"La controversia entre Cagliostro y la Logia de los Philalethes (o amantes de la verdad) pertenece a la historia de la masonería. El 15 de febrero de 1785, los miembros de la Logia de los Philalethes, con Savalette de Langes a la cabeza, se reunieron en París para analizar cuestiones de importancia relacionadas con la francmasonería, tales como su origen, su naturaleza esencial, las relaciones con las ciencias ocultas, etcétera [...] entre ellos había príncipes franceses y austríacos, concejales, financieros, barones, embajadores, oficiales del Ejérci­to, médicos, agricultores, un general y, en último lugar, aunque no por eso menos importante, dos profesores de magia. M. de Langes era un banquero real que había ocupado un puesto destacado en los antiguos Illuminati. Cagliostro había sido invitado a asistir a la convención y había asegurado al mensajero que participaría en las deliberaciones; sin embargo, cambió de idea y exigió que los Philalethes adoptaran la Constitución del Rito Egipcio, quemaran sus archivos y se iniciaran en la Logia Madre de Lyon [«Sabiduría triunfal»], dando a enten­ der que no estaban en posesión de la verdadera masonería. Se dignó, como él dijo, a extender la mano sobre ellos y consintió en «enviar un rayo de luz a la oscuridad de su templo». Se encomendó al barón Von Gleichen que fuera a ver a Cagliostro y le pidiera información más detallada  y, al mismo tiempo, que solicitara la presencia de los miembros de la Logia Madre en la convención. Se reanudó la correspondencia, pero Cagliostro mantuvo su postura. Final­mente, tres delegados de los Philalethes, entre ellos el marqués  de  Mamezia de Franch le-Comte, fueron a Lyon y se iniciaron en la masonería egipcia. En su informe a la convención aparecen las siguientes palabras significativas: «Su doctrina [la de Cagliostro] debería ser considerada sublime y pura y, sin  tener un conocimiento perfecto de nuestra lengua, él la utiliza como lo hacían los profetas de antaño»."

Henry Evans
Tomada del libro de Robert Bauval y Graham Hancock, Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 391-392

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