Labradores del cemento

Henos aquí, rumiando mezquindades.
Somos los labradores del cemento,
con el perfil, quimérico y hambriento,
de máquinas que habitan las ciudades.

Pero, miradnos bien, no somos rocas
ni fantasmas del ruido y de la prisa.
Sabemos del color de la sonrisa
y de los llantos presos en la boca.

Detrás de esta esperpéntica careta
se esconden nuestras vísceras de humanos
que, hartos de guardar hambre en cada mano,
encerramos la vida en la maleta.

Y vinimos aquí, donde el trabajo
nos limitó la cárcel del asfalto:
la espada de la máquina en lo alto
y el puñal de la lápida debajo.

Y el tiempo se comió nuestro talante,
y se nos está yendo la paciencia,
cansados ya de tanta penitencia
para nuestra conciencia de emigrantes.

Nos duele el sol, nos duele y cualquier tarde
vamos a reventar, de ciudadanos,
y vamos a arrancar con nuestras manos
estas miradas tristes y cobardes.

Y ciegos ya, desnudas nuestras vidas,
liberados del tiempo, en paz, despacio,
nos veréis destrozando los palacios
para sembrar de arroz las avenidas.

José María Lorite






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