24 de mayo

Cayeron sin rendirse
Al arrullo infernal de los cañones,
Envueltos en la enseña de la patria
Y altivos como el roble
Que troncha el huracán en la montaña!

La lucha ha terminado,
Las bárbaras legiones se retiran
Después de haber saciado
Con sangre de patriotas sus instintos.

¡Mirad cómo se alejan...!
Sus rostros resplandecen de contento.
Miradlos... van cantando
Los cánticos de muerte y destrucción,
Indignos de sus padres que entonaron
El canto celestial de redención!

El triste sacrificio ha terminado,
Las sombras en oriente se amontonan,
Y fúnebre la noche
Extiende lentamente sus crespones,
Y al fin queda aquel cuadro
Terrífico, imponente,
Envuelto en el capuz de las tinieblas!

Sombras benditas de los héroes muertos,
Orgullo eterno de la patria mía,
¡Yo invoco vuestros nombres
Y al invocarlos siento
Inundarse de luz mi pensamiento!


Sombras benditas de los héroes muertos
Dormid en vuestras tumbas,
¡Que allí donde con honra sucumbisteis
Gigante se levanta hasta los cielos
El templo colosal de vuestra gloria!

¡Dormid, que vuestros nombres
Escritos ya en las hojas de la historia
Proclama por los ámbitos del mundo
El ángel sempiterno de la fama!

Juan E. O’Leary 


Don Quijote en el Paraguay

... Y un día don Quijote pasó por nuestra tierra,
en ideal cruzada, cruzado caballero,
erguido en los estribos, el continente fiero,
por la razón negada y la justicia en guerra.

Y en la vasta llanura y en la empinada sierra
aún queda de su paso, marcada en el sendero,
la señal sanguinosa del luchar tesonero
contra la fuerza bruta, cuyo poder aterra.

De su lanza en astillas los restos dispersados;
de su espada en pedazos los añicos violados,
a los flacos del mundo ya no defenderán;

¡que, tras de cinco años de lidiar, temerario,
frente a triple enemigos sucumbió solitario,
orgulloso y altivo, junto al Aquidabán!

Juan E. O’Leary 


En el natalicio patrio

¡Patria! Yo no te olvido en este día,
y evocando tu fausto natalicio
siento todo tu horrendo sacrificio
y tu tristeza es la tristeza mía.

Ante tanto esplendor que me rodea,
en esta Roma de sin par historia,
siento el orgullo de tu inmensa gloria
y adoro, más que nunca, tu bandera.

Mi vida entera consagré a tu culto,
por tu honor me batí como un soldado,
ignoré en tu defensa el desaliento...

Y la calumnia, el odio y el insulto,
que mi largo camino han jalonado,
hoy los trofeos son que te presento.

Juan E. O’Leary 


Ha! che retã

Ha! che retã, che retã
che retãmi porãite,
nderehe chemandu’árõ
hi’ãnte chéve cherasẽ.

Mba'asy opáichagua
omboropa nde ruguy;
nde py'ápe ojaitypo
oitykua nde resay.

Ndaiporivéima yvy ári
ndéve ğuarã jevy'a;
ohasáma López-kuéra
ha ndoúi hekoviarã.

Yma guare ne memby
nderayhúgui itarova;
ndéve ğuarãnte oikove
ha nderehe omanomba.

Tyvatã reikuaa rire
ñembyahýima reikuaa
rejupi rire yvate
tyre’ỹicha repyta.

Ağagua ne membykuéra
nde rehe naimandu'ái
nderejáta remano,
nerasẽrõ nde jojái.

Oñorairõ, ojojuka,
rerekomíva ohapy;
ha ojeréva’erã ndaipóri
omokã nde resay.

Ha! Che retã, che retã
che retãmi porãite;
nderehe chemandu’árõ
Hi’ãnte chéve che rasẽ.

Juan E. O`Leary


"Herido en el corazón por uno de esos dolores que agotan las fuentes de la energía vital, no cayó en los brazos de la muerte, pero si en los abismos insondables en que se apagan todas las luces interiores, para dar paso al gran silencio que llega, paralizando el cerebro y enmudeciendo la voluntad.
Lo demás ya no fue sino la tragedia de un fantasma, la vía-crucis de una vida que ha dejado de serlo, la inmensa tristeza de un infortunio encarnado en un hombre, paseándose en medio de la cruel ingratitud de un pueblo.
Y aquí termina la odisea de su vida, como ha de terminar la nuestra, a pesar de todas las vanidades que nos roen y de la aparente felicidad que nos enorgullece.
La tierra va a recibir sus despojos mortales, la miseria de su ser, el estrecho teatro en que se desarrollo el drama espantoso de su martirologio.
Pero, entre tanto, sobre nuestras cabezas flota su espíritu, y mientras muchos de nosotros pasaremos, sin dejar rastro, en verdad os digo que este hombre no morirá en la memoria del pueblo paraguayo."

Juan E. O'Leary
El libro de los héroes



La Marsellesa

Himno, plegaria, reto, clamor, voto sagrado,
implacable anatema, grito de libertad,
La Marsellesa llega, bramando, del pasado,
como si en ella hablara toda la humanidad.

Esculpida en el Arco sublime de la Estrella,
frente a la efigie regia del isleño inmortal,
parece en este día convertirse en centella
y pasar sobre el mundo en un vuelo triunfal.

Iracundos rumores de muchedumbre fieras,
redobles de tambores, desfiles de banderas,
tronar de los cañones y toques de clarín;

la purificadora hoz de la guillotina,
del humano derecho la cifra diamantina...
Todo eso hoy, Francia, evoca tu cántico viril.

Juan Emiliano O'Leary


¡Salvaje!

En las entrañas de la selva virgen,
La luz espera en su dormir de siglos,
Último resto de una raza altiva,
El indio bravo!

Toda la noche del pasado oscuro
Se reconcentra en su pupila negra,
Meditabunda, de siniestro brillo,
Llena de odios.

Todo el dolor de su indomable raza
Vibra en su acento, y su palabra tiene
El tono agrio de un reproche eterno.
Y el de un gemido.

Y ahí va, inclinado, por la breña ingrata
Por la llanura desolada y triste,
Huyendo siempre, sin cesar buscando.
Luz que no encuentra. 

Judío errante, vagabundo paria,
Huérfano solo, que el amor implora,
Padre que llora y de sus hijos oye
La carcajada!

Todo lo ha dado: con su tierra hermosa
Su ardiente sangre, su atrevido arrojo,
Su incomparable abnegación sublime,
Su dulce lengua!

De su pasado le quedó tan solo
El implacable, abrumador recuerdo,
Que la tristeza de su vida amarga,
Que le tortura...

Pero resígnate ¡oh salvaje impuro!
Tú no eres hombre como el otro hombre,
Sobre el madero para ti no abre
Jesús los brazos!

Lleno de odios morirás un día,
Como el venado que tu flecha hiere.,
Y el cuervo negro saciará su hambre
Con tus entrañas.

Tú no eres hombre como el otro hombre,
Tú no eres digno del amor cristiano:
Rabia y perece, que sus hijos niegan
Llevar tu sangre.

Pintado el rostro, la melena lascia,
Desnudo el cuerpo y en la mano el arco:
¡Así el bautismo recibir no puedes
Que regenera!

Estás desnudo. Más feliz la fiera
El bosque cruza con su piel de gala:
Tú con el cuerpo, que el dolor abate,
Bronceado y sucio.

¡Ah! no te acerques a la orilla amada
Del patrio mío, a iluminar tu sombra:
La cruz no tiene ni un fulgor siquiera
Para tu estirpe!

Tú ya no cabes en el templo santo
Donde la hostia el mercader levanta:
¡Que se resigne a perecer salvaje
El indio bravo!

Juan E. O’Leary 





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