta amenaza de un mejor desafío.

Mientras las amas, miras esa oscura recámara:
los autos bordan móviles encajes luminosos;
ellas jadean sin tregua, de brillo acribilladas
y tú esperas tan sólo sus dorados sollozos.

Al fin con queja muerden tus hombros y con lágrimas,
y derraman sus cuerpos de nuevo entre tus brazos,
y tú las acaricias, pasas algunas páginas,
y la historia se acaba durmiendo en sus regazos.

José Lupiáñez


"...Todo me hiere: la tristeza, el perfume,
la adorable cascada de colores ardientes..."

José Lupiáñez














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