"L'Enfant, con su tendencia a ver las cosas a gran escala, no podía dejar de actuar en consecuencia y, en cuanto se enteró de que la capital federal no sería ni Nueva York ni Filadelfia, ni ninguna otra ciudad que ya existiera, sino una que se construiría expresamente, escribió a Washington una carta notable por su clara comprensión de la oportunidad que se ofrecía al país y por su firme determinación de trabajar no para los tres millones de habitantes de aquella época, sino para los cien de la nuestra y para todos los millones de las genera­ciones que vendrán después que nosotros. La carta está fechada en Nueva York, el 11 de septiembre de 1789. "Muy señor mío, la última decisión del Congreso de fundar una ciudad que se convierta en capital de este vasto imperio ofrece una ocasión tan magnífica para adquirir reputación a quien quiera que sea designado para dirigir la ejecución del proyecto que no se sorprenderá Su Excelencia de que mi ambición y el deseo que tengo de llegar a ser un ciudadano útil me impulsen a querer participar en la empresa.[...] Es posible que ninguna nación haya tenido antes la oportunidad de decidir deliberadamente dónde situar su capital.[...] Y aunque es posible que ahora el país no disponga de medios suficientes para dedicarse mucho al diseño, será evidente que habrá que trazar un proyecto a una escala que deje sitio para ampliarlo y embellecerlo en la medida en que así lo permita el incremento de la riqueza de la nación en cualquier época, por remota que sea. Analizando la cuestión desde este punto de vista, soy totalmente consciente de la magnitud de la empresa"." (Las negritas son del autor.)

Jean Jules Jusserand
Tomada del libro de Robert Bauval y Graham Hancock, Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 466

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