A Candita tocando la guitarra

Cuando tus manos delicadas pulsan
Tu dulce, melancólico instrumento
Cuya modulación es un lamento
Que en el aire se queja sin cesar;
Como el rayo apacible de la luna
O el pálido reflejo de una estrella
Baja á mi seno misteriosa y bella
Una memoria triste de pesar.

Una memoria dolorida y grata
Que halaga el corazón, aunque sombría,
Y que mas bien parece al alma mía
Un sueño vaporoso y celestial;
Una memoria que al gemir tu lira
Suavísima, inconstante y pasajera,
Flota sobre mi frente tan ligera
Como un copo de espuma sobre el mar.

Entonces siento una emoción divina
En que llorando de placer me pierdo,
Que tiene la tristeza de un recuerdo
Y de un suave dolor la vaguedad.
Quisiera entonces detener las notas
Que gimiendo se alejan; pero cedo
Al magnetismo de su voz, y quedo
Sin fuerzas, sin valor, sin facultad.

Me siento fallecer; cierro los ojos,
Inclino dulcemente la cabeza
Y en deliciosa y celestial tristeza,
Todo me halaga en torno de mi ser.
Paréceme que el cielo se aproxima
A mi frente dichosa; y como espumas
Siento pasar sus vaporosas brumas
Acariciando con amor mi sien.

Y yo no sé si este delirio mio
Es realidad o delicioso sueño,
Que siendo al corazón tan halagüeño
Nunca he podido comprenderlo yo.
Acaso sea la impresión tan solo
Que sabe producir la melodía,
Y que puede sentirse, hermana mía,
Pero expresarse o describirse no.

¡Oh! nunca ceses de tocar entonces,
Porque es muy dulce en inefable anhelo
Sentir que toca nuestra frente el cielo
Y que nos vamos acercando á Dios.
Sigue, pues: que estas santas emociones
Este sueño feliz, esta memoria,
Deben ser un trasunto de la gloria
Con que premia a los buenos el Señor

Julia Pérez Montes de Oca


A un árbol

Pasó el otoño y se llevó arrastrando
de tus ramajes el verdor divino;
siguió el helado invierno su camino
tus amarillas hojas arrancando.

El tallo altivo y el capullo blando
volaron como el loco torbellino,
y solo el dulce fruto purpurino
en la alta rama se quedó temblando.

Pero al fresco batir de la sonora
lluvia, tus hojas juveniles crecen,
y un ancho y verde manto te decora.

No así las ilusiones que fenecen
en el alma del hombre, aunque las llora,
con su frescura, oh árbol, reaparecen.

Julia Pérez Montes de Oca


El islote

Mientras mundano estruendo
Crece y se eleva en la ciudad brillante,
Y la dama arrogante
Y el mancebo gallardo, recorriendo
Van las abiertas calles,
Que ávida multitud invade ufana;
Vengo olvidando su altivez liviana,
A la verde extensión del bosque umbrío,
Do encuentra dulce paz el pecho mío.

Aquí, do del Islote,
Que surge de las aguas cristalinas
Como nieve de jaspe y esmeralda
Miro las peregrinas
Conchas de nieve que cuajó de llanto
El alba candorosa;
El caracol que hurtó para su seno
Pétalo suave de purpúrea rosa,
Y entre el oro cernido
El alga jugueteando cariñosa;
Y contemplo el indómito oceano
Tornarse en mar serena,
Que ciñe franja de menuda arena
Y riza perlas en el borde cano.

[…]

¡Cuán deleitosa paz, que grato arrobo
Brindan al corazón estos lugares!
Él, triste como tú, busca consuelo
En la callada soledad del bosque,
En la argentada brillantez del cielo,
En la sedosa flor que se desprende,
Como lágrima azul del arbolillo,
Cayendo en el arroyo que se tiende
Entre selvas de juncos y tomillo.

[…]

¡Oh! qué grata emoción! Ya se alboroza
Encarnada avecilla en el ramaje
Donde gravita la amarilla fruta;
Ora el aura solloza
En el cóncavo oscuro de la gruta;
Ya la garza de nítido plumaje
Se eleva sin rumor sobre los pinos
Que asoman levantados
En el centro de fértiles montañas,
Y ya en hondos quebrados
Mecidas por el viento,
Se doblan con sonoro movimiento
Altas hileras de sonantes cañas.

Tú, cuyo pecho oprime
Recóndito dolor, ven a la selva;
Que tal vez Luisa mía,
Este dulce retiro te devuelva
La deseada paz y la alegría.
Ven, hermana, aunque hiel tu seno vierte
Herido por la daga de la muerte,
Pues al menos aquí, no tus querellas
Irán al aire solas;
Que te harán compañía
Llorando las estrellas,
Gimiendo tristes las hinchadas olas;
Sus abiertas corolas
Las flores cerrarán al contemplarte;
El manantial del prado,
Con giro cariñoso y delicado,
Irá a besar tu planta entristecida,
Y el pescador junto a la red sentado,
Un bálsamo, un consuelo
Pedirá para ti, Luisa querida,
Al regio Padre del benigno cielo. 

Julia Pérez Montes de Oca


La tarde

                          Modesta diosa del final del día,
tarde consoladora, amiga grata;
tiende el velo de plata
por la llanura inmóvil y sombría;
que ya el soberbio sol, en su agonía,
hunde en el mar la frente de escarlata.
¡Qué murmullo tan suave
se oye en el bosque y en el verde soto!
Aquí levanta el ave
la querellosa voz, allá remoto
resuena por el valle, entristecido,
el lánguido balar de las ovejas,
y el viento, conmovido,
llora en las ramas sus dolientes quejas.

¡Ay! ¡cómo los sentidos adormece
y llena el corazón de dulce encanto
este vago rumor! Allí do crece
el silencioso pino,
suspende el ruiseñor lloroso canto
mientras llega la noche misteriosa,
y tiende el ala suave y sigilosa
hacia el bosque vecino
donde se pierden ruiseñor y trino.

Y allá distante, de la mar en calma
escucho el tenue murmurar; las olas
cuando se arrastran en la parda arena
exhalan un suspiro lastimero
como lo exhala el alma
que está abatida por doliente pena,
o cual de un arpa que en la noche suena
acento gemidor y plañidero.

Yo amo el tranquilo son de la floresta,
y en apartada selva
la voz de la calandria quejumbrosa,
el blando susurrar de palma enhiesta
que finge melancólica plegaria,
y el arrullo que tórtola medrosa
entona enamorada y solitaria.

¡Cuántas veces tus célicos rumores
buscó el amante Young en sus querellas!
y de tus tibias flores
el perfume aspiró; de tus estrellas
amó la luz benigna y azulada;
el ebúrneo laúd pulsó a tu sombra
que un eco eterno de dolor encierra,
y el gemido de su alma desgarrada
por largos años asombró a la tierra.

¡Cuánto tu lumbre pálida consuela
corazón que la congoja abruma,
tarde doliente, de la noche hermana!
Porque tu brisa, que amorosa vuela,
disipa del pesar la densa bruma,
como ahuyenta a la sombra la mañana;
y la nube liviana,
.y el agua que serpea,
y tu dormido rayo que flamea
en monte y en collado,
alivian el espíritu cansado,
y todo, ¡oh tarde!, al corazón recrea.

Julia Pérez Montes de Oca


Se agita el hombre...

Se agita el hombre en la mundana vida
mezquino y ambicioso y altanero;
maligno el corazón, el labio artero,
donde no tiene la verdad cabida.

En él encuentra fácil acogida
la envidia y el desdén su compañero,
y aunque el semblante muestre lisonjero
su amor es falso y su virtud mentida.

Del campo en las sombrosas espesuras
¡qué distinto espectáculo se ofrece!
allí al impulso de las brisas puras

y a la sombra del árbol que florece,
sin odios, ni zozobras, ni amarguras,
el alma se transporta y engrandece.

Julia Pérez Montes de Oca









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